Llora Irlanda: La hija de Ryan (Ryan’s daughter, David Lean, 1970)

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A menudo se dice del gran maestro británico David Lean que pocos directores han logrado como él conjugar poéticamente la majestuosidad de los amplios y hermosos exteriores de muchas de sus superproducciones con la introspección, la sensibilidad y el lenguaje emocional de los rostros y, sobre todo, de los silencios de sus protagonistas. Es decir, su mágica fórmula para combinar lo épico y lo íntimo. Esto, que es una verdad incuestionable, y que conforma uno de los rasgos distintivos, y también más apreciables, de su cine, no hace menos cierta otra cualidad fundamental de las películas de Lean: la capacidad de sus historias para, partiendo de una clave particular, del drama de unos personajes concretos, erigirse en altavoz, en símbolo, en metáfora, prácticamente en resumen, de una situación (política, social, económica, cultural, etc.) de conjunto directamente relacionada con el contexto histórico en el que sitúa sus narraciones. Una vez más sucede así en La hija de Ryan (Ryan’s daughter, 1970), la bellísima y triste historia del matrimonio Shaughnessy, que no deja de ser en cierto modo una traslación melodramática de la bellísima y triste idiosincrasia de Irlanda.

Durante la Primera Guerra Mundial, los ecos de los recientes acontecimientos derivados del alzamiento de Pascua de 1916 sacuden la isla. Charles Shaughnessy (Robert Mitchum, impecable como acostumbra), un maduro maestro de escuela que ha enviudado hace ya algunos años, retorna a su aldea desde Dublín y Rosy (Sarah Miles, nominada al Óscar por su interpretación), antigua alumna suya, una joven impulsiva, caprichosa, algo ilusa y extravagante, enamorada de él, logra seducirle y casarse con él. La vida matrimonial, no obstante, no parece traerle todo el romanticismo que ella suponía a la situación, y Rosy encuentra en Randolph Doryan (Christopher Jones), nuevo comandante de la guarnición británica, la pasión que Charles no le proporciona. Quieren las circunstancias que Rosy sea hija del tabernero del pueblo, el Ryan que da nombre a la película (Leo McKern), patriota irlandés que presume de contactos y vivencias en la lucha contra los británicos que, sin embargo, actúa como confidente de estos en los días que uno de los sublevados más activos y buscados por los ocupantes, Tim O’Leary (Barry Foster), anda por la zona preparando el desembarco de armas y pertrechos enviados por Alemania para conseguir que estalle una rebelión en Irlanda y forzar a los británicos a luchar en un segundo frente. El panorama vital del lugar lo completan el padre Collins (inmenso Trevor Howard) y el pobre Michael (John Mills, premiado con el Óscar), que padece un retraso mental además de varias malformaciones que despiertan el rechazo, cuando no las burlas, de los vecinos, y del que el padre Collins se erige en protector.

Con estos parámetros, David Lean dibuja, en un pueblo de una calle construido para la ocasión, un pequeño mosaico de lo que implica el conflicto irlandés, su dualidad frente al fenómeno de la ocupación británica y también de sus dobleces morales, religiosas, identitarias, pero sobre todo de su ansia por lograr la independencia, de conseguir que los británicos se marchen a casa (a este respecto, se trata, recordamos, de una superproducción británica). Rosy constituye así el centro de un cuadrado cuyos lados son la educación, el progreso y la cultura (Charles), la secular ocupación británica (Doryan), la tradición católica (el padre Collins) y una figura paternal que se mueve entre dos aguas, que encarna la fidelidad y la traición (Ryan), en lo que parece ser una lectura simbólica de la historia irlandesa. Continuar leyendo «Llora Irlanda: La hija de Ryan (Ryan’s daughter, David Lean, 1970)»

Crónica de un rodaje accidentado: La hija de Ryan, de David Lean (1970)

Gracias al indispensable blog irlandés-aragonés Innisfree, hemos llegado a este estupendo artículo de Marcos Ordóñez, publicado en el blog de El País Bulevares periféricos que recoge las impresiones de Perico Vidal, ayudande de dirección de David Lean durante el rodaje de La hija de Ryan, su incomprendida pero cautivadora epopeya irlandesa. La aventura no tiene desperdicio.

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En marzo de 1969 comenzó el rodaje de La hija de Ryan en la península de Dingle, en County Kerry, frente a la costa atlántica de Irlanda, y duró un año o más. Fui feliz con Susan, fui feliz por mi amistad con Lean y por la confianza que había depositado de nuevo en mí, y fui muy, muy feliz cuando nació Alana, mi hija, en noviembre de aquel año, pero no fue un rodaje feliz para mí. Con una excepción: conocí a Robert Mitchum, uno de los tipos más extraordinarios y maravillosos con los que he tenido la suerte de cruzarme.
Buena parte del equipo nos instalamos en County Kerry, en casas particulares o en los dos únicos hoteles que había entonces, el Skelling y el Mill House. Sarah Miles y Robert Bolt alquilaron una preciosa casa llamada Fermoyle House; Mitchum tenía otra, igualmente espléndida, cuyo nombre no recuerdo.

La gente de Dingle estaba encantadísima con nuestra llegada, porque significaba dinero por primera vez en mucho tiempo, y se desvivieron por nosotros. Roy Walker y Eddie Fowlie, al frente de una brigada de doscientos obreros, levantaron un pueblo imaginario, Kirrary, en una colina de la zona de Dunquin. Me recordó al trabajo de Doctor Zhivago, con la diferencia de que esta vez las tiendas, la iglesia, el pub o la escuela no eran de madera sino de piedra, construidas a la manera de principios del diecinueve. ¿Problemas en el rodaje? Todos los que quieras y veintisiete más de propina. Para empezar, Lean intentó filmar la historia cronológicamente, y el clima irlandés decidió no ajustarse al plan. Luego hubo incontables problemas actorales. Problemas de Lean con Christopher Jones, y de Sarah Miles con Christopher Jones, y de Christopher Jones con Christopher Jones. Problemas de John Mills con este y con el otro (el otro era yo). Problemas de Trevor Howard con todo el mundo. Problemas míos con buena parte del equipo inglés: ahora yo mandaba mucho, como jamás había mandado, y a unos cuantos no les hacía maldita gracia que les diera órdenes un español. Me recibieron de uñas y me montaron una guerra continua. Guerra de zapa, de decir que sí y que vale y hacer lo contrario o no hacerlo. Tuve la suerte de que allí tenía varios amigos fidelísimos, con Ernie Day, el gran operador, a la cabeza. Y Lean, por encima de todo, claro. Continuar leyendo «Crónica de un rodaje accidentado: La hija de Ryan, de David Lean (1970)»

Un espíritu burlón, de David Lean

Cartel cedido por Marta Navarro, mantenedora del sublime blog Entrenómadas, absolutamente recomendable.

El pasado mes de marzo se cumplieron cien años del nacimiento de David Lean, cineasta británico superlativo, consagrado maestro en la puesta en imágenes de la épica, la epopeya y la aventura, autor de filmes de leyenda, de obras maestras indiscutibles y que han ocupado no poco espacio en la memoria colectiva. ¿Quién no evoca con facilidad, con los ojos cerrados, a Peter O’Toole túnica blanca al viento danzando majestuosamente sobre el techo de un tren en medio del desierto? ¿Quién no es capaz de recrear en su cabeza un desfile de prisioneros británicos silbando al unísono camino de su campo de internamiento japonés en las selvas de Thailandia? ¿Quién no podría retratar fielmente la carga de la caballería rusa sobre los manifestantes que piden pan en las calles de Moscú mientras los opulentos burgueses cenan en sus clubes privados? ¿O las muecas extrañas de John Mills y el rostro duro de Robert Mitchum en La hija de Ryan? El cine de David Lean es uno de los más reconocibles de todos los tiempos, pero en su limitada filmografía (apenas una docena y media de filmes), son muchas más las obras maestras: Breve encuentro, Cadenas rotas, Pasaje a la India, su última película, ya en 1984… Incluso su proyecto inacabado, Nostromo, basado en la obra de Joseph Conrad.

Y entre su filmografía menor, destaca esta pequeña joya de la comedia, uno de los mayores hitos de la comedia británica de todos los tiempos, realizada antes de su magistral Breve encuentro. Tanto en ésta como en Un espíritu burlón (y en su obra anterior, This happy breed), David Lean se apoya en textos teatrales del gran dramaturgo Noel Coward (en este caso una obra escrita durante una semana de vacaciones del autor en Gales), exitosamente representados durante mucho tiempo en el West End londinense. Un espíritu burlón es una comedia hilarante en la que el ingenio y los diálogos chispeantes, agudos e irónicos campan a sus anchas. La película, cuyo título proviene de un poema del autor romántico Percy Bhysse Shelley, cuenta la historia de Charles (Rex Harrison), un novelista con cierto prestigio que planea casarse en segundas nupcias con la bella Ruth (Constance Cummings). Sin embargo, el fantasma de su primera esposa, Elvira (Kay Hammond) comienza a aparecerse, a atormentarle y a hostigarle para dilapidar uno tras otro todos los proyectos que tiene planeados junto a su novia. Charles intenta desesperadamente seguir adelante con su boda, pero se muestra impotente una y otra vez frente a las diversas argucias con las que Elvira va incrementando por momentos su pequeña venganza. Pero sin duda la película se la lleva de calle el personaje de Madame Arcati (Margaret Rutherford), la excéntrica y alocada médium a la que Charles recurre para intentar deshacerse de la incómoda y espectral presencia de su primera esposa. Rutherford tiene las mejores frases, protagoniza las mejores secuencias y realiza un despliegue cómico entre el gag y el humor negro que pocas veces puede verse en el cine personificado en una actriz. Está sencillamente magistral y es uno de los grandes alicientes para disfrutar con la película.
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