Tributo del cine al teatro: Vania en la calle 42

En 1994, el excelente director francés Louis Malle se encontraba en un inesperado parón creativo a raíz de ciertos problemas de producción de la que iba a ser su película de aquel año, un acercamiento a la figura de la actriz Marlene Dietrich, para la que ya tenía contratados a Uma Thurman y a Stephen Rea. Aprovechando esas vacaciones forzosas, en parte también por encontrarse débil de salud a causa del infarto sufrido un par de años antes, y de paso en Nueva York junto a su esposa Candice Bergen, Malle aceptó la invitación de un buen amigo suyo, el actor y director de teatro André Gregory para asistir a uno de los exclusivos ensayos que su compañía estaba realizando de la obra de Chéjov Tío Vania en un pequeño teatro neoyorquino. Por aquel entonces, Gregory llevaba más de una década sin poder poner en marcha ninguno de sus proyectos (su compañía, el Manhattan Project, le había proporcionado una gran reputación como director de escena, pero también había despertado recelos por la visión crítica que del sueño americano ofrecía en algunos de sus montajes), y su Tío Vania no iba a ser una excepción. Estancada la producción, con el fin de evitar la dispersión de los actores y para enriquecer constantemente la obra, Gregory decidió continuar con los ensayos como si el estreno fuera inminente. Durante casi cuatro años, primero en un pequeño teatro de la calle 42, y finalmente en el abandonado y semiderruido New Ámsterdam, donde finalmente la obra se convertiría en película, la compañía de Gregory, con Julianne Moore y Wallace Shawn a la cabeza, estuvo ensayando la obra, primero en privado, y más tarde con público invitado a ver de cerca las evoluciones del elenco. Los amigos de confianza dieron paso a grupos de hasta veinticinco espectadores, siempre sin cobrar entrada y siempre sin hacer ningún tipo de publicidad, nutriéndose del boca a boca y de referencias directas de espectadores a personas interesadas. Las representaciones resultaban de lo más insólitas, puesto que a las dos horas aproximadas de duración de la obra se añadían los descansos para los piscolabis entre actos, las conversaciones sobre la obra de Chéjov o sobre el teatro y la vida en general, las reflexiones de los intérpretes sobre su profesión… Entre el selecto público que tuvo ocasión de disfrutar de tamaña experiencia de construcción teatral en vivo y en directo se cuentan ilustres nombres como Susan Sontag, Richard Avedon, Woody Allen, Robert Altman, Mike Nichols o, por supuesto, Louis Malle y Candice Bergen.

Seducido por lo que había visto, recuperando su antigua pasión por el teatro, Malle concibió la idea de trasladar su grata experiencia como espectador a la pantalla de cine. Gracias a Gregory y a una filial de Sony Productions, Continuar leyendo «Tributo del cine al teatro: Vania en la calle 42»

Ernest Lehman, gran guionista

Pocas veces puede señalarse la importancia para la Historia del cine de un guionista con apenas una docena de películas escritas. Pero este precisamente es el caso de Ernest Lehman, seis veces nominado al Oscar y recompensado con un galardón honorífico en 2001, cinco años antes de su muerte. Nacido en el seno de una familia acomodada del Este venida a menos como consecuencia de la Gran Depresión de 1929, Lehman, instalado en Nueva York, se dedicó a escribir novelas y pequeñas historias para diversas publicaciones periódicas de la época, llegando a despertar el interés de la Paramount, que le ofreció un primer contrato como guionista gracias al cual vio la luz, entre otras, la comedia romántica Sabrina (1954), de Billy Wilder.

Sin embargo, su fama mundial y su gran reconocimiento como guionista le llega, como a otros muchos, de la mano de Alfred Hitchcock y del guión de Con la muerte en los talones (North by northwest, 1959), en la que la ingeniosa trama y su importancia a la hora de crear modelos de los que el cine ha bebido constantemente durante décadas le colocan entre los guionistas más importantes e influyentes de Hollywood. Hitchcock, cosa rara en él, quedaría muy satisfecho del trabajo de Lehman, y, tras recurrir a él puntualmente en diversas situaciones, finalmente contaría de nuevo con un guión suyo para el rodaje de la que sería su última película, La trama (Family plot, 1976).
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