Cine en fotos: Don Juan (Alan Crosland, 1926)

don-juan-1926-02-g – Once upon a screen…

Un año antes de El cantor de jazz (The Jazz Singer, 1927), Alan Crosland dirigió la primera película comercial de la historia del cine con una banda sonora completa y efectos de sonido sincronizados. Se trata de Don Juan, producción de la Warner Bros con sistema de sonido Vitaphone, consistente en la grabación en discos de los sonidos y de su reproducción separada que se sincronizaba con la proyección de la película. Sin embargo, la película se concibió y diseñó como película muda, y los diálogos quedan reducidos a los intertítulos, de ahí que no pueda hablarse de ella como la primera película sonora. La trama es simple: en la Roma de los Borgia, Don Juan (John Barrymore), que atesora conquistas femeninas a sus espaldas, vive obsesionado con la única mujer que no ha podido tener, Doña Isabel (Jane Winton). Ambos sufrirán las trágicas consecuencias del despecho de una de las mujeres ignoradas por Don Juan, una tal Lucrecia Borgia (Estelle Taylor).

Escarlata O’Hara corregida y aumentada: Como ella sola (In this our life, John Huston, 1942)

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Después de instaurar el ciclo del cine negro clásico con El halcón maltés (1941) y de ahondar en la veta comercial abierta repitiendo con Humphrey Bogart, Mary Astor y Sydney Greenstreet en la olvidada A través del Pacífico (1942), John Huston recibió de Hal B. Wallis, uno de los mandamases de la Warner Bros., el encargo de dirigir Como ella sola, adaptación de una novela de Ellen Glasgow que contaba con el protagonismo de una joven frívola, irresponsable y caprichosa que terminaba llevando a la ruina a sus seres más queridos por culpa de su egoísmo y de sus intentos por salir airosa de todos los problemas que causaba. Huston, nada convencido de la validez de esta historia para una película, aceptó el proyecto por un doble motivo: en primer lugar, porque se sintió halagado de que, con sólo dos títulos previos, el estudio le encargara una película que encabezarían algunas de las más flamantes estrellas del estudio (Bette Davis, Olivia de Havilland, George Brent o Charles Coburn); en segundo término, porque el guión lo había escrito Howard Koch, un guionista que el propio Huston recomendó a Wallis (con muy buen tino: Koch escribió nada menos que el esqueleto de Casablanca) y al que sintió que no podía desairar cuando su carrera podía asentarse definitivamente en el seno de la Warner (más adelante, Koch, que no era comunista pero que sin embargo se negaría a testificar y dar nombres ante el Comité de Actividades Antiamericanas, sufrió las consecuencias del ostracismo al que le sometió el Hollywood oficial). Así, John Huston aceptó un material que poco parecía encajar con sus temas y personajes predilectos para intentar hacer del cóctel la mejor película posible, y obtuvo un resultado bastante solvente.

El día de su boda, Stanley (Bette Davis), la hija menor de un matrimonio de buena familia venida a menos, antigua copropietaria y ahora simple accionista y empleada de la fábrica de tabacos que lleva los apellidos familiares (Fitzroy y Timberlake), se fuga con su cuñado, Peter (Dennis Morgan), casado hasta entonces con su hermana Roy (Olivia de Havilland), dejando plantado a Craig (George Brent), un gris abogado que resulta ser el tercero de los posibles maridos de Stanley que se queda tirado en el último momento. Stanley, que no tiene oficio conocido ni interés en tenerlo, es una joven que vive para su propio placer, sale todas las noches, sólo piensa en bailar y divertirse, y aunque su belleza, su determinación y el encanto de su personalidad tiene a todos hechizados, empezando por Peter pero especialmente a su millonario tío William (Charles Coburn), las dificultades que empiezan a surgir (Peter, médico, no encuentra en su situación un buen hospital donde trabajar y, cuando lo logra, no puede sostener con su sueldo los gastos de la vida a todo tren que Stanley insiste en llevar) minan poco a poco su relación y la convierten en un infierno de alcohol y continuas discusiones y desencuentros. Por el contrario, la desgracia compartida ha acercado a Craig y Roy, que se enamoran y se comprometen. La desgracia que sella el supuesto amor de Peter y Stanley hace que esta regrese a la casa familiar y que prosiga con su comportamiento caprichoso y errabundo hasta el punto de intentar arrebatarle a su hermana el amor de Craig, su antiguo prometido. La resistencia de este enfurece a Stanley, que, ebria de alcohol y de resentimiento, comete un atropello mortal y se da a la fuga, culpando de ello al joven Parry (Ernest Anderson), hijo de la criada de la familia (Hattie McDaniel) que sueña con ser abogado y trabaja en el despacho de Craig, el cual a su vez, desconocedor de la verdad, se apresta a defenderle ante la ley.

Esta intrincada trama de tintes folletinescos cuenta sin embargo con dos notables atractivos. Para empezar, la interpretación de Bette Davis, pasadísima de sobreactuación según los entendidos de aquel tiempo pero que da vida a la perfección al tipo de joven despreocupada, irresponsable, caprichosa e inmadura para afrontar las consecuencias de sus actos que el guión de la película dibujaba en contraposición al desequilibro mental y, sobre todo emocional, que el personaje poseía en la novela. La muchacha Stanley resulta de lo más irritante, en especial cuando el espectador, que contempla como testigo privilegiado las sucesivas maniobras producto de su talante cambiante y movedizo, observa cómo consigue siempre lo que quiere y sale vencedora de todo conflicto y reto que sus malas prácticas provocan. Continuar leyendo «Escarlata O’Hara corregida y aumentada: Como ella sola (In this our life, John Huston, 1942)»

De llaves y matariles: La llave de cristal (The glass key, Stuart Heisler, 1942)

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Alan Ladd y Veronica Lake son algo así como la marca blanca de Bogart y Bacall. O de Bogart y Mary Astor. O de Bogart y cualquier otra. Pero en las cuatro películas que hicieron juntos construyeron una química de lo más eficaz que se desarrolló ampliamente en los títulos negros que compartieron, entre los que destaca esta La llave de cristal (The glass key, 1942). Su director, Stuart Heisler, consigue aunar dinamismo, intensidad y la chispeante relación de sus protagonistas para elaborar una enrevesada intriga que tiene de todo en sus 85 minutos: asesinatos, corrupción política, matones, mafiosos, periodistas de dudosa ética profesional, chicas indefensas, refinadas mentes criminales y una rubia aparentemente delicada pero profundamente volcánica.

Basada en una obra del gran Dashiell Hammett, se trata en realidad de la segunda versión de esta historia tras la dirigida en 1935 por Frank Tuttle y protagonizada por George Raft. A pesar de que su pareja protagonista ha recibido las bendiciones de la posteridad, quien se lleva de calle todas las secuencias en las que aparece es Brian Donlevy como Paul Madvig, un político que, en un clima de corrupción y extorsiones, apuesta por apoyar al nuevo partido reformista de Ralph Henry (Moroni Olsen) en contra de los deseos de algunos de sus colaboradores, mafiosos que han pagado sus cuotas de protección para no verse perturbados en sus ilícitas actividades y que ahora se ven amenazados por las promesas de regeneración del nuevo partido. Ed Beaumont (Alan Ladd), su secretario y asistente para todo, no tiene muy claro si el ataque de integridad de Paul se debe al cálculo político y electoral o más bien al hecho de que se siente muy atraído por la hija de Henry, Janet (Veronica Lake), a la que pretende seducir acercándose a su padre. Pero la funesta casualidad quiere que, mientras Paul y Janet se prometen en matrimonio, la hermana de Paul (Bonita Granville) y el hermano de Janet, Taylor (Richard Denning), mantengan una relación constantemente sometida a presiones por la afición de este al juego. Una noche, el cadáver de Taylor aparece en los alrededores de la casa de Paul, y sus enemigos, en especial el vengativo Nick Varna (Joseph Calleia), ven la oportunidad de que cargue con las culpas y eliminar así de un plumazo a un peligroso adversario político que puede obstaculizar sus negocios. Janet pretende que Ed investigue el caso, pero este no está seguro de que Paul sea ajeno a lo ocurrido y renuncia a comprometerse para protegerle. Sin embargo, cuando el cerco se estrecha sobre su amigo, las complicaciones le obligarán a tomar partido y esclarecer la verdad.

Los ingredientes habituales, los personajes cínicos, los tipos duros de mirada torva, los diálogos afilados, los asesinatos, las persecuciones, los puñetazos, los disparos y las implicaciones sentimentales entre personajes (triángulo amoroso incluido), son acertadamente combinados en una narración compensada, de ritmo endiablado y enormemente entretenida, que se recrea a fondo además en el empleo de la violencia: Continuar leyendo «De llaves y matariles: La llave de cristal (The glass key, Stuart Heisler, 1942)»

Amor en caída libre: Un beso antes de morir (A kiss before dying, 1956)

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Ya sea por el original dirigido por Gerd Oswald en 1956, ya por el remake de los noventa protagonizado por Matt Dillon, el momento cumbre de Un beso antes de morir / Bésame antes de morir (A kiss before dying), es bien conocido: el joven guaperas y romántico besa a su chica en la azotea de un alto edificio administrativo justo antes de darle un empujón para que descienda en picado y se haga tortilla contra el asfalto. Y es que Bud Corliss, un muchacho apuesto, encantador, educado, estudiante de español e hijo devoto de su madre, es una caja llena de sorpresas, casi todas malas. Bajo esa fachada de chico sensible y sensato, apto para ser adorado por las abuelas de sus novias, se esconde una mente ambiciosa y calculadora que no deja de maquinar procedimientos para alcanzar aquello que constituye su máxima aspiración: dinero, mucho dinero, montañas de dinero, y una vida de lujos, comodidades y excesos en ambientes exclusivos. Para ello no escatima en medios; ni siquiera le hace ascos al crimen, cuya naturaleza explora en múltiples vertientes…

Basada en una novela de Ira Levin (autor también de La semilla del diabloLos niños del Brasil, ambas llevadas al cine en las décadas siguientes), los 91 minutos de la película de Oswald contienen dos partes bien diferenciadas, tanto por el pulso y la intensidad del relato como por la calidad final del conjunto. La película nos mete de lleno en la acción: en un dormitorio de estudiantes universitarios, Dorothy ‘Dorie’ Kingship (Joanne Woodward) se sincera con su novio, Bud (Robert Wagner) antes de llevar a cabo su proyecto de una boda clandestina. Dorie confiesa a Bud que, a pesar de las apariencias, ella no tiene dinero, y que la fortuna de su padre proviene de la herencia recibida de su primera esposa, a la que heredó a su muerte, y que el capital íntegro pasará a manos de su hermanastra, Ellen (Virginia Leith). Eso, por supuesto, no afecta para nada al amor que Bud siente por ella, y tras los consiguientes arrumacos y besuqueos, deciden seguir adelante con sus planes. Sobre el papel, claro, porque a Bud el noviazgo ya no le sale rentable, y decide por su cuenta cortarlo de raíz. Astuto y manipulador, ha conseguido mantener en secreto su noviazgo con Dorie, de modo que deshacerse de ella puede salirle gratis: no hay nadie que pueda relacionarlos, por lo que cualquier investigación criminal pasará de largo ante él. Después de conseguir, a través de una traducción del español, que Dorie le escriba de su propia mano una nota de suicidio, y de un primer intento con veneno que fracasa, opta sobre la marcha, casi sin tiempo antes de solicitar la licencia matrimonial, aprovechar la altura del edificio del ayuntamiento para arrojar a Dorie desde arriba. Su plan funciona, y ya tiene vía libre para buscarse otra chica. El desconcierto de la policía es total, y las pesquisas dirigidas por el joven Gordon Grant (Jeffrey Hunter, gracioso con sus gafas de pasta y su pipa de tabaco) se agotan en el anterior novio conocido de Dorie, Dwight (Robert Quarry), un locutor de radio. El punto muerto en las investigaciones no termina de convencer a Ellen del suicidio, y empieza a hacerse suposiciones, aunque anda muy ocupada porque le consume mucho tiempo la relación con su nuevo novio, un joven guaperas y romántico, un chico sensible y sensato, apto para ser adorado por las abuelas de sus novias…

Precisamente se sitúa en ese nudo, la presentación del nuevo novio de Ellen, el punto de inflexión de la película en cuanto a tratamiento del suspense y profundidad de la mirada. Hasta ese instante, Oswald ha llevado la narración con buen pulso, manejando a su antojo y con efectividad las claves del suspense. No sólo ha construido un personaje siniestro y psicopático con ese Bud magníficamente interpretado por Wagner, sino que ha elaborado secuencias de gran mérito. Por ejemplo, la aventura de Bud en la Facultad de Farmacia, sus maniobras para colarse en el cuarto donde se guardan los productos químicos, los medicamentos y los venenos, y todo el episodio que le lleva a conseguir las píldoras que deben matar a Dorie. Fenomenalmente rodada, consigue, en la mejor línea de Hitchcock, invertir la carga del interés del espectador de modo que éste no puede evitar colocarse en la piel del futuro criminal, angustiarse por el incierto éxito de la misión de Bud, el cual está a punto de ser descubierto en varias ocasiones. Continuar leyendo «Amor en caída libre: Un beso antes de morir (A kiss before dying, 1956)»