Música para una banda sonora vital: Irrational man (Woody Allen, 2015)

The ‘In’ Crowd, de Ramsey Lewis, puntea la narración de este drama criminal de Woody Allen, por algunos considerado «menor» dentro de su filmografía (siguiendo esos parámetros, el cine actual en su conjunto no sería ya menor sino minúsculo en comparación con la trayectoria completa de Allen, cintas «menores» incluidas). Una película que puede incorporarse a la que podría denominarse «Tetralogía del azar» junto con Delitos y faltas (Crimes and misdemeanors, 1989), Match point (2005) y El sueño de Casandra (Cassandra’s dream, 2007), si bien en un tono más ligero y, tal vez, frívolo, más próximo a la comedia negra y menos trágico y solemne que sus antecesoras, aunque igualmente compleja y profunda. Muy estimable, en cualquier caso.

Diálogos de celuloide – Match point (Woody Allen, 2005)

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Aquel que dijo «más vale tener suerte que talento» conocía la esencia de la vida. La gente tiene miedo a reconocer que gran parte de la vida depende de la suerte; asusta pensar cuántas cosas se escapan a nuestro control. En un partido hay momentos en que la pelota golpea el borde de la red y durante una fracción de segundo puede seguir hacia delante o caer hacia atrás. Con un poco de suerte sigue hacia delante y ganas, o no lo hace y pierdes.

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Match point. Woody Allen (2005).

 

La tienda de los horrores – Vicky Cristina Barcelona

Vale. Es perfectamente comprensible que Woody Allen haya restringido al máximo los rodajes en Estados Unidos en general y en Nueva York en particular. Rodar en su país de origen se ha puesto terriblemente caro para películas de presupuestos tradicionalmente modestos como las suyas, lo cual le ha hecho buscar fuera de Norteamérica las vías de financiación que le permitan filmar sus proyectos a su gusto y sin intromisiones de productores, contables y financieros que impongan tal o cual protagonista o este o aquel cambio en el guión a fin de controlar económicamente la solvencia de la producción y de obtener seguridad en cuanto a una rentabilidad taquillera del film que les permita recuperar una inversión muy superior a lo que Allen ha estado acostumbrado a manejar en su carrera. O sea, que el fenómeno se entiende. También se entiende que a Woody Allen le haya resultado más fácil, por razones económicas, culturales, sociales y cinematográficas, parir sus películas no norteamericanas en Reino Unido, las cuales, por nivel de interés y calidad (excepto Conocerás al hombre de tus sueñosYou will meet a tall dark stranger-, bodrio máximo), no han desentonado demasiado del conjunto de la obra woodyalleniana, en especial la excepcional Match point. Cuando se ha salido del entorno anglosajón, la cosa ha caído en picado, y si Midnight in Paris es una obra que ha tenido mucha mejor prensa de lo que, a nuestro juicio, merece, por más que reúna muchos de los temas y personajes propios de Allen y algún que otro gag supremo (ese detective en el tiempo…), Vicky Cristina Barcelona (2008) es un absoluto desastre que puede ser considerado sin duda ni competencia la peor película de toda la filmografía de Woody Allen. Aunque, también puede y debe decirse, al final quien escribe no sabe qué es más abominable, si la película en sí o la macrocampaña publicitaria paleta, cateta, provinciana y bobalicona emprendida por los medios de comunicación españoles, especialmente catalanes, por la presencia de Allen rodando en España, siempre con la cretina canción que aparece en el film dando por saco…

Porque la canción, ya para empezar, es asquerosa. Dicen que Allen la escuchó por casualidad y que buscó al grupo barcelonés que la interpreta para conseguir que figurara en la banda sonora de su film. En fin, a un servidor eso le importa poco, y no se ha tomado la molestia ni de averiguar el nombre del grupo ni nada de quienes la perpetran. La cancioncita apesta, y eso es todo. Y cada vez que suena, siempre la misma entradilla, siempre el mismo fragmento de la letra, siempre la misma vocecita de pitiminí, da asco. Dicho lo cual, solo es el primer aspecto detestable de una película fallida en todas las líneas excepto, quizá, en la interpretativa.

El guión de Allen es de los más flojos que ha dado a luz. Sus ideas están ahí, su querencia por la fragilidad de las relaciones humanas, la inestabilidad en el amor, la inconstancia e inconsistencia de los sentimientos. Pero la ejecución es lamentable. Allen estructura la película con la idea de choque, de contradicción. En primer lugar, las distintas personalidades de Vicky (Rebeca Hall) y Cristina (Scarlett Johansson), dos norteamericanas que viajan a Barcelona por distintos motivos, personales y profesionales: conservadora, algo puritana, racional e inflexible la primera, liberal, espontánea, pasional la segunda. En segundo lugar, el choque cultural, el encuentro que supone el descubrimiento de una ciudad europea, uno de los epicentros culturales del continente, con unas mentalidades norteamericanas vírgenes en muchos aspectos, que han crecido y se han formado con referencias, y que se hallan de golpe introducidas en el mundo que hasta entonces solo conocían por los libros y las fotografías. En tercer lugar, la propia estructura de las relaciones emocionales del film, el papel de vértice que el pintor Juan Antonio (Javier Bardem) supone para las dos jóvenes americanas, que establecen con él una extraña relación a tres bandas, en la que las dos muchachas parecen sumar sus características contrapuestas para aparecer ante Juan Antonio como una única amante con dos cuerpos,  y para María Elena (Penélope Cruz) su ex esposa, una mujer mentalmente desequilibrada, un torbellino de fiereza y temperamento del que Juan Antonio se siente en cierto modo dependiente. Pero ninguna de estas relaciones ni situaciones posee fuerza, entidad, elaboración. Al igual que la estética y el diseño de las secuencias, una postal viajera de vacaciones que Allen se monta como recordatorio de un verano de rodaje, una mera recopilación de estampas que se puede equiparar a las colecciones de recuerdos de una tienda de souvenirs o de tarjetas de un estanco de una  zona turística, los personajes de Allen, sus diálogos, sus comportamientos son superficiales, planos, absurdos, caprichosos, incoherentes, vacuos. La presunta carga emocional o intelectual del filme, la personalidad artística y culta de sus protagonistas y demás personajes queda diluida en los clichés de unas frases altisonantes pero vacías, en un discurso elemental, primitivo, descolorido, banal como nunca antes -ni después- en Allen. Los personajes se mueven por impulsos caprichosos, por teledirección de un guión artificioso y vulgar, sin estilo ni construcción.

En el apartado interpretativo, pocas veces se vendió tan barato un Oscar a la mejor intérprete de reparto (Cruz). Los mejores momentos de la cinta, sin embargo, son aquellos en los que Bardem y Cruz alternan el inglés y el español en cualquiera de sus temperamentales combates físico-dialécticos. Hall y Johansson, y por extensión el resto del reparto anglosajón (incluida la excelente Patricia Clarkson) no hacen sino hablar de banalidades, exponer vaguedades y mantener duelos sentimentales o emocionales postizos, forzados. Todo ello acompañado de una insoportable voz en off que nos va contando toda una serie de tonterías (rutas turísticas, lo que los personajes compran, comen, piensan o sienten) que no aportan nada y que no enriquecen, sino que estropean cualquier intención de ofrecer una historia que pueda llamarse tal. Ni siquiera el morbo erótico, vendido hasta la saciedad en las promociones de la película -el beso lésbico de Penélope Cruz y Scarlett Johansson o la supuesta escena del trío que el montaje definitivo nunca incluyó-, inexistente, logra levantar una cinta gratuita, un exabrupto alleniano impropio de él, el punto más bajo de su carrera.

Acusados: todos

Atenuantes: Barcelona es muy bonita

Agravantes: la puñetera canción, repetida machaconamente hasta que licua el cerebro

Sentencia: culpables

Condena: Woody Allen, absuelto; el resto, rodar Vicky Cristina Papúa Nueva Guinea (último lugar donde se ha constatado la presencia de tribus que practican el canibalismo…)

Gosford Park: el mejor Robert Altman

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De vez en cuando los cineastas veteranos, aquellos que durante sus largas carreras se han anotado importantes aciertos y algún que otro tropiezo, que ya peinan canas, de los que apenas se espera ya nada aparte de fórmulas repetidas o el rodaje de una misma película año tras año, ocasión tras ocasión, se desmarcan con auténticas joyas que dejan a todo el mundo boquiabierto y convierten la famosa expresión «quien tuvo, retuvo» en algo más que un refrán. Así ha sido el caso de Woody Allen con Match Point, de Sidney Lumet con la reciente Antes de que el diablo sepa que has muerto, o como fue en 2001 con esta maravilla de Robert Altman.

Y Altman, creador irregular donde los haya, vulgar hasta decir basta cuando filmaba vulgaridades, sublime cuando se ponía a hacer cine, nos regaló una obra excelente, a priori sin elementos especialmente sorprendentes, pero con un resultado soberbio. Porque ni narrativa ni estilísticamente ofrece algo que no hayamos visto antes, pero la factura final, el altísimo nivel de las interpretaciones, el cuidado en la puesta en escena y la magnífica labor de dirección hacen de esta película un placer de 137 minutos. Cuando comienza Gosford Park, uno sabe instantáneamente que se está asomando a cine de muchos kilates.

La acción se sitúa en la mansión propiedad de Sir William y Sylvia McCordle en el noviembre de 1932, en la cual va a tener lugar un aristocrático fin de semana de caza al que está invitado los más granado de la alta sociedad de los contornos y algún ilustre invitado extranjero. El marco es incomparable, valga la frase hecha: un paisaje hermosísimo, unos bosques tupidos, un cielo azul casi transparente, larguísimos campos y praderas por los que galopar o enviar a los perros tras un venado, una enorme mansión repleta de lujos, amplias estancias, salones, bibliotecas, salas de baile y de billar, comedores kilométricos y dormitorios lujosos y aptos para escaramuzas nocturas con captura de prisioneros incluida. Continuar leyendo «Gosford Park: el mejor Robert Altman»