Cine en fotos: Taxi Driver (Martin Scorsese, 1976)

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Travis Bickle, 26 años, delgado, curtido, el solitario consumado. En apariencia es apuesto, incluso guapo; tiene una mirada firme y tranquila y una sonrisa que desarma, que brilla como por arte de magia, iluminándole todo el rostro. Pero detrás de esa sonrisa, alrededor de los ojos oscuros, en las mejillas demacradas, podemos ver las manchas ominosas causadas por una vida de miedo íntimo, de vacío y soledad. Parece haber llegado vagabundeando de una tierra en la que siempre hace frío, de un país cuyos habitantes apenas hablan. La cabeza se mueve, la expresión cambia, pero los ojos permanecen siempre inmóviles, sin parpadear, perforando el espacio vacío. Travis entra y sale a la deriva de la vida nocturna de Nueva York, como una sombra oscura entre otras sombras más oscuras. Pasando desapercibido, sin motivos para que nadie se fije en él, Travis parece fundirse con su entorno. Lleva vaqueros de jinete, botas de cowboy, una camisa a cuadros del Oeste y una desgastada cazadora del ejército con un parche en el que se lee «King Kong Company 1968-1970». Despide olor a sexo: sexo enfermizo, reprimido, solitario, pero sexo al fin y al cabo. Es una fuerza bruta masculina, que empuja, hacia dónde, no se sabe. Si se le observa más de cerca, se descubre lo inevitable. No se puede tensar la cuerda indefinidamente. Al igual que la tierra se desplaza hacia el sol, Travis Bickle se encamina hacia la violencia.

Del guion de Paul Schrader.

Diario Aragonés – Un dios salvaje

Título original: Carnage
Año: 2011
Nacionalidad: Francia
Dirección: Roman Polanski
Guión: Roman Polanski y Yasmina Reza, sobre la pieza teatral de ésta
Música: Alexandre Desplat
Fotografía: Pawel Edelman
Reparto: Jodie Foster, Kate Winslet, Christoph Waltz, John C. Reilly
Duración: 79 minutos

Sinopsis: Dos matrimonios de Nueva York se citan en casa de uno de ellos para discutir y solucionar el incidente que ha tenido lugar entre sus hijos, uno de los cuales ha agredido y hecho perder dos dientes al otro.

Comentario: Roman Polanski adapta la exitosa obra teatral de Yasmina Reza trasladándola a Nueva York a pesar de haberse rodado íntegramente en un apartamento parisino a causa de los problemas del director franco-polaco con la justicia estadounidense. Escrita en colaboración con la autora durante el periodo en que se encontró detenido durante su vista de extradición a aquel país, Polanski construye en apenas ochenta minutos una riquísima comedia revestida de thriller en la que deja patente su dominio de los espacios limitados, como ya hiciera tiempo atrás, por ejemplo, en La muerte y la doncella (Death and the maiden, 1994). El texto de Reza, brillante, chispeante, lleno de ironías y sarcasmos explícitos y de sardónicas y agudas lecturas implícitas lanzadas siempre contra lo bienpensante, lo políticamente correcto, encaja a la perfección con el absoluto dominio de la escena de Polanski, que consigue multiplicar el apartamento de Penélope (Jodie Foster) y Michael (John C. Reilly), escenario único en el que tiene lugar la película, a través de la fragmentación de sus espacios y el constante cambio de angulaciones y posicionamientos de la cámara, a fin de librarse de las limitaciones de un visionado en las dos dimensiones teatrales pero consiguiendo conservar toda la esencia de esa atmósfera hogareña, plácida y civilizada que con el paso de los minutos se convierte en asfixiante, incómoda, desasosegante y repleta de violenta tensión [continuar leyendo]

Cine y poker: cinco (o siete) cartas para vivir el suspense

1. El escenario. El gran salón de un casino de Las Vegas, Reno, Texas, Atlantic City o Montenegro. Quizá una página web donde jugar al poker on line. O mejor una estancia tenuemente iluminada: el reservado de un bar, una trastienda, un vagón de tren, un cuarto de alquiler, el rincón más apartado del saloon, o quizá la discreta habitación de un hotel, en una planta no muy alta, cercana a la escalera de incendios y siempre con vistas a la parte de atrás. El tapete verde parece ser la única fuente de luz, atrae todas las miradas, todos los objetos convergen en él, los naipes brillan como diamantes, las fichas de colores, verdes, amarillas, rojas, blancas, azules, refulgen como gemas preciosas. A su alrededor, delimitando la zona de juego, cansadas botellas medio llenas y turbios vasos medio vacíos, paquetes de cigarrillos prensados, saquitos de tabaco de liar, papel de fumar arrugado, cerillas gastadas, encendedores agónicos, ceniceros insaciables, relojes de bolsillo detenidos, algún que otro pañuelo sudado, puede que un arma expectante, quizá ya humeante. Objetos de culto como tributo al azar, a su Dios, al poker, en forma de billetes verdes de distintos valores pero todos de igual tamaño que, como hormigas trabajadoras aprovisionándose para el invierno, mantienen invariable su ruta desde los informes montones del círculo exterior hacia el mismo centro de la mesa, hasta el lugar donde se levanta el templo de las mil apuestas, la ofrenda a la Diosa fortuna y a su mensajera de dos caras, la suerte escondida en el altar de los sacrificios de un único ladrillo de cincuenta y dos cartas: la partida de poker.

2. El tiempo. La loca carrera de cincuenta años hacia el Oeste, al abrazo del Pacífico a través del desierto. Los felices y violentos años veinte; los deprimidos y depresivos años treinta. Los negros años cuarenta, ya perdida la inocencia del mundo. La enloquecida actualidad devorada por la prisa y el culto a lo inmediato, a lo perecedero, a la muerte instantánea. El poker, la partida, el juego, frontera para el antes y el después de una existencia a refundar, inicio de la incierta aventura de una nueva vida. El futuro, el porvenir que abre o clausura una combinación de cinco (o siete) cartas.

3. El guión. Los jugadores discuten si juegan al poker de cinco o siete cartas, si al poker del Oeste de la frontera o al poker texas holdem. Una joven figura del poker sueña con destronar al rey del juego. Un timador despluma a un gángster para hacerle morder el anzuelo. Un pistolero se entretiene con sus compinches antes de matar o morir. Un grupo de rufianes pasan el tiempo mientras esperan el momento del atraco. Cuatro tipos amañan una partida con el fin de desplumar al quinto. Un ladrón de guante blanco da clases a los jóvenes para que hagan trampas sin que les pillen. Un agente con licencia para matar intenta dejar sin blanca al monstruo que financia el terrorismo internacional. Unos chicos se pasan de listos y terminan debiéndole una fortuna al jefe del hampa londinense. Un chico financia sus estudios de derecho gracias a las cartas. Un jugador listillo pretende hacer reír en un Oeste que no tiene ninguna gracia. Un inocente acusado de hacer trampas acaba linchado. Un joven de talento busca reconciliarse con su padre en una partida. Una dama entre vaqueros se juega la vida y toma el pelo a los hombres más ricos del territorio. Un escritor que oficia de croupier quiere robar el casino en que trabaja. Para un ex convicto que intenta rehacer su vida, el poker es el primer paso hacia el abismo de la droga. Partidas suicidas para tentar al rey del poker de Los Ángeles. La biografía del legendario jugador Stu Ungar. Un magnífico bribón fabrica naipes marcados. Una mujer tan dura, valiente y cruel como los hombres. Doce apóstoles del poker. La aventura de cartas de un escritor de novelas. Una eminente doctora seducida por un timador. La apuesta es un burdel. Un hombre juega y ama en una Casablanca convertida en La Habana… Continuar leyendo «Cine y poker: cinco (o siete) cartas para vivir el suspense»

A casa por vacaciones

Vale. Que la peli dirigida por Jodie Foster con este título iba por el Día de Acción de Gracias, y no por la cosa estival, pero sirve adecuadamente a la despedida vacacional de este blog. Porque su mantenedor, o sea, quien escribe, la criatura de Frankenstein, no se va de vacaciones, sino que se queda por vacaciones dentro de casa, subiendo y bajando los escalones y pensando en la decoración del próximo curso. Eso sí, con la puerta cerrada y las persianas bajadas, aunque de vez en cuando se abra alguna ventana o se encienda alguna luz en un rellano para que la escalera se vaya ventilando.

Como colofón, el clásico Beyond the sea, de Bobby Darin -en este vídeo haciendo particularmente el ganso- una canción que uno, que no es nada de playa, siempre ha asociado con la calma y la tranquilidad de las vacaciones, a poder ser, que no es el caso, en compañía de unos ojos bonitos que echa de menos, y que Kevin Spacey interpretó en el biopic del mismo título protagonizado y dirigido por él mismo.

Pero mejor dejamos el último suspiro para la versión original, La mer, de Charles Trénet, que en francés gana mucho en frescura, simpatía, encanto y grandeza, con imágenes alusivas a este día crucial en el que (casi) cerramos por vacaciones.

Feliz verano; felices vacaciones, mis queridos escalones. Nos leemos a la vuelta.

Cine en serie – Maverick

POKER DE FOTOGRAMAS (VIII)

Sabido es que, por lo general, el western y la comedia no se llevan nada bien. El western y el poker encajan algo mejor, aunque sea de manera tangencial. Pero la combinación de western-comedia-poker realizada por la dupla Richard Donner-Mel Gibson en 1994, en lo que fue un pretencioso intento de acercarse a los pocos afortunados ejercicios de esta mezcla en el pasado, constituye un fiasco monumental. No era para menos ya que el tono del proyecto venía marcado por los éxitos de taquilla que el director y actor habían logrado gracias a la saga Arma letal, una serie de comedias de acción y violencia de mensaje ultraconservador resultado de la ya tradicional hipocresía hollywoodiense tan amiga de tratamientos gratuitos y explícitos (o incluso cómicos) de la muerte y la violencia como nada receptiva, por ejemplo, a un idéntico reflejo del sexo o de la crítica social o política que pudiera conllevar el reconocimiento de la madurez e inteligencia del espectador. Donner, un director antaño mucho más prometedor (La profecía), inmediatamente dio el salto al cine espectáculo de entretenimiento (Superman, Lady Halcón, Los Goonies) en busca de taquillazos a través de comedias planas y facilonas (Los fantasmas atacan al jefe) o de su saga letal (hasta hoy se han filmado cuatro partes, casi siempre contando con el mismo equipo encabezado por Mel Gibson y Danny Glover), además de algún que otro pretencioso filme de acción (Asesinos, Conspiración) y fallidas incursiones en el drama. Gibson, por su parte, no engaña a nadie en cuanto a sus limitaciones como actor ni sobre el tipo de películas que le gusta dirigir y protagonizar, aunque en esa rareza titulada El detective cantante se atreva a ridiculizarse a sí mismo dando vida a un excéntrico psiquiatra calvo y con barriga.

En este caso, Gibson vuelve a encarnar a ese tipo encantador, chistoso y repulsivamente sabelotodo que con ingenio, la suerte de los campeones y una pericia armamentística sin igual, colecciona por igual sonrisas, conquistas, mamporros y disparos, y que por mal que vengan dadas siempre se sale con la suya. Bret Maverick (Mel Gibson), atractivo y chistoso timador y fullero, va en busca de tres mil dólares que le permitan sentarse en una de las sillas de la gran partida de poker que va a jugarse en un barco de los que navegan por el Mississippi hacia Nueva Orleáns. En su camino, pistoleros (Alfred Molina), damas tramposas (desdibujadísima Jodie Foster, con un personaje muy por debajo de su nivel en el que pretendía enterrar la sórdida fama adquirida como Clarice de El silencio de los corderos) y un Marshall que esconde varios trucos en la manga (James Garner, presencia que constituye un homenaje de la película a la serie de televisión en la que se basa y que protagonizaba el actor), además de alguna caricatura de indio tan ridícula como increíble (Graham Greene) y de algún que otro viejo conocido (el propio Danny Glover o las viejas glorias James Coburn, Doug McClure o Margot Kidder).

La película, que ya muestra sus intenciones con esos créditos iniciales protagonizados por los naipes de la baraja francesa, transcurre de manera demasiado ligera a través de las peripecias supuestamente chistosas (humor siempre blanco), lúdicas, aventureras y violentas de Maverick y compañía hacia la partida en el barco fluvial, a través de bromas presuntamente graciosas, diálogos rápidos muy cortitos en ingenio y el consabido romance entre dos inteligencias que pugnan por engañar a la otra en la incesante búsqueda de un final sorpresa que, tan almibarado como el tono general del filme, deje sensación de buen rollo. Continuar leyendo «Cine en serie – Maverick»

La tienda de los horrores – Plan de vuelo: desaparecida

Aquí tenemos a Jodie Foster en plan vándalo intentando romper la luna de un vehículo en la bodega de un avión que realiza un vuelo transoceánico desde Alemania a Estados Unidos y en el que cree que puede estar su hija de seis años, aparentemente desaparecida en plena travesía sobre el mar… si es que en realidad tiene una hija.

Esta reciente película (es de 2005) dirigida por Robert Schwentke es una buena muestra de un fenómeno del que adolecen gran parte de los thrillers facturados por la vía rápida hoy en día y que termina por provocar el efecto contrario al que pretendía: el punto de partida demasiado álgido, la expectativa demasiado elevada a raíz de un comienzo cuya intensidad o nivel de intriga es complicado de mantener, de forma que el resto de la historia decepciona, frustra o bien despierta la indignación, como es el caso de esta cinta. Como comentamos en un reciente artículo sobre los proyectos frustrados de Alfred Hitchcock, el mago del suspense rechazó en ocasiones determinadas tramas para sus películas por la dificultad extrema en el mantenimiento de una tensión narrativa eficaz que pudiera seguir creciendo con el curso del metraje. Lo contrario, la explosión de la burbuja de la intriga, la trama desinflada a cada paso, le parecía indigno para el público, una tomadura de pelo si no directamente una falta de respeto.

Desgraciadamente a día de hoy a menudo no se tiene tanto tacto con las sensibilidades y expectativas del público y se perpretran películas que pretenciosamente parten de un comienzo interesante para poco a poco convertirse en pura banalidad. Continuar leyendo «La tienda de los horrores – Plan de vuelo: desaparecida»