Mis escenas favoritas – La gran evasión (The great escape, John Sturges, 1963)

Title: GREAT ESCAPE, THE ¥ Pers: McQUEEN, STEVE ¥ Year: 1963 ¥ Dir: STURGES, JOHN ¥ Ref: GRE013EX ¥ Credit: [ MIRISCH/UNITED ARTISTS / THE KOBAL COLLECTION ]

Dentro del abundante y formidable reparto masculino (James Garner, Charles Bronson, Richard Attenborough, James Coburn, James Donald, Donald Pleasence o David McCallum, entre otros) de esta magnífica cinta de acción enmarcada en un campo de prisioneros aliados durante la Segunda Guerra Mundial, destaca sin lugar a dudas Steve McQueen, cuyo personaje, el aviador americano Hilts, ‘The cooler King’, se ha convertido en un icono, no solamente cinematográfico, sino prácticamente indicativo de una filosofía y un estilo de vida. No es de extrañar puesto que McQueen, que de la noche a la mañana había pasado del anonimato de intrascendentes personajes secundarios al gran estrellato gracias a otra película interpretada tres años antes a las órdenes de Sturges, Los siete magníficos, sabedor de que el nuevo título podía servir de punto de inflexión definitivo en su carrera, se convirtió en el gran impulsor del proyecto, su gran valedor, su gran atractivo y, casi también, su principal amenaza.

McQueen maniobró por encima del director, directamente ante la Metro y United Artists, socias en la producción, para conseguir la preponderancia dentro de un reparto coral de lo más solvente: no sólo consiguió un lugar preferente en las imágenes promocionales del filme, en el cartel y en el tráiler, sino que logró modificaciones en el guión que le proporcionaban un mayor protagonismo en la trama (él es el personaje que se fuga del campo para dejarse coger una vez que ha averiguado la información necesaria para que sus compañeros logren la evasión masiva del título) y garantizaban la continuidad y la longitud de sus secuencias de acción (su larga huida motociclista, su «heroico» final y su caracterización con el guante y la pelota de béisbol), además de conferirle cierta supremacía individual en la narración compensada de las aventuras de los distintos prisioneros fugados, así como en la vida dentro del campo.

Sin embargo, este afán de protagonismo, que puede juzgarse poco democrático e igualitario respecto a sus colegas de profesión, viene justificado con creces gracias al inmenso éxito de la película y a la factura de su acabado final, una obra más aventurera que bélica, repleta de momentos épicos, de diálogos brillantes, de situaciones inolvidables… Como la que el propio McQueen protagoniza a bordo de la motocicleta alemana, acompañado de la música del gran Elmer Bernstein, secuencia que él mismo ayudó a diseñar y que insistió en protagonizar personalmente, aunque finalmente, en determinados momentos, se consideró la conveniencia de utilizar un doble.

Un momento que hizo de Steve McQueen, cuando apenas su carrera daba los primeros y exitosos pasos, un icono inmortal.

Música para una banda sonora vital – La gran evasión

Imperecedera banda sonora del maestro Elmer Bernstein para el clásico de John Sturges (The great escape, 1963).

Ganas dan de marcar el paso…

Mis escenas favoritas – El león en invierno

Los créditos iniciales de El león en invierno (The lion in Winter, Anthony Harvey, 1968) captan a la perfección la inquietante y oscura atmósfera del alto medievo, de una época sumida en las tinieblas de la superstición, el dogma religioso, la subordinación a un Dios cruel y tenebroso, las guerras, las pestes y el temor al fin del mundo.

Poco que ver con la propia película, una luminosa y colorista intriga política en torno a la cumbre que Enrique II Plantagenet (Peter O’Toole) y el rey Felipe de Francia (Timothy Dalton) celebran en la Navidad de 1183 para negociar las condiciones del acceso al trono del futuro rey inglés tras la muerte del heredero legítimo, el joven Enrique, el verano anterior. A la cita se suman la esposa de Enrique II, Leonor de Aquitania (excelente Katharine Hepburn), encarcelada por haber incitado a los tres hijos del rey, el maquinador Geoffrey, el sucio y pusilánime John (futuro Juan Sin Tierra) y el fuerte y belicoso Richard (futuro Ricardo Corazón de León, interpretado por Anthony Hopkins) a rebelarse contra su padre.

La película, escrita por James Goldman a partir de su propia obra de teatro, recoge los rencores, las miserias, los odios, los recelos, las animadversiones, los complejos, las maniobras políticas, los chantajes personales, emocionales, sexuales y de cualquier otra clase, que sacuden a todos durante la reunión. Así las cosas, quizá la música de John Barry y los títulos pierden parte de su efectividad como imagen icónica de la etapa más lúgubre de la Edad Media, pero acompañan adecuadamente la grandeza de un filme cuyo magnífico texto, profuso, lleno de matices, recovecos e ironías, viene estupendamente acompañado de unas interpretaciones sobresalientes, siendo muy superior el conjunto a la versión televisiva de 2003 con Patrick Stewart y Glenn Close.

Estupendo cine juvenil: El secreto de la pirámide

piramide

Pensemos en qué es lo que denominamos actualmente «cine juvenil»: ¿es el cine protagonizado por jóvenes? ¿El de dibujos animados? ¿El que nos toma a todos por chavales hormonados? ¿El que da por sentado que el cerebro de los adultos se halla todavía en formación y que tanto da un público que otro? ¿El que ofrece con fines de puro entretenimiento historias con tratamiento arquetípico, ligero, previsible, con educadoras y formadoras intenciones de moraleja? ¿El que asume como propios aquellos aspectos y presupuestos que, generalmente inoculados por la publicidad, convencionalmente atribuimos a los jóvenes de nuestra época? Pensemos en el cine «juvenil» que se estrena hoy en día: ¿va dirigido realmente a los jóvenes o más bien se pretende convertir a todo el público en juvenil? ¿Las historias que relata realmente están diseñadas para el público de esa edad? El cine juvenil es todo lo enunciado más arriba, pero sobre todo, cabe concluir visto el panorama, que la categoría anteriormente conocida como cine juvenil y que tantos y tan buenos productos ofrecía, ya no existe, las barreras de edad a la hora de escoger determinados productos han desaparecido, como antes sucedió con la literatura y con la música popular o comercial. El problema, es que esta igualdad entre público adulto y joven no se ha hecho al alza, por un extraordinario desarrollo intelectual o una madurez adelantada de nuestros jóvenes, sino a la baja, por todo lo contrario, la idiotización masiva de cantidades ingentes de público adulto y de quienes diseñan productos planos y banales para ellos en aras de la creatividad con fines comerciales y de la eterna, y deliberadamente tendenciosa, confusión entre el concepto de entretenimiento y el de pasatiempo. Demos un paso más; pensemos en las revistas especializadas en música: ¿qué hueco ocupan en ellas los discos infantiles o juveniles (aunque la música de muchos artistas de «renombre» en realidad parezca dirigida a ellos)? Con suerte, un apéndice reducido al final. Sigamos con las revistas literarias con cierto rigor: ¿qué espacio dedica a la literatura infantil o juvenil, fenómenos editoriales masivos aparte? Pensemos ahora en las revistas o programas de televisión de cine que acaparan el mercado: ¿cuántas películas realmente, de entre las que aparecen, parecen estar dirigidas a gente adulta y pensante por sí misma? El resultado de la comparación es evidente. Y desolador.

Como en casi todo lo relacionado con la excesiva importancia que se da al éxito recaudatorio en el cine de hoy, la cosa empieza en George Lucas, adalid del cine juvenil por excelencia y, sobre todo, por su compinche Steven Spielberg, ambos grandes directores de productos para jóvenes, pensados y diseñados para ellos (lo cual es muy distinto a pensar y diseñar un producto para infantilizar adultos, empeño casi exclusivo de la mayor parte del Hollywood actual en la pretendida consecución de un continuado éxito «fácil») que además son muy del gusto del público de más edad, auténticas obras maestras del entretenimiento, y que sin embargo, salvo alguna excepción puntual, han fracasado repetidamente cada vez que han intentado madurar sus productos para un público más activo, exigente o preparado. Pero el éxito ha provocado la (mala) imitación del modelo hasta la saciedad, la invasión de todos los géneros y temáticas, y la confusión de productos y destinatarios, error éste al que la mayor parte del público, americano en su mayoría pero cada vez más también fuera de Estados Unidos, se ha entregado en lo que es un fenómeno incomprensible de síndrome de Peter Pan colectivo: el cine juvenil ha terminado copando todo lo que se conoce como cine de entretenimiento, con la connivencia de un público que justifica su autoindulgencia en la coartada de que no se acude al cine a pensar, a ver desgracias, sino, simplemente, para evadirse de un mundo demasiado feo, como si lo que viera en las salas lo mejorara. Más que síndrome de Peter Pan constituye un ejercicio de autosedación, de voluntaria adicción a una droga que desactive las neuronas. Sin embargo, tanto Lucas como Spielberg no dejaron en el mejor momento de sus respectivas carreras de apostar por productos dignos y cuidados para el público joven (sus filmografías como productores dan fe) y El secreto de la pirámide es un buen ejemplo de ello. Continuar leyendo «Estupendo cine juvenil: El secreto de la pirámide»