Quien atribuye a Quentin Tarantino el acierto de recuperar a un presunto actor olvidado llamado Juan Tresvueltas (en inglés John Travolta), olvida que fue Amy Heckerling, autora de cine de serie Z (y porque no hay más letras) para adolescentes neuronales y personas, animales o cosas que vivan en una edad del pavo permanente, la que rescató del ostracismo a este actor para protagonizar un truño que es uno de los mayores éxitos de recaudación del cine americano de los ochenta. En 1989, la Heckerling inició con esto una serie de películas que progresivamente fue incorporando más bebés e incluso animales parlanchines (uno de los mayores horrores que ha podido concebir la imaginación humana) y que en su capítulo inicial nos introducía en la vida de Mikey, un niño recién nacido que nos transmite mediante voz en off (aportada en la versión original por un Bruce Willis pletórico con los éxitos de Luz de Luna y La jungla de cristal, y en la doblada al castellano de España por -otro horror- Moncho Borrajo) sus pensamientos, impresiones y chascarrillos a medida que va creciendo y descubriendo lo que es la vida de un niño.
Por si no fuera poco con un planteamiento que ya anticipa el grado de pastel que nos aguarda, aunque hay que reconocer que el análisis que el nene hace de la vida de los mayores no carece de cierta agudeza en algunos pasajes, la guinda la ponen precisamente los que se supone que saben actuar, o simplemente, los que deberían saber lo que están haciendo: Kirstie Alley, en la cresta de la ola gracias a Cheers y antes de expandirse en el universo, y el ínclito John Travolta, ese actor que se hizo famoso en los setenta con personajes entre merluzos y agilipollados que se contoneaban paqueteando rítmicamente gomina en pelo y que, encasillado a más no poder, termina bailando o canturreando (a lo suyo no se le puede llamar cantar) en cualquier película en la que participe, independientemente de tema, tono, finalidad u ocasión (hagan memoria y recuerden, pueden contarse con los dedos de una mano las películas en las que Tresvueltas no canta ni baila), y que poco tiempo después comenzó una fase expansiva de su anatomía no inferior a la de su compañera de reparto. Ambos, espantosos, dan vida respectivamente a una madre soltera que ha tenido un hijo con un hombre de negocios casado (George Segal, quién lo ha visto y quién lo ve, y a pesar de eso es el único que hace como que actúa) que se ha desentendido del chaval, y a un taxista que por azar se encarga de llevarla al hospital y acompañarla en el momento del parto. Continuar leyendo «La tienda de los horrores – Mira quién habla»