Cine en fotos: el Apocalipsis, según Luis Buñuel

Luis Buñuel, la forja de un cineasta universal 1900-1938

“Las trompetas del Apocalipsis suenan a nuestras puertas desde hace unos años, y nosotros nos tapamos los oídos. Este nuevo Apocalipsis, como el antiguo, corre al galope de cuatro jinetes: la superpoblación (el primero de todos, el jefe, el que enarbola el estandarte negro), la ciencia, la tecnología y la información. Todos los demás males que nos asaltan no son sino consecuencias de los anteriores. Y no vacilo al situar a la información entre los funestos jinetes.”

“El exceso de información ejerce también un importante deterioro en la conciencia de los hombres actuales. Si el Papa muere, si un jefe de Estado es asesinado, la televisión está allí. ¿Para qué le sirve al hombre estar presente en todas partes? El hombre de nuestros días jamás se encuentra consigo mismo como sabía hacerlo durante la Edad Media».

(Mi último suspiro. Memorias)

Hollywood encuentra a Villar del Río: escritores españoles en la meca del cine

Edgar Neville, un ser único - Ramón Rozas - Galiciae

La muerte en Madrid de María Antonia Abad Fernández, Sara Montiel, el 8 de abril de 2013, motivó un considerable revuelo mediático. No era para menos, teniendo en cuenta que con ella desaparecía una de las más importantes estrellas del cine español de la dictadura, ese periodo que, al menos sociológicamente, una buena parte de ciudadanos españoles se resiste a abandonar. Sin embargo, entre tantos reportajes, crónicas, editoriales y artículos se coló, recitada como un mantra, un dogma de fe, un trabajo copiado de El rincón del vago o un eslogan repetido machaconamente en la “línea Goebbels” (una mentira repetida mil veces se convierte en realidad), una afirmación verdaderamente chocante, sostenida unánimemente por periódicos y revistas, emisoras de radio, informativos de televisión y páginas de Internet de todo tipo, color, tendencia o inclinación, aunque con ligeras variantes: se dijo, por ejemplo, entre otras cosas, que Sara Montiel había sido “la primera española que triunfó en Hollywood”; o bien “la primera actriz española en conquistar Hollywood”; o, por último, “la primera artista española en tener éxito en Hollywood”. Obviamente, esta declaración, en cualquiera de sus formulaciones, es falsa de toda falsedad.

Que los medios de comunicación españoles, incluidos aquellos que pueden considerarse solventes o, para mayor escarnio, los que dicen estar especializados en cine, registren este incierto lugar común y lo eleven a la categoría de axioma informativo (como suelen tener por costumbre, dicho sea de paso, en cualquiera de los restantes ámbitos de su actividad cotidiana) no sorprende ya demasiado; esta clase de explosiones de papanatismo patrio suelen producirse como reflejo tardío (o quizá no tanto) de esa España acomplejada y provinciana que todavía pervive, más de lo que nos gustaría y mucho más de lo que sería conveniente, bajo la capa de modernidad y tecnología que la recubre superficialmente como un fino papel de regalo que envuelve el vacío, esa España a lo Villar del Río, el pueblecito que Luis García Berlanga y Juan Antonio Bardem, con apoyo de Miguel Mihura, diseñaron para su magistral ¡Bienvenido, Míster Marshall! (1953), que se deja fascinar y entontecer por cualquier impresión, por lo general incompleta y errónea, proporcionada por sus ambiguas relaciones con el exterior. Quiere la casualidad que el ficticio Villar del Río berlanguiano (el real y tangible está en la provincia de Soria y no llega a los doscientos habitantes) se ubicara en la madrileña localidad de Guadalix de la Sierra, la misma en la que, decenios más tarde, cierto canal televisivo con preocupante afición por la ponzoña situaría su patético espectáculo de falsa telerrealidad con título de reminiscencias orwellianas, con lo que la reducción de esa España pacata y súbdita, atrasada y cateta, al inventado Villar del Río, sea en su versión clásica cinematográfica o en su traslación posmoderna televisiva, alcanza un asombroso grado de lucidez.

Pero lo cierto es que, más allá de su rico y simpático anecdotario con las estrellas de la época (como el tan manido relato de cuando, presuntamente, le frió los huevos –de gallina- a Marlon Brando), resulta más que cuestionable que Sara Montiel llegara a triunfar en Hollywood o a conquistar algo aparte del que fue su marido, el director Anthony Mann, su verdadera puerta de entrada (giratoria, en todo caso) a la vida social hollywoodiense. Aunque en México llegó a participar hasta en catorce películas, sólo intervino, en papeles irrelevantes, en cuatro títulos de producción norteamericana: Aquel hombre de Tánger (Robert Elwyn y Luis María Delgado, 1953), en realidad una coproducción con España que nadie recuerda, las notables Vera Cruz (Robert Aldrich, 1954) y Yuma (Samuel Fuller, 1957), aunque su presencia es residual, casi incidental, y la olvidable Dos pasiones y un amor (Serenade, Anthony Mann, 1956), vehículo para el exclusivo lucimiento del tenor Mario Lanza. Lo que sí es indudable es que Sara Montiel no fue ni la primera española, ni tampoco la primera actriz, ni tan siquiera la primera artista, en hacerse un exitoso hueco en Hollywood, y que sus logros, si se los puede llamar así, fueron superados con creces, antes y después, por los de otros muchos profesionales (actores y actrices, técnicos, guionistas y escritores) de procedencia española. Son los casos, por ejemplo, de los intérpretes Antonio Moreno y Conchita Montenegro.

El madrileño Antonio Garrido Monteagudo Moreno, conocido artísticamente como Antonio Moreno o Tony Moreno, fue un auténtico sex-symbol del cine silente, en abierta rivalidad y competencia con los otros dos grandes nombres del momento, Rodolfo Valentino y Ramón Novarro, y, como ellos, conocido homosexual a pesar de su éxito entre el público femenino y de sus matrimonios forzados por los estudios para guardar las apariencias. Moreno llegó a compartir créditos como protagonista masculino con Greta Garbo, Clara Bow, Gloria Swanson o Pola Negri, y más adelante, como secundario de lujo, por ejemplo, junto a John Wayne en Centauros del desierto (The Searchers, John Ford, 1956), con el que comparte una, para los españoles, curiosa escena sólo apreciable si se visiona en versión original (“Salud”/“Y pesetas”/“Y tiempo para gastarlas”). La donostiarra Conchita Montenegro (Concepción Andrés Picado) fue toda una diva. Llegó a Hollywood en 1930, casi al mismo tiempo que un grupo de escritores españoles reclamados por la nueva industria del cine sonoro para la filmación de los llamados talkies, cuando, antes de la invención del doblaje, las películas norteamericanas encontraban dificultades para su distribución en países de habla no inglesa y era preciso filmar las mismas películas en distintos idiomas, con diferentes directores, repartos, equipos técnicos y guionistas turnándose en el rodaje de las mismas secuencias, en los mismos decorados, pero en distinta lengua (célebre es el caso de Drácula, de Tod Browning, película de 1931 protagonizada por Bela Lugosi que tiene su paralela en castellano, dirigida por George Melford, con el andaluz Carlos Villarías como vampiro hispano, y que no desmerece en ningún aspecto al “original” en inglés, si es que no lo supera). Conchita Montenegro acudió a Hollywood como actriz de talkies en español, pero su solvencia y su calidad como intérprete, y su aprendizaje acelerado del idioma gracias a la ayuda del cineasta, escritor y diplomático español Edgar Neville y de un buen amigo suyo, el mismísimo Charles Chaplin, le permitieron dar el salto a las cintas en inglés, llegando a compartir cartel con Leslie Howard, Norma Shearer, Robert Montgomery, George O’Brien, Lionel Barrymore, Victor McLaglen, Robert Taylor o Clark Gable, al que se negó a besar durante una prueba con una mueca de desprecio que fue la comidilla en Hollywood. Continuar leyendo «Hollywood encuentra a Villar del Río: escritores españoles en la meca del cine»

Cine en fotos – Buñuel el sucio

Fotografía robada del imprescindible blog del imprescindible David Mayor, con dedicatoria incluida, cómo no.

El uso frecuente de la pistola no es exclusivo de México. Se halla extendido por gran parte de América Latina, especialmente en Colombia. Hay países en este continente en los que la vida humana -la propia y la ajena- tiene menos importancia que en otras partes. Se puede matar por un sí, por un no, por una mala mirada o, simplemente «porque tenía ganas». Los periódicos mexicanos ofrecen todas las mañanas el relato de algunos sucesos que asombran siempre a los europeos. Por ejemplo, entre los casos más curiosos: un hombre espera tranquilamente el autobús. «»¿Llega a Chapultepec?». «Sí», responde el primero. «¿Y para ir a tal sitio?». «Sí», responde el otro. «¿Y para ir a Santa Ángel?»»Ah, no», responde el hombre interrogado. «Bueno -le dice el otro-, pues toma por los tres». Y le mete tres balazos en el cuerpo, dejándole seco, como habría dicho Breton, un acto surrealista puro.

O también (…): un hombre entra en el número 39 de una calle y pregunta por el señor Sánchez. El portero le responde que no conoce a ningún señor Sánchez, que seguramente éste vive en el 41. El hombre va al 41 y pregunta por el señor Sánchez. El portero del 41 le responde que, sin duda alguna, Sánchez vive en el 39 y que el portero del primer inmueble se ha equivocado. El hombre vuelve al 39, llama al primer portero y le explica lo que pasa. El portero le ruega que espere un momento, pasa a otra habitación, regresa con un revólver y abate al visitante. Lo que más me asombró de esta historia fue el tono con el que la contaba el periodista, como si diese la razón al portero. El titular decía: Lo mata por preguntón.

(…) Otra vez, para La vida criminal de Archibaldo de la Cruz, el Sindicato me obligó a grabar una música. Se presentaron treinta músicos en un auditorio y, como hacía mucho calor, se quitaron todos la chaqueta. Les aseguro que las tres cuartas partes de ellos llevaban un revólver metido en una funda sobaquera.

Mi último suspiro. Luis Buñuel y Jean-Claude Carrière.

Cine en fotos – Una comida en 1972…

foto_cukor

«No regresé a Los Ángeles hasta 1972, con motivo de la presentación en el festival de El discreto encanto de la burguesía (…). Un día, recibí de George Cukor una invitación a comer, invitación extraordinaria, pues no le conocía. Invitaba también a Serge Silberman y Jean-Claude Carrière, que estaban conmigo, y a mi hijo Rafael, que vive en Los Ángeles. Irían también, nos decía, «varios amigos». Continuar leyendo «Cine en fotos – Una comida en 1972…»

25 años del adiós de ese genio llamado Luis Buñuel

Con ocasión del aniversario del pasado martes 29 de julio, en el que se conmemoraba el 25º aniversario de la muerte de Luis Buñuel, don Luis, el mayor y mejor cineasta español de todos los tiempos, uno de los mayores genios de entre los muchos que Aragón ha dado a la Humanidad, reproducimos un hermoso texto de Javier Espada, Director del Centro Buñuel de Calanda. Además, nos permitimos recomendar la exposición que se menciona, «México fotografiado por Buñuel». Impresionante e imprescindible. Puede verse en la Filmoteca Española, en Madrid.

Para don Luis, nuestro recuerdo y reconocimiento emocionado, siempre.

«Si Luis Buñuel saliera de su tumba para comprar la prensa y leer lo que acontece en el mundo, seguramente, entre otras muchas extrañas noticias, le sorprendería enterarse de lo mucho que sigue interesando y fascinando su obra cinematográfica, pues como afirma su amigo y colaborador Jean Claude Carrière: «nadie puede decir lo que va a suceder en la obra de ningún artista, pero creo que Buñuel, ahora en España, está en todos los caminos, de novelistas, de cineastas, también de pintores… es muy difícil evitar a Buñuel, como es muy difícil evitar a Goya. Son dos personajes de una estatura imponente».

Un interés que sin duda sería recibido con escepticismo por don Luis, quien hasta el final de sus días se declaró discípulo de Sade, y manifestó, con monacal desapego, que no le importaría ver arder toda su obra cinematográfica.

Más le sorprendería que una película suya filmada en México el año 1950 y titulada Los Olvidados haya sido incluida por la UNESCO en el Registro de la Memoria del Mundo en 2003. Pero aún más le asombraría que esa misma película se haya incluido en una cápsula del tiempo en una torre de la catedral de México, junto a un libro de su amigo Octavio Paz.

Aunque resulta evidente que Buñuel no necesita aniversarios para ser recordado, somos muchos quienes creemos que hay que aprovechar estas fechas para fomentar el acercamiento a su obra. Continuar leyendo «25 años del adiós de ese genio llamado Luis Buñuel»