Barry Lyndon es la perfección formal hecha cine: máxima emotividad a partir de una frialdad y una distancia deliberadas, pintura en movimiento, tristeza hipnótica, brillante fresco de una época, meticuloso retrato del proceso de vejez y muerte del Antiguo Régimen. A ello contribuye una música admirablemente escogida, primorosa mezcla de temas de Leonard Rosenman y de piezas clásicas de Händel o Schubert, además de melodías populares tradicionales como Piper’s Maggot Jig.
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Música para una banda sonora vital: Muerte en Venecia (Morte a Venezia, Luchino Visconti, 1974)
El inolvidable Adagietto de la Sinfonía nº 5 de Gustav Mahler que acompaña a Dirk Bogarde en su trágico peregrinar por Venecia de la mano de Thomas Mann visto por Luchino Visconti.
Mis escenas favoritas – Cazador blanco, corazón negro (White Hunter, black Heart, Clint Eastwood, 1990)
Diálogos de celuloide – Muerte en Venecia (Morte a Venezia, Luchino Visconti, 1971)
GUSTAV: Sabes, a veces pienso que los artistas son como cazadores apuntando en la oscuridad. Ellos no saben cuál es su objetivo, y no saben si han acertado. Pero no puedes esperar que la vida ilumine tu objetivo y lo estabilice. La creación de la belleza y la pureza es un acto espiritual.
ALFRED: No Gustav, no. La belleza pertenece a los sentidos. Solo a los sentidos.
GUSTAV: No puedes llegar al espíritu con los sentidos. No puedes. Es solo por el dominio completo de los sentidos que puedes alguna vez alcanzar la sabiduría, la verdad y la dignidad humana.
ALFRED: ¿Verdad? ¿Justicia? ¿Dignidad humana? ¿Para qué sirven?
Morte a Venezia (Luchino Visconti, 1971).
Cazador blanco, corazón negro (Clint Eastwood, 1990) en Libros Filmados
Para resarcirse del rencor incubado y del sufrimiento padecido durante el rodaje de La reina de África (John Huston, 1950), el guionista Peter Viertel escribió la novela Cazador blanco, corazón negro, en la que narraba sus experiencias en Uganda, Kenia y Congo junto a Huston, el productor Sam Spiegel, la pareja Bogart-Bacall y Katharine Hepburn, entre otros miembros del equipo, además de lugareños y residentes locales, y que con el tiempo se ha convertido en una de las novelas clásicas tanto sobre el mundo de Hollywood como acerca del colonialismo y la pervivencia del racismo en África en los años cuarenta-cincuenta.
La biografía de Peter Viertel es apasionante. Crecido en el hogar californiano de una pareja de refugiados alemanes, referencia para toda la intelectualidad de habla germana residente o de paso en Estados Unidos (Thomas Mann, Bertolt Brecht, Billy Wilder, entre muchísimos otros), novelista vocacional, escribió guiones para costear sus proyectos literarios, entre otros, para John Huston, Alfred Hitchcock, Henry King, John Sturges o Clint Eastwood. Durante la Segunda Guerra Mundial, y gracias a su dominio del alemán, trabajó para la O.S.S., la agencia de inteligencia antecesora de la C.I.A. Enamorado de España desde entonces, vivió durante décadas en Marbella junto a su esposa, la actriz Deborah Kerr (ambos fallecieron en 2007, con apenas unos días de diferencia), y trabó amistad con cineastas y guionistas españoles como José Luis Garci o Juan Cobos.
Música para una banda sonora vital – Barry Lyndon
Sólo la música de Händel y Schubert, entre otros, en concreto su Zarabanda y su Trío para piano, respectivamente, podía acompañar con justicia las emotivas, conmovedoras, tristes y espectacularmente bellas imágenes de Barry Lyndon (1975), la obra maestra de Stanley Kubrick basada en el texto de William Thackeray.
Como en sus otros filmes, el tema de Barry Lyndon es el enfrentamiento entre la razón y el caos, y como en buena parte de su filmografía, examina esta oposición a través de la guerra o del estudio de sus efectos en los personajes. Kubrick, cineasta integral, supervisaba personalmente todos y cada uno de los aspectos de sus películas, desde los doblajes para el extranjero a las músicas compuestas o escogidas para cada secuencia, práctica de la que son buena muestra estas dos piezas brillantísimas.
Diálogos de celuloide – Cazador blanco, corazón negro
JOHN: Sabes, Pete, jamás serás un buen guionista, ¿y sabes por qué?
PETE: No, John. ¿Por qué no me lo explicas tú?
JOHN: Porque dejas que ochenta y cinco millones de aficionados al cine influyan en ti. Para escribir una película tienes que olvidarte de que alguien va a ir a verla.
PETE: Pues tú vas a conseguir que nadie vaya a ir a ver esta.
JOHN: Puede que sí, pero yo creo que hay dos modos de vivir en este mundo: uno es arrastrándose, besando culos y escribiendo finales felices, firmando contratos largos, no arriesgándose nunca a nada, no volando, no saliendo de Hollywood y ahorrando dinero hasta el último céntimo. Y cuando eres un cincuentón bien conservado te mueres de un infarto porque tu parte salvaje se ha comido los músculos de tu corazón. El otro modo de vivir es haciendo lo que te salga de los cojones, negándote a firmar contratos, peleándote con aquél que puede degollarte, halagando al desgraciado que pende del hilo que sostienes.
PETE: Quizá no deberás estar en el mundo del cine.
JOHN: Quizá tengas razón, chico, quizá no debería. Quizá debería dedicarme a recorrer el planeta invirtiendo en pozos de petróleo, diamantes robados y proporcionando mujeres a majarajás.
PETE: Sí, pero ¿sabes por qué no lo has hecho? Porque en algún rincón de tu ser todavía queda un pequeño átomo de esperanza.
JOHN: Al diablo la esperanza. Yo moriré pobre en algún sucio hotelucho de Los Ángeles… No quiero ser amargo. Habré contribuido a unas cinco o diez buenas películas, darán mi nombre a algún premio especial de la Academia, y ¿sabes una cosa? Se lo darán a algún incompetente y yo estaré en el infierno cagándome de risa.
White hunter, black heart. Clint Eastwood (1990).
Mis escenas favoritas – Cabaret
Incluso quienes no apreciamos demasiado el género musical por múltiples razones tenemos nuestras excepciones. Y una de ellas es esta película que Bob Fosse dirigió en 1972, ganadora de ocho premios de la Academia de Hollywood, con Liza Minelli (convertida en un icono del cine antes de emular los pasos de su madre en una caída absoluta y sin fin en los abismos más oscuros) y Joel Grey presentando su candidatura a la eternidad cinematográfica, acompañados de Michael York o Marisa Berenson, entre otros.
Son varios los momentos recordados de esta cinta, pero nos quedamos con dos. En primer lugar, el famoso Money, money, en el que Minelli y Grey nos recuerdan la irresistible atracción de ese poderoso caballero que es el dinero (el fascismo económico sí que ha conseguido la plena igualdad entre los seres humanos: nos jode a todos por igual, incluso a los que se creen elegidos), y el número musical que abre la película, una obra maestra del género, que supone una excelente forma de presentar a los personajes y las localizaciones principales de la historia, al tiempo que nos hace saborear ese ambiente tan típico del Berlín de entreguerras y del ascenso del nazismo: cultura, vanguardia artística, desenfreno, amor por la vida, por el carpe diem, apenas unos pocos años antes de comenzar la zambullida en la más profunda de las tinieblas…