Diálogos de celuloide: un homenaje a José Luis Garci

El tándem formado por José Luis Garci y cualquiera de sus colaboradores de aquellos años (José María González Sinde, Horacio Valcárcel, Ángel Llorente…) creó algunos de los mejores diálogos del cine español, pensados para un cine que ya no se hace: tiempos perfectamente marcados, silencios y pausas tan elocuentes como las palabras cuidadosamente escogidas, unos intérpretes excelentes que disponen de minutos para crear y desarrollar ideas, sensibilidades y caracteres, un contenido en nada banal o gratuito, ausencia de verborreas intrascendentes y de repeticiones hastiantes… Todo medido, calculado y preciso para no dar puntada sin hilo, para estimular la inteligencia y el corazón desarrollando un argumento a la vez que se cantan las verdades del barquero. Cine de entretenimiento con arte y con contenido. ¿El cine español producido hoy, por ejemplo, por las televisiones privadas, tan perfeccionado técnicamente (y mercadotécnicamente), ofrece, sin embargo, algo parecido? ¿Contiene alguna película ganadora del Goya al mejor guión, original o adaptado, líneas y secuencias comparables?

 

Mis escenas favoritas: El crack Dos (José Luis Garci, 1983)

Germán Areta es mucho Areta. Una vez superada la prueba de la primera entrega, Landa ya no vovería a correr el riesgo de resultar risible encarnando al detective cinematográfico español por antonomasia.

Mis escenas favoritas: El crack (José Luis Garci, 1981)

Pocos confiaban en que Alfredo Landa pudiera interpretar a un tipo duro y castigado por la vida, lacónico y expeditivo. Como cuenta el director de la película, José Luis Garci, el día del estreno estaba temeroso de que la aparición de Landa en pantalla pudiera provocar risas entre el público, pero al instante la sala se llenó de un silencio expectante, tenso, cómplice. Y entonces supo Garci que había tomado la decisión de reparto adecuada y que este inusual tratamiento del cine negro clásico en clave de la España de la hoy denostada por muchos Transición iba a ser un éxito absoluto.

Mis escenas favoritas: Las verdes praderas (José Luis Garci, 1979)

Antes de convertirse en personaje caricaturizable y caricaturesco (ahí están sus últimas películas, o sus colaboraciones con los medios de la derechona más rancia de este país), José Luis Garci demostró sobradamente su condición de cineasta de empaque, así como en sus libros, y en los guiones de su primera época sobre todo, ha probado su capacidad como gran escritor. Como ejemplo, este momento de Las verdes praderas en el que, ya en 1979, avanzaba el discurso de derrota, frustración e insatisfacción existencial producto del modelo de vida capitalista en que nos desenvolvemos. Espléndido Alfredo Landa, por cierto.

Diálogos de celuloide: Solos en la madrugada (José Luis Garci, 1978)

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Se van a acabar para siempre la nostalgia, el recuerdo de un pasado sórdido, la lástima por nosotros mismos. Se acabó la temporada que ha durado 38 hermosos años, estamos en 1977, somos adultos, a lo mejor un poquito contrahechos, pero adultos. Ya no tenemos papá. ¿Qué cosa, eh? Somos huérfanos gracias a Dios y estamos maravillosamente desamparados ante el mundo. Bueno, pues hay que enfrentarse al mundo y con esa cepa que nos da ese aire garboso. Tenemos que convencernos de que somos iguales a los otros seres que andan por ahí, por Francia, por Suecia, por Inglaterra. En septiembre ya no vamos a reunirnos solos en la madrugada para contarnos nuestras penas, para mirarnos el ombligo, para seguir siendo mártires, para sufrir. No, a partir de ahora y aunque sigamos siendo igual de minusválidos vamos a intentar luchar por lo que creemos que hay que luchar, por la libertad, por la felicidad. Hay que hacer algo, ¿no? Para alguna cosa tendrá que servir el cambio. Pues venga, vamos a cambiar de vida. A ti Rosi ¿Qué té pasa? Que tu vida con Andrés y los chicos no te gusta ¿no? Pues fuera, cada uno por su lado pero con dos ovarios como si fuésemos mayores. Y tú, Nacho, ¿qué? ¿No te ha tirado siempre lo otro? Pues venga, guerra, pero sin tapujos. Ponte peineta y a ello, pero con dignidad, con la cara bien alta, que no pasa nada. Vamos a ver Andrés, ¿tú no querías dejar esas contabilidades y vivir sólo con el sueldo? ¿Qué esperas? ¿Qué no puedes? Claro que puedes. Plántate, plántate con Hernández, con Gil, con Troncoso, plantáos y a pedir un sueldo digno, ya verás cómo se acojonan los de la planta noble, y a vivir como un ser humano y no como un robot, a vivir con tus hijos, a charlar con tu mujer. ¿O no? Hay que comprometerse con uno mismo, hay que tratar de ser uno mismo, hay que ir a las libertades personales. Margarita de mi vida, ya no me sirve eso que me dices siempre de que te pasas la vida metida en casa, de que Vicente no te saca. ¿Qué pasa? Quieres ir al cine y Vicente no quiere, pues vete al cine, fíjate que sencillo. Ese metro, ese autobús, me da una butaca y ya está, ya has visto a Paul Newman, que era lo que querías. Se ha terminado eso de ser víctimas de la vida, hay que vencer a la vida. Hay que tomar el mando en la cama. Si lo que quieres es un televisor en color, cómprate el más grande que encuentres porque es lo que quieres, no ahorres cuatro perras para dejarlas a los hijos, disfrutad de la vida vosotros porque es vuestra vida y porque además esas cuatro perras luego no van a ser nada. Hay que empezar a tratar de ser libres. Yo también quiero ser libre. No quiero tener que mentirme tanto. Sé que tengo que ser algo… A lo mejor escuchar, escuchar más a la gente o hacer un programa de radio para adultos, para hablar de las cosas de hoy porque no podemos pasar otros cuarenta años hablando de los cuarenta años. Ese viejo disco que vais a escuchar es el último de una melodía que no oiremos más. Yo os prometo que Ray Peterson, Raimundo Pérez si hubiese nacido en el Imperio, no volverá a decirle a Laura que la quiere porque es que Laura tiene treinta y cinco castañas, cinco hijos y está casada con uno de Arkansas y eso hay que afrontarlo. No soy político, ni sociólogo pero creo que lo que deberíamos hacer es darnos la libertad los unos a los otros, aunque sea una libertad condicional. Pues vamos, yo creo que sí podemos hacerlo, creo que sí. No debe preocuparnos si cuesta al principio porque lo importante es que al final habremos recuperado la convivencia, el amor, la ilusión. Pues no cabe duda, al vegetar estamos acabando. Vamos a vivir por algo nuevo. Vamos, vamos a cambiar la vida por nosotros. ¡¡Vamos!!

Guion de José Luis Garci y José María González Sinde.

Mis escenas favoritas – Viva la clase media (José María González Sinde, 1980)

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A la vista de las últimas películas de José Luis Garci (especialmente su Sherlock Holmes…), más de uno querría que terminara justamente como en esta secuencia de la película de su amigo y colega José María González Sinde. Una crónica agridulce de una España situada en plena transición y contada a través de las vivencias de un grupo de ciudadanos de clase media más o menos simpatizantes o militantes del partido comunista (no perderse el cartel del filme, con Marx y Lenin invitados a la boda…). Significativamente, Garci se zurra aquí con un americano…

Mis escenas favoritas – Dos de Garci…

Para Francisco Machuca, escritor, cineasta, sabio, cronista…, por el placer de conversar, de charlar de cine, de libros, de la vida en torno a unos platos y unos vasos. Cualquiera de estas dos películas, cualquier filme de Garci, es puro Machuca.

Sesión continua (1984): Adolfo Marsillach y Jesús Puente dan vida a los personajes que Alfredo Landa y José Sacristán no quisieron interpretar por una extraña y un tanto ridícula lucha de egos (ninguno quiso ceder al otro el primer lugar en los créditos iniciales, y al final ambos se quedaron sin película). Como ya ha explicado José Luis Garci después, ambos se lamentaron con posterioridad de semejante metedura de pata por una tonta cuestión de orgullo.

Tiovivo c. 1950 (2004) es una obra maestra. El tiempo la colocará a la altura de otras grandes, grandísimas películas españolas que se cuentan entre lo mejor del cine europeo de todos los tiempos. Un fresco de la posguerra española sin maniqueísmos, sin discursos, sin toma de postura ideológica. Una película de reconciliación, sobre el perdón y la no conveniencia del olvido, pero también de la necesidad de seguir adelante, de construir el futuro, de seguir en pie. «Antes sí que era antes»…

Drama sentimental en la Transición: Asignatura pendiente

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Personalmente uno está muy cansado de que José Luis Garci, uno de los mejores directores de cine de España, un cineasta como la copa de un pino, un experto de primera clase, un apasionado, un estudioso y un aficionado de primera categoría, sea objeto de bromas manidas, chistes fáciles, tópicos absurdos y demás verborrea pretendidamente humorística. Más si cabe, cuando a la par un montón de indocumentados y los medios de comunicación informativo-propagandísticos alaban sin pensárselo dos veces a directorcillos recién salidos de la escuela (los más grandes jamás fueron a escuela de cine alguna, pero eran tremendamente cultos y poseían formación amplia y variada; no se trata de descalificar a los estudiantes de las escuelas de cine, al contrario, son el futuro y la esperanza del medio; se trata de sugerir que con la formación teórica y técnica no es suficiente, que hay que mirar más allá, sacar el ojo del visor), que no han demostrado nada y cuya fama se está labrando a golpe de imitación del cine made in Hollywood, mientras que los cineastas de verdad, los que atesoran kilates de experiencia y de buen hacer, mendigan por un productor que financie nuevos proyectos o rumian su retiro en silencio y olvidados por todos. Este repulsivo panorama pretende hacer leña y objeto de mofa a quienes, como Garci, todavía se empeñan por rodar cine y no se dejan arrastrar por las modas hollywoodienses (al menos no por las actuales) ni por la estética del videoclip para contarnos en plan castizo las mismas historias de terror previsible o las mismas comedias de adultos que se comportan como niños que los americanos llevan contándonos tres décadas. Nos guste más o menos su obra, el cine español tiene categoría y reconocimiento mundiales gracias a cineastas como Garci, Borau, Saura, Erice y muchos otros, mientras que los Bayona, Balagueró y compañía pueden suponer éxito, pero nada más (y nada menos).

Y el debut de Garci, uno de esos «westerns de sentimientos» de los que habla a menudo, fue esta película de 1977 que debería ser de visionado obligatorio para todos aquellos inconscientes que, como un servidor, nacieron durante aquellos años, sobre todo para los que piensan que la vida empezó con Naranjito y que la comida y las comodidades caen del cielo. En su primera película, Garci nos revela ya cuáles son sus gustos, sus manías y sus temas favoritos: la nostalgia y la memoria sentimental, la música y el cine de otro tiempo como puerta de entrada a los recuerdos, a las oportunidades perdidas, a los azares que nos sonrieron o nos dieron la espalda, como individuos y también, en este caso, como país y como pueblo. A través del idilio adúltero de José (José Sacristán) y Elena (Fiorella Faltoyano) no sólo nos introduce en el drama de una pareja de enamorados que se conocieron a destiempo, sino que nos pone en bandeja una lección de historia, nos sumerge en nuestro pasado más reciente y nos ofrece un canto a la esperanza de un futuro que por aquel entonces (y me atrevo a decir, tampoco ahora) estaba tan claro. De este modo, la asignatura pendiente del título no se refiere sólo a una pareja que aprovecha la edad adulta para dar rienda suelta a su reprimido amor adolescente, sino que nos recuerda la necesidad de un país al completo por superar sus prejuicios, sus malos hábitos, los defectos que lo llevaron a la casi total autodestrucción a través del peor pecado: la guerra civil.

Corre el año 1977 y junto con los constantes rumores de involucionismo por parte de los militares y la derecha más reaccionaria convive la esperanza puesta en las inminentes primeras elecciones democráticas desde la Segunda República. El clima en las calles está agitado, los coches de propaganda electoral circulan constantemente lanzando octavillas, con las banderas de los partidos y los altavoces coreando eslóganes y canciones (lamentables, dicho sea de paso). En una de esas calles de un Madrid convulso que intentaba salir de las tinieblas, José para su SEAT cuando ve a Elena, su antiguo amor de adolescencia, convertida en una mujer madura. La reconoce y se detiene en doble fila a saludarla: el puente hacia el pasado se convierte además en una opción de futuro. La nostalgia, los recuerdos del amor inocente de paseos por la carretera, de atardeceres en la sierra y de verbenas en las fiestas del pueblo, de besos y caricias reprimidos, invitan a aprovechar la incipiente bocanada de libertad para recuperar aquellos días e intentar sacar a la luz todo lo que se quedó en el tintero del amor y del sexo, sobre todo del sexo. Así, José y Elena inician una nueva vida juntos, una relación adúltera en la que buscan recuperar el tiempo perdido, las sensaciones olvidadas o aún no descubiertas. Continuar leyendo «Drama sentimental en la Transición: Asignatura pendiente»