Grande, grande de verdad Scorsese cuando se pone a hacer cine de muchos quilates…
Reflexiones desde un rollo de celuloide
Grande, grande de verdad Scorsese cuando se pone a hacer cine de muchos quilates…
Travis Bickle, 26 años, delgado, curtido, el solitario consumado. En apariencia es apuesto, incluso guapo; tiene una mirada firme y tranquila y una sonrisa que desarma, que brilla como por arte de magia, iluminándole todo el rostro. Pero detrás de esa sonrisa, alrededor de los ojos oscuros, en las mejillas demacradas, podemos ver las manchas ominosas causadas por una vida de miedo íntimo, de vacío y soledad. Parece haber llegado vagabundeando de una tierra en la que siempre hace frío, de un país cuyos habitantes apenas hablan. La cabeza se mueve, la expresión cambia, pero los ojos permanecen siempre inmóviles, sin parpadear, perforando el espacio vacío. Travis entra y sale a la deriva de la vida nocturna de Nueva York, como una sombra oscura entre otras sombras más oscuras. Pasando desapercibido, sin motivos para que nadie se fije en él, Travis parece fundirse con su entorno. Lleva vaqueros de jinete, botas de cowboy, una camisa a cuadros del Oeste y una desgastada cazadora del ejército con un parche en el que se lee «King Kong Company 1968-1970». Despide olor a sexo: sexo enfermizo, reprimido, solitario, pero sexo al fin y al cabo. Es una fuerza bruta masculina, que empuja, hacia dónde, no se sabe. Si se le observa más de cerca, se descubre lo inevitable. No se puede tensar la cuerda indefinidamente. Al igual que la tierra se desplaza hacia el sol, Travis Bickle se encamina hacia la violencia.
Del guion de Paul Schrader.
¡FELICES FIESTAS!
Y que el benefactor navideño de los cinéfilos, Santa Klaus Kinski, os traiga muchos regalos.
Aprovechamos este número musical co-protagonizado por «un servidor» para, además de poner de manifiesto las innatas cualidades músico-vocales-bailongas de quien escribe, recomendar -nunca está de más en estos tiempos de crisis- una vía nueva para llenar de frutas y hortalizas la cesta de la compra a precios muy módicos, y dejar constancia de la costumbre de las aristocracias de acudir habitualmente al teatro con una buena provisión de lechugas, repollos y cogollos de Tudela, aprovechamos, digo, para desear a nuestros queridos escalones unos días muy felices.
En plena temporada de elecciones americanas y en la última semana antes de las elecciones del 9 de marzo para el Parlamento y español, nos ocupamos de esta absorbente cinta de Michael Ritchie y con el guaperas Robert Redford como protagonista y que aborda los entresijos y la trastienda de todo el circo electoral norteamericano, en la que combina un punto de vista ácido y escéptico acerca de la presunta preocupación de quienes hacen política por el bien común, con una muestra sincera del conflicto de ambiciones personales, rivalidades, atracción por el poder, idealismo y altos costes a pagar.
Premiada como mejor guión original por la Academia de Hollywood, relata la carrera política por ocupar la Casa Blanca en 1972, con Richard Nixon como cabeza visible (nunca esta frase resultó más adecuada) y con otro candidato, Redford, que está empezando aprender la verdad sobre el mundo de la política. Es un hombre joven, abogado e idealista, que se permite decir lo que piensa, ya que sabe positivamente que no tiene ninguna oportunidad de ser elegido, mientras comprueba que sus escrúpulos son demasiados ante lo que significa la introducción en un mundo en el que todo está permitido para acabar con el contrario y en el que nada importa salvo conseguir un poder con el que pagar favores pendientes y asegurarse un próspero futuro en la madurez, una visión desencantada en la que colaboran decisivamente los asesores del candidato, por cuyas frases de diálogo se vierte gran parte del mensaje ideológico de la película.
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