Mis escenas favoritas: La noche del cazador (The night of the hunter, Charles Laughton, 1955)

Momentazo de esa joya cinematográfica, injustamente maltratada en su día, que es La noche del cazador, una obra maestra absoluta, un perturbadora odisea infantil en clave de cuento de terror gótico, o viceversa, con el mejor demonio que podría existir: el predicador Harry Powell.

Robert Mitchum y Lillian Gish sintetizan aquí el verdadero sentido de la relación entre el bien y el mal, o del amor y el odio que el reverendo lleva tatuados en sus nudillos: dios y el diablo, letra y melodía de una misma canción.

Pero ya es veranito, y Mitchum no es tan malote. Aquí nos regala uno de sus magníficos temas playeros: saquen sus camisas hawaianas y sus collares de flores, que toca escuchar un calypso zumbón, Jean and Dinah:

 

Dos perlas de John Huston (II): Los que no perdonan

En un rancho texano, Ben Zachary (Burt Lancaster) dirige a los peones en la ardua tarea de desbravar los potros recién adquiridos en su larga estancia fuera de casa. Uno de ellos (de los peones, se entiende), un joven mestizo que responde al exótico nombre de Johnny Portugal (John Saxon), se ofrece voluntario para intentar dominar al caballo más peleón, que no cesa de echar por tierra a todo bravucón que pretende demostrar su hombría y competencia ante las damas, en particular ante la joven Rachel Zachary (Audrey Hepburn). El mestizo no es un bruto que quiere controlar su montura a base de ataduras de soga, tirones de riendas y picado de espuelas, sino que habla, susurra y acaricia a su montura antes de lanzarse sobre sus lomos. El muchacho lucha denodadamente con el animal mientras, en la banda sonora compuesta por Dimitri Tiomkim, ¿qué suena, mecida por los violines?: ¡¡¡¡ una jota aragonesa !!!!

Valga esta pequeña anécdota para introducir The unforgiven (traducida un poco a la buena de dios como Los que no perdonan, 1960), un magistral western con tintes raciales dirigido por John Huston, otro de los grandes todo-terreno del periodo clásico. Una catarata de hermosas e inquietantes imágenes en Technicolor sirven para relatar la historia de la familia Zachary, compuesta por la matriarca (nada menos que Lillian Gish), el hermano mayor y cabeza de familia, Ben (Lancaster), el temperamental Cash (Audie Murphy), siempre lamentándose por el padre ausente, el joven e impulsivo Andy (Doug McClure), deseoso de viajar a Denver para saborear de una vez por todas su «primera cerveza», y la dulce Rachel (Hepburn), adoptada en 1850 por el matrimonio Zachary tras haber perdido a sus padres biológicos en un ataque de los indios. Su prosperidad, lograda a base de duro trabajo, llama la atención de sus vecinos, antiguos amigos del matrimonio Zachary y camaradas en su constante lucha por ganarse el futuro arrancándoselo a la tierra, los Rawlins, encabezados por el patriarca (Charles Bickford; no perdérselo bailando con su muleta) y cuyos hijos parecen destinados a emparentar con los Zachary para constituir una sola -y rica- familia feliz. Así, la hija mayor de los Rawlins casi persigue a Cash, mientras que el joven Charlie bebe los vientos por Rachel.

Este idilio, surcado de imágenes de paz (esa vaca pastando alegremente en el tejado de la casa de los Zachary, Audrey saliendo de casa con un cubo dispuesta a obtener agua -un principio fulgurante, lírico, hermoso-) y de bonanza (las vacas, los prados, las montañas, la armonía de lo cotidiano) viene a teñirse de gris cuando Rachel, en una cabalgada en la que Huston se recrea profusamente (el porte de Audrey Hepburn a caballo, su menuda figura con la larga cabellera negra al viento, una imagen no sólo poética sino también una clave plástica de lo que se avecina…) descubre al viejo Abe (Joseph Wiseman), una mezcla de anciano veterano de la caballería y predicador demente que insiste en comprometerla con frases ambiguas, insinuaciones de secretos sobre su pasado mientras la observa con una expresión que puede definirse como socarrona, desdeñosa, divertida y también como mueca de desprecio. Abe es un personaje nuevo para Rachel, pero no para su madre (magnífico el cambio de expresión de Lillian Gish cuando escucha de boca de su hija adoptiva su episodio con ese desconocido; tremenda su determinación cuando, al vislumbrarlo rondando la casa, se hace con la escopeta para obligarle a alejarse) ni para los lugareños. La aparición de Abe, su continuo lamento por su abandono, mezclado con sus apelaciones al Todopoderoso y sus cada vez más directas y claras acusaciones de que Rachel no es blanca, sino una kiowa robada por los Zachary a los indios, terminan por reventar la bucólica existencia de los Zachary y los Rawlins, especialmente cuando los indios, a los que llegan las noticias de lo que el viejo Abe va contando por ahí, se presentan para llevarse con ellos a un miembro perdido de su tribu. Continuar leyendo «Dos perlas de John Huston (II): Los que no perdonan»

Cine de verano – El nacimiento de una nación (David W. Griffith, 1915)

Mis escenas favoritas – Duelo al sol

Inmortal escena de un imprescindible western romántico de la factoría Selznick y concebido exclusivamente para el lucimiento de su musa y compañera de entonces, la bellísima, racial y salvaje Jennifer Jones (de hecho, tanto se lució que cambió de pareja y Selznick se fue al garete en todos los sentidos, cayendo en un profundo pozo personal y profesional). La acompaña Gregory Peck en este clásico de los finales románticos rodado en 1946 que años más tarde sería parodiado en La guerra de los Rose por Michael Douglas y Kathleen Turner.

Lamentamos la baja calidad del vídeo, pero la escena merece demasiado la pena como para dejarla pasar.