Un Brexit duro…: Jack, el destripador (The Lodger, John Brahm, 1944)

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Dos son los grandes momentos de esta película de John Brahm, adaptación de una novela de Marie Belloc Lowndes, sobre el más famoso asesino en serie de la historia y toda una institución en los anales de la criminalidad británica, Jack el destripador. En primer lugar, su inicio, el deambular de la cámara por los neblinosos rincones del barrio londinense de White Chapel, laberinto de insalubres callejuelas, tugurios, tabernuchos, burdeles e infraviviendas para la clase trabajadora más desfavorecida del este de Londres de finales del siglo XIX en el que el tuvieron lugar los crímenes del célebre asesino. El ojo del espectador se desliza entre unos magníficos y decorados de estudio que reproducen con minuciosidad la imagen icónica de unos callejones sepultados por la niebla, de los arcos amenazadores, de sus peligrosas esquinas, de las siluetas de las capas y los sombreros de los agentes de policía, sombras recortadas contra la espesa y blancuzca niebla nocturna… En segundo término, la conclusión, la vertiginosa persecución entre las bambalinas del teatro, el acorralamiento del sospechoso y las aguas del Támesis como supremo juez del caso… Entre ambos puntos, poco o nada tiene que ver la historia de Brahm con lo que se sabe a ciencia cierta del caso del Destripador. Aunque se habla de asesinatos «de mujeres», sin especificar número o condición, y varios de ellos son aludidos (nunca mostrados) en pantalla o someramente descritos por algunos personajes, elementos como la misoginia, los traumas de la infancia o unos rasgos psicopáticos muy concretos (la atracción por las víctimas relacionadas, en el presente o en el pasado, con el teatro y las variedades) ocupan un lugar central en el desarrollo dramático de la película apartándose de las circunstancias más truculentas y sensacionalistas del asunto, desde la tremenda virulencia de los crímenes hasta la preferencia del asesino por las prostitutas como víctimas.

El Gabinete de Kaligari: The Lodger. 1944

La película interpela a la gran obra de Hitchcock del mismo título original, con un misterioso solitario, Mr. Slade (Laird Cregar), que con solo la ropa que lleva puesta y un pequeño maletín de médico ocupa la habitación para huéspedes que ofrecen los Bonting (Cedric Hardwicke y Sarah Allgood), anunciando, además, que alquila igualmente un desván que necesita para realizar sus «experimentos». Las noticias sobre los sucesivos crímenes vienen a aumentar las sospechas de los Bonting sobre su nuevo inquilino, más si cabe cuando se atribuye al asesino la posesión de un maletín de los típicos que usan los doctores, y definitivamente cuando la prensa anuncia un posible patrón de conducta de las asesinadas, todas ellas actrices o antiguas actrices de variedades, lo mismo que su hija (Merle Oberon), que canta y baila en un teatro de Londres bajo el nombre de Kitty Langley. Las investigaciones de la policía y las sospechas de los Bonting atraen a la casa al inspector Warwick (George Sanders), que empieza a manifestar tanto interés en la captura del Destripador como en las atenciones de la joven y vivaracha cabaretera, aunque dejando patente su bisoñez en cuestiones de seducción (se la lleva a visitar el museo de la policía…). Continuar leyendo «Un Brexit duro…: Jack, el destripador (The Lodger, John Brahm, 1944)»

Vidas de película – Nina Foch

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Nacida en Leiden (Países Bajos, 1924), Nina Consuelo Fock, hija de un neerlandés director de orquesta -Dirk Fock- y de madre estadounidense, saltó al cine como Nina Foch en los años cuarenta con Canción inolvidable (A song to remember, 1944), biopic sobre Chopin con Cornel Wilde, Paul Muni, Merle Oberon y George Macready dirigido por Charles Vidor, y Cerco de odio (The dark past, 1948), cinta negra de serie B del antiguo director de fotografía Rudolph Maté con los prometedores William Holden y Lee J. Cobb.

Contratada primero por la Universal y después en Columbia, su mejor época fueron los años cincuenta, en los que encadenó intervenciones en Un americano en París (An American in Paris, Vincente Minnelli, 1951), Un fresco en apuros (You’re never too young, Norman Taurog, 1955), con el dúo Dean Martin-Jerry Lewis, Los diez mandamientos (The ten commandments, Cecil B. DeMille, 1956), Espartaco (Spartacus, Stanley Kubrick, 1960), y sus dos apariciones más sonadas, como la reina María Antonieta en Scaramouche (George Sidney, 1952), y en su única nominación al Óscar por La torre de los ambiciosos (Executive suite, Robert Wise, 1954).

Casada en tres ocasiones, falleció en 2008.

Vidas de película – Leslie Howard

En este caso, habría que titular la sección Muertes de película (sería sin duda más curiosa y más «exitosa» de lo corriente).

Leslie Howard Stainer forma parte del club de ilustres cineastas e intérpretes hollywoodienses de ascendencia húngara, si bien nació en Forest Hill, en un distrito de Londres, en 1893. De empleado de banca y actor de teatro en sus inicios derivó en los años 30 en una de las máximas estrellas del cine, archiconocido a nivel mundial, fama y repercusión que alcanzarían la inmortalidad al dar vida a Ashley Wilkes en Lo que el viento se llevó (Gone with the wind, Victor Fleming-David O. Selznick, 1939).

Antes de eso, su carrera durante los años 30 fue una continua sucesión de éxitos. Desde La llama eterna (Smilin’ through, Sidney Franklin, 1932), con Norma Shearer y Fredric March, La plaza de Berkeley (Berkeley square, Frank Lloyd, 1933) y la versión que George Cukor dirigió de Romeo y Julieta en 1936 hasta el cuarteto de sus películas más populares o recordadas de esa década junto a la epopeya sureña de Selznick, La pimpinela escarlata (The scarlet pimpernel, Harold Young, 1934), rodada en Gran Bretaña junto a Merle Oberon, la magistral Cautivo del deseo (Of human bondage, John Cromwell, 1934), junto a una excepcional Bette Davis, El bosque petrificado (The petrified forest, Archie L. Mayo, 1936), de nuevo con la Davis y con Humphrey Bogart, y Pigmalión (Pygmalion, 1938), codirigida por el actor junto a Anthony Asquith.

El año de su consagración protagonizó además la versión norteamericana de la cinta sueca de Gustaf Molander Intermezzo (Gregory Ratoff, 1939), primera cinta americana de Ingrid Bergman, y comenzó los cuarenta dirigiendo dos películas, una secuela moderna de La pimpinela escarlata y la biografía de un famoso diseñador aeronáutico de la época.

Paradójicamente, el 1 de julio de 1943 el actor viajaba en un avión que cubría la ruta Londres-Lisboa cuando éste fue atacado y derribado por la aviación alemana. Al parecer, los alemanes creían que a bordo se encontraba el Primer Ministro británico Winston Churchill camino del norte de África. No hubo supervivientes.

Cuando las barbas (azules) de tu real vecino veas pelar… La vida privada de Enrique VIII

Una de las series televisivas más celebradas de los últimos lustros es Los Tudor, coproducción entre Canadá, Estados Unidos e Irlanda que durante 38 capítulos distribuidos en 4 temporadas se ocupaba de presentar la azarosa vida matrimonial y sexual del rey Enrique VIII de Inglaterra y de su Corte de ambiciosos, embusteros y traidores subalternos, encadenando estos avatares personales colectivos a los acontecimientos históricos de la época, en especial en cuanto a las relaciones del monarca inglés con Francia, España o el Papado y al nacimiento de la iglesia anglicana. Celebrada por la crítica y con el beneplácito del público, los tres problemas de la serie radican en sus excesivamente anodinos modos televisivos, su parquedad y modestia en el uso de exteriores y su actor protagonista, Jonathan Rhys Meyers, que incorpora a un rey de atlética estética metrosexual que poco o nada tiene que ver con la oronda apariencia y la educación renacentista del auténtico Enrique, que ha pasado a la historia gracias al retrato de Holbein el Joven.

La serie, además, no cuenta nada que no se haya contado ya antes y mejor, por más que introduzca el elemento explícitamente erótico que las otras versiones ningunearon por evidentes motivos censores y por una mayor preocupación por los asuntos puramente dramáticos y cinematográficos. Robert Shaw en Un hombre para la eternidad (A man for all seasons, Fred Zinnemann, 1966) o Richard Burton en Ana de los mil días (Anne of the Thousand Days, Charles Jarrott, 1969) ya habían interpretado con anterioridad al rey inglés en historias que relataban su relación a tres bandas con Catalina de Aragón y Ana Bolena, episodio, de entre todos los abundantes lances de cama del monarca, que ha sido tradicionalmente el más explotado cinematográficamente, como en la reciente -e inspirada asimismo en otra serie de televisión- Las hermanas Bolena (The other Boleyn girl, Justin Chadwick, 2008). Quedándonos con los filmes de Zinnemann y Jarrott como referencia, la otra gran versión de la convulsa biografía de dormitorio del monarca la ofreció en 1933 el húngaro afincado en Inglaterra Alexander Korda (junto a su hermano Zoltan auténtico protagonista de la consolidación del cine sonoro en el Reino Unido gracias a su cine historicista), y se tituló La vida privada de Enrique VIII.

Protagonizada por Charles Laughton, sencillamente genial en su composición de rey campechano (todos lo son, ¿no? O eso dicen…), glotón, de modales toscos y tabernarios, chisposo, agudo y fácil de contentar e irritar, como un niño pequeño que al menos consigue -aunque no siempre- no cagarse encima (todos lo son, ¿no? Aunque eso no lo dicen…), la película presenta durante sus breves 87 minutos algunos momentos selectos de la agitada vida «sentimental»-sexual de Enrique VIII. Sorprendentemente, como anuncia el mensaje introductorio leído por una voz en off, Korda elude abordar la cuestión del divorcio de Enrique y Catalina de Aragón (despacha este tema con un «una historia sin mucho interés), la aparición de la iglesia anglicana o el asesinato de Estado sufrido por Thomas Moore, así como las maniobras de la familia Bolena (padre, tío y ambas hermanas) por, a través del sexo, medrar y manipular la voluntad del rey a fin de llenarse los bolsillos con la política interior y exterior del reino. La historia de verdad comienza el mismo día que Ana Bolena (Merle Oberon) va a ser decapitada, justo cuando Enrique va a contraer matrimonio, por tercera vez, con Jane Seymour (Wendy Barrie), el que se supone que fue su único casorio por amor. Y muy desgraciado, porque ella murió a los pocos meses al dar a luz al heredero al trono, también fallecido a edad temprana. Ello lleva al rey a concertar su cuarto matrimonio con Ana de Cleves (Elsa Lanchester), la más fea de sus esposas y de la que también se divorció, de mutuo acuerdo en esta ocasión, en cuanto pudo, para contraer quinto matrimonio con Catalina Howard (Binnie Barnes), capítulo central de la trama de la película, aderezado con los celos y la pasión oculta de Thomas Culpeper (Robert Donat), finalmente amante de una reina demasiado joven para un rey borrachín, cebón y grasiento. El epílogo matrimonial, el sexto, será el de ya un anciano rey con Catalina Parr (Everley Gregg).

La película oscila durante todo su metraje entre la comedia y el drama, con tintes románticos y sentimentales, constantemente alejada de los avatares políticos o bélicos del momento. Rodada en los estudios Elstree, concentrada casi en su totalidad en interiores recreados en los suntuosos decorados propios de las producciones Korda y la London Films, son las distintas personalidades de las mujeres involucradas en la vida del rey las que van marcando el tono narrativo de cada episodio biográfico-marital de Enrique. Continuar leyendo «Cuando las barbas (azules) de tu real vecino veas pelar… La vida privada de Enrique VIII»

Cine de papel – Jack el Destripador*

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Una de las mejores versiones de la mítica historia de ‘Jack el Destripador’ (famoso autor del célebre axioma «vamos por partes») fue ésta de 1944 (titulada originalmente The Lodger, como el clásico de Hitchcock) tan olvidada hoy como su director, un eficiente cineasta de lo truculento, lo tenebroso y lo macabro, llamado John Brahm. Continuar leyendo «Cine de papel – Jack el Destripador*»