El celebérrimo Adagio de Albinoni (no hay recopilatorio de música «clásica» que no lo contenga) constituye el leitmotiv musical (aparte de la partitura compuesta por Jean Ledrut) de esta no menos célebre adaptación de Orson Welles del original literario de Franz Kafka. Todo un monumento visual en el que el posicionamiento y los movimientos de cámara y la utilización imaginativa de la iluminación reproducen la atmósfera de pesadilla irracional, angustiosa y absorbente por la que transitan los personajes, aquí interpretados por Anthony Perkins, Jeanne Moreau, Elsa Martinelli, Romy Schneider, Akim Tamiroff y el propio Welles, entre otros.
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Mis escenas favoritas: El fantasma de la libertad (Le Fantôme de la liberté, Luis Buñuel, 1974)
Comer a escondidas y defecar en público y en compañía. Inversión de términos, subversión de conceptos. Cada cosa es lo que es y su contrario. Puro surrealismo tan tarde como a mediados de los años setenta del pasado siglo, quizá haya sido Luis Buñuel el surrealista más consecuente, coherente y tenaz en sus postulados de entre todos los miembros de aquella escuela. Tan divertida como reveladora, tan contestataria e inconformista como lúcida, puro retrato de nuestra realidad decadente.
Música para una banda sonora vital: El nombre de la rosa (Der Name der Rose, Jean-Jacques Annaud, 1986)
Magnífica composición de James Horner para esta popular película de Jean-Jacques Annaud, adaptación de la novela de Umberto Eco, que refleja adecuadamente la áspera y sombría Edad Media que fotografía el gran Tonino Delli Colli. Ya hemos dicho en más de una ocasión que solo el final (no todo, sino el de la trama paralela que afecta al inquisidor Bernardo Gui) lastra la película e impide una valoración todavía mayor de sus grandes méritos, y que además es, probablemente, la película con más feos por metro cuadrado de celuloide de la historia del cine… La música de Horner se cuenta entre sus virtudes.
Diálogos de celuloide – El proceso (The trial, Orson Welles, 1962)
-... supongo que un ordenador es como un juez… Sí, ¿por qué no? ¿Por qué un cerebro electrónico no puede reemplazar a un juez? Sería dar un gran paso para aproximarse a la perfección. Los errores dejarían de ser posibles y todo se convertiría en limpio, claro y preciso. En vez de aprovecharse de nosotros a nuestras espaldas, los abogados se verían obligados a ser exactos como los contables o los científicos. Imagínese un tribunal trabajando como un laboratorio…
The trial (1962). Guión de Orson Welles sobre la novela de Franz Kafka.
Diálogos de celuloide – El pacto de Berlín (The Holcroft covenant, John Frankenheimer, 1985)
– Conduzca. Yo le diré exactamente dónde vamos.
– ¿Cómo dice?
– Eso es el volante. ¡Adelante!
– No sé conducir.
– ¿Cómo que no sabe conducir? Todo el mundo conduce.
– No si eres de Nueva York. Allí es inútil. El tráfico es terrible y no hay dónde aparcar.
– ¿Se da cuenta de que está poniendo en peligro nuestras vidas por su incompetencia? ¡Salga!
– Tengo un amigo que tiene una casa de campo que se supone que está a una hora de la calle 42. ¡Es mentira! Lo único que está a una hora de la calle 42 es la calle 43.
The Holcroft covenant. John Frankenheimer (1985).
Diálogos de celuloide – El nombre de la rosa (1986)
Diario Aragonés – De dioses y hombres
Título original: Des hommes et des dieux
Año: 2010
Nacionalidad: Francia
Dirección: Xavier Beauvois
Guión: Xavier Beauvois, Etienne Comar
Fotografía: Caroline Champetier
Reparto: Lambert Wilson, Michael Lonsdale, Olivier Rabourdin, Jacques Herlin, Sabrina Ouazani, Goran Kostic, Philippe Laudenbach, Xavier Maly
Duración: 120 minutos
Sinopsis: Ocho monjes cistercienses que viven en perfecta comunión con sus vecinos musulmanes deciden quedarse en su monasterio de las montañas del Atlas argelino a pesar de la creciente ola de violencia originada por el enfrentamiento entre el gobierno y los grupos fundamentalistas islámicos, y que amenaza la vida de todos los extranjeros residentes en el país.
Comentario: Xavier Beauvois ofrece en De dioses y hombres, Gran Premio del Jurado en el último Festival de Cannes, algo más que la emocionante crónica de unos hechos reales. Es un relato sobre los principios fundamentales del humanismo y la naturaleza de la fe, y, por encima de todo, una lección moral. Contada al modo clásico, contagiada de los ritmos y cadencias propios de sus protagonistas, de lo que debe significar realmente el discurrir del tiempo entre los muros de un lugar de oración y recogimiento, la película va desgranando pausadamente una historia que en su primera mitad es un ejemplo de convivencia religiosa: un monasterio católico, residuo de la etapa colonial, es polo de prosperidad y también de auxilio social para los musulmanes que viven a su alrededor. La relación entre ambas comunidades, basada en el respeto mutuo y en la aceptación de la cultura del otro como una forma diversa de interpretar una misma realidad tras la cual ambas, independientemente del nombre con que la denominan, Dios o Alá, identifican la misma mano creadora, incluye la celebración colectiva de las festividades más importantes de unos y otros, la participación en los mercados y el comercio local, y también el servicio que el dispensario médico del monasterio otorga desinteresadamente a la población del lugar [continuar leyendo]