La última película de José Luis Garci, que narra una de las primeras aventuras de Germán Areta, el detective privado que popularizó Alfredo Landa, antes de los dos clásicos que protagonizó al principio de los años ochenta, se cierra con este clásico del compositor Cole Porter, guinda para este cóctel del universo del cineasta, que atesora las continuas referencias al cine clásico, a Nueva York, al fútbol, al boxeo, a la radio de antaño, a los clásicos de la literatura negra, a la Navidad… En suma, a la nostalgia de un tiempo pasado, como declara el personaje de Luis Varela casi al final del metraje.
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Mis escenas favoritas – Dos de Garci…
Para Francisco Machuca, escritor, cineasta, sabio, cronista…, por el placer de conversar, de charlar de cine, de libros, de la vida en torno a unos platos y unos vasos. Cualquiera de estas dos películas, cualquier filme de Garci, es puro Machuca.
Sesión continua (1984): Adolfo Marsillach y Jesús Puente dan vida a los personajes que Alfredo Landa y José Sacristán no quisieron interpretar por una extraña y un tanto ridícula lucha de egos (ninguno quiso ceder al otro el primer lugar en los créditos iniciales, y al final ambos se quedaron sin película). Como ya ha explicado José Luis Garci después, ambos se lamentaron con posterioridad de semejante metedura de pata por una tonta cuestión de orgullo.
Tiovivo c. 1950 (2004) es una obra maestra. El tiempo la colocará a la altura de otras grandes, grandísimas películas españolas que se cuentan entre lo mejor del cine europeo de todos los tiempos. Un fresco de la posguerra española sin maniqueísmos, sin discursos, sin toma de postura ideológica. Una película de reconciliación, sobre el perdón y la no conveniencia del olvido, pero también de la necesidad de seguir adelante, de construir el futuro, de seguir en pie. «Antes sí que era antes»…
La tienda de los horrores – Balada triste de trompeta
Canto a la incoherencia. Culto al exceso. Incompleta simbiosis entre el cine de acción y la caspa hispánica. Vómito de fragmentos sin articulación ni elaboración interna. Relato superficial del tardofranquismo. Personajes sin lógica interna, secundarios prescindibles. Estas frases cortas resumen la última película de Álex de la Iglesia, celebrada por una parte de crítica y público, premiada en Venecia al mejor director y al mejor guión (la presidencia del jurado de Quentin Tarantino y su ignorancia de la reciente historia de España fue sin duda decisiva para ello), fracaso total en los últimos premios Goya (últimamente realmente acertados, no especialmente en cuanto a lo que premian, sino a lo que suelen dejar sin galardones) y uno de los más importantes fiascos del cine español reciente, uno más en la carrera del director vasco.
Empecemos por su tan aclamado comienzo. En él destacan dos aspectos: los créditos iniciales y la primera secuencia. En cuanto a los títulos, puede decirse que, sin duda ninguna, quizá son los más creativos y espectaculares del cine español en mucho tiempo, si no desde siempre. La potencia de la música de Roque Baños viene complementada con unas imágenes poderosísimas que resumen la historia y el arte españoles con inteligencia y contenido didáctico y narrativo. En cuanto a la primera secuencia, alabada casi sin excepción, ofrece más reservas: pretendidamente ilustrativa, casi metafórica, del mal de «las dos Españas», se asienta más en la supuesta espectacularidad de la acción, la violencia, las amputaciones y la sangre, y también como construcción técnica, que en su valor narrativo, realmente, como en casi toda la película, casi meramente anecdótico. Esto viene del hecho de encontrarse lastrada por la impericia de Santiago Segura como actor, del histrionismo de un pasadísimo Fernando Guillén Cuervo y de una premisa de guión no demasiado talentosa. Lo mejor de esta fase, sin duda, Fofito. Esta secuencia, realmente apabullante, sin embargo, deja a las claras cuál va a ser el tono y el interés de la película: los efectismos.
Porque, a partir de ahí, esta historia del increíble triángulo amoroso entre dos payasos (Antonio de la Torre y Carlos Areces) y una atractiva y algo casquivana trapecista (Carolina Bang, con un personaje realmente sin dibujar, cuyas acciones resultan completamente incomprensibles, más todavía en lo relativo a sus sentimientos y a su deseo sexual), pretendidamente encadenada a la historia vivida en los últimos años del franquismo, no hace sino naufragar. Primero, porque el marco histórico no consigue ensamblarse bien con la trama de la película a pesar del forzamiento de situaciones y la búsqueda de elementos de unión: la historia, los personajes, el estilo de vida, las cuestiones políticas, se quedan en mero escenario, en marco general que ha de ser recordado a cada momento con recursos metidos con calzador para que el espectador recuerde constantemente dónde se encuentra entre tanta violencia y ensaladas de tiros. Esta parte del argumento, superficial, endeble, casi gratuita, nunca termina de interesar, de ser tratada con inteligencia ni tampoco de convertirse en crónica histórica del fresco de un país en proceso de cambio. Todo ello al servicio, únicamente, del uso de algunos de los espacios más emblemáticos de ese periodo histórico como escenario -siempre de manera forzada, ilógica y gratuita- para la acción (como en la espectacular conclusión en la cruz del Valle de los Caídos). Continuar leyendo «La tienda de los horrores – Balada triste de trompeta»
Música para una banda sonora vital – Fuera de carta
La comedia española últimamente, salvo honrosas excepciones, no es más que la extensión natural de las series televisivas, generalmente cancha abierta para el humor chabacano de trazo grueso o el tono ligero con tintes sociales o dramáticos no excesivamente profundos y más bien tratados de manera tópica. Fuera de carta, la comedia dirigida en 2008 por el aragonés Nacho G. Velilla, no es una excepción a esta regla, ya que además de no aportar visualmente nada que no quepa en la pequeña pantalla, ámbito de experiencia del director, abusa de los chistes sexuales de dudoso gusto y del taco y los tópicos sobre el mundo homosexual con el fin de buscar la continuidad en su comicidad. Además, las partes más dramáticas nos suenan a demasiado vistas y los toques de contenido social están metidos con calzador y resultan un tanto postizos y artificiales. Por si fuera poco, Javier Cámara apuesta por interpretar al cocinero homosexual protagonista más bien como una histérica (pese a lo cual fue premiado como mejor actor en el Festival de Málaga), y Lola Dueñas le da la réplica con momentos de cierto histrionismo innecesario, lo cual termina resultando contraproducente. Y además está Fernando Tejero, en su registro habitual, sin más comentarios. Con todo, el tono general es amable, se deja ver, tiene ciertos momentos estimables y algunos diálogos y gags reseñables, que es más de lo que se puede decir de la mayoría de comedias españolas de hoy.
En su banda sonora contiene un clásico de los ochenta (y así puede verse en el vídeo, que destila «movida» a lo largo de sus cuatro minutos y pico de duración), Embrujada, de Tino Casal, que suena en uno de los momentos en que Javier Cámara se destapa cual locaza, y El artista del alambre, de los también paisanos Amaral, que se escucha en uno de los habituales interludios dramáticos de este tipo de comedias, incluido aquí en versión acústica. Mención aparte merece la voz de Eva Amaral: supone la trascendencia de cualquier cosa que cante, así se arranque con la tabla de multiplicar.