Falsas apariencias

Al público no hay que dárselo todo masticado como si fuera tonto. A diferencia de otros directores que dicen que dos y dos son cuatro, Lubitsch dice dos y dos… y eso es todo. El público saca sus propias conclusiones.

Billy Wilder

Quizá fuera el sargento J. J. Sefton el personaje masculino preferido por Billy Wilder de entre todos los que creó para el Séptimo Arte, con permiso, por supuesto, de C. C. Baxter, aunque bien pueden ser considerados parientes no precisamente lejanos, sin que las siglas tengan que ver en ello: los dos comparten una amoralidad superficial bajo la que ocultan una personalidad muy distinta. De eso precisamente trata el cine de Billy Wilder, de las apariencias y de la hipocresía. En sus películas todo el mundo finge o desea ser otra cosa, se disfraza, a veces en sentido literal, ya sea para hacer el mal, ya para protegerse de un mundo cínico y hostil. Por ello, Sefton, Baxter, el Walter Neff y la Phyllis Dietrichson de Perdición (Double Indemnity, 1944), el Don Birnam de Días sin huella (The Lost Weekend, 1945), el trío protagonista de Sabrina (1954), la bella Ariane (1957), el Nestor Patou de Irma la dulce (Irma la Douce, 1963), la prostituta Polly de Bésame, tonto (Kiss Me, Stupid, 1964), la extraña pareja de Aquí un amigo (Buddy, Buddy, 1981), incluso el Sherlock Holmes de Robert Stephens y en general todos los personajes relevantes escritos por Billy Wilder junto a Charles Brackett, Raymond Chandler, I. A. L. Diamond o cualquier otro colaborador no son sino caras distintas de un mismo personaje extraído directamente de la vida y de la natural tendencia de los seres humanos a aparentar, por capricho, vicio o necesidad, lo que no son. Quizá la única excepción sea Charles Tatum en El gran carnaval (Ace in the Hole, 1951): engaña y manipula a cuantos se encuentran a su alrededor, pero no oculta su naturaleza vil, mezquina, ambiciosa, cruel y despreciable. Quizá por ello, aunque sea considerada hoy como la más brillante y ácida (por vigente) reflexión acerca del periodismo sensacionalista y de la irracionalidad de las masas sedientas de carnaza volcadas hoy en la televisión, la cinta no triunfó en su tiempo. El público reconocía –y se reconocía en- el egoísmo y la ruindad de Kirk Douglas; lo que no entendía era que no lo camuflara, que no simulara ser alguien respetable, digno y decente como en teoría son los “caballeros de la prensa”. Wilder y su circunstancial coguionista del momento, Edwin Blum, fueron muy conscientes del problema al diseñar al sargento Sefton, principal puntal de su siguiente película, Stalag 17 (1953), horriblemente titulada en España Traidor en el infierno, y evitaron caer en el mismo error.

Sefton –interpretado por William Holden, premiado con un Oscar por su interpretación, imprevisible éxito de un actor rescatado años atrás por Wilder para dar vida al advenedizo Joe Gillis de esa obra maestra sobre apariencias e hipocresías llamada El crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard, 1950) cuando estaba a punto de tirar la toalla en su propósito de dedicarse a la actuación- es uno de los aviadores americanos retenidos en un campo de prisioneros alemán durante el último año de la Segunda Guerra Mundial. Aunque la película en sí –como ocurre con otra cinta de Wilder ambientada en el conflicto igualmente construida sobre simulaciones, Cinco tumbas a El Cairo (Five Graves to Cairo, 1943), que dibuja con cuatro decenios de antelación una parte importante de los esquemas de Indiana Jones- parece avanzar los elementos de lo que más tarde serán La gran evasión (The Great Escape, John Sturges, 1962) y la teleserie Los héroes de Hogan (Hogan’s Heroes, 1965), Sefton es más bien la fuente de inspiración directa de otro personaje de Holden, Shears, el americano internado en el campo de trabajo japonés de El puente sobre el río Kwai (The Brige on the River Kwai, David Lean, 1957), cínico, egoísta, desencantado, ajeno a toda noción de patriotismo, sin vocación alguna de héroe y muy lejos de cumplir la menor de sus obligaciones como soldado exceptuando la única que le interesa: sobrevivir en las mejores condiciones posibles hasta que llegue el fin de la guerra. En consecuencia, Sefton se ha buscado la vida para labrarse una posición relativamente cómoda dentro del campo, comercia tanto con los guardianes alemanes como con sus compañeros prisioneros, hace de corredor de apuestas, organiza partidas de cartas, incluso destila licor de mondas de patata para organizar un bar y consigue un catalejo con el que poder cobrar por cada mirada a las duchas del barracón del campo femenino. Sefton bien podría constituirse en ejemplo de cómo el capitalismo es capaz de abrirse paso en cualquier situación sin necesidad de mutar sus valores. La moneda de cambio en la que cobra sus servicios a sus compañeros prisioneros, los cigarrillos, es el precio que paga a los alemanes por los productos que le consiguen, huevos, chocolate, cigarros puros e incluso alguna que otra visita al barracón de las prisioneras rusas. Sus preciadas ganancias, los múltiples cartones de cigarrillos que posee, varias botellas de vino, algunas joyas, varios pares de medias de seda, incluso relojes y cámaras fotográficas entre muchas otras cosas, las guarda en un arcón al que sólo tienen acceso él o su asistente, Cookie (Gil Stratton), la voz en off que relata la historia contada a modo de flashback.

Este fenomenal, para una guerra, modo de vida, se ve amenazado cuando los prisioneros empiezan a creer que tras los fracasos de los últimos intentos de fuga y el descubrimiento por los guardias de un aparato de radio clandestino se esconde la labor de zapa de un chivato. Evidentemente, las sospechas recaen sobre la única persona que parece sacar beneficio del actual contexto bélico, y Sefton se ve hostilizado, acosado y finalmente acusado y agredido por sus compañeros, aunque él proclama su inocencia. El descubrimiento del traidor no es más que el gatillo que Billy Wilder aprieta para mostrar qué se esconde bajo el resto de personajes que conviven en el barracón, llegando a la irónica conclusión de que tras todo héroe se oculta siempre un traidor, y de que el mayor sinvergüenza suele ser, precisamente por eso, el mayor patriota.

La película constituye un paradigma del interés de Wilder por el carácter múltiple del concepto de identidad dentro de una carrera que hizo de esta cuestión su tema principal. Podría haberse considerado una obra maestra de no ser por el lastre que la hace envejecer y la impide perdurar, en concreto, paradójicamente tratándose de Wilder, el humor demasiado infantil y bobo del dúo sobre el que recae la responsabilidad de las risas, Animal y Shapiro (Robert Strauss y Harvey Lembeck), que con sus payasadas, muecas y tonterías excesivamente ridículas, difícilmente admisibles en un campo de prisioneros e impropias de dos personajes que supuestamente han superado algún tipo de prueba psicológica o de madurez para acceder al ejército, desvían constantemente la atención de la parte seria de la trama y difuminan los continuos toques de ironía y sarcasmo propios del mejor Wilder que la historia disemina en sus casi dos horas de metraje. Toques brillantes, como el gag de las botas del comandante (Otto Preminger, el cineasta más oportunista de la historia del cine aquí en su faceta de actor), recuerdan al Wilder en mejor estado de forma: el coronel Von Scherbach camina descalzo por su despacho mientras espera una conferencia telefónica con el alto mando en Berlín; cuando ésta llega, su asistente le coloca las botas y, tras taconear a cada golpe de autoridad de su superior al otro lado de la línea, una vez finalizada la comunicación, el asistente vuelve a quitarle las botas. De todos modos, quizá la sobredosis de humor bufonesco venga justificada por la propia postura personal de Wilder al ocuparse de un periodo, la Segunda Guerra Mundial, que tanto dolor le causó. Oriundo de Viena y habiendo pasado su juventud en Berlín, son muchas las personas que Wilder perdió durante la contienda, entre ellas su propia madre, gaseada en el campo de Auschwitz junto a su segundo marido y otros parientes. Wilder nunca más volvió a hacer una película situada en la guerra, aunque décadas más tarde intentaría hacerse con los derechos de La lista de Schindler, que finalmente le arrebató Steven Spielberg. En cualquier caso sus verdaderos sentimientos, como siempre, quedaron ocultos bajo su eterna capa de ironía desatada y humor vitriólico.

Sefton podría ser considerado el hermano mayor del C. C. Baxter de El apartamento (The Apartment, 1960). Como él, Baxter (inolvidable Jack Lemmon, probablemente el mejor actor americano de todos los tiempos, único en el dominio de la gestualidad, don de la interpretación tan extraño a los actores de ese país –piénsese en clásicos como John Wayne, Gary Cooper, James Cagney, Alan Ladd o Gregory Peck, o en niños bonitos actuales como Tom Cruise, Brad Pitt o Leonardo DiCaprio: ninguno sabe qué hacer con las manos cuando no tienen una pistola o una taza de café con que entretenerlas-) parece sumergido en la amoralidad del empleado de una gran compañía que asciende con rapidez en el organigrama de la empresa porque presta su apartamento a todos los ejecutivos que necesitan un picadero donde engañar a sus esposas con la secretaria o la corista de turno. Pero, exactamente igual que Sefton, su comportamiento no parte de una maldad intrínseca o de una naturaleza ambiciosa y sin escrúpulos. Su proceder no es más que una vía de escape, una búsqueda de la supervivencia en una situación creada contra su voluntad y sin contar con él, que le supera y que se ve incapaz de controlar sin perder lo que más estima, su empleo, único antídoto contra su completa soledad y el lugar donde encuentra consuelo en la persona de Fran Kubelik (Shirley MacLaine), una de las ascensoristas del rascacielos de la corporación. Así como Sefton encuentra en la heroicidad no la redención personal sino una práctica forma de perder de vista a aquellos con los que la convivencia forzosa es ya imposible (“si alguna vez nos encontramos en una esquina fingiremos no habernos conocido”), Baxter logra evadirse gracias al amor que siente por un ser tan solitario como él. La imposibilidad de lograrlo le obliga a rebuscar dentro de sí mismo el orgullo y la dignidad que andaban aletargados durante el tiempo que ha gozado de los parabienes asociados a sus ascensos. Descontento con lo que ha llegado a ser y decidido a recuperarse para sí mismo, se enfrenta a los causantes de su degradación personal y se proclama vencedor moral de la situación, hecho que le pone en bandeja de plata (valga la referencia wilderiana) el premio gordo del amor que creía inalcanzable para siempre.

Desde que a Wilder le encendiera la bombilla el personaje de Stephen Lynn de Breve encuentro (Brief Encounter, David Lean, 1946), los largos años esperando un relajamiento en la censura que le permitiera tratar abiertamente la cuestión del adulterio y satirizar así las costumbres sexuales de los americanos cristalizaron en La tentación vive arriba (The Seven Year Itch, 1955), película fallida que el cineasta despreciaba y de la que sólo quedan las piernas de Marilyn faldas al viento. Algo después, Wilder encontró por fin en Jack Lemmon el vehículo perfecto para representar al hombre corriente dotado de aspiraciones mundanas y de un poso de humanidad que le obliga a reconducirse en busca de lo únicamente necesario y auténtico, el amor, al que accede sólo cuando consigue ser honesto consigo mismo. Esta epopeya cotidiana que transita desde el vodevil a la comedia romántica con un segundo acto de un acentuado dramatismo, disfraza de humor e ironía la demoledora crítica a la sociedad americana que contiene. En particular, al igual que Stalag 17, carga contra la corrupción que considera inherente al modo de vida capitalista, simbolizado en el personaje de Fred MacMurray (por entonces a sueldo de Disney –difícil imaginar una procedencia menos indicada para el papel- e incorporado a toda prisa al reparto en sustitución de Paul Douglas, muerto de un infarto la misma mañana del primer día de rodaje), el hombre todopoderoso carente de escrúpulos que se ofrece a comprar la moralidad ajena, pero también en las víctimas que se avienen al acuerdo a sabiendas de que no son más que una diversión pasajera o en quienes aportan la logística para la infidelidad y la traición.

A pesar de que Wilder no creyera demasiado en la química de la improbable pareja protagonista (aunque Irma la dulce le diera la razón, son aspectos sobre los que la última palabra, afortunadamente, la tiene el público, que se declaró mayoritariamente en contra), El apartamento es su más certera aproximación al tema de la identidad. No sólo porque se trata del mejor guión que se haya escrito nunca para una película, sino porque en ella consigue sintetizar en un solo fotograma todo el juego de realidades, simulaciones, apariencias e hipocresías que recrea en toda su filmografía: la sonrisa congelada y el corazón roto de C. C. Baxter reflejados en un espejito partido por la mitad.

Destrucción como acto de creación: San Francisco (W. S. Van Dyke, 1936)

2. San Francisco (1936), de W.S. Van Dyke / Top 10 películas de desastres  naturales / A fondo / Guía del ocio - Guiadelocio.com

Con esta mítica película, precursora del llamado «cine de catástrofes» que haría fortuna décadas después, Metro-Goldwyn-Mayer mataba dos pájaros de un tiro. En primer lugar, mostraba músculo en la producción, con su habitual despliegue de suntuosidad, estrellas y lujo formal, aderezado en esta ocasión con una amplia y cara gama de efectos especiales (obra de Armand Gillespie), algunos de los cuales han resistido bien el paso del tiempo (particularmente, las maquetas; menos en el caso de las sobreimpresiones y los planos a distintas escalas), y, sobre todo, con una aplicación en la puesta en escena del desastre y de la ruina tan minucioso y ostentoso como en sus costosos decorados de época, fruto del trabajo del infablible Cedric Gibbons. En segundo término, la película, que registra una trama dramática en un tiempo inmediatamente anterior al terremoto de San Francisco de 18 de abril de 1906, que causó tres mil muertos y dejó sin hogar a unas trescientas mil personas, se erige en una gigantesca y aparatosa parábola del estado emocional de la América de la Gran Depresión, de exaltación de cierto espíritu patrio de unidad y determinación en la reconstrucción y la recuperación del estado anterior a la caída en desgracia colectiva. Desde esta perspectiva, el largo tramo dramático, situado en la zona de la ciudad denominada Barbary Coast, donde entonces se concentraba la actividad de los locales de ocio nocturno, juego y prostitución, y durante el que se establece el triángulo amoroso y de rivalidad entre los personajes principales, funciona como un trasunto de los dorados y felices años veinte, de la borrachera de despreocupada alegría e inconsciencia en la que se sumieron los norteamericanos a pesar de la «Ley Seca», mientras que el terremoto ejerce de metáfora de la repentina depresión económica que sacudió al país y de catalizador para la reacción, para un nuevo despertar, y el emotivo y grandilocuente epílogo subraya ese impulso conjunto de superación y rehabilitación, de renacimiento en una especie de versión mejorada y aumentada de las esencias nacionales. Así cabe entender esa conclusión de la que han bebido cineastas como Steven Spielberg -en La lista de Schindler (Schindler’s List, 1993)-, con el pueblo caminando unido, cogidos por el brazo avanzando juntos sobre la cima de una colina hacia el valle donde se levantan los escombros de la ciudad, mientras entona como una sola voz himnos ciudadanos de reconocimiento colectivo (la canción original San Francisco, compuesta por dos de los músicos de la película, Bronislau Kaper y Walter Jurmann) o de profundo carácter religioso (Onward Christian Soldiers) y patriótico (Glory Glory Hallelujah), o Martin Scorsese -en Gangs of New York (2002)-, cuando las imágenes de los altos edificios y las modernas avenidas de la ciudad actual se superponen al escenario arruinado de la antigua ciudad deprimida o destruida, simbolizando así el éxito de esa tarea de reconstrucción y la proyección futura de un horizonte de riqueza y prosperidad.

Lo de menos, por tanto, es la trama dramática, un guion coescrito por la gran Anita Loos (esposa de John Emerson, productor de la cinta), Robert E. Hopkins, autor del argumento original, y (sin firmar) Herman J. Mankiewicz (no es la única celebritie sin acreditar: nada menos que David W. Griffith ejerce como director de segunda unidad, así como también el futuro director Joseph M. Newman): la joven Mary Blake (Jeanette MacDonald), dotada para el canto tras su paso por el coro religioso de su padre, un pastor protestante ya fallecido, huye de la miseria y busca cobijo en Blackie Norton (Clark Gable), el empresario del Club Paradise, que le proporciona trabajo como cantante de cabaret al tiempo que se interesa por ella (sus exigencias de que cumpla escrupulosamente el tiempo pactado de su contrato no es otra cosa que la forma de retenerla a su lado a toda costa). Surge una estrecha relación entre ambos que es desaprobada por el sacerdote Mullin (Spencer Tracy), gran amigo de Blackie y voz de la conciencia que siempre se resiste a escuchar, y por Jack Burley (Jack Holt), dueño del Tivoli Opera House, que ama a la joven e intenta atraerla cumpliendo su sueño, convertirla en cantante lírica. Los tipos que representan Blackie y Burley son opuestos: el primero es seductor, hipócrita, egoísta y mujeriego, y hace continua ostentación de su agnosticismo; Burley es de una familia de la aristocracia de la ciudad (antiguos ricos), es caprichoso y no descarta el empleo del juego sucio si le sirve para conseguir lo que quiere; Mary, por último, es el chivo expiatorio de los males de los dos. La película constituye una sucesión de cuadros adscritos a distintos géneros, aventuras, drama, acción, musical (canciones de Jeannette MacDonald, algunas de ellas composiciones populares y otras arias de ópera, como la tomada, por ejemplo, del Fausto de Charles Gounod, muy popular en Estados Unidos, cuya selección sirve para explicar de forma subliminal el desarrollo de la trama y de las relaciones entre los personajes), romance y cine de catástrofes, divididos en actos cuyas transiciones vienen marcadas por las apariciones del padre Mullin y los hitos dramáticos que suponen cambios en la evolución de su amistad (y desencuentro) con Blackie hasta la reconciliación final, que coincide con el reencuentro de este con el amor puro y la religiosidad íntima.

Añorando estrenos: 'San Francisco' de W.S. Van Dyke

La verdadera eclosión llega en el último tramo del metraje, con el terremoto recreado a través de maquetas de edificios de hasta un metro de altura y de construcciones de fachadas de tamaño natural, y toda la serie de estallidos, grietas, explosiones y electrocuciones que se suceden. El montaje, a base de planos cortos, rápida yuxtaposición de imágenes y ritmo ágil y acelerado, crea una sensación todavía fresca hoy de vértigo y de percepción de las dimensiones terribles de una gran catástrofe de estas características, del riesgo para la vida, del caos y la destrucción material y del dolor ocasionado a las víctimas (sin perder la oportunidad de que también pueda actuar como agente justiciero de la divinidad para aquellos personajes que lo «merezcan», los impíos y los malvados, mientras que se salvan los creyentes que asumen el Juicio Divino, que gozarán de la resurrección de la ciudad). Es en este punto donde el filme se aplica con eficacia, algo sensiblera y desfasada hoy día, en su finalidad de labor de reconstrucción anímica para la sociedad americana, de respuesta cinematográfica a las necesidades emocionales y psicológicas de su público a resultas de la crisis económica, los llamamientos a la difusión de ilusión, la esperanza y la confianza (ciega) en el futuro, de la pertinencia de la contribución personal con esfuerzo y dedicación honestos y sinceros a la recuperación y reconstrucción de la vida anterior, siempre dentro de los mandamientos y virtudes religiosas y morales de los buenos ciudadanos. La ciudad encarna así la mentalidad americana de tierra de oportunidades y de campo abierto al éxito personal.

Con todo, la película no logra sacudirse cierto aire de artificiosidad, no allí donde resultaría lógico y asumible, el tramo durante el que despliega toda su falsedad, los efectos especiales y el desastre, sino en todo el desarrollo dramático anterior, en las melodramáticas motivaciones de los personajes, en las relaciones establecidas entre ellos, algo más que «culebronescas», faltas hasta cierto punto de naturalidad (detalle achacable a la dirección de Van Dyke, conocido como One Take Woody por su afición a hacer tomas únicas de las secuencias) y también en el reflejo de la ciudad, poco próxima a lo que temporalmente más le encajaba, la atmósfera, los usos y las costumbres del western, y alejada también del cosmopolitismo multinacional propio del puerto marítimo comercial más importante de la costa del Pacífico de los Estados Unidos. De hecho, San Francisco es en esta película una ciudad que, incluso en el desastre, vive de espaldas al mar. Tal vez sea debido a su rodaje en exclusiva en los estudios de MGM en Culver City, lejos de las playas, lo cual proporciona otra doble factura simbólica, en este caso, indeseada, a la película. Por un lado, su relativo fracaso comercial: con un presupuesto de un millón trescientos mil dólares, fue nominada a seis premios Oscar pero solo obtuvo uno (mejor sonido), lo cual dificultó la recuperación de la inversión. Por otra parte, tal vez el terremoto recreado en los estudios MGM anunciara la ya inminente crisis de los estudios, que no iba a tardar en resquebrajar los modelos de producción, distribución y exhibición de la era dorada del sistema de estudios.

Billy Wilder, maestro del disfraz

Al público no hay que dárselo todo masticado como si fuera tonto. A diferencia de otros directores que dicen que dos y dos son cuatro, Lubitsch dice dos y dos… y eso es todo. El público saca sus propias conclusiones (Billy Wilder).

Quizá fuera el sargento J. J. Sefton el personaje masculino preferido por Billy Wilder de entre todos los que creó para el Séptimo Arte, con permiso, por supuesto, de C. C. Baxter, aunque bien pueden ser considerados parientes no precisamente lejanos, sin que las siglas tengan que ver en ello: los dos comparten una amoralidad superficial bajo la que ocultan una personalidad muy distinta. De eso precisamente trata el cine de Billy Wilder, de las apariencias y de la hipocresía. En sus películas todo el mundo finge o desea ser otra cosa, se disfraza, a veces en sentido literal, ya sea para hacer el mal, ya para protegerse de un mundo cínico y hostil. Por ello, Sefton, Baxter, el Walter Neff y la Phyllis Dietrichson de Perdición (Double Indemnity, 1944), el Don Birnam de Días sin huella (The Lost Weekend, 1945), el trío protagonista de Sabrina (1954), la bella Ariane (1957), el Nestor Patou de Irma la dulce (Irma la douce, 1963), la prostituta Polly de Bésame, tonto (Kiss Me, Stupid, 1964), la extraña pareja de Aquí un amigo (Buddy, Buddy, 1981), incluso el Sherlock Holmes de Robert Stephens y en general todos los personajes relevantes escritos por Billy Wilder junto a Charles Brackett, Raymond Chandler, I. A. L. Diamond o cualquier otro colaborador no son sino caras distintas de un mismo personaje extraído directamente de la vida y de la natural tendencia de los seres humanos a aparentar, por capricho, vicio o necesidad, lo que no son. Quizá la única excepción sea Charles Tatum en El gran carnaval (Ace in the Hole, 1951): engaña y manipula a cuantos se encuentran a su alrededor, pero no oculta su naturaleza vil, mezquina, ambiciosa, cruel y despreciable. Quizá por ello, aunque sea considerada hoy como la más brillante y ácida (por vigente) reflexión acerca del periodismo sensacionalista y de la irracionalidad de las masas sedientas de carnaza volcadas hoy en la televisión, la cinta no triunfó en su tiempo. El público reconocía –y se reconocía en- el egoísmo y la ruindad de Kirk Douglas; lo que no entendía era que no lo camuflara, que no simulara ser alguien respetable, digno y decente como en teoría son los “caballeros de la prensa”. Wilder y su circunstancial coguionista del momento, Edwin Blum, fueron muy conscientes del problema al diseñar al sargento Sefton, principal puntal de su siguiente película, Stalag 17 (1953), horriblemente titulada en España Traidor en el infierno, y evitaron caer en el mismo error.

Sefton –interpretado por William Holden, premiado con un Oscar por su interpretación, imprevisible éxito de un actor rescatado años atrás por Wilder para dar vida al advenedizo Joe Gillis de esa obra maestra sobre apariencias e hipocresías llamada El crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard, 1950) cuando estaba a punto de tirar la toalla en su propósito de dedicarse a la actuación- es uno de los aviadores americanos retenidos en un campo de prisioneros alemán durante el último año de la Segunda Guerra Mundial. Aunque la película en sí –como ocurre con otra cinta de Wilder ambientada en el conflicto igualmente construida sobre simulaciones, Cinco tumbas a El Cairo (Five Graves to Cairo, 1943), que dibuja con cuatro decenios de antelación una parte importante de los esquemas de Indiana Jones- parece avanzar los elementos de lo que más tarde serán La gran evasión (The Great Escape, John Sturges, 1962) y la teleserie Los héroes de Hogan (Hogan’s Heroes, 1965), Sefton es más bien la fuente de inspiración directa de otro personaje de Holden, Shears, el americano internado en el campo de trabajo japonés de El puente sobre el río Kwai (The Brige on the River Kwai, David Lean, 1957), cínico, egoísta, desencantado, ajeno a toda noción de patriotismo, sin vocación alguna de héroe y muy lejos de cumplir la menor de sus obligaciones como soldado exceptuando la única que le interesa: sobrevivir en las mejores condiciones posibles hasta que llegue el fin de la guerra. En consecuencia, Sefton se ha buscado la vida para labrarse una posición relativamente cómoda dentro del campo, comercia tanto con los guardianes alemanes como con sus compañeros prisioneros, hace de corredor de apuestas, organiza partidas de cartas, incluso destila licor de mondas de patata para organizar un bar y consigue un catalejo con el que poder cobrar por cada mirada a las duchas del barracón del campo femenino. Sefton bien podría constituirse en ejemplo de cómo el capitalismo es capaz de abrirse paso en cualquier situación sin necesidad de mutar sus valores. La moneda de cambio en la que cobra sus servicios a sus compañeros prisioneros, los cigarrillos, es el precio que paga a los alemanes por los productos que le consiguen, huevos, chocolate, cigarros puros e incluso alguna que otra visita al barracón de las prisioneras rusas. Sus preciadas ganancias, los múltiples cartones de cigarrillos que posee, varias botellas de vino, algunas joyas, varios pares de medias de seda, incluso relojes y cámaras fotográficas entre muchas otras cosas, las guarda en un arcón al que sólo tienen acceso él o su asistente, Cookie (Gil Stratton), la voz en off que relata la historia contada a modo de flashback.

Este fenomenal, para una guerra, modo de vida, se ve amenazado cuando los prisioneros empiezan a creer que tras los fracasos de los últimos intentos de fuga y el descubrimiento por los guardias de un aparato de radio clandestino se esconde la labor de zapa de un chivato. Evidentemente, las sospechas recaen sobre la única persona que parece sacar beneficio del actual contexto bélico, y Sefton se ve hostilizado, acosado y finalmente acusado y agredido por sus compañeros, aunque él proclama su inocencia. El descubrimiento del traidor no es más que el gatillo que Billy Wilder aprieta para mostrar qué se esconde bajo el resto de personajes que conviven en el barracón, llegando a la irónica conclusión de que tras todo héroe se oculta siempre un traidor, y de que el mayor sinvergüenza suele ser, precisamente por eso, el mayor patriota.

La película constituye un paradigma del interés de Wilder por el carácter múltiple del concepto de identidad dentro de una carrera que hizo de esta cuestión su tema principal. Podría haberse considerado una obra maestra de no ser por el lastre que la hace envejecer y la impide perdurar, en concreto, paradójicamente tratándose de Wilder, el humor demasiado infantil y bobo del dúo sobre el que recae la responsabilidad de las risas, Animal y Shapiro (Robert Strauss y Harvey Lembeck), que con sus payasadas, muecas y tonterías excesivamente ridículas, difícilmente admisibles en un campo de prisioneros e impropias de dos personajes que supuestamente han superado algún tipo de prueba psicológica o de madurez para acceder al ejército, desvían constantemente la atención de la parte seria de la trama y difuminan los continuos toques de ironía y sarcasmo propios del mejor Wilder que la historia disemina en sus casi dos horas de metraje. Toques brillantes, como el gag de las botas del comandante (Otto Preminger, el cineasta más oportunista de la historia del cine aquí en su faceta de actor), recuerdan al Wilder en mejor estado de forma: el coronel Von Scherbach camina descalzo por su despacho mientras espera una conferencia telefónica con el alto mando en Berlín; cuando ésta llega, su asistente le coloca las botas y, tras taconear a cada golpe de autoridad de su superior al otro lado de la línea, una vez finalizada la comunicación, el asistente vuelve a quitarle las botas. De todos modos, quizá la sobredosis de humor bufonesco venga justificada por la propia postura personal de Wilder al ocuparse de un periodo, la Segunda Guerra Mundial, que tanto dolor le causó. Oriundo de Viena y habiendo pasado su juventud en Berlín, son muchas las personas que Wilder perdió durante la contienda, entre ellas su propia madre, gaseada en el campo de Auschwitz junto a su segundo marido y otros parientes. Wilder nunca más volvió a hacer una película situada en la guerra, aunque décadas más tarde intentaría hacerse con los derechos de La lista de Schindler, que finalmente le arrebató Steven Spielberg. En cualquier caso sus verdaderos sentimientos, como siempre, quedaron ocultos bajo su eterna capa de ironía desatada y humor vitriólico.

Sefton podría ser considerado el hermano mayor del C. C. Baxter de El apartamento (The Apartment, 1960). Como él, Baxter (inolvidable Jack Lemmon, probablemente el mejor actor americano de todos los tiempos, único en el dominio de la gestualidad, don de la interpretación tan extraño a los actores de ese país –piénsese en clásicos como John Wayne, Gary Cooper, James Cagney, Alan Ladd o Gregory Peck, o en niños bonitos actuales como Tom Cruise, Brad Pitt o Leonardo DiCaprio: ninguno sabe qué hacer con las manos cuando no tienen una pistola o una taza de café con que entretenerlas-) parece sumergido en la amoralidad del empleado de una gran compañía que asciende con rapidez en el organigrama de la empresa porque presta su apartamento a todos los ejecutivos que necesitan un picadero donde engañar a sus esposas con la secretaria o la corista de turno. Pero, exactamente igual que Sefton, su comportamiento no parte de una maldad intrínseca o de una naturaleza ambiciosa y sin escrúpulos. Su proceder no es más que una vía de escape, una búsqueda de la supervivencia en una situación creada contra su voluntad y sin contar con él, que le supera y que se ve incapaz de controlar sin perder lo que más estima, su empleo, único antídoto contra su completa soledad y el lugar donde encuentra consuelo en la persona de Fran Kubelik (Shirley MacLaine), una de las ascensoristas del rascacielos de la corporación. Así como Sefton encuentra en la heroicidad no la redención personal sino una práctica forma de perder de vista a aquellos con los que la convivencia forzosa es ya imposible (“si alguna vez nos encontramos en una esquina fingiremos no habernos conocido”), Baxter logra evadirse gracias al amor que siente por un ser tan solitario como él. La imposibilidad de lograrlo le obliga a rebuscar dentro de sí mismo el orgullo y la dignidad que andaban aletargados durante el tiempo que ha gozado de los parabienes asociados a sus ascensos. Descontento con lo que ha llegado a ser y decidido a recuperarse para sí mismo, se enfrenta a los causantes de su degradación personal y se proclama vencedor moral de la situación, hecho que le pone en bandeja de plata (valga la referencia wilderiana) el premio gordo del amor que creía inalcanzable para siempre.

Desde que a Wilder le encendiera la bombilla el personaje de Stephen Lynn de Breve encuentro (Brief Encounter, David Lean, 1946), los largos años esperando un relajamiento en la censura que le permitiera tratar abiertamente la cuestión del adulterio y satirizar así las costumbres sexuales de los americanos cristalizaron en La tentación vive arriba (The Seven Year Itch, 1955), película fallida que el cineasta no apreciaba y de la que sólo quedan las piernas de Marilyn faldas al viento. Algo después, Wilder encontró por fin en Jack Lemmon el vehículo perfecto para representar al hombre corriente dotado de aspiraciones mundanas y de un poso de humanidad que le obliga a reconducirse en busca de lo únicamente necesario y auténtico, el amor, al que accede sólo cuando consigue ser honesto consigo mismo. Esta epopeya cotidiana que transita desde el vodevil a la comedia romántica con un segundo acto de un acentuado dramatismo, disfraza de humor e ironía la demoledora crítica a la sociedad americana que contiene. En particular, al igual que Stalag 17, carga contra la corrupción que considera inherente al modo de vida capitalista, simbolizado en el personaje de Fred MacMurray (por entonces a sueldo de Disney –difícil imaginar una procedencia menos indicada para el papel- e incorporado a toda prisa al reparto en sustitución de Paul Douglas, muerto de un infarto la misma mañana del rodaje), el hombre todopoderoso carente de escrúpulos que se ofrece a comprar la moralidad ajena, pero también en las víctimas que se avienen al acuerdo a sabiendas de que no son más que una diversión pasajera o en quienes aportan la logística para la infidelidad y la traición.

A pesar de que Wilder no creyera demasiado en la química de la improbable pareja protagonista (aunque Irma la dulce le diera la razón, son aspectos sobre los que la última palabra, afortunadamente, la tiene el público, que se declaró mayoritariamente en contra), El apartamento es su más certera aproximación al tema de la identidad. No sólo porque se trata del mejor guión que se haya escrito nunca para una película, sino porque en ella consigue sintetizar en un solo fotograma todo el juego de realidades, simulaciones, apariencias e hipocresías que recrea en toda su filmografía: la sonrisa congelada y el corazón roto de C. C. Baxter reflejados en un espejito partido por la mitad.

Falsas apariencias (del libro 39estaciones, Eclipsados, 2011)

Falsas apariencias

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Al público no hay que dárselo todo masticado como si fuera tonto. A diferencia de otros directores que dicen que dos y dos son cuatro, Lubitsch dice dos y dos… y eso es todo. El público saca sus propias conclusiones.

Billy Wilder

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Quizá fuera el sargento J.J. Sefton el personaje masculino preferido por Billy Wilder de entre todos los que creó para el Séptimo Arte, con permiso, por supuesto, de C.C. Baxter, aunque bien pueden ser considerados parientes no precisamente lejanos, sin que las siglas tengan que ver en ello: los dos comparten una amoralidad superficial bajo la que ocultan una personalidad muy distinta. De eso precisamente trata el cine de Billy Wilder, de las apariencias y de la hipocresía. En sus películas todo el mundo finge o desea ser otra cosa, se disfraza, a veces en sentido literal, ya sea para hacer el mal, ya para protegerse de un mundo cínico y hostil. Por ello, Sefton, Baxter, el Walter Neff y la Phyllis Dietrichson de Perdición (Double indemnity, 1944), el Don Birnam de Días sin huella (The lost weekend, 1945), el trío protagonista de Sabrina (1954), la bella Ariane (1957), el Nestor Patou de Irma la dulce (Irma la douce, 1963), la prostituta Polly de Bésame, tonto (Kiss me, stupid, 1964), la extraña pareja de Aquí un amigo (Buddy, Buddy, 1981), incluso el Sherlock Holmes de Robert Stephens y en general todos los personajes relevantes escritos por Billy Wilder junto a Charles Brackett, Raymond Chandler, I.A.L. Diamond o cualquier otro colaborador no son sino caras distintas de un mismo personaje extraído directamente de la vida y de la natural tendencia de los seres humanos a aparentar, por capricho, vicio o necesidad, lo que no son. Quizá la única excepción sea Charles Tatum en El gran carnaval (Ace in the hole, 1951): engaña y manipula a cuantos se encuentran a su alrededor, pero no oculta su naturaleza vil, mezquina, ambiciosa, cruel y despreciable. Quizá por ello, aunque sea considerada hoy como la más brillante y ácida (por vigente) reflexión acerca del periodismo sensacionalista y de la irracionalidad de las masas sedientas de carnaza volcadas hoy en la televisión, la cinta no triunfó en su tiempo. El público reconocía –y se reconocía en- el egoísmo y la ruindad de Kirk Douglas; lo que no entendía era que no lo camuflara, que no simulara ser alguien respetable, digno y decente como en teoría son los “caballeros de la prensa”. Wilder y su circunstancial coguionista del momento, Edwin Blum, fueron muy conscientes del problema al diseñar al sargento Sefton, principal puntal de su siguiente película, Stalag 17 (1953), horriblemente titulada en España Traidor en el infierno, y evitaron caer en el mismo error.

Sefton –interpretado por William Holden, premiado con un Óscar por su interpretación, imprevisible éxito de un actor rescatado años atrás por Wilder para dar vida al advenedizo Joe Gillis de esa obra maestra sobre apariencias e hipocresías llamada El crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard, 1950) cuando estaba a punto de tirar la toalla en su propósito de dedicarse a la actuación- es uno de los aviadores americanos retenidos en un campo de prisioneros alemán durante el último año de la Segunda Guerra Mundial. Aunque la película en sí –como ocurre con otra cinta de Wilder ambientada en el conflicto igualmente construida sobre simulaciones, Cinco tumbas a El Cairo (Five graves to Cairo, 1943), que dibuja con cuatro decenios de antelación una parte importante de los esquemas de Indiana Jones- parece avanzar los elementos de lo que más tarde serán La gran evasión (The great escape, John Sturges, 1962) y la teleserie Los héroes de Hogan (Hogan’s heroes, 1965), Sefton es más bien la fuente de inspiración directa de otro personaje de Holden, Shears, el americano internado en el campo de trabajo japonés de El puente sobre el río Kwai (The brige on the river Kwai, David Lean, 1957), cínico, egoísta, desencantado, ajeno a toda noción de patriotismo, sin vocación alguna de héroe y muy lejos de cumplir la menor de sus obligaciones como soldado exceptuando la única que le interesa: sobrevivir en las mejores condiciones posibles hasta que llegue el fin de la guerra. En consecuencia, Sefton se ha buscado la vida para labrarse una posición relativamente cómoda dentro del campo, comercia tanto con los guardianes alemanes como con sus compañeros prisioneros, hace de corredor de apuestas, organiza partidas de cartas, incluso destila licor de mondas de patata para organizar un bar y consigue un catalejo con el que poder cobrar por cada mirada a las duchas del barracón del campo femenino. Sefton bien podría constituirse en ejemplo de cómo el capitalismo es capaz de abrirse paso en cualquier situación sin necesidad de mutar sus valores. La moneda de cambio en la que cobra sus servicios a sus compañeros prisioneros, los cigarrillos, es el precio que paga a los alemanes por los productos que le consiguen, huevos, chocolate, cigarros puros e incluso alguna que otra visita al barracón de las prisioneras rusas. Sus preciadas ganancias, los múltiples cartones de cigarrillos que posee, varias botellas de vino, algunas joyas, varios pares de medias de seda, incluso relojes y cámaras fotográficas entre muchas otras cosas, las guarda en un arcón al que sólo tienen acceso él o su asistente, Cookie (Gil Stratton), la voz en off que relata la historia contada a modo de flashback. Continuar leyendo «Falsas apariencias (del libro 39estaciones, Eclipsados, 2011)»

Carta abierta: De plagios, robos, golfos y tramposos

LosGolfosApandadores_39

El final del periodo vacacional ha supuesto para esta escalera verse envuelta en un convulso, desagradable y perverso incidente del que pasamos a informar a los generosos y honestos lectores de este blog, en un ejercicio de obligada responsabilidad y transparencia para con ellos.

Se trata del hecho de que distintos artículos de 39escalones han sido robados, copiados y publicados, en una respetable web dedicada a la exposición y el debate de cuestiones relacionadas con el cine clásico, por parte de un, al menos hasta ahora, cinéfilo veterano de la ciudad de Zaragoza, miembro además de la prestigiosa Tertulia Perdiguer, el cual los hacía pasar por propios, atribuyéndose expresamente la autoría.

Este hecho, que sin duda, debido a la volatilidad de la red, la cuestión, aún por regular, de los derechos de autor en la misma, y a la imposibilidad tecnológica de ofrecer pruebas concluyentes e incuestionables (sobre todo en relación a las fechas y plataformas de publicación), no puede ser sujeto a responsabilidad administrativa o penal alguna, sí merece en cambio ser difundido y publicitado, con el fin, sobre todo, de identificar a los tramposos con nombre y apellidos, sacar a la luz sus malas artes, denunciar su comportamiento poco ético e indigno y, finalmente, condenarles a la única pena que cabe contra ellos en estos casos: la humillación, la vergüenza pública, el escarnio, con la intención principal de impedir que siga desempeñando las mismas prácticas con otras víctimas.

Con esta única motivación, paso a relatar los hechos:

El pasado sábado 17 de agosto, un usuario anónimo dejó un comentario en este blog advirtiendo de que en la web cinefórumclásico un usuario identificado como LuisB había publicado íntegramente, atribuyéndose la autoría, el artículo sobre la película La fragata infernal (Peter Ustinov, 1962) que fue publicado originalmente en este blog, en concreto el 14 de octubre de 2011.

Una vez comprobado este hecho, fue puesto en conocimiento de los administradores de la web. Sin embargo, durante ese mismo sábado y en los días siguientes, la misma fuente anónima y distintas comprobaciones realizadas por quien escribe confirmaron que las copias de textos y su colocación en dicha web con la atribución de la autoría al usuario identificado como LuisB se extendían a un buen puñado de textos más, siendo la que se acompaña la relación completa de los mismos (sin perjuicio del posible descubrimiento de algún otro tanto en esa web como en otras, o de su uso público en conferencias, coloquios, proyecciones y demás por parte de dicho usuario): La fragata infernal, Iron Man, Australia, L’argent, Voces de muerte, La lista de Schindler, El sospechoso, Náufragos, 300, La mujer pantera, Rebeca, Fitzcarraldo, Que el cielo la juzgue y Julio César.

Todos estos textos fueron copiados por LuisB y publicados en la web arriba mencionada, y firmados por él mismo. Ante este descubrimiento, puesto en conocimiento de los administradores del portal, los cuales, como medida cautelar, retiraron de la vista pública los textos en cuestión, el usuario LuisB, identificado tras una breve investigación como Luis Beltrán Colás, veterano cinéfilo de Zaragoza y miembro de la Tertulia Perdiguer, así como colaborador y redactor en un buen puñado de revistas digitales, webs, foros y revistas culturales en papel, lejos de reconocer sus actos y confesar sus malas prácticas, reaccionó abriendo un nuevo foro, titulado Dignidad y despedida, en el cual, haciéndose el ofendido y disfrazándose de digno, acusó a quien escribe y al blog 39escalones de haber plagiados sus textos, algunos de los cuales, según él, pero sin aportar prueba alguna, había escrito de su propia mano en 1964, haciendo notar expresamente que el texto de La fragata infernal correspondía al año 2008 (ya se ha dicho que ese texto vio la luz originalmente en este blog el 14 de octubre de 2011). Pese a ello, todas las publicaciones en la web cinefórumclásico de los textos copiados eran, lógicamente, posteriores a su aparición en 39escalones.

En la respuesta de Luis Beltrán Colás, se añadía un párrafo, supuestamente enviado y firmado por los señores Antonio Tausiet, responsable de webs tan célebres, imprescindibles y rigurosas como La incineradora o Las contradicciones de Don Luis, y Luis Antonio Alarcón Sierra, responsable de Cinegoza, indispensable portal de referencia de la actualidad cinematográfica de Zaragoza, en el que, además de avalar la profesionalidad de Luis Beltrán Colás, calificaban mis acusaciones de “calumnias ignominiosas” y afirmaban, sin ninguna prueba ni comunicación previa ni consulta a quien escribe, que los textos de Luis Beltrán Colás eran anteriores a los míos.

Ante la duda, tras un mero análisis superficial, lingüistico, de estilo, incluso de formas, de que el texto hubiera sido redactado realmente por los señores Tausiet y Alarcón, me puse en contacto vía email con este último para pedirle su confirmación y una explicación, correo del que, a fecha de hoy, no he obtenido respuesta.

Sin embargo, en la web Cinefórum Clásico, dentro de esa misma conversación, Dignidad y despedida, comenzaron a surgir sospechas de que otros artículos de, presuntamente, Luis Beltrán Colás hubieran sido copiados y hechos pasar por propios y que originalmente fueran en realidad provenientes de diversas webs y revistas digitales tales como A cuarta parede, Blog de cine o Détour. Ante estas acusaciones, Luis Beltrán Colás manifestó tener permiso explícito de todos ellos, si bien no lo había mencionado ni en los artículos publicados por él, en los que parecía atribuirse por tanto la autoría, ni lo hizo constar en ningún momento previo a las acusaciones vertidas en su contra, ya no sólo por quien escribe, sino por otros usuarios igualmente plagiados.

Como respuesta a las, según él, calumnias recibidas, Luis Beltrán Colás aportó como “prueba” a su favor, un presunto archivo de Word de 2008 en el que, junto a otros textos, se incluía mi original sobre La fragata infernal, de la primera a la última línea, incluidas las referencias propias, intentando de este modo justificar que lo dicho por él era cierto y que el mentiroso y plagiador era yo. Sin embargo, distintos usuarios, y yo mismo, pudimos comprobar la facilidad con que pudo falsearse esta prueba: basta con copiar mi texto directamente del blog y pegarlo al inicio de un archivo de Word creado en 2008 con contenidos previos. Este archivo falseado por Luis Beltrán Colás mantenía la fecha de creación de 2008 pero su fecha de modificación (cuando presumiblemente copió y pegó mi texto desde mi blog para justificarse) era del 21 de agosto de 2013.

Del intercambio de fuego posterior, y de la imposibilidad de ofrecer a los administradores de la web pruebas fehacientes de que los textos eran míos y de que las fechas originales y auténticas de publicación de los mismos eran las del blog 39escalones, surgió la proposición, manifestada en distintas ocasiones, de un encuentro en Zaragoza con el señor Luis Beltrán Colás, ante testigos, a fin de demostrar, atendiendo a los contenidos, que la autoría de los textos en discusión me corresponde a mí. Esta proposición, reiterada hasta en cuatro ocasiones, no obtuvo respuesta, de modo que opté por intentar hacer lo mismo a través del foro.

Tras los consiguientes dimes y diretes, en los que Luis Beltrán Colás no dudó en recurrir a la mentira e incluso a involucrar a personas que no tienen nada que ver en el asunto (supuestas ofensas mías, inexistentes, a la Tertulia Perdiguer, alusiones a Fernando Gracia Guía -del que dijo que no me conocía de nada, a pesar de haber participado conmigo, sentado a mi lado, en mi ciclo Libros Filmados organizado por la AAE y FNAC-, a Mónica Gorenberg y al Ateneo de Zaragoza que sólo se produjeron en la imaginación fantasiosa y delirante de Luis Beltrán Colás), opté por atender a los contenidos y reté públicamente a Luis Beltrán Colás a que contestara en el foro a cuestiones concretas sobre los textos, en particular sobre apreciaciones filtradas en los mismos y con un carácter personal y privado absolutamente mío (fuentes que originaban determinadas afirmaciones, sentido de algunos chistes, errores incluidos en alguno de los textos…).

De este modo, fueron tres las preguntas sobre contenidos concretos de los textos que le hice públicamente en el foro, que el autor, es decir, yo, podía responder sin ninguna duda, demora o reserva, y que, obviamente, Luis Beltrán Colás, que no es el autor real, no supo responder, ni siquiera con su habitual recurso, una contestación mentirosa.

Finalmente, desenmascarado Luis Beltrán Colás, hizo mutis por el foro, nunca mejor dicho.

En resumen, y para cerrar la cuestión, en la conversación Dignidad y despedida de la web Cinefórum Clásico quedó probado y acreditado (y a la vista de todo el mundo, que puede acudir allí a comprobar que lo que aquí se ha expuesto es absolutamente cierto) lo siguiente:

1) Que Luis Beltrán Colás no tenía publicados, ni en papel ni digitalmente, ninguno de los artículos de 39escalones cuya autoría se adjudicaba, en fecha anterior a su publicación original y auténtica, es decir, la del propio blog 39escalones, de modo que resultaba absolutamente imposible acudir a ninguna fuente para copiárselos.

2) Que todas las publicaciones de estos mismos artículos, firmadas por Luis Beltrán Colás como autor, en la web Cinefórum Clásico, eran posteriores a las originales y auténticas, es decir, las del blog 39escalones

3) Que el archivo de Word presentado por Luis Beltrán Colás, en el que, entre otros textos de 2008, se incluía un texto mío que no existió hasta octubre de 2011, era fácilmente manipulable, como hice yo mismo con archivos propios creados y modificados en las mismas fechas que Luis Beltrán Colás, y que la manipulación consistió en lo siguiente: copiar y pegar un texto mío al inicio de textos antiguos suyos, de modo que el archivo conservara la fecha de creación de 2008. Sin embargo, la fecha de modificación, 21 de agosto de 2013, le delató y descubrió la maniobra de embuste

4) Que, preguntado por cuestiones concretas de los contenidos de los textos cuya autoría se atribuía, en particular por elementos de estos textos que sólo habían podido existir de ese modo en tanto que escritos por mí, Luis Beltrán Colás no pudo dar ninguna respuesta

La acumulación de denuncias, y las comprobaciones hechas en distintas webs por los administradores del foro, llevaron a la emisión del siguiente comunicado (hay que darse de alta para consultarlo). En él se incluye, al final, una relación de los artículos copiados y pegados por Luis Beltrán Colás bajo su identidad de LuisB en la web Cinefórum Clásico y que proceden de este blog y de una buena cantidad de webs más. Consúltese como aviso a navegantes (se incluye al final de este texto), si bien personalmente no descarto que su comportamiento haya sido similar en otras webs y publicaciones de todo tipo, en conferencias, charlas y tertulias de toda índole.

Lo cual queda aquí, blanco sobre negro en este caso, para público conocimiento de los lectores de este blog, y en el debido ejercicio de transparencia y confianza que merecen por parte de este mantenedor, a quien generosamente obsequian con sus atenciones y seguimiento.

Una vez zanjada esta cuestión con el desenmascaramiento de un fraude mantenido durante mucho tiempo por un elemento indeseable de la cinefilia zaragozana y de la red, en la próxima publicación volveremos a lo que es nuestro, el cine.

Gracias a todos los escalones por vuestra comprensión y apoyo en este triste y desagradable trance.

Relación de artículos cuyo plagio por Luis Beltrán Colás ha quedado probada (Fuente: Cinefórum Clásico):

«Bajo el título del articulo de LuisB figura su fecha de publicación en el foro (independientemente de que algunos de estos artículos puedan llevar una fecha escrita por LuisB); a continuación figura el clon con su link y fecha de publicación (en internet, cuando está disponible, o en el propio artículo en ocasiones).

STEVE MCQUEEN
18 Dic 2012
A cuarta parede
http://www.acuartaparede.com/shame-steve-mcqueen/?lang=es
06/02/2012

JORIS IVENS
06 Feb 2013
A cuarta parede
http://www.acuartaparede.com/joris-ivens-da-pluma-o-fusil-1927-1933/?lang=es
19/03/2011

VIAGGIO IN ITALIA
19 Mar 2013
Cinepatas
8/2/2008
http://cinepatas.comwww.cinepatas.com/forum/viewtopic.php?t=18861&postdays=0&postorder=asc&start=15

ARAYA
18 Mar 2013
Detour (nº 4)
http://www.detour.es/paisajes/david-florez-araya-margot-benacerraf.htm

CALIGRAFÍAS CINEMATOGRÁFICAS
16 Abr 2013
A cuarta parede
http://www.acuartaparede.com/caligrafia/?lang=es
1/4/2013

LA MELANCOLÍA DEL SILENCIO
19 Abr 2013
A cuarta parede
http://www.acuartaparede.com/cinema-silente-postmoderno/?lang=es
1/4/2013

LO INSOSLAYABLE Y LO FRÍVOLO
18 Abr 2013
A cuarta parede
http://www.acuartaparede.com/amour/?lang=es
25/1/2013

BILLY WILDER
23 Abr 2013
La incineradora (nº 8). Este artículo ha sido publicado en Laberintos.Revista semestral de humanidades núm. 13, junio 2006
http://seronoser.free.fr/laincineradora/toni8.htm

SED DE MAL
20 Abr 2013
Encadenados
en caché

MIDNIGHT
22 Abr 2013
Otros clásicos
http://otrosclasicos.blogspot.com.es/2008_12_01_archive.html
15/12/2008

ARQUEOLOGÍA VISUAL DEL TERRITORIO
26/4/2013
A cuarta parede
http://www.acuartaparede.com/arqueoloxia-visual-territorio/?lang=es
16/4/2012

SAL PARA SVANETIA (1930)
1/4/2013
Blocs&Docs
http://www.blogsandocs.com/?p=456
12/11/2009

REBECCA
01 May 2013
39 escalones
https://39escalones.wordpress.com/2007/06/20/alfred-hitchcock-presenta-rebecca/
20/7/2007

ALGO DE JOSEPH H. LEWIS
24/4/2013
Esbilla
http://esbilla.wordpress.com/2010/02/18/tragados-por-las-sombras-agente-especial-estilizacion-abstraccion-y-oscuridad-el-cine-criminal-b-de-joseph-h-lewis/
18/2/2010

JACQUES TOURNEUR
09 May 2013
39 escalones
https://39escalones.wordpress.com/2013/05/08/la-magia-del-terror-la-mujer-pantera-cat-people-1942/
8/5/2013

EL FANTASMA Y MR. J.L. MANCKIEWICZ
12 May 2013
Detour (nº 1)
http://www.detour.es/paisajes/amaba-fantasma-senora-muir-mankiewicz.htm

LEAVE HER TO HEAVEN (JOHN M. STAHL, 1945)
15 May 2013
39 escalones
https://39escalones.wordpress.com/2013/02/06/malefica-malevola-mala-malosa-que-el-cielo-la-juzgue-1945/
6/2/2013

ALAIN RESNAIS: LA LIBERTAD
10 Jul 2013
Zaragózame
http://cine.zaragozame.com/alain-resnais-la-libertad/
18/3/2013

VIAGGIO IN ITALIA (TE QUERRÉ SIEMPRE, 1954)
26 Jul 2013
39 escalones
https://39escalones.wordpress.com/2008/02/13/viaggio-in-italia-te-querre-siempre/
13/2/2008

EL FILM NOIR (A CHUSCHAO) UNA REFLEXIÓN
15 Ago 2013
La incineradora
http://seronoser.free.fr/laincineradora/pervivencia.htm

UN HITCHCOK QUE ME GUSTA (A PRUDENCIO)
01 Ago 2013
39 escalones
https://39escalones.wordpress.com/2013/01/23/alfred-hitchcock-presenta-naufragos-1944/
23/1/2013

EL SOSPECHOSO (THE SUSPECT, 1944, DE ROBERT SIODMAK
28 Jul 2013
39 escalones
https://39escalones.wordpress.com/2013/01/30/pasiones-victorianas-desatadas-el-sospechoso-1944/
30/1/2013

VOCES DE MUERTE (SORRY, WRONG NUMBER)
02 Ago 2013
39 escalones
https://39escalones.wordpress.com/2012/12/05/teleoperador-fatal-voces-de-muerte-1948/
5/12/2012

CLASH BY NIGHT, DE FRITZ LANG 1952
04 Ago 2013
Blog de cine
http://www.blogdecine.com/cine-clasico/anorando-estrenos-encuentro-en-la-noche-de-fritz-lang
8/10/2012

DOS OBRAS MAESTRAS, DE C.REED Y E.LUBITSCH
03 Ago 2013
Blog de cine
http://www.blogdecine.com/criticas/obras-maestras-segun-blogdecine-el-tercer-hombre-de-carol-reed
22/5/2013

LA MUERTE EN VACACIONES (DEATH TAKES A HOLIDAY, 1934)
05 Ago 2013
Blog de cine
http://www.blogdecine.com/criticas/el-amor-en-32-peliculas-iv-la-muerte-de-vacaciones-de-mitchell-leisen
7/11/2012

L’ARGENT (EL DINERO, 1983)
01 Ago 2013
39 escalones
https://39escalones.wordpress.com/2012/09/24/victima-o-psicopata-el-dinero-robert-bresson-1983/
24/9/2012

F.F. COPPOLA PELICULA A PELICULA
6 Ago 2013
Zaragózame
http://cine.zaragozame.com/francis-ford-coppola-el-megalomano-intermitente/
5/6/2009

PRELUDIO AL CINEÓPERA
08 Ago 2013
Filomúsica (ISSN 1576-0464)
(abril, 2001)
http://filomusica.com/filo15/visconti2.html

LOS GRANDES PETARDOS DEL CINE
10 Ago 2013
39 escalones
https://39escalones.wordpress.com/2009/11/28/la-tienda-de-los-horrores-300/
26/11/2009

THE TALL T (BUDD BOETTICHER) 1957
07 Ago 2013
Otros clásicos
http://otrosclasicos.blogspot.com.es/2008_10_01_archive.html
9/10/2008

LA JUNGLA DE ASFALTO (THE ASPHALT JUNGLE, JOHN HUSTON 1950)
12 Ago 2013
Blog de cine
http://www.blogdecine.com/cine-clasico/film-noir-la-jungla-de-asfalto-de-john-huston
12/1/2013

THEO ANGELOPOULOS (I Y II)
13 Ago 2013
DAR PALABRA A LOS FANTASMAS: LA FIGURA DEL EMIGRANTE EN LA OBRA DE THEO ANGELOPOULOS
Aarón Rodríguez Serrano
Universidad Europea de Madrid
(Quaderns, 6, 2011)

Haz clic para acceder a Quaderns_Cine_06_09.pdf

LOS GRANDES PETARDOS DEL CINE
(AUSTRALIA, BAZ LHURMAN 2008)
16 Ago 2013
39 escalones
https://39escalones.wordpress.com/2013/04/17/la-tienda-de-los-horrores-australia-2008/
17/4/2013

LA PELICULA SERIA DE STEVEN SPIELBERG
17 Ago 2013
39 escalones
https://39escalones.wordpress.com/2012/09/10/parque-tematico-del-holocausto-la-lista-de-schindler/
10/9/20127

MAKE WAY FOR TOMORROW (1938)
30 Abr 2013
Cine de nunca jamás
http://cinedenuncajamas.wordpress.com/2008/12/01/
1/12/2008

CHANTAL AKERMAN
15 Dic 2012
Blocs&Docs
http://www.blogsandocs.com/?p=4226
15/10/2012

FITZCARRALDO, DE WERNER HERZOG
1982
25 Abr 2013
39 escalones
https://39escalones.wordpress.com/2013/03/11/el-arte-frente-a-la-naturaleza-fitzcarraldo-1982/
11/3/2013

EL CINE CON LOS OJOS DEL CINE
8 Ago 2013
El lar de los disconformes
http://el-lar.blogspot.com.es/2010/02/el-cine-con-los-ojos-del-cine.html
3/2/2010

JULIO CÉSAR (SHAKESPEARE Y MANKIEWICZ)
27 Jul 2013
39 escalones
https://39escalones.wordpress.com/2008/05/09/julio-cesar-shakespeare-mankiewicz-y-brando/
9/5/2008

LA FRAGATA INFERNAL (BILLY BUDD 1962), PETER USTINOV
17 Ago 2013
39 escalones
https://39escalones.wordpress.com/2011/10/14/un-melville-imprescindible-la-fragata-infernal/
14/10/2011

CIELO NEGRO (Manuel Mur Oti, 1951) SATRip VO
03 Jul 2013
Detour
http://www.detour.es/paisajes/lage-manuel-mur-oti.htm

TARDE DE TOROS (Ladislao Vajda, 1956) DVDRip VO
13 Jun 2013
Detour (nº 4)
http://www.detour.es/bande/pablo-garcia-canga-ladislao-vajda.htm

PEEPING TOM (1960), DE MICHAEL POWELL
22 Feb 2013
La República cultural
http://www.larepublicacultural.es/article3968.html
13/3/2001

Parque temático del Holocausto: La lista de Schindler

Decididamente, hay algo genético en Steven Spielberg que le impide filmar películas completamente adultas, obras maestras redondas para público mentalmente desarrollado. Quizá se trate de esa carencia de una figura paterna manifestada en casi todas sus películas, ese permanente necesidad de confort, de que lo arropen y lo mimen, esa sensación de desvalimiento que le lleva a pensar que su público está tan desprotegido como él y que por tanto es preciso dárselo todo mascado, digerido, con una caricia en la mejilla. En el caso de La lista de Schindler (1993), aclamadísima película, reconocida casi de forma unánime por el gran publico (por el pequeño público ya es otra cosa) y por los medios de comunicación de la corriente dominante, Spielberg tira por tierra en apenas veinte minutos el excelente trabajo desarrollado en los ciento sesenta y cinco minutos anteriores, edulcorando, maquillando, subrayando hasta la extenuación con un final inconveniente, incoherente, chapuceramente sentimental, toda la crudeza y el horror de la historia que desarrolla con anterioridad. No es el único problema de la película, pero sí es uno de los defectos de concepción que hacen de La lista de Schindler una buena película, incluso una gran película, pero que le impiden ser una obra maestra.

El Holocausto es un tema complicado de contar y de filmar, especialmente por su brutalidad extrema, por el terror que implica, no solo por las acciones que lo promovieron y rodearon sino también por las omisiones que lo ayudaron a triunfar, algunas incluso provenientes de las propias víctimas (uno de los traumas de la comunidad judía consiste básicamente en no haberse rebelado, en haber aceptado pasivamente la situación a pesar del final trágico y criminal que les aguardaba; una de las vergüenzas del resto del mundo es haberlo consentido cuando eran tan evidentes las informaciones de lo que estaba sucediendo en el Reich alemán, en el que los criminales no eran únicamente alemanes, sino que entre ellos había también ciudadanos austriacos, ucranianos, letones, croatas, franceses, belgas, escandinavos, italianos y un largo etcétera de países y naciones más). El gran Hollywood ha fracasado una y otra vez en su traslación a la pantalla, especialmente porque su noción del cine como espectáculo, como demuestra la película de Spielberg, choca con el tono y el sentido último de cualquier historia que intente aproximarse al fenómeno del Holocausto con un mínimo de rigor, respeto y coherencia históricos. El cine que mejor ha reflejado el horror del Holocausto es cine “pequeño”, producciones que parten de historias básicas, concretas, particulares, de las que puede extraerse por vía indirecta el efecto terrorífico de un momento histórico tremebundo, cintas como la magistral El conformista, de Bertolucci (1970), El jardín de los Finzi-Contini de Vittorio de Sica (1971) o, de una manera menos lograda, El pianista de Polanski (2002), o los sobrecogedores documentales, obras maestras del género, que son Noche y niebla de Alain Resnais (1955) y, especialmente, Shoah, de Claude Lanzmann (1985). En cuanto al éxito mediático de películas como La vida es bella (Roberto Benigni, 1997), es otra muestra de hasta qué punto el cine, la cultura, las sociedades modernas han perdido el sentido de la crítica, de la capacidad de entender e interpretar los acontecimientos históricos, los fenómenos sociales y colectivos, y la relación de éstos con el arte. Se trata de una película tan cretina, tan moralmente impresentable, que se hace difícil soportarla sin acusar a Benigni, como mínimo, de ignorante, de insensible y de cobarde. Benigni reboza el Holocausto de sentimentalismo lacrimógeno (la pátina con la que el propio Spielberg baña muchos de sus trabajos, una forma de impedir al público la profundización intelectual en los temas que plantean las películas, un enemigo muy presente en Hollywood contra el que hay que combatir en aras de un cine maduro, adulto e inteligente, una forma de fascismo emocional), de comedia bufa, con trágicas consecuencias: como se ha dicho más arriba, el gran trauma del pueblo judío viene de la idea de “negación”, es decir, de la incredulidad, de la incapacidad de asimilar que aquellos crímenes estaban ocurriendo de verdad, de negarse a reconocer la extrema naturaleza criminal de aquel régimen nazi, y por tanto de la falta de necesidad de hacer algo para combatirlo puesto que tarde o temprano todo iba a cambiar, a arreglarse, que la sensatez iba a imponerse y que las cosas volverían al cauce de la normalidad, de la sensatez, de la «humanidad». Benigni consigue que su cuento infantil, que su azucarado “héroe” de pacotilla, el padre que disimula la realidad de lo que sucede para proteger a un hijo todavía más tonto que él -los niños son niños, no estúpidos, y el cine, afortunadamente, está sembrado de niños muy conocedores de su entorno en plena guerra, léase el niño de Alemania, año cero de Rossellini (1948) o el crío de la propia película de Spielberg)-, se erija precisamente en aquello que ayudó a condenar a muerte masivamente a millones de judíos. El espejismo, la negación, la pantalla tras la cual los asesinatos se cometían a diario. El protagonista de Benigni es un colaboracionista del Holocausto, un cómplice al negar su realidad en el presente, para más inri, ante quien en el futuro habrá de mantenerla, honrarla, difundirla y conservarla. Teniendo en cuenta que su intención era crear una fábula infantil, edulcorada y bienintencionada, podemos estar hablando del mayor fraude jamás filmado, y lo que es peor, producto de la incompetencia de su autor, ignorante del tamaño despropósito que acabó realizando, entre aplausos memos, complacientes e ignorantes.

En cuanto a la obra de Spielberg, posee por tanto, como es inevitable en Hollywood, ese azucaramiento, esa aura de parque temático que invade prácticamente todo su cine. La enorme labor de producción, llevaba a cabo con minuciosa majestuosidad, con perfección sobresaliente, oculta en parte, pero no del todo, unos problemas de concepción que lastran el resultado final del filme. Basada en la obra de Thomas Keneally dedicada a la figura del industrial alemán Oskar Schindler, que al final de la Segunda Guerra Mundial contribuyó a través de sus negocios a salvar la vida de unos centenares de judíos (el aragonés Ángel Sanz Briz salvó la vida a millares de ellos desde la embajada española en Budapest, sin que Hollywood se haya percatado de ello), cuyos derechos para el cine intentó adquirir Billy Wilder para la que sin duda hubiera sido su última película, y también la más personal (su madre, su padrastro y otros parientes, amigos y conocidos fueron gaseados en campos como Auschwitz; el cineasta de origen austriaco colaboró con el ejército americano en la filmación de la liberación de algunos de los campos de exterminio, películas decisivamente importantes en los juicios de Nuremberg), la adaptación de Spielberg toma algunos elementos del libro pero elude otros importantísimos que hubieran hecho de su película una obra más importante, más ambivalente, más ambigua, en la que la pretendida claridad moral de buenos y malos de Spielberg, el “nosotros y ellos” con que no deja de subrayar las tres horas de metraje hubiera estado más matizada, más punteada, con lo que hubiera conseguido una película más redonda, esto es, más madura e inteligente, más auténtica históricamente, en lugar de una obra que reitera desde su primer minuto un único mensaje moral, uniforme y simplón, repetido machaconamente.

La película se despliega sobre una relación de opuestos alrededor de los cuales giran pequeñas historias de personajes-satélite. Por un lado Oskar Schindler (muy correcto Liam Neeson), un hombre de negocios alemán de entre los tantos (como los Thyssen, por cierto) que hicieron grandes y lucrativos negocios con el ascenso de los nazis al poder y la subsiguiente guerra, así como con la llamada Solución Final. Continuar leyendo «Parque temático del Holocausto: La lista de Schindler»

Billy Wilder en pie de guerra: Cinco tumbas a El Cairo

Antes de El-Alamein, nunca vencimos; después de El-Alamein, nunca fuimos vencidos (Winston Churchill).

En un desierto velado de sueños, teñido de magia onírica por la fotografía de John F. Seitz, un escenario idóneo para ricas caravanas de mercaderes o apto para hallar algún idílico oasis abarrotado de jaimas, un tanque británico anda a la deriva a través de las dunas, alzándose perezoso hasta las cumbres y hundiéndose terco en las profundidades para remontar de nuevo hacia la luz para caminar en circulos marcados por el fuego y la muerte. Los cadáveres de sus ocupantes son mudos fantasmas de una guerra que se libra ya a decenas de kilómetros de allí, testigos de su sacrificio anónimo y estéril, mientras el Afrika Korps de Rommel amenaza con internarse en Egipto y acabar con el frente mediterráneo que amenaza la ocupación nazi de Grecia. Entre los cadáveres, de pronto, unos miembros en movimiento, y un oficial herido (Franchot Tone, discreto actor de una carrera de más de treinta años, con títulos como Tres lanceros bengalíes, Rebelión a bordo o Tempestad sobre Washington) que, desolado ante la contemplación de sus camaradas muertos, lucha por salir del interior del vehículo hasta que cae accidentalmente y se enfrenta a una muerte segura bajo el sol inclemente del desierto. Tras su agonía de kilómetros a pie sin víveres ni agua, cuando ya cree que su vida va a terminar en medio de ninguna parte, encuentra un espejismo: un edificio medio derruido abandonado a su suerte en medio del desierto. Pero lo que cree espejismo no es tal, sino el último vestigio de civilización en un lugar devastado por el clima y la guerra, un resto de un pasado de esplendor gracias a la circulación de turistas pudientes que acudían a Egipto para visitar las antiguas ruinas de los faraones. El único hotel abierto en el desierto es su salvación. O el inicio de una aventura insospechada…

Con este fulgurante comienzo, el gran Billy Wilder nos sumerge en su única película bélica propiamente dicha, aunque, en puridad, más bien destaca por la intriga, el suspense y la lucha psicológica en una atmósfera de guerra que por las tangenciales, escasas y siempre evocadas a distancia, escenas de combate. Con esta, su tercera película, Wilder, ayudado por su coguionista de la época, Charles Brackett, contribuye al esfuerzo propagandístico de guerra (estamos en 1943) con un episodio de espionaje, acción, romance y tensión que tiene como escenario el frente del Norte de África previo a la gran batalla de El-Alamein entre Montgomery y Rommel que dictó sentencia en cuanto a la guerra en el continente y que propició el principio del fin del conflicto con la liberación del África francesa ocupada, el desembarco de Sicilia y el hostigamiento constante a las tropas alemanas en Creta y el resto de Grecia. Continuar leyendo «Billy Wilder en pie de guerra: Cinco tumbas a El Cairo»

CineCuentos – Oswiecim

Su mirada era de un profundo gris y parecía tan antigua como el mundo. Su piel, de un blanco espectral, y sus cabellos, tan rubios que parecían de plata, le conferían un aspecto de ángel de la muerte. De estar a los pies de mi cama y no dentro de ella junto a mí, hubiera pensado que era un mensajero del averno enviado para pedirme cuentas. En sus ojos todavía se leía el miedo, la temerosa sumisión a quien sabe que controla su destino. Su cuerpo seguía gélido, a pesar del fuego de la chimenea y de llevar varias horas bajo las mantas. Me parecía haberle hecho el amor a un bloque de hielo. No se atrevió a hablarme ni cambió siquiera el gesto cuando me levanté, quieta en la cama, callada, esperando, quizá la muerte inevitable, quizá mi permiso para volver corriendo al campo, cabizbaja, herida, sucia, encorvada, con la memoria perdida en la nieve, pero viva un día más.

Cuando años después corrió la soga y la tierra desapareció bajo mis pies, creí ver entre los testigos de mi muerte, como un último destello, aquella mirada profunda y gris tan antigua como el mundo, tan inexpresiva como entonces, igual de muerta que yo. La que vi aquella mañana en Oswiecim. O como la llamábamos nosotros: Auschwitz.

La tienda de los horrores – El niño con el pijama de rayas

rayas

De entrada no hay nada excesivamente llamativo, ni para bien ni para mal, en esta película de Mark Herman que adapta la novela juvenil, insistimos, juvenil, de John Boyne, una de las películas más vistas de 2008. Nada destaca por sí mismo como excelente o brillante, ni lenguaje visual ni labor de dirección ni interpretaciones ni guión ni nada de nada, aunque tampoco cabe decir que sean un horror. Son, más bien, correctos, sin fantasía, pero apañados. Sin embargo, por el contrario, la película en conjunto sí resulta horrorosa, lamentable, repulsiva, moralmente repugnante, rozando la más asquerosa pornografía sentimental, apelando al vómito. Por supuesto, no esperamos que el espectador que se haya dejado llevar por las lágrimas teledirigidas que constituyen el único leit motiv de la cinta entienda o comparta, ni siquiera que lo intente, la línea argumental de este artículo: ahí radica el poder de la sedación mental o, más bien, sentimental, como es el caso.

Tenemos una historia con infinitas y prometedoras posibilidades llevada indefectiblemente por el camino del más baboso edulcorante: un niño alemán (Asa Butterfield), hijo de un oficial nazi (David Thewlis), y que además de hacerse antipático debe de ser imbécil perdido porque no entiende una palabra de la máquina de muerte que hay a su alrededor, se ha trasladado junto con el resto de su familia, formada además por su madre y su hermana, a una casa de campo (nunca mejor dicho) dejando atrás a sus amigos y su lujosa casa de Berlín. Allí no tiene amigos y pasa los días intentando inventar juegos que le terminan aburriendo, hasta que conoce a Shmuel, un chico de su misma edad que vive al otro lado del alambre de espino que separa la casa de papaíto nazi de lo que el niño toma por una «granja», en la que los centenares de personas que la habitan van en pijama, fíjate tú, la indumentaria habitual en las granjas. Bruno, que así se llama el nene, se hace amigo del chaval permanentemente recién levantado, le lleva comida (sin que el hecho de que crea que es una granja le haga pensar que le sobran los víveres, por ejemplo) y pasa las horas jugando con él, eso sí, uno a cada lado de la alambrada. Lo cual no les impide, llegado el caso, incluso cavar un agujero para pasar de un lado a otro, sin que haya guardas que se lo impidan. Los guardias están oportunamente ausentes de este lado del campo, cerrado con alambrada y no con el cemento y hormigón que era habitual para evitar fugas precisamente, pero es que tampoco los judíos se dan cuenta de que un lado entero del campo está desprovisto de vigilancia y que pueden escapar como si fuera el desfile del orgullo gay, con banda y todo… Paralelamente, su hermana mayor se va poco a poco haciendo una nazi de lo más fanática mientras su madre, que por lo visto desde 1933 estaba en la higuera y de quien está claro que Bruno ha heredado la idiotez, se entera ahora de que su marido colabora en el exterminio de millones de personas, con lo que se avecina una ¡¡ crisis matrimonial !! de aúpa. Y así las cosas, con el padre hecho todo un criminal, la hermana deseando tirarse a cualquiera que lleve el uniforme de la raza aria, y la madre cayéndose del guindo y viendo que su niño se hace amigo de los judíos, una equivocación, un inocente juego infantil, termina llevando a Bruno a colocarse un pijama y pasar por prisionero del campo, compartiendo el final previsto para los «granjeros» mientras el resto de su familia lo busca a grito pelado y, oh maravillosa catarsis, terminan comprendiendo la naturaleza hedionda y salvaje de la solución final ideada por los nazis cuando les toca a ellos padecer sus efectos. Repugnante.
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