Dream Away, de George Harrison, también productor a través de su compañía HandMade Films, acompaña los créditos finales de esta comedia fantástica sobre viajes en el tiempo y en el espacio dirigida por Terry Gilliam, en la que, además de la participación de otros miembros de Monty Python, se cuenta con apariciones de lujo como las de Ralph Richardson, Sean Connery, Shelley Duval, David Warner o Ian Holm.
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Mis escenas favoritas: La vida de Brian (Monty Python’s Life of Brian, Terry Jones, 1979)
De la serie de impagables momentos que contiene esta sublime comedia de los Monty Phyton, recuperamos el del doble registro en la guarida de los conspiradores del Frente Popular de Judea, en tiempos estos en que esta clase de registros se multiplican a la busca de reuniones, concentraciones y fiestas ilegales que violan las restricciones impuestas para la defensa de todos frente a los virus letales.
Música para una banda sonora vital: Frankenstein de Mary Shelley (Mary Shelley’s Frankenstein, Kenneth Branagh, 1994)
Patrick Doyle es el compositor de la música de esta película de Kenneth Branagh, el más ambicioso proyecto cinematográfico para trasladar a la pantalla la inmortal novela de Mary Shelley en sus auténticas dimensiones, alejada de la iconografía y de los clichés del terror gótico impuestos por la versión de James Whale de 1931 y de sus sucesivas adaptaciones. La ambición alcanza la pura vanidad y pretenciosidad en el caso particular de Branagh, que prácticamente construye la película como un monumento a sí mismo, a su presencia en pantalla y a sus parlamentos de corte shakesperiano. La cinta recibió más palos que una estera, no todos injustos, en buena parte desde sectores que desconocen en su totalidad la novela de Mary Shelley y las circunstancias y los contextos en los que se creó y solo saben del monstruo lo que han visto en las películas.
40º aniversario de La vida de Brian en La Torre de Babel, de Aragón Radio
Nueva entrega de mi sección en el programa La Torre de Babel, de Aragón Radio, la radio pública de Aragón, en este caso dedicada a celebrar el 40º aniversario de La vida de Brian, una de las mejores comedias cinematográficas de la historia.
Mis escenas favoritas: La vida de Brian (Monty Python’s Life of Brian, Terry Jones, 1979)
Las grandes comedias suelen ser bastante más que simples comedias. Es el caso de esta joya que casi siempre recuperamos por estas fechas, tan irreverente hacia el concepto de religión (no solo, ni siquiera en primer lugar, la católica) como hacia el modus operandi de cualquier corriente política. De lo más apropiada para estas fechas, tanto por lo que marca el calendario como por las coyunturas públicas.
Elemental, querido Holmes.
Texto publicado originalmente en Imán, revista de la Asociación Aragonesa de Escritores, en junio de 2016.
Rostros y rastros de Sherlock Holmes en la pantalla
“Mi nombre es Sherlock Holmes y mi negocio es saber las cosas que otras personas no saben”. Toda una declaración de principios o carta de presentación que define (aunque no del todo) al personaje literario más popular del arte cinematográfico. Y es que, junto a una figura histórica, Napoleón Bonaparte (cuyo busto es clave en una de las más recordadas aventuras holmesianas), y otra, el Jesús bíblico, que combina la doble naturaleza de su desconocida realidad histórica y su posterior construcción literaria, política, mítica y religiosa, el detective consultor creado por Arthur Conan Doyle –se dice que tomando como modelo al doctor Joseph Bell, precursor de la medicina forense y entusiasta defensor de la aplicación del método analítico y deductivo al ejercicio de su profesión, de quien Conan Doyle fue alumno en la Universidad de Edimburgo en 1877– completa el podio de los personajes que más títulos cinematográficos y televisivos han protagonizado en la historia del audiovisual, pero es el único de los tres con dimensión exclusivamente literaria.
El cine ha sido al mismo tiempo fiel e infiel a Conan Doyle a la hora de trasladar el universo holmesiano a la pantalla. Infiel, por ejemplo, en cuanto al retrato de la figura del doctor Watson, al que se representa habitualmente como poco diligente, despistado, torpe, ingenuo y en exceso amante de las faldas, de la buena comida y de la mejor bebida, cualidades que no parecen propias, y así queda demostrado en la obra de Conan Doyle, de un hombre que ha cursado una carrera meritoria, que se ha especializado en cirugía y ha sobrevivido como oficial del ejército a complicados escenarios militares como Afganistán, lugar de algunas de las más dolorosas y sangrientas derrotas del imperialismo británico. Un hombre muy culto, que ha leído a los clásicos, sensible a las artes, en especial a la música, que lleva un pormenorizado registro de los casos de su compañero y mantiene al día álbumes de recortes con las principales noticias que contienen los diarios. Un hombre que se ha casado y enviudado tres veces, que participa activamente y cada vez de manera más decisiva en las investigaciones de su colega, y que trata a Holmes con la misma ironía con que su amigo se refiere a él en todo momento. Tampoco el cine se ha mostrado especialmente afortunado al aceptar en demasiadas ocasiones esa reconocible estética de Holmes, ese vestuario tan característico que en ningún caso nace de la pluma de Conan Doyle: su cubrecabezas y su capa de Inverness provienen de una de las ediciones de El misterio del valle del Boscombe en la que el ilustrador Sidney Paget convirtió en gorra de cazador lo que el autor describía como una gorra de paño; respecto a su famosa pipa se le atribuyen dos modelos, una meerschaum o espuma de mar que no existió hasta bien entrado el siglo XX y una calabash utilizada por el actor William Gillette (junto con la lupa y el violín) en las versiones teatrales a partir de 1899, cuando lo cierto es que el Holmes de Conan Doyle posee al menos tres pipas para fumar su tabaco malo y seco, una de brezo, una de arcilla y otra de madera de cerezo.
En lo que el cine sí se ha esmerado ha sido en la elección de intérpretes que pudieran encarnar a un héroe tan atípico como Holmes, atractivo, contradictorio, cautivador e irritantemente egomaníaco. Un adicto al tabaco de la peor calidad (célebre su enciclopédico opúsculo literario que cataloga y distingue entre los diferentes tipos de ceniza existentes en función del cigarro o cigarrillo del que provienen) y a la droga en la que busca salvarse del aburrimiento de la monotonía. Un virtuoso del violín, con preferencia por los compositores germanos e italianos, un melómano que conoce los recovecos más oscuros de la historia de la música lo mismo que se especializa en el dominio de una antigua y enigmática modalidad de lucha japonesa, un arte marcial olvidado denominado bartitsu. Un ser que expone abiertamente una atrevida ignorancia sobre conocimientos generales al alcance de cualquiera pero capaz de alardear de erudición de la manera más pedante cuando lo posee el aguijón de la deducción, que se tumba indolente durante semanas o se embarca en una investigación sin comer ni dormir en varios días. Un individuo cerebral que relega al mínimo la importancia de los sentimientos pero que es dueño de una vida interior inabarcable, con un elevadísimo sentido de la moral, no siempre coincidente con el imperante, gracias al que puede aplicar su particular concepto de la justicia si encuentra que la ley, utilizada con propiedad, choca moralmente con él (si, por ejemplo, una mujer asesina al causante de su dolor o si un ladrón roba a otro ladrón que arrastra un delito mucho más censurable, como alguien que ha asesinado previamente para robar). Y, no obstante, un hombre que falla, que puede salir derrotado, en lucha continua contra sus límites, que llega tarde, que piensa despacio o al menos no siempre con la rapidez necesaria, y que también puede ser víctima del amor. Un héroe que sabe ser humilde, ponerse del lado de los más desfavorecidos, ganarse la confianza de la gente porque no ejerce los métodos autoritarios y amenazantes de la policía, que en el criminal ve el mal pero también un producto social, la pobreza y la carestía que gobierna la vida de la mayor parte de la población bajo la alfombra del falso esplendor victoriano, que da una oportunidad al arrepentimiento y a la redención de los delincuentes menores pero que no duda en resultar implacable conforme a su privada idea de justicia, incluso de manera letal si es preciso, cuando no hay opción para la recuperación de la senda de la rectitud. En resumen, un héroe profundamente humano, alejado de cualquier tipo de poder superior. Continuar leyendo «Elemental, querido Holmes.»
Música para una banda sonora vital: La vida de Brian (Life of Brian, Terry Jones, 1979)
En estas fechas tan señaladas, nos ponemos bíblicos…
Mis escenas favoritas: La vida de Brian (Monty Python’s Life of Brian, Terry Jones, 1979)
En homenaje a Terry Jones.
La vida de Brian: 30 aniversario
Se cumplen treinta años, que se dice pronto, de un accidente. Porque esta celebérrima comedia satírica e irreverente de los Monty Python (Graham Chapman, John Cleese, Terry Gilliam, Terry Jones, Michael Palin y Eric Idle), nació como una burla inocente y casual en respuesta a la curiosidad de un periodista inoportuno. Jesucristo: ansias de gloria se convirtió en La vida de Brian por la necesidad de evitar acusaciones de blasfemia o sacrilegio, pero sirvió para ganar en inteligencia y no perder un ápice de mordacidad. En todo caso, no impidió que las productoras británicas, a pesar del tirón popular del sexteto que garantizaba una suculenta taquilla, se desmarcaran de un proyecto que financió finalmente el ex-Beatle George Harrison y su productora HandMade Films.
Como toda comedia que se interne en el restringido reino de la excelencia, es una película muy seria aunque su forma no puede ser más desternillante. De entrada, es estúpido hablar de irreverencia. La fe, como la justicia y el amor, es a la vez ciega, y si hablamos de la fe cristiana oficial, es incluso paranoica (al menos en España). La película, lejos de obsequiar a los católicos con un lúcido y agudo ataque en exclusiva, es en cambio una denuncia general, no deja títere con cabeza, tira contra todos. Pero es que además, no carece de rigor en la construcción de época y manera de pensar, en el reflejo histórico del momento, reflejo que sirve además como vehículo de humor al ser contrastado con gags, chistes y bromas en clave actual.
Por si se da el improbable caso de que alguien no la haya visto, la trama, o más bien el pretexto para hora y media de descojone continuo, se centra en la figura de Brian, un muchacho nacido en Belén el mismo día y a la misma hora que Jesús (de Nazaret, y no de Belén, matiz curioso que daría para mucho pero que no es objeto de este artículo), en un establo dos casas más allá del escogido por José y María. Los Reyes Magos, que se equivocan de portal, son el primer indicio de lo que le aguarda a Brian en su vida, la suplantación, la asunción de un papel que no le corresponde. Hijo bastardo de un noble romano que violó a su madre (bueno, al principio sí la violó, luego…), ciudadano romano en la convulsa (como siempre) Palestina del siglo I, en la que grupúsculos radicales judíos conspiran contra el dominio romano, será considerado un nuevo Mesías al que seguidores de diferentes corrientes (la sandalia y la calabaza) no harán sino pedirle, cual Obama, milagros imposibles de cumplir, fieles por los que se inmolará involuntariamente en la cruz mientras todos lo abandonan, con los acordes de Always look on the bright side of life. Continuar leyendo «La vida de Brian: 30 aniversario»