Diálogos de celuloide: ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú (Dr. Strangelove, or How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb, Stanley Kubrick, 1964)

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GENERAL JACK RIPPER: ¡Mandrake!
CAPITÁN MANDRAKE: ¿Sí, Jack?
GENERAL JACK RIPPER: ¿Alguna vez vio a un comunista beber un vaso de agua?
CAPITÁN MANDRAKE: Bueno, reconozco que no puedo decir que lo haya visto, Jack.
GENERAL JACK RIPPER: Vodka. Eso es lo que beben, ¿verdad? Nunca agua.
CAPITÁN MANDRAKE: Bueno, creo que eso es lo que beben, Jack. Sí.
GENERAL JACK RIPPER: Un comunista no beberá agua bajo ninguna circunstancia, y no le falta razón.
CAPITÁN MANDRAKE: Ah, sí. No acabo  de comprender a qué se refiere, Jack.
GENERAL JACK RIPPER: Al agua. A eso me refiero: al agua. Mandrake, el agua es la fuente de toda la vida. El 70% de la superficie de la tierra es agua. ¿Se da cuenta de que el 70% de usted es agua?
CAPITÁN MANDRAKE: ¡Oh, Dios!
GENERAL JACK RIPPER: Y como seres humanos, usted y yo necesitamos agua fresca y pura para surtir nuestros preciados fluidos corporales.
CAPITÁN MANDRAKE: Sí.
GENERAL JACK RIPPER: ¿Empieza a comprenderlo?
CAPITÁN MANDRAKE: ¡Sí!
GENERAL JACK RIPPER: Mandrake, ¿nunca se ha preguntado por qué sólo bebo agua destilada o agua de lluvia, y solo alcohol de grano puro?
CAPITÁN MANDRAKE: Bueno, sí me lo pregunté, Jack. Sí.
GENERAL JACK RIPPER: ¿Nunca oyó hablar de la fluorización? ¿La fluorización del agua?
CAPITÁN MANDRAKE: Sí, oí hablar de ella, Jack. Sí.
GENERAL JACK RIPPER: ¿Sabe qué es?
CAPITÁN MANDRAKE: No, no sé lo que es. No.
GENERAL JACK RIPPER: ¿Se da cuenta de que la fluorización es la más monstruosa y peligrosa conspiración comunista a la que nos hemos enfrentado?
(guion de Stanley Kubrick, Terry Southern y Peter George, a partir de la novela de este último)

Música para una banda sonora vital: ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú (Dr. Strangelove, or How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb, Stanley Kubrick, 1964)

Este clásico lleno de nostalgia interpretado por Vera Lynn, We’ll meet again, muy famoso en Gran Bretaña en tiempos de la Segunda Guerra Mundial, alcanza un inesperado sentido irónico al acompañar a las imágenes de destrucción atómica con que concluye esta comedia de Stanley Kubrick. Un filme brillante que con el tiempo, lejos de perder vigencia, vuelve una y otra vez a medida que asistimos al patético espectáculo de la irresponsabilidad de los dirigentes políticos, nacionales e internacionales.

El espejismo del amor: No me digas adiós (Goodbye again, Anatole Litvak, 1961)

Una novela de Françoise Sagan está en el origen de este drama romántico dirigido por Anatole Litvak en 1961. Paula, una parisina madura (lo que por entonces se consideraba madurez, pues el personaje ha cumplido los cuarenta años; Ingrid Bergman tenía 46), trabaja como decoradora y está profundamente enamorada de Roger (Yves Montand), hombre de edad que tiene una excesiva pasión por las jovencitas, con las que arregla encuentros excusándose en continuos viajes de negocios derivados de su profesión, ejecutivo de ventas de una fábrica de tractores y maquinaria. En uno de sus encargos como decoradora conoce al joven hijo de su clienta, Philip (Anthony Perkins, premiado en Cannes y con el David de Donatello por su interpretación), un inexperto abogado de apenas 25 años que se enamora fulminantemente de ella, y que desde el primer momento la acosa para sacarle una cita. La resistencia inicial de la mujer coincide con el desinterés cada vez más patente en Roger y con el descubrimiento de sus escarceos continuos. De modo que su primera oposición se va diluyendo en la alocada espontaneidad del muchacho, que desprecia todas las convenciones y todos los supuestos inconvenientes de su hipotética relación, y gracias al cual se siente rejuvenecer. Sin embargo, cuando Roger ve peligrar en serio la que creía una relación consolidada con Paula, se propone reconquistarla y eliminar a Philip del triángulo amoroso. Paula, dividida entre la estabilidad y la aventura, entre la conveniencia y la pasión, se siente prisionera emocional de una situación repleta de trampas y peligros, el primero y principal de ellos, la soledad.

Estimable adaptación pilotada por Anatole Litvak, cineasta judío de origen ucraniano al que los sucesivos avatares de la Europa de entreguerras terminaron por arrastrar desde Alemania y Francia hasta Hollywood, donde, a lo largo de una carrera de cuatro décadas, despuntó por sus historias dramáticas situadas en ambientes refinados y elitistas, de argumentos poderosos y contextos ricos y complejos protagonizados por personajes con carencias emocionales, además de por sus comedias y algún que otro melodrama criminal colindante con el cine negro. Sus ambientes, siempre sofisticados y próximos a la aristocracia y a la alta burguesía, están meticulosamente construidos, con un gusto y un cuidado heredados con toda probabilidad de su trabajo como asistente de dirección de Max Ophüls durante su etapa francesa. El confort económico no viene acompañado del sosiego emocional, y los personajes ven complicada su plácida existencia por una serie de vaivenes sentimentales en los que está en juego la verdadera naturaleza de la vida, su esencia alejada de las comodidades materiales, insuficientes a todas luces para curar las enfermedades del alma y del corazón. En el caso de Paula, se enfrentan dos formas de vivir contrapuestas, encarnadas por hombres distintos, encrucijada que se complica todavía más debido a un doble peso adicional: el egoísmo propio y los dictados de la conveniencia social. Sumida en un auténtico dilema, sacudida lo que hasta entonces era una vida sencilla y placentera, se ve de repente inmersa en una crisis de cuyo resultado depende el resto de su existencia, todo su futuro. Para Philip, sin embargo, Paula supone el descubrimiento del amor, un amor juvenil, impulsivo, idealizado, en el que las decepciones y los contratiempos no existen como posibilidades; el «aquí y ahora», propio de la juventud, lo invade todo. Roger, no obstante, se ve herido en su orgullo masculino con la pérdida de una posesión más preciada de lo que creía, que no temía perder porque la consideraba segura, refugio entre sus aventuras ocasionales pero continuadas. Paula opta, decide sobre la base del amor que cree auténtico, verdadero, seguro, eterno. Continuar leyendo «El espejismo del amor: No me digas adiós (Goodbye again, Anatole Litvak, 1961)»

Cine en fotos – John Huston, ‘A libro abierto’

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Al principio, cuando estábamos todavía unos pocos en la selva, no habíamos establecido nuestro servicio de intendencia, así que contratamos a un cazador negro para que nos llenara el puchero. Yo salí a cazar con él varias veces. Sólo tenía un rifle de avancarga y no podía dar en el blanco a menos que estuviera prácticamente encima de la pieza. La caza era escasa y yo me preguntaba cómo demonios se las arreglaba el tipo para abastecernos de suficiente carne para el puchero que estaba encima del fuego. El guiso consistía en una especie indiscriminada de estofado compuesto de mono, cerdo de la selva, ciervo y quién sabe qué. Finalmente, alguien lo supo… Una tarde llegó al campamento un grupo de soldados y arrestó a nuestro cazador negro. No nos dijeron por qué. Pero más tarde supimos que algunos habitantes de la aldea próxima habían desaparecido misteriosamente. Parecer ser que, cuando nuestro cazador no encontraba animales para nuestro puchero, conseguía la carne de manera más sencilla. Debo reconocer que yo no notaba la diferencia de sabor. El cazador negro fue ejecutado unos días después, antes de que llegara la mayor parte del equipo. Sólo unos pocos tuvimos el privilegio de una alimentación tan exquisita.

John Huston, A libro abierto (Memorias), Espasa-Calpe, Madrid, 1986.