
Raúl Ruiz (o Raoul Ruiz) es un director súbitamente aclamado gracias a su monumental Misterios de Lisboa (2010), que disfrutó del favor mayoritario de crítica y público durante sus últimos meses de vida (falleció en París en agosto de 2011). Hasta entonces, asimilado al cine francés desde el golpe militar de Pinochet en Chile en 1973, su amplia filmografía era un catálogo de producción plurinacional: sus películas habían recibido producción francesa, suiza, belga, italiana, chilena, portuguesa, británica, colombiana, estadounidense o austriaca, como su biografía de Gustav Klimt titulada así, Klimt, dirigida en 2006 y protagonizada por John Malkovich.
Entre las notas positivas de la película, la voluntad de Ruiz de no filmar un biopic al uso repleto de sucedidos, fechas, hitos y episodios personales cuya recreación pueda ser reconocida y contextualizada por el público, en la línea didáctica e innecesaria de una enciclopedia cualquiera puesta en imágenes. Es más, la película intenta trasladar al espectador la construcción mental, estética y formal de las pinturas de Klimt, su estructura caleidoscópica, errática, casi anárquica, caprichosa, un tanto alucinatoria, con el fin de implicar al público desde dentro, de tratar de extrapolar el efecto del visionado de los cuadros del famoso pintor al espectador incauto que se acerca a lo que cree que es una película. Ese intento transforma la cinta en un catálogo episódico febril, pesadillesco, compuesto de visiones, alucinaciones, recuerdos dudosos y reconstrucciones selectivas, entre memorísticas y distorsionadas por una mente enferma, del propio Klimt en plena convalecencia de un tratamiento de salud mental, mediante el cual se presentan distintos momentos de su vida y de su creación artística como precursor del Art Nouveau, y de su relación con la suntuosidad del color y del erotismo tan propios del pintor. El trabajo de cámara, la planificación y algunas secuencias puntuales (como la conversación a varias bandas, con la cámara girando alrededor de una mesa, con los comensales a su vez, girando en sentido contrario al de la cámara), salvan la arquitectura interna de la película. Por último, Malkovich saca a pasear sus espléndidas dotes para incorporar personajes atormentados, psicológicamente complejos, con un torbellino mental y/o emocional bajo la máscara hierática de un rostro siempre uniforme pero dado esporádicamente a explosines de mal humor, vocabulario soez y violencia física.
Y hasta aquí lo salvable. Para empezar, estas decisiones, artísticamente coherentes, redundan negativamente en el resultado final de la película, que es lo que suele decirse un pestiño de campeonato. El metraje dura apenas hora y media, pero la historia se hace interminable, densa, insufrible, morosa. La construcción fragmentada priva al espectador de una línea argumental sólida, coherente. Los personajes -los reales y los imaginados, los individuales y los desdoblados- pululan sin orden ni concierto, los diálogos no responden a ninguna lógica narrativa, y los flashbacks resultan confusos, caóticos, caprichosamente colocados en una labor de montaje que parece realizada por un chimpancé cargado de ron hasta las trancas. Continuar leyendo «La tienda de los horrores – Klimt» →