Cine y monarquía británica en La Torre de Babel de Aragón Radio

Como resaca de los fastos por el funeral de Isabel II de Inglaterra y anticipo de la ceremonia de coronación de Carlos III, un repaso por el retrato que el cine, sobre todo británico y norteamericano, ha hecho de las principales figuras de la monarquía británica a lo largo de los siglos. Historia, grandes interpretaciones, buenos textos, elencos de lujo y el despliegue habitual de dirección artística propio del cine británico son las señas características de las películas que han reflejado los avatares históricos de sus monarcas más populares.

Mis escenas favoritas: Adivina quién viene esta noche (Guess Who’s Coming to Dinner, Stanley Kramer, 1967)

Monólogo final de esta película que, como era corriente en la filmografía de Stanley Kramer, tocaba un tema socialmente candente en la vida norteamericana del momento, en este caso, la lucha por los derechos civiles de la población negra de los Estados Unidos. Conmovedor alegato, tanto por el contenido como por la intensa interpretación de Spencer Tracy en su última aparición en la pantalla, que hace que determinadas expresiones, unidas a determinadas miradas, adquieran altas cotas de emoción no solo cinematográfica.

De cine y literatura, de elefantes y de surf

GRANDES AMORES, GRANDES PASIONES: DEBORAH KERR Y PETER VIERTEL

Las de su salón eran, en expresión de Billy Wilder, las mejores butacas de California. John Huston, citado por el Comité de Actividades Antiamericanas durante la época macarthista para ser interrogado, entre otras cosas, respecto a lo que allí ocurría, declaró que se trataba de una de las personas más hospitalarias y generosas que había conocido.

El hogar de Salomea Steuermann, Salka Viertel, en el 165 de Mabery Road, Santa Mónica, fue centro de acogida y encuentro de exiliados europeos, gente del cine e intelectuales de paso por Hollywood durante el ascenso del nazismo y la Segunda Guerra Mundial, algo así como lo que la mansión de Charles Chaplin (The House of Spain, en palabras de Scott Fitzgerald) supuso para los españoles que acudieron a la llamada de los grandes estudios para rodar talkies (las versiones de las películas en otros idiomas, práctica previa a la instauración del doblaje). Greta Garbo, Marlene Dietrich, Thomas Mann, Bertolt Brecht, Aldous Huxley, André Malraux, Sergei M. Eisenstein, Billy Wilder, Sam Spiegel, Christopher Isherwood, Irwin Shaw, John Huston, James Agee, Katharine Hepburn, Norman Mailer… Todos ellos frecuentaron las tertulias dominicales en casa de los Viertel y se deshicieron en elogios cantando las alabanzas de su anfitriona, auténtica alma máter de aquella burbuja cultural surgida junto a las soleadas playas californianas.

Berthold y Salka Viertel se instalaron en Hollywood atraídos nada menos que por B. P. Schulberg, entonces dueño de la Paramount, padre de Budd Schulberg, periodista y escritor célebre por ser autor del reportaje y la novela que dieron origen a La ley del silencio (Elia Kazan, 1954) y por ser la última persona que estuvo a solas con Robert Kennedy antes de su asesinato en 1968, y cuñado del agente de actores e intérprete Sam Jaffe, conocido por sus personajes en Gunga Din (George Stevens, 1939) o La jungla de asfalto (John Huston, 1950). Los Viertel formaron parte aquella oleada de profesionales y de intelectuales centroeuropeos que irrumpió en Hollywood en aquellos años, que tanto harían por el cine americano y que tan decisivos resultarían en el tránsito del mudo al sonoro. Ambos eran oriundos del Imperio austrohúngaro y pertenecientes al mundo de la cultura, la literatura, el teatro y el cine, Berthold como poeta y director cinematográfico y teatral, y Salka como actriz y guionista. Hija de un abogado judío, crecida en un ambiente acomodado, políglota y culto, Salka Steuermann comenzó su carrera de actriz a los 21 años, en 1910, y en Berlín, Viena, Dresde o Praga se codeó con Max Reinhardt, Bertolt Brecht, Oskar Kokoschka, Rainer Maria Rilke, Franz Kafka o su futuro marido, Berthold Viertel. Tras su llegada a Hollywood en 1928, Berthold trabajó para Paramount, Fox y Warner Bros. adaptando para el público alemán películas en lengua inglesa y colaborando con el maestro F. W. Murnau en los guiones de algunos de sus proyectos en América, como Los cuatro diablos (1928) y El pan nuestro de cada día (1930), antes de iniciar su propia carrera en Hollywood como director con un puñado de películas de las que la más estimables son las últimas, producidas en el Reino Unido, en especial Rhodes el conquistador (1936), epopeya protagonizada por Walter Huston (padre del guionista y director John Huston) sobre el famoso colonizador de África del Sur. Por su parte, Salka Viertel coescribió varios guiones y actuó en algunas películas (en general, talkies para el público alemán) como Anna Christie, adaptación de la obra de Eugene O’Neill en la que intervino junto a Greta Garbo. Precisamente, en 1931 fue Salka Viertel quien le presentó a Garbo a la escritora Mercedes de Acosta, con la que mantuvo una larga y accidentada relación sentimental. Continuar leyendo «De cine y literatura, de elefantes y de surf»

Mis escenas favoritas: La fiera de mi niña (Bringing up, Baby, Howard Hawks, 1938)

Muy a menudo, la comedia romántica de enredo funciona como metáfora de un tema intocable para el Hollywood de la época dorada: la lucha de clases. Esto sucede en todas las screwball comedies que emparejan a una joven y rica heredera con alguien pobre y pusilánime. Uno de los mejores ejemplos, aunque ni mucho menos el único, es esta estupenda y divertidísima comedia de Howard Hawks, uno de los grandes maestros del género (y de los géneros, en realidad).

Diálogos de celuloide – El estado de la Unión (State of the Union, Frank Capra, 1948)

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La Casa Blanca, la Casa Blanca, qué conmovedor… Imagínese: todos los presidentes desde John Adams han ocupado ese noble edificio.

– Hay que pintarlo.

– ¿Pero qué está diciendo?

– Que necesita pintura.

– ¿Necesita pintura? Oh, amigo, eso sería un verdadero sacrilegio. ¿Qué colores añadiría a una auténtica puesta de sol, al frío y verde mar o al azul del firmamento? ¿Necesita maquillaje la Estatua de la Libertad? ¿Sabe usted, amigo mío, quién vive en esa histórica mansión?

– Sí. El espíritu de todos aquellos que lucharon por la dignidad humana: Moisés, Buda, Confucio, San Juan, San Pablo, San Francisco, San Agustín, Roger Bacon, Juana de Arco, Martín Lutero, Platón, Homero, Dante, Shakespeare, Miguel Ángel, Pasteur, Newton, Galileo, Edison, Washington, Milton, Jefferson, Lincoln, Roosevelt, Garibaldi, y miles y miles de nombres… Los mártires, los santos y los poetas, civilizaciones pasadas y presentes, el Hombre y toda la historia de su discutida evolución, Einstein y su angustiosa búsqueda de Dios, todos ellos viven en esa noble mansión pero yo insisto en que necesita pintura.

– Señor, ¿puedo invitarle a un vaso de cerveza?

– Una buena idea.

State of the Union. Frank Capra (1948).

Cine en fotos – John Huston, ‘A libro abierto’

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Al principio, cuando estábamos todavía unos pocos en la selva, no habíamos establecido nuestro servicio de intendencia, así que contratamos a un cazador negro para que nos llenara el puchero. Yo salí a cazar con él varias veces. Sólo tenía un rifle de avancarga y no podía dar en el blanco a menos que estuviera prácticamente encima de la pieza. La caza era escasa y yo me preguntaba cómo demonios se las arreglaba el tipo para abastecernos de suficiente carne para el puchero que estaba encima del fuego. El guiso consistía en una especie indiscriminada de estofado compuesto de mono, cerdo de la selva, ciervo y quién sabe qué. Finalmente, alguien lo supo… Una tarde llegó al campamento un grupo de soldados y arrestó a nuestro cazador negro. No nos dijeron por qué. Pero más tarde supimos que algunos habitantes de la aldea próxima habían desaparecido misteriosamente. Parecer ser que, cuando nuestro cazador no encontraba animales para nuestro puchero, conseguía la carne de manera más sencilla. Debo reconocer que yo no notaba la diferencia de sabor. El cazador negro fue ejecutado unos días después, antes de que llegara la mayor parte del equipo. Sólo unos pocos tuvimos el privilegio de una alimentación tan exquisita.

John Huston, A libro abierto (Memorias), Espasa-Calpe, Madrid, 1986.

Michael Caine se pasea por España: Angustia mortal (Deadfall, Bryan Forbes, 1968)

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Esta película atesora en sus 120 minutos un montón de rarezas y, aunque algunas de ellas sólo pueden ser estimadas en buena medida por el espectador español, vale la pena detenerse en ella a pesar de que no se trata de una gran película, ni siquiera de una buena película. De entrada, el título original, ese Deadfall que casi emula las sofisticadas superproducciones de aire cosmopolita de la saga de James Bond (estamos en 1968, y además la música de la cinta también es de John Barry) pero que es mucho mejor que el título español, Angustia mortal, que remite directamente a los telefilmes baratos de sobremesa que los canales televisivos españoles insisten en programar en contra de toda noción mínima de buen gusto o calidad artística. En segundo lugar, su director, Bryan Forbes, que no atesora ni mucho menos una gran carrera pero cuya nómina de títulos, extraña de por sí, que incluye adaptaciones de Cenicienta, cintas de acción, cine familiar e incluso cosas absolutamente rocambolescas como La loca de Chaillot (The madwoman of Chaillot, 1969), con Katharine Hepburn, Paul Henreid, Oskar Homolka, Yul Brynner, Richard Chamberlain, John Gavin y Donald Pleasence. Y por último, el aspecto más curioso y la razón por la que la hemos traído aquí, su escenario, que no es otro que España. Pero una aproximación a España muy especial.

La primera secuencia nos mete de lleno ya en esa aproximación: una playa, un cadáver y, junto a él, de pie, un «gris», un agente de la antigua Policía Armada. A continuación, un puñado de caras en las que reconocemos a actores de reparto y a figurantes habituales en cintas españolas. Y para concluir, vehículos policiales, de atención sanitaria y de servicios públicos de los utilizados en aquella década, alguno de ellos con el distintivo del Ayuntamiento de Manacor. De ahí saltamos a una residencia psiquiátrica, en la que un tipo llamado Henry Clarke (Michael Caine), ladrón de guante blanco, se halla de cura de reposo, entre otros, junto a un tipo, un millonario llamado Salinas, al que visita el policía que ha asistido al levantamiento del cadáver. De su retiro vacacional, Clarke es rescatado por una hermosa mujer Fe Moreau (Giovanna Ralli), que le hace un encargo de parte de su marido, Richard Moreau (Eric Portman), que resulta tener negocios y chanchullos varios con el tal Salinas. En concreto, los Moreau quieren que Clarke les ayude a cometer un robo en la propiedad de Salinas, si bien antes quieren probar su eficacia con un golpe previo en la mansión de una rica familia acomodada.

La película transita, con ritmo entrecortado y a ratos moroso, por una doble vía: en primer lugar, los preparativos para esos golpes y las negociaciones para encontrar a alguien que coloque el botín (diamantes), y, por otro lado pero de manera indefectiblemente unido al primero, las relaciones a tres bandas entre Richard, Fe y Clarke, que no terminan de incardinarse del todo en el habitual triángulo amoroso insertado dentro de una lucha de egos, astucias y sentimientos debido a una característica personal de Richard: es homosexual. Precisamente, la aparente frustración de Fe, atrapada en un matrimonio alimenticio (están forrados) pero insatisfactorio en lo «físico», es uno de los alicientes que llevan a los tres a aceptar una situación de hecho un tanto incómoda para el resto de los mortales. Esta relación a tres bandas se pondrá a prueba con un descubrimiento final que cambiará súbitamente el panorama, y que conllevará a un desenlace dramático. Pero antes de eso, cabe hablar de las secuencias de los golpes: la primera, tiene lugar mientras los dueños de la casa asisten a un concierto de guitarra clásica en un gran teatro; Caine y Richard asaltan la casona, de manera, por cierto, que navega entre la torpeza involuntariamente cómica y el «alucinatorio» salto a lo Matrix de Caine entre dos ventanas de paredes perpendiculares. El asalto definitivo a la propiedad de Salinas está narrado todavía con mayor torpeza, y en él es fundamental el figurante que interpreta a un guarda forestal (con su correcto uniforme de entonces, escopeta de dos tiros incluida), cuyo papel será esencial como parte de esa pesimista conclusión del filme. Pero, más allá de detalles narrativos, muchos de ellos previsibles, otros mal tratados y otros realmente poco habituales (como es la plasmación explícita en imagen de los flirteos de Richard con algún que otro jovenzano atlético y bien parecido, por ejemplo, en la terraza del bar de un parque madrileño), el verdadero interés para el público español puede estar en la visión del país que ofrece la película. Continuar leyendo «Michael Caine se pasea por España: Angustia mortal (Deadfall, Bryan Forbes, 1968)»

Cazador blanco, corazón negro (Clint Eastwood, 1990) en Libros Filmados

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Para resarcirse del rencor incubado y del sufrimiento padecido durante el rodaje de La reina de África (John Huston, 1950), el guionista Peter Viertel escribió la novela Cazador blanco, corazón negro, en la que narraba sus experiencias en Uganda, Kenia y Congo junto a Huston, el productor Sam Spiegel, la pareja Bogart-Bacall y Katharine Hepburn, entre otros miembros del equipo, además de lugareños y residentes locales, y que con el tiempo se ha convertido en una de las novelas clásicas tanto sobre el mundo de Hollywood como acerca del colonialismo y la pervivencia del racismo en África en los años cuarenta-cincuenta.

La biografía de Peter Viertel es apasionante. Crecido en el hogar californiano de una pareja de refugiados alemanes, referencia para toda la intelectualidad de habla germana residente o de paso en Estados Unidos (Thomas Mann, Bertolt Brecht, Billy Wilder, entre muchísimos otros), novelista vocacional, escribió guiones para costear sus proyectos literarios, entre otros, para John Huston, Alfred Hitchcock, Henry King, John Sturges o Clint Eastwood. Durante la Segunda Guerra Mundial, y gracias a su dominio del alemán, trabajó para la O.S.S., la agencia de inteligencia antecesora de la C.I.A. Enamorado de España desde entonces, vivió durante décadas en Marbella junto a su esposa, la actriz Deborah Kerr (ambos fallecieron en 2007, con apenas unos días de diferencia), y trabó amistad con cineastas y guionistas españoles como José Luis Garci o Juan Cobos.

Vidas de película – John Gavin

Este guaperas es John Anthony Golenor, conocido para el cine como John Gavin, californiano nacido en 1928, y esposo de la también actriz Constance Towers. Pero no se limita a ser otro busto parlante que haga poses ante la cámara, porque John Gavin es también un cerebrito. Experto en Historia Económica de Hispanoamérica, ex profesor de la Universidad de Stanford y ex miembro de la marina de los Estados Unidos, en los años 80 fue nada menos que embajador de su país en México, lugar de nacimiento de su madre (su padre era irlandés), por lo que domina el español a la perfección.

Su carrera no es demasiado extensa porque siempre la intercaló con sus estudios y sus ocupaciones intelectuales y académicas, además de con la participación en algunas series televisivas durante los años sesenta (los rodajes en los platós de televisión le resultaban más compatibles con su agenda académica que los viajes y los compromisos de sus proyectos cinematográficos), pero atesora un buen puñado de títulos notables, por ejemplo, la dupla con Douglas Sirk, Tiempo de amar, tiempo de morir (A time to love and a time to die, 1958) y el remake Imitación a la vida (Imitation of life, 1959), que pasa por ser uno de los mejores melodramas de la historia del cine, aunque un poco pesadito y tontito para quien escribe.

Además de algún papel en películas menores con Katharine Hepburn o Julie Andrews, lo más sobresaliente de John Gavin en los sesenta fue su aparición, pecho-lobo de por medio, en Psicosis (Psycho, Alfred Hitchcock, 1960) y como un joven Julio César, protegido de Graco (Charles Laughton), en Espartaco (Spartacus, Stanley Kubrick, 1960). Tras varios años retirado de la pantalla, protagonizó en México Pedro Páramo (1967), adaptación de la obra de Juan Rulfo, y después cambió definitivamente el cine por su otra profesión, la de diplomático en la tierra de su madre.

Mis escenas favoritas – El león en invierno

Los créditos iniciales de El león en invierno (The lion in Winter, Anthony Harvey, 1968) captan a la perfección la inquietante y oscura atmósfera del alto medievo, de una época sumida en las tinieblas de la superstición, el dogma religioso, la subordinación a un Dios cruel y tenebroso, las guerras, las pestes y el temor al fin del mundo.

Poco que ver con la propia película, una luminosa y colorista intriga política en torno a la cumbre que Enrique II Plantagenet (Peter O’Toole) y el rey Felipe de Francia (Timothy Dalton) celebran en la Navidad de 1183 para negociar las condiciones del acceso al trono del futuro rey inglés tras la muerte del heredero legítimo, el joven Enrique, el verano anterior. A la cita se suman la esposa de Enrique II, Leonor de Aquitania (excelente Katharine Hepburn), encarcelada por haber incitado a los tres hijos del rey, el maquinador Geoffrey, el sucio y pusilánime John (futuro Juan Sin Tierra) y el fuerte y belicoso Richard (futuro Ricardo Corazón de León, interpretado por Anthony Hopkins) a rebelarse contra su padre.

La película, escrita por James Goldman a partir de su propia obra de teatro, recoge los rencores, las miserias, los odios, los recelos, las animadversiones, los complejos, las maniobras políticas, los chantajes personales, emocionales, sexuales y de cualquier otra clase, que sacuden a todos durante la reunión. Así las cosas, quizá la música de John Barry y los títulos pierden parte de su efectividad como imagen icónica de la etapa más lúgubre de la Edad Media, pero acompañan adecuadamente la grandeza de un filme cuyo magnífico texto, profuso, lleno de matices, recovecos e ironías, viene estupendamente acompañado de unas interpretaciones sobresalientes, siendo muy superior el conjunto a la versión televisiva de 2003 con Patrick Stewart y Glenn Close.