Música para una banda sonora vital: El ángel (Vicente Escrivá, 1969)

En clara anticipación a la presumible gala televisiva de Nochebuena, y como no todo van a ser néctares y ambrosías en la vida, recuperamos la bizarra versión de La Bamba que perpetra Raphael en El ángel, por derecho propio uno de los mayores bodrios que ha parido el cine español en toda su historia.  La sinopsis no puede ser, de entrada, más disparatada: «El Ángel», interpretado por Raphael, es una eminencia científica especializada en células fotoeléctricas, pero también (¿quién dijo «encasillarse»?) el propietario de un club nocturno de moda en el que actúa como cantante. No obstante, el suicidio de una amiga lo conduce a entrar en un convento, lo que ocasiona, dada su popularidad, una gran conmoción mundial. Toma ya. Absoluto despropósito al mando de Vicente Escrivá, director conocido por sus películas de sensibilidad nacionalcatólica durante la dictadura franquista, solo comparable al bochorno que genera la secuencia en sí y que, una vez más compartimos aquí para contribuir a extender el caos en el planeta..

Música para una banda sonora vital: Murieron por encima de sus posibilidades (Isaki Lacuesta, 2014)

El reputado Isaki Lacuesta se marcó en 2014 este espantoso filme, intento de comedia enloquecida, con tan poca gracia como gratuidad en su discursiva verborrea pseudopolíticamente reivindicativa, que pretendía retratar, desde la declarada bufonada, la crueldad de nuestro sistema socioeconómico y la forma en que la crisis de 2008 se cebó con los estratos sociales más débiles. Cuesta creer que con un reparto tan abundante en nombres mediáticos (Raúl Arévalo, Julián Villagrán, Imanol Arias, Àlex Brendemühl, José Coronado, Eduard Fernández, Ariadna Gil, Bárbara Lennie, Sergi López, Carmen Machi, Ángela Molina, Albert Pla, Josep Maria Pou, Pau Riba, José Sacristán, Jaume Sisa, Emma Suárez, Luis Tosar, Jordi Vilches…), algunos de ellos ojitos derechos de la crítica y del cine español «oficial, pueda hacerse un bodrio de semejantes proporciones.

Lo mejor -lo único soportable, de hecho, además de algún cameo con cierta inspiración-, son los créditos iniciales animados, y la música que los acompaña, este clásico moderno de Astrud, Hay un hombre en España.

Diálogos de celuloide: Solos en la madrugada (José Luis Garci, 1978)

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Se van a acabar para siempre la nostalgia, el recuerdo de un pasado sórdido, la lástima por nosotros mismos. Se acabó la temporada que ha durado 38 hermosos años, estamos en 1977, somos adultos, a lo mejor un poquito contrahechos, pero adultos. Ya no tenemos papá. ¿Qué cosa, eh? Somos huérfanos gracias a Dios y estamos maravillosamente desamparados ante el mundo. Bueno, pues hay que enfrentarse al mundo y con esa cepa que nos da ese aire garboso. Tenemos que convencernos de que somos iguales a los otros seres que andan por ahí, por Francia, por Suecia, por Inglaterra. En septiembre ya no vamos a reunirnos solos en la madrugada para contarnos nuestras penas, para mirarnos el ombligo, para seguir siendo mártires, para sufrir. No, a partir de ahora y aunque sigamos siendo igual de minusválidos vamos a intentar luchar por lo que creemos que hay que luchar, por la libertad, por la felicidad. Hay que hacer algo, ¿no? Para alguna cosa tendrá que servir el cambio. Pues venga, vamos a cambiar de vida. A ti Rosi ¿Qué té pasa? Que tu vida con Andrés y los chicos no te gusta ¿no? Pues fuera, cada uno por su lado pero con dos ovarios como si fuésemos mayores. Y tú, Nacho, ¿qué? ¿No te ha tirado siempre lo otro? Pues venga, guerra, pero sin tapujos. Ponte peineta y a ello, pero con dignidad, con la cara bien alta, que no pasa nada. Vamos a ver Andrés, ¿tú no querías dejar esas contabilidades y vivir sólo con el sueldo? ¿Qué esperas? ¿Qué no puedes? Claro que puedes. Plántate, plántate con Hernández, con Gil, con Troncoso, plantáos y a pedir un sueldo digno, ya verás cómo se acojonan los de la planta noble, y a vivir como un ser humano y no como un robot, a vivir con tus hijos, a charlar con tu mujer. ¿O no? Hay que comprometerse con uno mismo, hay que tratar de ser uno mismo, hay que ir a las libertades personales. Margarita de mi vida, ya no me sirve eso que me dices siempre de que te pasas la vida metida en casa, de que Vicente no te saca. ¿Qué pasa? Quieres ir al cine y Vicente no quiere, pues vete al cine, fíjate que sencillo. Ese metro, ese autobús, me da una butaca y ya está, ya has visto a Paul Newman, que era lo que querías. Se ha terminado eso de ser víctimas de la vida, hay que vencer a la vida. Hay que tomar el mando en la cama. Si lo que quieres es un televisor en color, cómprate el más grande que encuentres porque es lo que quieres, no ahorres cuatro perras para dejarlas a los hijos, disfrutad de la vida vosotros porque es vuestra vida y porque además esas cuatro perras luego no van a ser nada. Hay que empezar a tratar de ser libres. Yo también quiero ser libre. No quiero tener que mentirme tanto. Sé que tengo que ser algo… A lo mejor escuchar, escuchar más a la gente o hacer un programa de radio para adultos, para hablar de las cosas de hoy porque no podemos pasar otros cuarenta años hablando de los cuarenta años. Ese viejo disco que vais a escuchar es el último de una melodía que no oiremos más. Yo os prometo que Ray Peterson, Raimundo Pérez si hubiese nacido en el Imperio, no volverá a decirle a Laura que la quiere porque es que Laura tiene treinta y cinco castañas, cinco hijos y está casada con uno de Arkansas y eso hay que afrontarlo. No soy político, ni sociólogo pero creo que lo que deberíamos hacer es darnos la libertad los unos a los otros, aunque sea una libertad condicional. Pues vamos, yo creo que sí podemos hacerlo, creo que sí. No debe preocuparnos si cuesta al principio porque lo importante es que al final habremos recuperado la convivencia, el amor, la ilusión. Pues no cabe duda, al vegetar estamos acabando. Vamos a vivir por algo nuevo. Vamos, vamos a cambiar la vida por nosotros. ¡¡Vamos!!

Guion de José Luis Garci y José María González Sinde.

Música para una banda sonora vital – Antón García Abril

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El aragonés (de Teruel) Antón García Abril es una figura fundamental en la música para cine y televisión en España. Esta faceta es posiblemente la menos importante en una carrera que atesora obras orquestales, música de cámara y obras vocales, una prolífica trayectoria que incluye la composición del Himno Oficial de Aragón por encargo de las Cortes aragonesas, pero seguramente es la que le ha proporcionado una mayor popularidad entre el gran públco. En su haber, casi dos centenares de títulos de películas y series de todo género, época y condición, entre ellas esos famosos dabadabas propios de las ligeras comedias de los años sesenta dirigidas por Pedro Lazaga, Sor Citroën (1967) y El turismo es un gran invento (1968) y sus inefables Buby girls

Probablemente (bueno, seguro) estas piezas no son una muestra representativa de la auténtica calidad de su trabajo. Para acercarse a la verdadera medida de su valía, nada mejor que escuchar al propio García Abril y quedarse con una de sus partituras más conocidas, una de esas que se inserta en el ADN de los españoles de cierta edad como parte de sus recuerdos, de su nostalgia, de propia vida. Tal es el poder de la música de los más grandes.

Mis escenas favoritas – Dos de Garci…

Para Francisco Machuca, escritor, cineasta, sabio, cronista…, por el placer de conversar, de charlar de cine, de libros, de la vida en torno a unos platos y unos vasos. Cualquiera de estas dos películas, cualquier filme de Garci, es puro Machuca.

Sesión continua (1984): Adolfo Marsillach y Jesús Puente dan vida a los personajes que Alfredo Landa y José Sacristán no quisieron interpretar por una extraña y un tanto ridícula lucha de egos (ninguno quiso ceder al otro el primer lugar en los créditos iniciales, y al final ambos se quedaron sin película). Como ya ha explicado José Luis Garci después, ambos se lamentaron con posterioridad de semejante metedura de pata por una tonta cuestión de orgullo.

Tiovivo c. 1950 (2004) es una obra maestra. El tiempo la colocará a la altura de otras grandes, grandísimas películas españolas que se cuentan entre lo mejor del cine europeo de todos los tiempos. Un fresco de la posguerra española sin maniqueísmos, sin discursos, sin toma de postura ideológica. Una película de reconciliación, sobre el perdón y la no conveniencia del olvido, pero también de la necesidad de seguir adelante, de construir el futuro, de seguir en pie. «Antes sí que era antes»…

Mis escenas favoritas – La colmena

La colmena no es otra cosa que un pálido reflejo, que una humilde sombra cotidiana, áspera, entrañable y dolorosa realidad. Un trozo de vida narrado sin reticencias, sin extrañas tragedias, sin caridad, como la vida discurre, exactamente como la vida discurre. Queramos o no queramos. La vida es lo que vive, en nosotros o fuera de nosotros; nosotros no somos más que su vehículo, su excipiente como dicen los boticarios (prólogo de Camilo José Cela a la primera edición de La colmena).

Aprovechamos la escena final de La colmena, dirigida por Mario Camus en 1982, para invitar a nuestros queridos escalones a la tercera sesión del ciclo:

LIBROS FILMADOS. Organizado por la Asociación Aragonesa de Escritores y FNAC Zaragoza-Plaza de España.

3ª sesión. Martes 30 de marzo de 2010: La colmena.

18:00 h.: Proyección
20:00 h.: Coloquio con Miguel Ángel Yusta, Estela Alcay y un servidor.

Ejemplar adaptación a la pantalla de una obra literaria compleja, se trata de un excelente filme coral con un reparto inigualable que obtuvo el Oso de Oro en el Festival de Berlín, ocho premios del Círculo de Escritores Cinematográficos y cuatro premios de la Asociación de la Crítica Extranjera de Nueva York.

La tienda de los horrores – La vida sin Grace

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Hay una película española de 1986, escrita, dirigida y protagonizada por José Sacristán, que se titula Cara de acelga. Pues bien, John Cusack, como puede verse en la foto, en este pretenciosamente lacrimógeno drama sentimental, bate el récord Guinness de consecución y mantenimiento del mismo susodicho especimen de careto facial durante los noventa minutos de dramón que suponen esta película dirigida por James C. Strouse en 2007. Si sólo se tratara de una película pastelosamente sentimentaloide ni siquiera hubiéramos considerado introducirla en esta «ilustre» sección, pero como el drama parte de la muerte de una madre de familia, y además miembro de los marines, en la guerra de Iraq, resulta que el devenir de la historia pasa de ser un cúmulo de almíbar y lágrimas a una cinta asquerosamente propagandística, sentimentalmente pornográfica y vulgarmente superficial.

Pues nada, que Stanley (John Cusack) es el encargado de una tienda (absolutamente risible la escena de inicio con todos los empleados haciendo «piña» para hacer el mejor día de ventas posible) que está casado con una marine destacada en Iraq, con la que ha tenido dos hijas que tienen 13 y 9 años. Vivían en su país de Jauja particular, el del sueño americano, con su trabajo, su seguro médico, su casita de planta y piso con jardín y entrada asfaltada hasta el garaje, sin problemas, plácidamente, como reyes, hasta que un día, por culpa de los de la chilaba, la mujer tuvo que sumarse a las gloriosas fuerzas de la coalición internacional para defender la libertad y la democracia ante los bárbaros que la amenazaban. Tan heroico sacrificio es asumido por Stan con la austera resignación de un buen padre de familia y de mejor patriota, y mientras ella está fuera, él se ocupa de las niñas. Problema: que un día dos tipos de uniforme se plantifican en casa de Stan para decirle que Grace ha muerto en combate. Claro, al amigo Stan se le queda un careto que ya no se le va en hora y media… La cuestión, y el absurdo, empiezan cuando, en vez de decírselo a sus hijas, decide llevárselas a un parque temático de Florida para que se lo pasen teta y así, cuando les cuente el desaguisado, pues que no se lo tomen tan mal. Inteligentísima medida, por cierto, tiren los manuales de psiquiatría y/o psicología infantil por el retrete… Continuar leyendo «La tienda de los horrores – La vida sin Grace»

Drama sentimental en la Transición: Asignatura pendiente

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Personalmente uno está muy cansado de que José Luis Garci, uno de los mejores directores de cine de España, un cineasta como la copa de un pino, un experto de primera clase, un apasionado, un estudioso y un aficionado de primera categoría, sea objeto de bromas manidas, chistes fáciles, tópicos absurdos y demás verborrea pretendidamente humorística. Más si cabe, cuando a la par un montón de indocumentados y los medios de comunicación informativo-propagandísticos alaban sin pensárselo dos veces a directorcillos recién salidos de la escuela (los más grandes jamás fueron a escuela de cine alguna, pero eran tremendamente cultos y poseían formación amplia y variada; no se trata de descalificar a los estudiantes de las escuelas de cine, al contrario, son el futuro y la esperanza del medio; se trata de sugerir que con la formación teórica y técnica no es suficiente, que hay que mirar más allá, sacar el ojo del visor), que no han demostrado nada y cuya fama se está labrando a golpe de imitación del cine made in Hollywood, mientras que los cineastas de verdad, los que atesoran kilates de experiencia y de buen hacer, mendigan por un productor que financie nuevos proyectos o rumian su retiro en silencio y olvidados por todos. Este repulsivo panorama pretende hacer leña y objeto de mofa a quienes, como Garci, todavía se empeñan por rodar cine y no se dejan arrastrar por las modas hollywoodienses (al menos no por las actuales) ni por la estética del videoclip para contarnos en plan castizo las mismas historias de terror previsible o las mismas comedias de adultos que se comportan como niños que los americanos llevan contándonos tres décadas. Nos guste más o menos su obra, el cine español tiene categoría y reconocimiento mundiales gracias a cineastas como Garci, Borau, Saura, Erice y muchos otros, mientras que los Bayona, Balagueró y compañía pueden suponer éxito, pero nada más (y nada menos).

Y el debut de Garci, uno de esos «westerns de sentimientos» de los que habla a menudo, fue esta película de 1977 que debería ser de visionado obligatorio para todos aquellos inconscientes que, como un servidor, nacieron durante aquellos años, sobre todo para los que piensan que la vida empezó con Naranjito y que la comida y las comodidades caen del cielo. En su primera película, Garci nos revela ya cuáles son sus gustos, sus manías y sus temas favoritos: la nostalgia y la memoria sentimental, la música y el cine de otro tiempo como puerta de entrada a los recuerdos, a las oportunidades perdidas, a los azares que nos sonrieron o nos dieron la espalda, como individuos y también, en este caso, como país y como pueblo. A través del idilio adúltero de José (José Sacristán) y Elena (Fiorella Faltoyano) no sólo nos introduce en el drama de una pareja de enamorados que se conocieron a destiempo, sino que nos pone en bandeja una lección de historia, nos sumerge en nuestro pasado más reciente y nos ofrece un canto a la esperanza de un futuro que por aquel entonces (y me atrevo a decir, tampoco ahora) estaba tan claro. De este modo, la asignatura pendiente del título no se refiere sólo a una pareja que aprovecha la edad adulta para dar rienda suelta a su reprimido amor adolescente, sino que nos recuerda la necesidad de un país al completo por superar sus prejuicios, sus malos hábitos, los defectos que lo llevaron a la casi total autodestrucción a través del peor pecado: la guerra civil.

Corre el año 1977 y junto con los constantes rumores de involucionismo por parte de los militares y la derecha más reaccionaria convive la esperanza puesta en las inminentes primeras elecciones democráticas desde la Segunda República. El clima en las calles está agitado, los coches de propaganda electoral circulan constantemente lanzando octavillas, con las banderas de los partidos y los altavoces coreando eslóganes y canciones (lamentables, dicho sea de paso). En una de esas calles de un Madrid convulso que intentaba salir de las tinieblas, José para su SEAT cuando ve a Elena, su antiguo amor de adolescencia, convertida en una mujer madura. La reconoce y se detiene en doble fila a saludarla: el puente hacia el pasado se convierte además en una opción de futuro. La nostalgia, los recuerdos del amor inocente de paseos por la carretera, de atardeceres en la sierra y de verbenas en las fiestas del pueblo, de besos y caricias reprimidos, invitan a aprovechar la incipiente bocanada de libertad para recuperar aquellos días e intentar sacar a la luz todo lo que se quedó en el tintero del amor y del sexo, sobre todo del sexo. Así, José y Elena inician una nueva vida juntos, una relación adúltera en la que buscan recuperar el tiempo perdido, las sensaciones olvidadas o aún no descubiertas. Continuar leyendo «Drama sentimental en la Transición: Asignatura pendiente»