Música para una banda sonora vital: Baby driver (Edgar Wright, 2017)

Coproducción en su mayoría británica pese a contar con financiación norteamericana y rodarse en Estados Unidos, Baby driver es uno de los mayores blufs del pasado 2017. Película de acción, persecuciones, música y atracos de precisión, está tan vacía y es tan insustancial bajo su carcasa de aparente refinamiento cinematográfico como tan aparatosa, ruidosa y llena de cacharrería audiovisual es su forma, tal y como ordena el primer mandamiento del cine comercial moderno, implantado por los grandes gurús de la nada audiovisual (Nolan, Fincher, Villeneuve, entre otros): «si no sabemos ser complejos, al menos, seamos confusos».

Cabe, no obstante, deleitarse unos segundos con algunas de las canciones que van salpicando la narración. Una de ellas es el tema de 1977 I’m easy, de The Commodores, grupo de la Motown liderado por Lionel Ritchie, versionada en los noventa por Faith no more.

 

Cine y poker: cinco (o siete) cartas para vivir el suspense

1. El escenario. El gran salón de un casino de Las Vegas, Reno, Texas, Atlantic City o Montenegro. Quizá una página web donde jugar al poker on line. O mejor una estancia tenuemente iluminada: el reservado de un bar, una trastienda, un vagón de tren, un cuarto de alquiler, el rincón más apartado del saloon, o quizá la discreta habitación de un hotel, en una planta no muy alta, cercana a la escalera de incendios y siempre con vistas a la parte de atrás. El tapete verde parece ser la única fuente de luz, atrae todas las miradas, todos los objetos convergen en él, los naipes brillan como diamantes, las fichas de colores, verdes, amarillas, rojas, blancas, azules, refulgen como gemas preciosas. A su alrededor, delimitando la zona de juego, cansadas botellas medio llenas y turbios vasos medio vacíos, paquetes de cigarrillos prensados, saquitos de tabaco de liar, papel de fumar arrugado, cerillas gastadas, encendedores agónicos, ceniceros insaciables, relojes de bolsillo detenidos, algún que otro pañuelo sudado, puede que un arma expectante, quizá ya humeante. Objetos de culto como tributo al azar, a su Dios, al poker, en forma de billetes verdes de distintos valores pero todos de igual tamaño que, como hormigas trabajadoras aprovisionándose para el invierno, mantienen invariable su ruta desde los informes montones del círculo exterior hacia el mismo centro de la mesa, hasta el lugar donde se levanta el templo de las mil apuestas, la ofrenda a la Diosa fortuna y a su mensajera de dos caras, la suerte escondida en el altar de los sacrificios de un único ladrillo de cincuenta y dos cartas: la partida de poker.

2. El tiempo. La loca carrera de cincuenta años hacia el Oeste, al abrazo del Pacífico a través del desierto. Los felices y violentos años veinte; los deprimidos y depresivos años treinta. Los negros años cuarenta, ya perdida la inocencia del mundo. La enloquecida actualidad devorada por la prisa y el culto a lo inmediato, a lo perecedero, a la muerte instantánea. El poker, la partida, el juego, frontera para el antes y el después de una existencia a refundar, inicio de la incierta aventura de una nueva vida. El futuro, el porvenir que abre o clausura una combinación de cinco (o siete) cartas.

3. El guión. Los jugadores discuten si juegan al poker de cinco o siete cartas, si al poker del Oeste de la frontera o al poker texas holdem. Una joven figura del poker sueña con destronar al rey del juego. Un timador despluma a un gángster para hacerle morder el anzuelo. Un pistolero se entretiene con sus compinches antes de matar o morir. Un grupo de rufianes pasan el tiempo mientras esperan el momento del atraco. Cuatro tipos amañan una partida con el fin de desplumar al quinto. Un ladrón de guante blanco da clases a los jóvenes para que hagan trampas sin que les pillen. Un agente con licencia para matar intenta dejar sin blanca al monstruo que financia el terrorismo internacional. Unos chicos se pasan de listos y terminan debiéndole una fortuna al jefe del hampa londinense. Un chico financia sus estudios de derecho gracias a las cartas. Un jugador listillo pretende hacer reír en un Oeste que no tiene ninguna gracia. Un inocente acusado de hacer trampas acaba linchado. Un joven de talento busca reconciliarse con su padre en una partida. Una dama entre vaqueros se juega la vida y toma el pelo a los hombres más ricos del territorio. Un escritor que oficia de croupier quiere robar el casino en que trabaja. Para un ex convicto que intenta rehacer su vida, el poker es el primer paso hacia el abismo de la droga. Partidas suicidas para tentar al rey del poker de Los Ángeles. La biografía del legendario jugador Stu Ungar. Un magnífico bribón fabrica naipes marcados. Una mujer tan dura, valiente y cruel como los hombres. Doce apóstoles del poker. La aventura de cartas de un escritor de novelas. Una eminente doctora seducida por un timador. La apuesta es un burdel. Un hombre juega y ama en una Casablanca convertida en La Habana… Continuar leyendo «Cine y poker: cinco (o siete) cartas para vivir el suspense»

La tienda de los horrores – Corrupción en Miami

cemiami

Jodeeeeer, qué truño. La esperadísima, en su día, adaptación al cine del televisivo éxito de Michael Mann Corrupción en Miami (Miami vice), más si cabía, con el propio director a los mandos, en lo que iba a ser la actualización de aquella serie en la que Don Johnson y Philip Michael Thomas iban en plan julai guaperas desfaziendo entuertos entre el crimen organizado uniformado con camisas de flores de la zona de Florida, terminó sufriendo el mismo destino que la puesta al día de otras series míticas de décadas anteriores, Misión imposible, por ejemplo. Es decir, que salvo el título y apenas algunos guiños a los fieles de la serie, poco que ver.

Porque lo que en la serie eran días soleados, chiringuitos playeros, deportivos a toda mecha y lanchas rompiendo las olas, aquí es nocturnidad, alevosía, confusión, acción gratuita, superficialidad, rutina y falta de originalidad. Un vulgar thriller de buenos y malos, de guapos y feos, que bien podría transcurrir en Mar del Plata, en Alaska o en Chachapoya, sin apenas ningún otro aliciente que ver a Gong Li y a Luis Tosar (del que durante todo el metraje un servidor esperaba que se subiera en una barca junto a Javier Bardem para mirar al sol…) en un producto de Hollywood sin magia, sin garra, rodado con mecanicismo y sin pasión alguna. La huella de Mann se nota (especialmente esos interludios de imágenes nocturnas con hilo musical), pero nada que ver con su mejor pulso.
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