Mis escenas favoritas: Hannah y sus hermanas (Hannah and her sisters, Woody Allen, 1986)

Esta película, una de las cimas creativas de Woody Allen, contiene una de sus secuencias más famosas y reconfortantes, un toque (serio) de optimismo en la filmografía de un maestro que ha hecho del humor sobre el pesimismo una de sus señas de identidad.

Y esta, de propina:

Regreso a Manhattan en blanco y negro: Broadway Danny Rose (Woody Allen, 1984)

Antes de que comparezca en pantalla, ya adoramos a Danny Rose, ya sentimos admiración y compasión por él. El más desastroso y entusiasta representante de artistas, profesional de ejemplar entrega y pasión por su oficio, creyente absoluto, y hasta las últimas consecuencias (incluso llegando a poner en riesgo su propia subsistencia económica, perdonando pagos, prestando dinero a sus víctimas…), con una ingenuidad y una fe a prueba de bombas, en las bondades de sus patéticos representados (bailarines cojos, amaestradores de insectos, ventrílocuos tartamudos, viejas glorias amortizadas…). Una leyenda en los teatros y locales de comidas de Broadway, de la que sus compañeros y conocidos no dejan de contar anécdotas, entre penosas y divertidas, en cuanto su nombre sale a colación. Así, de manera aparentemente casual, la cámara de Allen (candidato al Óscar a la mejor dirección por esta película), que durante unos minutos, en una especie de versión reducida del colosal comienzo de Manhattan (1979), recorre las calles de Nueva York retratando edificios, tiendas,  restaurantes, cines, teatros, mercados, hoteles, floristerías, la gente paseando o deambulando camino de sus trabajos o de sus hogares, entra al «azar» en uno de los restaurantes de Broadway y se detiene a escuchar la conversación de un grupo de actores que se reúnen a comentar temas de su oficio y recordar anécdotas. Inevitablemente, alguien menciona a Danny Rose (Woody Allen) y, entre risas, todos empiezan a citar sucedidos y hazañas del estrafalario agente de artistas. Hasta que uno de los comensales advierte de que él tiene la mejor historia sobre Danny Rose y se dispone a contarla. Ahí empieza la película.

La leyenda de Danny Rose se asienta, sobre todo, en el relato de cómo recuperó a Lou Canova (Nick Apollo Forte), un cantante italiano romántico pasadísimo de moda, y de kilos, para el mundo del espectáculo, y de cómo y por qué este le dejó tirado en cuanto alcanzó de nuevo el éxito con sus melosas canciones romanticonas para señoras jubiladas. Una historia tan triste como divertida, de amor, humor, música y mafia. Porque en su empeño por salvar a Canova de sí mismo, necesitado de la inspiración que siente cuando su amante, Tina (Mia Farrow), lo ve actuar, porque de otro modo se hunde en la desesperación del alcohol y malogra sus actuaciones, Danny no vacila en introducirse entre su peligrosa familia y sus poco recomendables amistades y termina poniendo en riesgo, además de su comisión del 10 por ciento, su propia vida al despertar los celos de un capo mafioso. La odisea de un día a través de Brooklyn y Manhattan, persiguiendo a Tina y luego huyendo de quienes quieren regalarle unos zapatos de cemento, a contrarreloj, primero para convencerla de que vaya a ver a Lou (con el que está enfadado porque le ha ocultado que es un hombre casado), y después para llegar a tiempo a la actuación mientras los matones van tras su pista. Todo eso mientras la semilla del amor se deja caer sobre ambos…

Estructurada, por tanto, en forma de flashback a partir de un relato comenzado en el restaurante, Allen se zambulle en su adorado Nueva York en blanco y negro para retratar la ciudad que idolatra y la profesión y los entornos que tanto ama: Continuar leyendo «Regreso a Manhattan en blanco y negro: Broadway Danny Rose (Woody Allen, 1984)»

Mis escenas favoritas: La rosa púrpura de El Cairo (The purple rose of Cairo, Woody Allen, 1985)

Cine reconstituyente.

 

La nostalgia entra por los oídos: Días de radio (Radio days, Woody Allen, 1987)

Radio Days (1987) Directed by Woody Allen Shown: Key art

Dicen que el olfato y el oído son los sentidos más proclives a despertar la nostalgia, la melancolía. En Días de radio (Radio days, 1987), Woody Allen traza su recorrido, personalísimo y nostálgico, por la radio que marcó su infancia, por sus programas y voces, por sus músicas y aromas, por un mundo que ya no existe. La vida contada de oídas.

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En realidad, Días de radio debe mucho en su estructura a las primeras películas de Allen, aquellas que se erigían sobre la acumulación de sketches. A partir del núcleo familiar (sobre todo el padre, Michael Tucker, la madre, Julie Kavner, y la tía Bea, Dianne Wiest) el genio de Brooklyn construye una biografía no literal, aunque salpicada de lugares y sabores conocidos, pero sí nostálgica en la que hace un repaso por las melodías y los ecos de su infancia punteado por alusiones al contexto político y social vivido (predominantemente el estallido y los sucesivos avatares de la Segunda Guerra Mundial pero también la realidad de los judíos en la sociedad americana) y por algunos de los hitos fundamentales en la radiodifusión americana, introducidos en la trama con especial acierto (por ejemplo, la inoportuna irrupción del famoso programa de Orson Welles y su adaptación de La Guerra de los mundos de H. G. Wells en 1938). Paralelamente, la historia también recoge distintos escenarios, procesos y vivencias de profesionales (reales y ficticios) del medio radiofónico, e igualmente distintos gags con otros personajes en los que la radio o las emisiones de radio tienen un protagonismo fundamental (sin ir más lejos, la escena que abre la película, el de los ladrones que cogen el teléfono en la casa que están desvalijando, y que remite directamente a uno de los fragmentos de Historias de la radio, la película dirigida por José Luis Sáenz de Heredia en 1955). Todo ello desde una perspectiva que combina una mirada tierna y cálida al pasado, a la infancia, al recuerdo de otra vida, de otra ciudad, de otro país, con una narración episódica que, en mayor o menor medida, tiene el humor como base (sin descartar algún episodio dramático especialmente traumático), de la sonrisa a la carcajada, siempre con los temas tan queridos al director (las relaciones de pareja, el psicoanálisis, el sexo, el judaísmo, la muerte) como trasfondo. Allen tampoco pierde de vista el clima económico y social, reflejado en una excepcional labor de dirección artística, ambientación y vestuario, con multiplicidad de escenarios (viviendas, restaurantes, locales nocturnos, emisoras, tiendas…), reconstrucción de exteriores neoyorquinos de los años cuarenta y empleo de archivos sonoros reales o de la recreación de los mismos (en las voces, por ejemplo, de actores como William H, Macy o Kenneth Welsh). La impecable dirección de Allen, que también narra la película en off como si de un locutor se tratara, viene acompañada de la colorista fotografía de Carlo di Palma y de una magnífica banda sonora de Dick Hyman, pespunteada continuamente por los clásicos más populares de la época, especialmente Cole Porter, pero también los hermanos Gershwin, la orquesta de Xavier Cugat, las canciones de Carmen Miranda… Continuar leyendo «La nostalgia entra por los oídos: Días de radio (Radio days, Woody Allen, 1987)»

Música para una banda sonora vital – Días de radio

Woody Allen ofrece en Días de radio su peculiar vuelta a la infancia en el Brooklyn de los años cuarenta y cincuenta del siglo XX, utilizando la radio como vehículo de agridulces nostalgias y recuerdos enterrados bajo la edad. La radio, permanentemente encendida en un humilde hogar judío de clase trabajadora, con sus retransmisiones deportivas, sus melodías, los seriales dramáticos, los segmentos cómicos y las historietas de superhéroes, gángsters o vaqueros, con sus concursos o con sus informes de última hora sobre la dura realidad del momento, sirve para articular la vida de unos personajes entrañables y melancólicos.

Entre esas músicas, Carmen Miranda y South American Way. Ganas dan de ponerse un cesto de frutas en la cabeza…

CineCuentos – Delitos y faldas

ESCENA 39. Interior de un restaurante italiano de Manhattan. Noche.

Larry, columnista de una revista local de no demasiada difusión, se ha citado para cenar con su amigo Walter, un pintor de cierto renombre en la ciudad. Larry ha llegado un poco antes de la cita y se entretiene pellizcando el pan, comiendo aceitunas y dando sorbos a un insípido lambrusco que le han servido mientras espera. Se queda paralizado cuando, a través del ventanal que da a la calle, ve a Walter acercarse al restaurante acompañado de una rubia alta y muy sensual a la que no ha visto jamás. La mira de arriba abajo y se atraganta con el hueso de una aceituna. Bebe sorbitos de lambrusco y come miga de pan visiblemente nervioso hasta que Walter y la mujer llegan junto a él.

LARRY [notablemente azorado]: Oh, qué sorpresa, vienes acompañado…

WALTER: Larry, te presento a Ingrid. Ingrid; mi amigo Larry. No es gran cosa, pero es lo que hay…

INGRID: Encantada, Larry.

LARRY: Y yo más, Ingrid. Gracias Walter, eres muy amable. Recuérdame que te contrate como asesor de imagen cuando me presente a la presidencia. Ingrid, no te creas que soy así; es más bien una obra benéfica: me empeño en tener este aspecto para que este cretino siga creyéndose que es guapo.

Tras saludarse, Ingrid se disculpa y se encamina hacia el excusado. Walter se deja caer en la silla, devora las últimas aceitunas del platito de Larry y apura la botella de lambrusco en su copa. Larry se sienta frente a él, todavía más agitado.

LARRY: ¿Qué es esto, Walter? ¿Quién es ésa? ¿De qué mercadillo de esculturales esclavas sexuales la has sacado?

WALTER: Es la bomba: finlandesa, campeona de natación, y no veas cómo se le da la sauna…

LARRY: Sí, ya me imagino dónde cuelgas la toalla. ¿Quieres explicarme qué demonios hace aquí? ¿No habíamos quedado a cenar tú y yo? Tenemos muchas cosas de que hablar. ¿Qué pinta ella aquí? ¿Y Jackie?

WALTER: Tranquilízate. Ha ido al Metropolitan con Susan. Estrenan un nuevo montaje de Shakespeare, una comedia, Mucho ruido y pocas nueces, creo. El protagonista es Leo Fuller y nunca se lo pierde.

LARRY: ¿Al Metropolitan? ¿A dos manzanas de aquí? ¿Y te presentas tan campante agarrado a la cintura de Miss Laponia con tu mujer a quinientos metros escasos? De Mucho ruido y pocas nueces esto puede acabar en La tempestad.

WALTER: Larry, relájate, todo va bien. Ha empezado a las nueve. Podemos cenar tranquilamente y antes de que Pedro de Aragón se dé cuenta de que su hermano le mueve la silla ya nos habremos ido de aquí, tú a tu casa a ver Cantando bajo la lluvia y yo al hotelito de la esquina.

LARRY: Ya, con Lady Godiva a horcajadas sobre ti. Pero, dime una cosa, ¿qué pasa con Jackie? Es estupenda, inteligente, discreta, sensata y sigue siendo muy atractiva. ¿Para qué tienes que liarte con esas mujeres físicamente perfectas?

WALTER: Tú no lo entiendes, Larry. Hace años que la relación más íntima que tienes con una mujer es con la camarera que te sirve el café a la hora del almuerzo. Me inspiran, ¿lo entiendes? Miro sus cuerpos y siento fluir las ideas camino del lienzo.

LARRY: Sí, no hace falta que me digas qué aspecto tienen esas ideas. Pero escucha: si Jackie llegara a sospechar alguna vez algo así la matarías del disgusto. Ella te quiere; si no fuera así no creo que hubiera aguantado contigo más de veinte minutos en esta vida.

WALTER: Larry, no hables como mi abuela. Lo necesito, ¿entiendes? Estoy experimentando, enriqueciendo mi bagaje. Amo a Jackie, la adoro, tú lo sabes, pero a ellas las deseo y, créeme, antes de llegar a ponerlo todo sobre una balanza, contigo pan y cebolla y todo eso, ya estoy con los pantalones abajo. Demonios, ¿has visto lo bien que habla inglés?

LARRY: Walter, en Finlandia todo el mundo sabe inglés. Pero apuesto a que sabe un buen puñado de idiomas más.

WALTER: Bueno, ¿te gusta o no? Si te gusta, tiene una amiga que se le parece mucho.

LARRY: Estupendo, lo que me faltaba, una devoradora de fluidos corporales. Ya sabes que para mí sólo cuenta Laurie. Continuar leyendo «CineCuentos – Delitos y faldas»

Diálogos de celuloide – La comedia sexual de una noche de verano

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MAXWELL: Andrew, estoy enamorado de Ariel.

ANDREW: Claro, es una preciosidad.

MAXWELL: De veras. Estoy enamorado de ella.

ANDREW: Sí, te entiendo. Es una mujer excepcional.

MAXWELL: No me has entendido. La quiero. Estoy enamorado de ella, no quiero que se case.

ANDREW: Maxwell, ¿te importa tirar, por favor? Quiero ir a bañarme.

MAXWELL: Jamás había sentido eso, es asombroso. En el momento que la olí, la amé.

ANDREW: Sí, pues vete a oler a otra porque esa está comprometida.

MAXWELL: Y con ese pedante que es un cretino…

ANDREW: Ya lo sé, pero mañana por la noche ella ya se habrá convertido en la señora Pedante.
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El juego del ratón y el gato: Muerte en el Nilo

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Agatha Christie es una inagotable fuente de inspiración para el cine. Sus novelas de misterio son referencia directa de una buena cantidad de adaptaciones cinematográficas y también el origen de múltiples imitaciones. En esta ocasión es John Guillermin, discreto director británico autor de clásicos menores como El robo al Banco de Inglaterra, El Cóndor, El coloso en llamas o las dos partes del moderno King Kong anterior a Peter Jackson, quien adapta de una manera bastante fiel la novela del mismo título, una de las más famosas de su autora, en la que el detective belga Hercules Poirot es esta vez el encargado de desenmascarar al autor del asesinato de una joven millonaria en un crucero fluvial por el Nilo.

La fidelidad al texto original, tan reclamada a veces cuando se desvirtúan obras inmortales y se devalúan al ser convertidas en películas convencionales y ramplonas, es quizá esta vez el mayor problema de la cinta. Todas las películas basadas en obras de Agatha Christie son traslaciones perfectas de las trampas narrativas de la escritora a la hora de esbozar sus intrigas. En el mundo de las imágenes, estas trampas resultan aún más llamativas y, por desgracia, juegan en contra del objeto de la película: el suspense. Porque, evidentemente, el episodio introductorio, el preludio inglés en el que la joven posteriormente asesinada (Lois Chiles) rivaliza con una amiga (Mia Farrow) por el amor de un atractivo joven (Simon MacCorkindale, hoy perdido en telefilmes baratos pero durante un tiempo archifamoso por su aparición en teleseries como Falcon Crest) y la posterior persecución a la que Farrow somete a los recién casados a través del Mediterráneo y Egipto, quizá exponga demasiado abiertamente y permita presuponer el desenlace de la trama a medida que avanza el metraje (unas dos horas y cuarto). Obviamente, si una película contiene una introducción narrativa de unos diez minutos con sólo tres de los personajes antes de presentar al resto de sospechosos, por más motivos que éstos tengan para cometer el crimen, se nos está proporcionando demasiada información desde un punto de vista parcial a la hora de establecer una verdadera intriga. Una decisión arriesgada que, si bien permite sospechar con demasiados indicios acerca del whodunit (el quién lo hizo) al menos dispara las elucubraciones del espectador en cuanto al howdunit (cómo lo hizo).
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