Comer a escondidas y defecar en público y en compañía. Inversión de términos, subversión de conceptos. Cada cosa es lo que es y su contrario. Puro surrealismo tan tarde como a mediados de los años setenta del pasado siglo, quizá haya sido Luis Buñuel el surrealista más consecuente, coherente y tenaz en sus postulados de entre todos los miembros de aquella escuela. Tan divertida como reveladora, tan contestataria e inconformista como lúcida, puro retrato de nuestra realidad decadente.
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Hollywood encuentra a Villar del Río: escritores españoles en la meca del cine
La muerte en Madrid de María Antonia Abad Fernández, Sara Montiel, el 8 de abril de 2013, motivó un considerable revuelo mediático. No era para menos, teniendo en cuenta que con ella desaparecía una de las más importantes estrellas del cine español de la dictadura, ese periodo que, al menos sociológicamente, una buena parte de ciudadanos españoles se resiste a abandonar. Sin embargo, entre tantos reportajes, crónicas, editoriales y artículos se coló, recitada como un mantra, un dogma de fe, un trabajo copiado de El rincón del vago o un eslogan repetido machaconamente en la “línea Goebbels” (una mentira repetida mil veces se convierte en realidad), una afirmación verdaderamente chocante, sostenida unánimemente por periódicos y revistas, emisoras de radio, informativos de televisión y páginas de Internet de todo tipo, color, tendencia o inclinación, aunque con ligeras variantes: se dijo, por ejemplo, entre otras cosas, que Sara Montiel había sido “la primera española que triunfó en Hollywood”; o bien “la primera actriz española en conquistar Hollywood”; o, por último, “la primera artista española en tener éxito en Hollywood”. Obviamente, esta declaración, en cualquiera de sus formulaciones, es falsa de toda falsedad.
Que los medios de comunicación españoles, incluidos aquellos que pueden considerarse solventes o, para mayor escarnio, los que dicen estar especializados en cine, registren este incierto lugar común y lo eleven a la categoría de axioma informativo (como suelen tener por costumbre, dicho sea de paso, en cualquiera de los restantes ámbitos de su actividad cotidiana) no sorprende ya demasiado; esta clase de explosiones de papanatismo patrio suelen producirse como reflejo tardío (o quizá no tanto) de esa España acomplejada y provinciana que todavía pervive, más de lo que nos gustaría y mucho más de lo que sería conveniente, bajo la capa de modernidad y tecnología que la recubre superficialmente como un fino papel de regalo que envuelve el vacío, esa España a lo Villar del Río, el pueblecito que Luis García Berlanga y Juan Antonio Bardem, con apoyo de Miguel Mihura, diseñaron para su magistral ¡Bienvenido, Míster Marshall! (1953), que se deja fascinar y entontecer por cualquier impresión, por lo general incompleta y errónea, proporcionada por sus ambiguas relaciones con el exterior. Quiere la casualidad que el ficticio Villar del Río berlanguiano (el real y tangible está en la provincia de Soria y no llega a los doscientos habitantes) se ubicara en la madrileña localidad de Guadalix de la Sierra, la misma en la que, decenios más tarde, cierto canal televisivo con preocupante afición por la ponzoña situaría su patético espectáculo de falsa telerrealidad con título de reminiscencias orwellianas, con lo que la reducción de esa España pacata y súbdita, atrasada y cateta, al inventado Villar del Río, sea en su versión clásica cinematográfica o en su traslación posmoderna televisiva, alcanza un asombroso grado de lucidez.
Pero lo cierto es que, más allá de su rico y simpático anecdotario con las estrellas de la época (como el tan manido relato de cuando, presuntamente, le frió los huevos –de gallina- a Marlon Brando), resulta más que cuestionable que Sara Montiel llegara a triunfar en Hollywood o a conquistar algo aparte del que fue su marido, el director Anthony Mann, su verdadera puerta de entrada (giratoria, en todo caso) a la vida social hollywoodiense. Aunque en México llegó a participar hasta en catorce películas, sólo intervino, en papeles irrelevantes, en cuatro títulos de producción norteamericana: Aquel hombre de Tánger (Robert Elwyn y Luis María Delgado, 1953), en realidad una coproducción con España que nadie recuerda, las notables Vera Cruz (Robert Aldrich, 1954) y Yuma (Samuel Fuller, 1957), aunque su presencia es residual, casi incidental, y la olvidable Dos pasiones y un amor (Serenade, Anthony Mann, 1956), vehículo para el exclusivo lucimiento del tenor Mario Lanza. Lo que sí es indudable es que Sara Montiel no fue ni la primera española, ni tampoco la primera actriz, ni tan siquiera la primera artista, en hacerse un exitoso hueco en Hollywood, y que sus logros, si se los puede llamar así, fueron superados con creces, antes y después, por los de otros muchos profesionales (actores y actrices, técnicos, guionistas y escritores) de procedencia española. Son los casos, por ejemplo, de los intérpretes Antonio Moreno y Conchita Montenegro.
El madrileño Antonio Garrido Monteagudo Moreno, conocido artísticamente como Antonio Moreno o Tony Moreno, fue un auténtico sex-symbol del cine silente, en abierta rivalidad y competencia con los otros dos grandes nombres del momento, Rodolfo Valentino y Ramón Novarro, y, como ellos, conocido homosexual a pesar de su éxito entre el público femenino y de sus matrimonios forzados por los estudios para guardar las apariencias. Moreno llegó a compartir créditos como protagonista masculino con Greta Garbo, Clara Bow, Gloria Swanson o Pola Negri, y más adelante, como secundario de lujo, por ejemplo, junto a John Wayne en Centauros del desierto (The Searchers, John Ford, 1956), con el que comparte una, para los españoles, curiosa escena sólo apreciable si se visiona en versión original (“Salud”/“Y pesetas”/“Y tiempo para gastarlas”). La donostiarra Conchita Montenegro (Concepción Andrés Picado) fue toda una diva. Llegó a Hollywood en 1930, casi al mismo tiempo que un grupo de escritores españoles reclamados por la nueva industria del cine sonoro para la filmación de los llamados talkies, cuando, antes de la invención del doblaje, las películas norteamericanas encontraban dificultades para su distribución en países de habla no inglesa y era preciso filmar las mismas películas en distintos idiomas, con diferentes directores, repartos, equipos técnicos y guionistas turnándose en el rodaje de las mismas secuencias, en los mismos decorados, pero en distinta lengua (célebre es el caso de Drácula, de Tod Browning, película de 1931 protagonizada por Bela Lugosi que tiene su paralela en castellano, dirigida por George Melford, con el andaluz Carlos Villarías como vampiro hispano, y que no desmerece en ningún aspecto al “original” en inglés, si es que no lo supera). Conchita Montenegro acudió a Hollywood como actriz de talkies en español, pero su solvencia y su calidad como intérprete, y su aprendizaje acelerado del idioma gracias a la ayuda del cineasta, escritor y diplomático español Edgar Neville y de un buen amigo suyo, el mismísimo Charles Chaplin, le permitieron dar el salto a las cintas en inglés, llegando a compartir cartel con Leslie Howard, Norma Shearer, Robert Montgomery, George O’Brien, Lionel Barrymore, Victor McLaglen, Robert Taylor o Clark Gable, al que se negó a besar durante una prueba con una mueca de desprecio que fue la comidilla en Hollywood. Continuar leyendo «Hollywood encuentra a Villar del Río: escritores españoles en la meca del cine»
Diálogos de celuloide: Buñuel y la mesa del rey Salomón (Carlos Saura, 2001)
DESCONOCIDO: ¡Usted es Luis Buñuel! ¡Luis Buñuel! ¡El director de cine! ¡El famoso Buñuel!
BUÑUEL: ¡Sí! ¡Yo soy!
DESCONOCIDO: Usted está considerado uno de los grandes directores de la historia del cine.
DALÍ: Ah, ¿ya tiene historia esa basura sentimental, intelectual, y departamental, que llaman cine?
DESCONOCIDO: Pero usted ha hecho mucha bazofia.
BUÑUEL: ¡Cómo!
DESCONOCIDO: ¡Hágame caso! ¡Soy crítico de cine! ¡Escribo en revistas muy importantes! ¡Y a mí no me la da! ¿No se avergüenza de aquella película que hizo con Jorge Negrete y sus mariachis? ¿Y cómo se llamaba aquella otra en la que todo el mundo andaba pegando tiros como en el oeste americano? ¡El río y la muerte!
BUÑUEL: Eran tiempos difíciles. La tuvimos que hacer en un par de semanas.
DESCONOCIDO: ¡Excusas! Y prefiero no hablar de Cela s’appelle l’aurore. Mejor titularla Cela s’appelle (¿?).
BUÑUEL: Bueno, ya está bien. ¡Déjeme en paz!
DESCONOCIDO: ¿Y qué hizo con Cumbres Borrascosas? ¡Un bodrio! ¡Abismos de pasión! ¡Una mierda! ¿Vio usted la de William Wyler? Un estafador. ¡Es lo que es usted!
BUÑUEL: ¡Oiga! ¡No le consiento que me insulte!
DESCONOCIDO: ¿Y qué me dice de Tristana? ¡Con ese pedazo de hielo de Catherine Deneuve cojeando por Toledo!
BUÑUEL: ¿Usted qué se ha creído? ¿Eh?
(guión de Carlos Saura y Agustín Sánchez Vidal)
Los chicos de la foto (Juan José Aparicio e Iván Reguera, 2014)
Maravilloso cortometraje documental dirigido y producido por Juan José Aparicio e Iván Reguera que recupera la famosa comida que en 1972 George Cukor ofreció en su casa de Hollywood en honor de Luis Buñuel, que asistió acompañado de su hijo Rafael, de su amigo y guionista Jean-Claude Carrière y de su productor francés, Serge Silberman, y a la que también estaban invitados los cineastas Billy Wilder, George Stevens, Alfred Hitchcock, Rouben Mamoulian, Robert Mulligan, Robert Wise y John Ford (aunque no aparece en la fotografía de grupo). El maestro Fritz Lang fue invitado pero no pudo acudir por motivos de salud, aunque Buñuel fue a visitarlo al día siguiente.
Uno de los más grandes momentos de la historia del cine.
Mis escenas favoritas: Cyrano de Bergerac (Jean-Paul Rappeneau, 1990)
Gran momento, ni mucho menos el único, de este clásico del cine francés coescrito por su director, Jean-Paul Rappeneau, y Jean-Claude Carrière a partir de la obra de Edmond Rostand, y con un Depardieu inmenso.
Luis Buñuel, moral, religión y sexualidad.
Excepcional montaje audiovisual con extractos de la obra del maestro aragonés relacionados con la religión y la moral imperante. Impagable testimonio de la riqueza creadora y de la profundidad intelectual del gran cineasta de Calanda, posiblemente el único director que ha trascendido el propio cine, que se ha elevado sobre él para conformar una filmografía que escapa a cualquier molde o etiqueta, y que al mismo tiempo las contiene todas.
Inteligencia, lucidez, agudeza, rebeldía, irreverencia, provocación… Invencibles estímulos para romper con toda idea de conformismo. Atributos de una figura irrepetible de la cultura, fragmentos de una obra única.
Alegoría alemana: El tambor de hojalata (Die Blechtrommel, Volker Schlöndorff, 1979)
Coproducción franco-germano-polaco-yugoslava, El tambor de hojalata sigue conmocionando y perturbando al espectador en la misma medida que el año de su estreno, 1979. Volker Schlöndorff asume, junto a Franz Seitz y al coguionista de la segunda etapa francesa de Luis Buñuel, Jean-Claude Carrière, la inmensa y compleja tarea de llevar a la pantalla la novela de Günter Grass, que colabora desde el principio con los guionistas supervisando y reescribiendo los diálogos, para conformar uno de los filmes alemanes más importantes del periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial. De esto, precisamente, de la ascensión del nazismo, de la guerra y del subsiguiente desastre es sobre lo que reflexiona esta esplendorosa fantasía que funciona como una alegoría acerca de cómo los planteamientos infantiles, populacheros y banales pueden calar en una sociedad deseosa de evadirse de su propia realidad hasta llevarla el desastre.
El vehículo para mostrarnos la caída de la sociedad alemana en el vacío mental y moral del nazismo es Oskar Metzerath (David Bennent), un niño nacido durante los años veinte del pasado siglo en el seno de una familia alemana del corredor de Danzig, zona de la antigua Prusia anexionada a Polonia y supervisada internacionalmente tras la derrota del Reich en la Primera Guerra Mundial. Allí conviven alemanes y polacos, juntos pero no revueltos, acumulando rencores y odios. Pero Oskar no es un niño cualquiera: es un adulto omnisciente encerrado en el cuerpo de un niño por voluntad propia. Al cumplir los tres años y recibir como regalo un tambor de hojalata, toma la decisión de no crecer más. Desde ese momento, y utilizando el tambor como primordial medio de comunicación con su entorno, Oskar se convierte en crítico observador del comportamiento adulto, que entiende sometido a toda clase de pasiones, cuanto más bajas mejor, y casi siempre tiranizado por pulsiones sexuales generadoras de conflictos. No es la única arma de Oskar en sus difíciles relaciones con el ecosistema en que vive: en una ocasión en que intentan arrebatarle el tambor descubre que sus gritos agudos son capaces de romper los cristales (en su propia casa, en la consulta del médico, incluso en las vidrieras de la catedral); esto se convertirá en su forma de exteriorizar sus sentimientos cada vez que Oskar viva una decepción, una amenaza o sienta la punzada del deseo.
Con Oskar como testigo de las aventuras de su madre (Angela Winkler), que vive una especie de triángulo amoroso junto a su marido (Mario Adorf) y a su amor de juventud, el primo Jan (Daniel Olbrychski), la película retrata con tintes absurdos y surrealistas la irrupción del nazismo y la transformación de los valores y las prioridades de los alemanes (la sustitución, por ejemplo, del retrato de Beethoven por el de Hitler en el salón familiar; la compra de la radio para escuchar los discursos del Führer; el vecino trompetista amenazado por interpretar La internacional). De este modo, la historia de los personajes se ve jalonada por los sucesivos progresos de la imposición del nazismo y de los episodios ligados al desarrollo de la guerra, marcando como un metrónomo el ritmo de vida de los protagonistas. En particular, el fragmento más emotivo lo protagoniza el cantante y actor francés de origen armenio Charles Aznavour, Continuar leyendo «Alegoría alemana: El tambor de hojalata (Die Blechtrommel, Volker Schlöndorff, 1979)»
Diálogos de celuloide – Ese oscuro objeto del deseo (1977)
Cine en fotos – Buñuel el sucio
Fotografía robada del imprescindible blog del imprescindible David Mayor, con dedicatoria incluida, cómo no.
El uso frecuente de la pistola no es exclusivo de México. Se halla extendido por gran parte de América Latina, especialmente en Colombia. Hay países en este continente en los que la vida humana -la propia y la ajena- tiene menos importancia que en otras partes. Se puede matar por un sí, por un no, por una mala mirada o, simplemente «porque tenía ganas». Los periódicos mexicanos ofrecen todas las mañanas el relato de algunos sucesos que asombran siempre a los europeos. Por ejemplo, entre los casos más curiosos: un hombre espera tranquilamente el autobús. «»¿Llega a Chapultepec?». «Sí», responde el primero. «¿Y para ir a tal sitio?». «Sí», responde el otro. «¿Y para ir a Santa Ángel?»»Ah, no», responde el hombre interrogado. «Bueno -le dice el otro-, pues toma por los tres». Y le mete tres balazos en el cuerpo, dejándole seco, como habría dicho Breton, un acto surrealista puro.
O también (…): un hombre entra en el número 39 de una calle y pregunta por el señor Sánchez. El portero le responde que no conoce a ningún señor Sánchez, que seguramente éste vive en el 41. El hombre va al 41 y pregunta por el señor Sánchez. El portero del 41 le responde que, sin duda alguna, Sánchez vive en el 39 y que el portero del primer inmueble se ha equivocado. El hombre vuelve al 39, llama al primer portero y le explica lo que pasa. El portero le ruega que espere un momento, pasa a otra habitación, regresa con un revólver y abate al visitante. Lo que más me asombró de esta historia fue el tono con el que la contaba el periodista, como si diese la razón al portero. El titular decía: Lo mata por preguntón.
(…) Otra vez, para La vida criminal de Archibaldo de la Cruz, el Sindicato me obligó a grabar una música. Se presentaron treinta músicos en un auditorio y, como hacía mucho calor, se quitaron todos la chaqueta. Les aseguro que las tres cuartas partes de ellos llevaban un revólver metido en una funda sobaquera.
Mi último suspiro. Luis Buñuel y Jean-Claude Carrière.
25 años del adiós de ese genio llamado Luis Buñuel
Con ocasión del aniversario del pasado martes 29 de julio, en el que se conmemoraba el 25º aniversario de la muerte de Luis Buñuel, don Luis, el mayor y mejor cineasta español de todos los tiempos, uno de los mayores genios de entre los muchos que Aragón ha dado a la Humanidad, reproducimos un hermoso texto de Javier Espada, Director del Centro Buñuel de Calanda. Además, nos permitimos recomendar la exposición que se menciona, «México fotografiado por Buñuel». Impresionante e imprescindible. Puede verse en la Filmoteca Española, en Madrid.
Para don Luis, nuestro recuerdo y reconocimiento emocionado, siempre.
«Si Luis Buñuel saliera de su tumba para comprar la prensa y leer lo que acontece en el mundo, seguramente, entre otras muchas extrañas noticias, le sorprendería enterarse de lo mucho que sigue interesando y fascinando su obra cinematográfica, pues como afirma su amigo y colaborador Jean Claude Carrière: «nadie puede decir lo que va a suceder en la obra de ningún artista, pero creo que Buñuel, ahora en España, está en todos los caminos, de novelistas, de cineastas, también de pintores… es muy difícil evitar a Buñuel, como es muy difícil evitar a Goya. Son dos personajes de una estatura imponente».
Un interés que sin duda sería recibido con escepticismo por don Luis, quien hasta el final de sus días se declaró discípulo de Sade, y manifestó, con monacal desapego, que no le importaría ver arder toda su obra cinematográfica.
Más le sorprendería que una película suya filmada en México el año 1950 y titulada Los Olvidados haya sido incluida por la UNESCO en el Registro de la Memoria del Mundo en 2003. Pero aún más le asombraría que esa misma película se haya incluido en una cápsula del tiempo en una torre de la catedral de México, junto a un libro de su amigo Octavio Paz.
Aunque resulta evidente que Buñuel no necesita aniversarios para ser recordado, somos muchos quienes creemos que hay que aprovechar estas fechas para fomentar el acercamiento a su obra. Continuar leyendo «25 años del adiós de ese genio llamado Luis Buñuel»