Diálogos de celuloide: Furia de titanes (Clash of the Titans, Desmond Davis, 1981)

-¿Y si algún día el valor y la imaginación se convierten en cualidades propias de los hombres? ¿Qué sería de nosotros?

-Entonces los dioses ya no seríamos necesarios. Consolaos en que ya hay suficiente cobardía, negligencia y falsedad ahí abajo en la Tierra, y que durará para siempre.

(guion de Beverley Cross)

Mis escenas favoritas: Un cadáver a los postres (Murder by Death, Robert Moore, 1976)

Basada en una obra del gran Neil Simon, esta comedia de Robert Moore cuenta con un excelente reparto (Alec Guinness, David Niven, Peter Sellers, Peter Falk, Eileen Brennan, Maggie Smith, Truman Capote, James Coco, Elsa Lanchester, Nancy Walker, Estelle Winwood, James Cromwell) y un buen puñado de situaciones divertidas. Mejor la VOS, pero el doblaje al castellano tampoco está mal.

Música para una banda sonora vital: Una habitación con vistas (A Room With a View, James Ivory, 1985)

O mio babbino caro, aria de Giacomo Puccini para su ópera Gianni Schicchi, ejerce de tema central de esta película de época, una producción minuciosamente cuidada de las diseñadas para premios, de las que acaparan galardones y candidaturas. Escrita por Ruth Prawer Jhabvala a partir de una novela de E. M. Forster, Ivory compone un fresco y sofisticado drama de época sobre las cuitas amorosas de una joven inglesa de buena familia (Helena Bonham Carter) que viaja a Florencia en compañía de una prima gorrona (Maggie Smith) para ver mundo antes de volver a casa a dedicarse a las obligaciones que la aguardan, en particular, casarse con un lechuguino (Daniel Day-Lewis). Completan el reparto Denholm Elliott, Judi Dench, Simon Callow, Julian Sands y Rupert Graves, entre otros.

La famosa aria de Puccini se ofrece aquí en la voz de la diva Maria Callas.

Música para una banda sonora vital: Un cadáver a los postres (Murder by Death, Robert Moore, 1976)

Seguimos con Dave Grusin, compositor de la última entrada musical publicada en esta bitácora, justamente la semana pasada. En esta ocasión se trata de la juguetona melodía compuesta para esta deliciosa comedia de crímenes basada en una obra de Neil Simon y dirigida por Robert Moore. Entre su magnífico reparto, nada menos que Alec Guinness, David Niven, Peter Sellers, Peter Falk, Eileen Brennan, Maggie Smith, Truman Capote, James Coco, Elsa Lanchester o James Cromwell.

La tienda de los horrores – El club de las primeras esposas

Ya se ha comentado aquí alguna vez: nada peor que una comedia que no hace reír ni al gato. Si pretende además ir de transgresora y se queda en un mero vehículo de propaganda de valores ultraconservadores, la cosa adquiere tintes de engaño deliberado. Pero si además va condimentada con la típica dosis de moralina made in USA tan querida por aquellos lares como odiosa cuando el almíbar empieza a desbordarse por la pantalla, el resultado es una pura catástrofe. Así ocurre con este engendro, un supuesto homenaje a las comedias sofisticadas de los años 30 y 40, titulado El club de las primeras esposas y dirigido por Hugh Wilson, un tipo especializado en cine infantil y juvenil (toda una declaración de intenciones) cuyo mayor logro en la vida fue regir en 1984 Loca academia de policía. El problema de inicio es de concepto: el homenaje a las comedias locas del Hollywood clásico intenta fotocopiar buena parte de los aspectos que las hicieron míticas (ambientes acomodados, estereotipos, premisas argumentales, gags), pero Wilson se olvida de los dos aspectos que hicieron al género inolvidable: el humor y la inteligencia. Así, Wilson elabora un subproducto de hora y tres cuartos de duración en el que la gracia permanece diluida en situaciones presuntamente desternillantes cuyo ausente ingenio quiere descansar en el fallido trío protagonista, nada menos que las «cómicas» Bette Midler, Diane Keaton y Goldie Hawn (el cartel es digno merecedor de la pena de destierro para su autor).

El trío calavera da vida a tres mujeres maduras ricas y divorciadas que en el funeral de una amiga común se percatan de que sus millonarios maridos las abandonaron por mujeres mucho más jóvenes y apetitosas que ellas. En una reacción típicamente propia de un guión escrito por una mentalidad sin cuajar, ellas se resisten a aceptar esa situación (a pesar de la fortuna particular y la labor de esquilmado constante sobre la fortuna de sus ex esposos a través de las cuantiosas pensiones de divorcio) y pretenden elaborar un minucioso plan de venganza que ridiculice, empobrezca y avergüence a sus antiguas parejas, que las deje solas y sin un dólar. La estupidez de la premisa, demasiado ridícula incluso para una comedia bufa, está clara, y la ínfima calidad del producto, también: las mejores comedias siempre hablan de temas muy serios, no de mamarrachadas para niñas de doce años. Igualmente queda telegrafiado el error de premisa de Wilson y su ¿guionista? Robert Harling: ¿cómo no iban a abandonar esos hombres a tres loros semejantes? Wilson y Harling, que pretenden hacer comedia con el despecho de estas tres elementas, dificultan la necesaria labor de empatía con su situación por parte del público creando tres personajes insulsos, frívolos, estúpidos, cuya comicidad radica en su tremenda idiotez intrínseca, a los que además se intenta dotar de cierta legitimidad moral. Así, que tengan o no éxito en su plan trae al público al fresco, pero sus maniobras para conseguirlo, presuntamente graciosas, son contempladas, además, con tanta indiferencia como hastío. Las tres, además, están muy por debajo de lo que significa ser gracioso, en lo que supone un mal habitual en el cine americano: ni la Lucille Ball de los viejos tiempos, ni Whoopi Goldberg, ni otras presuntas «cómicas oficiales» del cine de Hollywood resisten el salto al exterior de su propio país. Ni que decir tiene que Midler (habitual de comedietas ochenteras de medio pelaje, una actriz francamente antipática), Keaton (cuya caracterización como «mejor actriz cómica» de América hay que agradecer a la amistad de Woody Allen, que siempre dotó a los personajes que ella interpretó de un carisma y una personalidad de los que la actriz carece) y Hawn (que lleva viviendo toda la vida de su personaje en Loca evasión, de Spielberg, personaje que ha repetido hasta en la saciedad en versión tontificada, desde La recluta Benjamín hasta en ese engendro que tiene por hija), no están a la altura, y bucean en los chistes de corte feminista como única vía de contrapeso a un humor visual que no funciona y que hace del griterío su leitmotiv. Continuar leyendo «La tienda de los horrores – El club de las primeras esposas»

Cine en serie – Furia de Titanes

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MAGIA, ESPADA Y FANTASÍA (I)

Iniciamos aquí una serie de artículos que nos van a introducir de lleno a través del cine en el mundo de la magia, de las historias fantásticas de universos imaginarios o de mundos olvidados poblados por criaturas misteriosas, bestias temibles y seres fabulosos, vivos todos ellos en mitos y leyendas repletos de poderosos sortilegios, tesoros enterrados y héroes invencibles enfrentados a enemigos formidables y terribles, viejas historias que relatar en las oscuras noches de invierno junto al fuego que aleja a los lobos, los trasgos o los trolls.

Y abrimos la serie con una película inesperada, improbable quizá entre el resto de cintas que van a configurar esta sección, una producción británica de 1981 que supuso el debut (y penúltimo trabajo) de Desmond Davis en el cine: Furia de Titanes, un clásico de juventud para toda una generación. En ella se dan la mano la mitología, la historia, la leyenda, las aventuras de capa y espada y la imaginación con que poblamos mundos imposibles en el marco de la antigua Grecia de dioses inmortales creados a imagen y semejanza del hombre, con las mismas virtudes, defectos y, sobre todo, debilidades, el país del nacimiento de la historia, la literatura, la filosofía y, también, de la fantasía convertida en género, una tierra por la que discurren personajes que son nuestros, que se sitúan en escenarios que hemos incorporado a nuestro imaginario colectivo, que son testigos o autores de hazañas que permanecen ocultas bajo nuestros pies, como los inconfesables cimientos sobre los que hemos construido nuestra cultura, nuestra forma de entender el arte de narrar, que están ahí aunque no queramos verlas o nos apartemos de ellas. Historias que hablan de nosotros más incluso que los cuentos de diseño para la taquilla.

Zeus (un candongo Laurence Olivier) ha sucumbido una vez más a las tentaciones carnales de una mortal, para desesperación de su esposa, Hera (Claire Bloom). La hermosa hija del gobernador de Argos ha sucumbido a sus tácticas amatorias, siempre tomando el cuerpo de una lluvia de oro, de un rayo de luz o de un chorro de agua cristalina, y de la unión de sus cuerpos ha nacido un niño, de nombre Perseo (Harry Hamlin, tiempo antes de convertirse en el guaperas oficial de La ley de Los Ángeles, serie televisiva que llevó a un montón de incautos a las facultades de Derecho para ser abogados a la americana). El gobernador, dolido por la vergonzante deshonra de su hija a manos de un Dios traicionero y cruel, decide sacrificar a la joven y al niño, pero ambos son oportunamente salvados por Zeus, que los pone a salvo. Sin embargo, el rencor de la diosa Thetis (Maggie Smith) por la maldición que Zeus ha hecho recaer en su hijo Calibos, al que ha convertido en una bestia semihumana, hace que descargue toda su ira sobre Perseo, al que intentará privar del amor de la joven Andrómeda y al que sumergirá en una arriesgada aventura que pondrá a prueba su habilidad y su astucia, y en la cual el joven héroe tendrá que vérselas con malvadas brujas, oscuros maleficios y criaturas sobrenaturales como el Kraken o Medusa, y en la que, gracias a Zeus y la corte de diosas que le apoyan, Hera, Atenea (Susan Fleetwood) y Afrodita (Ursula Andress), contará con la ayuda de unas armas mágicas, del caballo alado Pegaso, y de su amigo Ammón (Burguess Meredith). Continuar leyendo «Cine en serie – Furia de Titanes»

El juego del ratón y el gato: Muerte en el Nilo

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Agatha Christie es una inagotable fuente de inspiración para el cine. Sus novelas de misterio son referencia directa de una buena cantidad de adaptaciones cinematográficas y también el origen de múltiples imitaciones. En esta ocasión es John Guillermin, discreto director británico autor de clásicos menores como El robo al Banco de Inglaterra, El Cóndor, El coloso en llamas o las dos partes del moderno King Kong anterior a Peter Jackson, quien adapta de una manera bastante fiel la novela del mismo título, una de las más famosas de su autora, en la que el detective belga Hercules Poirot es esta vez el encargado de desenmascarar al autor del asesinato de una joven millonaria en un crucero fluvial por el Nilo.

La fidelidad al texto original, tan reclamada a veces cuando se desvirtúan obras inmortales y se devalúan al ser convertidas en películas convencionales y ramplonas, es quizá esta vez el mayor problema de la cinta. Todas las películas basadas en obras de Agatha Christie son traslaciones perfectas de las trampas narrativas de la escritora a la hora de esbozar sus intrigas. En el mundo de las imágenes, estas trampas resultan aún más llamativas y, por desgracia, juegan en contra del objeto de la película: el suspense. Porque, evidentemente, el episodio introductorio, el preludio inglés en el que la joven posteriormente asesinada (Lois Chiles) rivaliza con una amiga (Mia Farrow) por el amor de un atractivo joven (Simon MacCorkindale, hoy perdido en telefilmes baratos pero durante un tiempo archifamoso por su aparición en teleseries como Falcon Crest) y la posterior persecución a la que Farrow somete a los recién casados a través del Mediterráneo y Egipto, quizá exponga demasiado abiertamente y permita presuponer el desenlace de la trama a medida que avanza el metraje (unas dos horas y cuarto). Obviamente, si una película contiene una introducción narrativa de unos diez minutos con sólo tres de los personajes antes de presentar al resto de sospechosos, por más motivos que éstos tengan para cometer el crimen, se nos está proporcionando demasiada información desde un punto de vista parcial a la hora de establecer una verdadera intriga. Una decisión arriesgada que, si bien permite sospechar con demasiados indicios acerca del whodunit (el quién lo hizo) al menos dispara las elucubraciones del espectador en cuanto al howdunit (cómo lo hizo).
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