Mis escenas favoritas – El rey del juego

Magistral secuencia de El rey del juego (The Cincinnati Kid, Norman Jewison, 1965), con todos los prolegómenos y la preparación de la espectacular partida final, con su tensión creciente en tono sereno y pausado que contiene y desarrolla las bases de la inminente intriga resolutoria de la trama. El reparto es magnífico: Steve McQueen, Edward G. Robinson, Karl Malden, Tuesday Weld, Ann-Margret, Joan Blondell, Ripo Torn, Jack Weston, Cab Calloway y Jeff Corey, entre muchos otros. Una obra maestra.

Las reglas de poker descubierto o poker de Montana consisten en jugar poker de 5 cartas. La primera se reparte tapada, decidiendo el jugador si la destapa o no, repartiendo tapada o no, según su decisión, la carta siguiente. Solo puede haber una tapada, no hay descartes, y las apuestas se hacen de la misma manera que en el poker clásico.

¿Te dejas engañar por un farol?

Cine en serie – El golpe

PÓKER DE FOTOGRAMAS (VIII)

Quien escribe hacía mucho tiempo que ansiaba la ocasión de volver a la carga en la demostración, cine en mano, o mejor dicho, en ojos, de la tamaña falsedad de un argumento tan manoseado como pobre, tan recurrente como absurdo, utilizado muy a menudo, demasiado, por aquellos espectadores que pretenden justificar su consciente consumo de carnaza fílmica amparándose en su necesidad de distracción o entretenimiento, razón por la cual contribuyen con su dinero a rentabilizar y, por tanto, perpetuar, lo peor de la comercialidad imperante en salas o canales de televisión. Según este argumento, la deglución de cine comercial mal escrito, peor filmado, horriblemente interpretado pero fenomenalmente publicitado es, no sólo adecuada, sino de lo más recomendable para obtener ese bien tan preciado y tan escaso en nuestra sociedad de aburrimiento: el entretenimiento. Según éste, primer mandamiento del catálogo de coartadas de aquellos espectadores asiduos a la basura fílmica que, sabiendo la ínfima calidad de lo que ven, se avergüenzan de ello, el entretenimiento, las horas de ocio en una vida demasiado agobiante, hastiante, cansina y repleta de problemas justifica, además de la desconexión cerebral, esto es, el no uso de la inteligencia o el pensamiento, la pérdida del mínimo nivel de exigencia de calidad que alegamos en cualquier otra faceta de nuestra vida, ante cualquier profesional o en la recepción de cualquier servicio. Bajo la excusa del “yo no voy al cine a pensar o a ver desgracias” (tremenda la naturaleza de esta inconsciente afirmación), un amplio grupo de espectadores de hoy se acoge al visionado de subproductos torpes, zafios o directamente imbéciles, casi siempre de procedencia norteamericana, en aras de la consecución de esa tierra prometida del estresado ser humano de hoy, el entretenimiento, como si éste estuviera reñido con la profundidad en el tratamiento de los temas o en la elección de la importancia de los mismos, con la calidad formal o narrativa o con el pensamiento, o como si resultara antitético al concepto de buen cine o de respeto por la capacidad intelectual del espectador.

Si hay una película apta para callar la boca a todo aquel que cae, conscientemente o no, en esa ridícula incompatibilidad, es El golpe, dirigida por George Roy Hill en 1973. Obra maestra absoluta del cine de entretenimiento, posee enorme calidad visual, un guión para enmarcar, una labor de dirección magnífica, un grupo de intérpretes soberbio y, además de una narración compleja sabiamente manejada, ofrece una historia que para su completo funcionamiento apela no sólo a la inteligencia del espectador, sino también a su complicidad como tal, a su participación activa como elemento vertebrador, como complemento de una historia a la que sólo él puede darle su último sentido, a la que solamente él puede dar el toque final. Y como tal, en un tiempo en que recibir Oscars era síntoma de algo más aparte del marketing, obtuvo siete estatuillas de un total de diez nominaciones, incluidos el de mejor película, director, guión y puesta en escena. Y no es para menos dada la perfección formal y narrativa de una historia, insistimos, de entretenimiento, que ya quisieran para sí algunos gurús de la fantasía construida sobre la endeble base de las lucecitas, los botoncitos y los marcianos (o pandorianos).

Y por si fuera poco, la película se cimenta sobre tonos y puntos de vista poliédricos que abarcan el drama social (sin obviar, aunque la trate levemente, la cuestión racial), la intriga, el suspense, el cine de gángsters, el juego y, cómo no, la ironía, la parodia, el humor. Nos encontramos en Joliet (Estado de Illinois, uno de los pueblos más presentes en el cine y la literatura americanas recientes) en unos años 30 que viven plenamente los efectos del crack de 1929. Entre la gran cantidad de gente que trapichea para sobrevivir, se de un notable incremento de la delincuencia menor, esto es, pequeños estafadores, carteristas, timadores… Tres de ellos que forman grupo, Hooker (Robert Redford), Erie (Jack Kehoe) y Luther (Robert Earl Jones, nótese el apellido), caso extraño el que blancos y negros trabajen juntos, por otra parte, idean un golpe a través de un falso atraco navaja en mano con el cual le sacan la pasta a un lechuguino. Lo que desconocían es que el lechuguino en cuestión es un tal Mottola, correo del mafioso Doyle Lonnegan (Robert Shaw) que iba camino de la “central” para depositar el dinero ganado en los días previos gracias a los tugurios clandestinos de su zona. Al gángster no le hace mucha gracia que unos vulgares timadores le roben el dinero, e inmediatamente pone en marcha la máquina de la represalia. En su huida, Hooker, por recomendación de Luther, llega hasta Henry Gondorff (Paul Newman), experto en timos a gran escala con el que intentará aprender el negocio a lo grande mientras se esconde de los matones de Lonnegan y de un tosco y violento policía (Charles Durning), que extorsiona continuamente a Hooker quitándole a su vez el dinero que éste no haya perdido ya previamente con las chicas o en el juego. Hooker, Gondorff, Billie (Eileen Brennan), Kid (el siempre eficaz Harold Gould) y una verdadera tropa de estafadores y timadores de poca monta, algunos por simple avaricia, otros por supervivencia, y alguno que otro por venganza personal o incluso por orgullo profesional, se empeñan en diseñar el modo de sacarle a Lonnegan hasta el último centavo, una aventura en la que además de unos cuantos (muchos) dólares en el bolsillo se juegan la vida, porque el gángster es de los que echan mano del revólver si la ocasión lo merece, y sin saber que el FBI, a través del agente Polk (Dana Elcar) va detrás de Gondorff y amenaza con reventar todo el tinglado antes de hora.

Haciendo suya la moda setentera de situar tramas en décadas atrás, Roy Hill (como ya hiciera en El carnaval de las águilas) echa mano de nuevo de la exitosa pareja protagonista de su western crepuscular Dos hombres y un destino, filmado cuatro años antes, como principal gancho comercial de un film delicioso. Acompañados por un extraordinario elenco de magníficos secundarios, el director, con un espléndido guión de David S. Ward, dirige una historia compleja cuyos resortes, múltiples recovecos y continuas vueltas de tuerca funcionan con la precisión de la mejor relojería suiza, con interpretaciones de altura y escenas memorables contenedoras tanto de sensibilidad y humor como de una cierta idea solemne de épica asociada al tema de la justa venganza. Entre éstas, además del inolvidable y desconcertante final, la muerte de Luther o el capítulo que gira en torno a Salino, el asesino a sueldo preferido de Lonnegan, destaca por encima de todas la escena de la partida de poker en el tren Chicago-Nueva York. Allí, Gondorff, en su falsa piel de responsable de un local de apuestas hípicas ilegales, pretende echar el cebo sobre Lonnegan a fin de darse a conocer y de ponerle en canción en cuanto a los presuntos enormes beneficios de su negocio y así despertar su rencor y su codicia. Lonnegan organiza un juego de poker en el tren que ha ido adquiriendo tanta fama y prestigio por las grandes cantidades de dinero que maneja que hay importantes hombres de negocios que simplemente hacen el viaje por jugar en la partida. Continuar leyendo «Cine en serie – El golpe»

Cine en serie – Casino Royale

PÓKER DE FOTOGRAMAS (VII)

Y James Bond resucitó. Tras languidecer varios años en continuas secuelas que, desde los tiempos inmemoriales de Sean Connery como agente 007 y el humor y la fina ironía autoparódica de Roger Moore, hacían perder fuelle y gracia a cada nueva entrega, Martin Campbell, realizador británico responsable en los noventa del primer intento (frustrado) de resurrección del personaje (Goldeneye, 1995), dio en el clavo con más pericia que verdadero talento en la, por fin, vuelta de Casino Royale a la matriz de la franquicia original de la saga 007 tras la cuestión de derechos que permitió la existencia de esa rareza coral de reparto inigualable filmada en 1967 al margen y como parodia del Bond oficial.

En 2006 se recuperó por tanto el espíritu de las obras de Ian Fleming con este retroceso a los primeros tiempos de James Bond (Daniel Craig) como agente doble cero y su primera misión en busca del banquero del terrorismo internacional, un individuo llamado Le Chiffre (Mads Mikkelsen), al cual debe derrotar en una multimillonaria partida de poker a celebrar en el Gran Casino de Montenegro, a fin de hacerlo depender de la voluntad de los servicios secretos británicos y poder sonsacarle así toda la información posible. Bond es asistido por una agente del tesoro, Vesper (Eva Green), con la que, además de compartir trampas y peligros, termina compartiendo cama. Como siempre, pero de manera distinta: porque es la primera vez que Bond se compromete verdaderamente con una mujer, hasta el punto de que algunos de los sucesos que rodean a ese compromiso cambiarán su existencia para siempre.

Por encima de la película en conjunto, magnífico vehículo para la acción y la violencia pero narración imperfecta, en algunos puntos incluso ridícula (determinadas frases de guión, las maniobras auto-reanimatorias de Bond gracias a un marciano botiquín de primeros auxilios incluido como gadget en su flamante coche, el retrato de Montenegro como una especie de Costa Azul en la que todo el mundo habla francés y los coches de lujo se dan la mano con los edificios señoriales y de solera), destacan ciertos aspectos sueltos que, unidos, no logran convertir la cinta en algo verdaderamente apreciable por más que sí suponga revitalizar una saga que daba síntomas, no ya de agotamiento, sino de muerte cerebral. En primer lugar, la figura de Daniel Craig. Su contratación como Bond supone una declaración de intenciones: la vuelta al 007 original, al literario, al personaje que, más allá de las banalidades del lujo y del glamour (sea lo que sea eso) es tosco, violento, salvaje e indisciplinado. El físico rompedor de Craig en este aspecto, sus rasgos fuera del canon habitual del galán y su brutal presencia, conducen a otra forma de entender a Bond inexplorada hasta ahora en el cine más allá de momentos puntuales que salpican la saga. Ello no deja de causar una sensación algo extraña, ya que asistimos con la estética y las técnicas más recientes al nacimiento de un personaje y a algunas de sus claves más reconocibles (cómo llega a hacerse con su famoso Aston Martin o el surgimiento de su gusto por el Martini con vodka mezclado, no agitado) al que hemos acompañado en una veintena larga de títulos y cuyas características ya conocíamos, al menos en parte, aunque alejado en algunos aspectos del Bond literario, y a la vez a la puesta al día formal de una saga que abarca cinco décadas diferentes.

Otro aspecto destacable es el cuerpo central y el clímax de la película. Lejos de encontrarse en las habituales escenas de acción, riesgo, persecuciones, tiroteos y destrucción del personaje negativo, aunque estos aspectos sigan muy presentes, hay que añadir el contenido emocional de la historia de amor (más allá del sexo) y, sobre todo, el hecho de situar las claves de la trama en una gran apuesta de dinero al poker narrada al estilo clásico, con sus lugares comunes (meticulosa y bellamente filmados) ligados a la tensión entre jugadores, la figura de los mirones, los nervios y la tensión palpables, los destinos dependientes de un giro del destino en forma de carta, la pérdida o ganancia de auténticas fortunas en un breve instante y, por encima de todo, del concepto de farol. Continuar leyendo «Cine en serie – Casino Royale»

Cine en serie – El destino también juega

POKER DE FOTOGRAMAS (VI)

¿Dónde va por en medio del desierto del oeste americano un carro fúnebre a toda velocidad? ¿Llega tarde a un entierro? No. ¿Huye de algo o de alguien? ¿De los indios, quizá? Tampoco. Llega tarde nada menos que a una partida de póker. El hombre que conduce (Charles Brickford) es el rico propietario de las pompas fúnebres más solicitadas de Texas, y está recogiendo uno a uno a los jugadores que van a participar en la partida más dura del territorio. Saca de un juzgado casi a rastras a Havershaw (Kevin McCarthy), abogado que no vacila en dejar en el aire la sentencia a muerte de un juicio con tal de no llegar tarde a la partida, y de su casa al millonario Drummond (genial, inconmensurable, Jason Robards), que se marcha de la boda de su propia hija (de la que él dirá más tarde, “es más fea que un limón”) para no llegar tarde al evento que está esperando durante todo el año.

A big hand for a little Lady, de 1966, western que no es un western dirigido por Fielder Cook, pertenece a ese grupo de películas, casi ya un género en sí mismo, que pueden catalogarse como películas con sorpresa, seis años antes que La huella, siete antes de que se rodara El golpe, y décadas antes que otras del mismo tipo como Sospechosos habituales o la argentina Nueve reinas. De camino a una pequeña granja de San Antón, Texas, Meredith (Henry Fonda), Mary (Joanne Woodward), y su hijo de 10 años, se quedan a descansar en un hotel de una ciudad llamada Laredo tras sufrir una avería en la carreta en la que transportan todos sus enseres. A la vez, los hombres más ricos del territorio, empedernidos jugadores de póker, incluyendo al multimillonario Henry Drummond, se reúnen en un reservado del mismo hotel para la más importante partida de póker del Oeste. Meredith, aficionado al juego, pasatiempo que tuvo que abandonar a raíz de la insistencia de su mujer tras haber adquirido en el pasado deudas impagables que pusieron en riesgo su vida y su matrimonio, motivo éste de su huida hacia un rincón perdido de Texas donde no haya salones ni casinos, acaba por azar y con la secreta ambición de aumentar el escaso capital con el que han partido en su aventura en una mesa sin que su mujer lo sepa, jugándose la poca fortuna familiar que poseen y todo su futuro al destino de las cartas. Nervioso, ansioso, malhumorado y cada vez más angustiado, pierde continuamente mientras espera el milagro de un buen juego que le haga multiplicar su dinero y poder abandonar la mesa antes de que su mujer regrese y descubra que ha faltado a su palabra. Sus secretas plegarias son escuchadas, y por fin, cuando apenas le quedan unas pocas fichas sobre la mesa, recibe una mano ganadora. Sin embargo, con el poco dinero que le queda y enfrentado a las mayores fortunas del Estado, no puede cubrir el importe de las apuestas y corre el riesgo de perder todo lo que posee aunque atesora en sus cartas la mejor mano de póker de su vida. La presión es enorme, los nervios, insoportables, y el ataque cardiaco, inevitable. Meredith se desploma mientras estrecha sus valiosas cartas contra el pecho. Su mujer, puritana, moralista antijuego y antialcohol, no tendrá más remedio que, una vez descubierta la traición de su esposo, intentar terminar la partida a pesar de que jamás ha visto una baraja en toda su vida y ni siquiera conoce las reglas del póker. Continuar leyendo «Cine en serie – El destino también juega»

Cine en serie – Croupier

POKER DE FOTOGRAMAS (V)

La épica del mundo del juego en general, y de la ruleta o el poker en particular, y, sobre todo, el mundo al que suelen asociarse, el ambiente de la noche, los locales de dudosa fama y la galería de tipos humanos que los frecuentan, suelen dar pie a innumerables historias de carácter sórdido y criminal en el que las bajas pasiones suelen exacerbarse. No es, como quedará más que probado más adelante en esta misma sección, el único plano narrativo al que pueden ajustarse las partidas de poker o el juego de ruleta, pero sin duda es uno de los más atractivos.

En este caso nos encontramos con un clásico moderno y oculto y uno de los primeros papeles protagonistas de uno de los guaperas oficiales del cine de hoy, el británico Clive Owen, de belleza atípica respaldada además por infrecuentes, para los galanes de hoy en día, facultades interpretativas (quizá sea uno de los actores de buen ver más desaprovechados de la actualidad), que aquí da vida a Jack, un joven escritor de origen sudafricano al que, a pesar de algún artículo y relato publicado en revistas literarias, se le resiste su primera novela. Para sobrevivir, echa mano del oficio que aprendió junto a su padre en el complejo de lujo y ocio en el que trabajaba, el de croupier, en busca de unas libras con las que salir adelante y de experiencias con que poder enriquecer su narrativa. Entre ruleta, black jack y partidas de poker, vive a tope el mundo de la noche, las relaciones subterráneas con algunos empleados del local que ocultan secretos, el peligro y las amenazas de algunas malas compañías, las fiestas y los casinos clandestinos, los fraudes y trampas en el juego y una mujer misteriosa que le genera unas expectativas de enriquecimiento insospechadas por él y que, como contrapartida lógica, pueden poner en peligro no sólo su vida sino también su relación con su novia de siempre.

Además, la ambientación en un casino de juego proporciona los ingredientes habituales en estos casos: Continuar leyendo «Cine en serie – Croupier»

Cine en serie – El hombre del brazo de oro

POKER DE FOTOGRAMAS (IV)

Es difícil encontrar otro cineasta que con una carrera de más de cuarenta años como director haya conseguido una obra tan sólida y uniforme en cuanto a calidad, abordando tantos estilos y temáticas tan opuestos, como el austriaco Otto Preminger; en este punto, quizá sólo Howard Hawks pueda presentar un currículum más dilatado en el tiempo, más variopinto en cuanto a géneros, más constante en su nivel artístico y más reconocido por crítica y público. Preminger, que construye sus filmes partiendo de guiones compactos, muy bien estructurados y literariamente impecables, base indiscutible para dotar a sus personajes de perfiles psicológicos complejos y contradictorios y a sus historias de abundantes matices y diferentes niveles de lectura, tiene en su haber unas cuantas obras capitales de la Historia del cine, como son la sobresaliente Laura (1944), El abanico de Lady Windermere (1949), Cara de ángel (1952), Río sin retorno y Carmen Jones (ambas de 1954), Buenos días, tristeza (1958), Porgy y Bess y la obra maestra Anatomía de un asesinato (1959), Éxodo (1960) o El cardenal (1963).

Su proyecto de 1955, El hombre del brazo de oro, suponía un tema excesivamente arriesgado para Hollywood, de ahí que arrastrara tantas dificultades económicas y profesionales para ponerla en pie. En una sociedad como la norteamericana de mediados de los cincuenta, puritana en lo formal, sacudida todavía por las veleidades y paranoias de la “caza de brujas” y en la que muchos aspectos censurables de la vida privada de las estrellas eran secretos a voces en los círculos apropiados, no resultaba del agrado de productores, críticos y público ver determinados temas plasmados en la pantalla de manera demasiado explícita, mucho menos cuando las mentalidades conspiranoicas defensoras del American Way of Life indentificaban determinados comportamientos (ideas de izquierdas, homosexualidad, adicciones, etc.) como contrarios al ideario nacionalista norteamericano, y, por tanto, como sospechosos de colaboracionismo con esos entes extranjeros, principalmente de índole comunista, considerados enemigos. Lo que hoy puede parecernos una mentalidad infantil difícilmente explicable y justificable entre personas adultas y razonables, en aquella época era capaz de acabar con carreras y vidas profesionales de un día para otro. Si Billy Wilder experimentó en 1945 el rechazo de buena parte de los sectores económicos, cinematográficos y sociales a raíz del estreno de Días sin huella y su retrato crudo y desgarrador de la adicción al alcohol (voces acalladas con el éxito de la película entre el público y la consagración de Wilder en los Oscar de ese año), Otto Preminger diez años más tarde volvería a ser blanco de las mismas fuerzas conservadoras. La primera dificultad fue pues la elección de un actor que pudiera encarnar al protagonista, a ese perdedor recién salido de la cárcel que soporta un pasado de adicción al poker y a la heroína y, más importante, que se ofreciera a interpretar un personaje que iba a concentrar las iras de buena parte de la profesión y del público americanos. Sólo un valiente, Frank Sinatra (porque Sinatra era muchas cosas, no todas positivas, pero la valentía era un rasgo innegable en él: así lo sabían quienes, por ejemplo, compartieron sus rodajes en España y sabían de su costumbre de sacar al pasillo las fotografías de Franco que presidían las habitaciones de muchos hoteles, honroso comportamiento que le produjo no pocos problemas con la policía y la Guardia Civil del momento) aceptaría, no sin dudas, el papel, y cabe afirmar que sin él la película, de haber sido, no sería la misma.

Sinatra es Frankie Machine, apodado El hombre del brazo de oro, un experto croupier de los bajos fondos, especializado en duras partidas de poker de muchas horas e incluso días de duración, que vuelve a su barrio de siempre una vez en libertad tras un breve paso por la cárcel. Su presencia es garantía para que una partida de poker sea limpia. Su problema: su debilidad por la heroína. Su voluntad: la estancia en prisión le ha regenerado por completo, ha aprendido un oficio, ha descubierto su amor por la música, y su única intención es reconstruir su vida huyendo de todo aquello que le hizo hundirse. No tiene ninguna intención de volver a las andadas, ha dejado el juego de poker y la droga para siempre, quiere vivir y nada va a impedírselo. Para ello, se ha preparado como baterista de jazz y tiene un contacto que puede proporcionarle un empleo. Sólo necesita un poquito de suerte para echar a rodar su nueva vida. Sin embargo, su esposa Zosh (magnífica Eleanor Parker en su personaje de mujer fría, resentida y manipuladora) es un gran problema para Frankie: tiempo atrás quedó impedida a raíz de un accidente del que él se siente culpable, y no duda en chantajear emocionalmente a Frankie, que se siente culpable de su desgracia, para tenerlo atado a su lado y conseguir todos sus propósitos. Zosh, cuya perfidia sólo es comparable a su ambición, exige a Frankie que acepte los trabajos como croupier que le proporciona su antiguo jefe, Schwiefka (Robert Strauss), un organizador de partidas clandestinas, para así ganar un dinero que les proporcione comodidades. De este modo Frankie vuelve a caer en el ambiente que lo pervirtió, en las largas y duras apuestas de dinero al poker, pero no olvida que sólo es una solución temporal en tanto concreta su empleo como músico. Sin embargo, la mala suerte quiere que el traje que su amigo Sparrow (Arnold Stag) le consigue para la audición sea robado y que la policía detenga a Frankie. Louis (Darren McGavin), el antiguo proveedor de Frankie se ofrece a pagarle la fianza, pero con una condición innegociable: deberá trabajar para él en una partida de poker que organiza. Continuar leyendo «Cine en serie – El hombre del brazo de oro»

Cine en serie – Rounders

rounders

POKER DE FOTOGRAMAS (III)

Texto de Ricard Aumedes para 39escalones.

Rounders se estrenó el 11 de septiembre de 1998 en 2.176 salas de cine, recaudó 8,5 millones de dólares durante su primer fin de semana y posteriormente 22,9 millones de dólares en Estados Unidos. El crítico de cine Roger Ebert le dio a la película 3 de 4 estrellas y su opinión en el New York Times fue, “Rounders a veces tiene un aspecto negro pero nunca tiene un sentido negro porque no trata sobre los perdedores (o al menos no lo admite). Básicamente se trata una fotografía de deportes, en la que gana el héroe de talento, se enfrenta a casos de desastre y luego se empareja una vez más contra el campeón”.

A pesar de un estreno en cines anodina, Rounders ha pasado a ser un clásico de culto, especialmente entre los entusiastas del poker. Algunas personas dicen que la película es la responsable directa del reciente aumento de la popularidad del juego de poker Texas hold’em; sin embargo, para otras, el aumento sustancial en la popularidad de esta modalidad de poker no tiene nada que ver con la película; sin embargo, años después de su estreno, es más que relevante la coincidencia entre ese aumento y el éxito de la película. De ahí que se comente que Rounders es la mejor película de poker que jamás se ha realizado.

Rounders empieza con un joven estudiante de derecho, Mike McDermott (Matt Damon), que pierde todo su dinero (30.000 dolares) en una partida de poker Texas hold’em contra Teddy “KGB” (John Malkovich), un mafioso ruso que dirige una sala de poker ilegal que Mike suele frecuentar. Aturdido por la pérdida decide concentrarse en sus estudios y le hace la promesa a su novia (Gretchen Mol) de no volver a jugar al poker nunca más. Knish (John Turturro) se ofrece para financiar a Mike después de haber visto como perdía todo su dinero contra Teddy. Mike decide aceptar un trabajo a tiempo parcial conduciendo un camión de reparto de Knish. Las cosas para Mike darán un vuelco enorme cuando su mejor amigo “Gusano” Murphy (Edward Norton) sale de la cárcel y vuelve a llevarle por el camino de las mesas de juego. Mike, entusiasta del poker, decide volver a jugar para ayudar a Gusano a pagar todas las deudas que tiene pendientes, pero a consecuencia de ello pierde a su novia, ya que ella se convence de que no podrá dejar de jugar nunca. En el transcurso de la película se suceden infinidad de acontecimientos que llevarán a Mike a jugar en la serie mundial de poker.
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Cine en serie – Lock & stock

lock

POKER DE FOTOGRAMAS (II)

Guy Ritchie es director de una sola película. Esto se dice de muchos directores y cineastas, en particular en el caso de Woody Allen, sobre el que decir que lleva rodando la misma película toda la vida es tan tópico como falso. Pero resulta que, en lo que a Ritchie respecta, es una afirmación de lo más ajustada. Aguardando con algo más que escepticismo su proyecto de Sherlock Holmes, cuyas primeras imágenes han de indignar a los buenos seguidores del detective, tanto por la, a priori, pésima elección del casting (Robert Downey Jr. como Holmes y Jude Law como Watson), como por algunas de las situaciones y de las estéticas que muestran las primeras imágenes disponibles, lo cierto es que las tres únicas películas de Ritchie más conocidas y mejor valoradas por crítica y público (la que nos ocupa, Snatch, cerdos y diamantes y RocknRolla) son auténticos clones, fotocopias unas de otras. Una fórmula, inspirada en la moda impuesta en los noventa por el cine de Tarantino, salpicada de algunas notas de costumbrismo y también de típica ironía inglesa pasada por un filtro de lenguaje grueso que funciona y en la que se siente como pez en el agua, nada que ver, afortunadamente, con sus infumables trabajos con su antigua esposa, la pseudo-cantante Madonna, pero que de repetida, va perdiendo fuelle.

En su celebrado debut, Ritchie nos introduce ya en su universo favorito: los sórdidos bajos fondos de Londres, un mundo de gángsters de toda condición, de corredores de apuestas, de jugadores de poker y tipos duros, de matones a sueldo, de esbirros y gorilas, de mujeres imponentes y de carácter, de mucho dinero y de muchos ávidos por conseguirlo. En ese ambiente, Eddie (Nick Moran), un joven jugador de cartas con antiguos problemas de ludopatía, convence a tres amigos suyos (Jason Flemyng, Dexter Fletcher y Jason Statham, en lo que supuso el lanzamiento de su carrera como duro del cine de acción) para poner en común sus ahorros y participar en la gran partida de poker organizada por Harry “El Hacha”, un mafioso del barrio que tiene negocios con los más importantes tiburones del crimen organizado británico. La partida está amañada y Eddie y sus amigos no sólo pierden todo el dinero sino que acumulan una deuda desorbitada que deben pagar en una semana, con sus vidas y el local de copas de su padre como aval. La única solución consiste en asaltar el floreciente negocio de tráfico de marihuana de unos chicos del barrio y llevarse sus cuantiosos ingresos, pero el intrépido cuarteto no sabe que todos ellos, gángsters y traficantes, deudores y matones, cobradores y rufianes, forman parte de un intrincado juego de deudas pendientes, relaciones subterráneas, tratos que no se cumplen y traiciones por interés, en el que las ambiciones de todos se encuentran entrelazadas y son origen y fin de problemas, encontronazos y no pocos disparos.

Ritchie parte así de un clásico, la cadena de acontecimientos violentos originada como consecuencias de deudas de juego impagadas, el sempiterno conflicto entre quien debe dinero, el acreedor, casi siempre un mafioso o un hombre de negocios turbios, y los gañanes que le hacen a éste el trabajo sucio de sacarle los cuartos a quien no los tiene o cobrarse en rotura de huesos y quién sabe qué más. Continuar leyendo «Cine en serie – Lock & stock»

Cine en serie – El rey del juego (The Cincinatti Kid)

THE CINCINNATI KID(DVD66986)

POKER DE FOTOGRAMAS (I)

Retomamos el ritmo habitual tras el merecido periodo vacacional con una nueva entrega de Cine en serie compuesta de doce capítulos y dedicada en esta ocasión a abordar las relaciones entre el cine y el juego, y más concretamente, al apasionante, turbio y sugestivo mundo del poker, juego de cartas que tantos y tan vibrantes momentos ha vivido gracias a la pantalla grande. No sólo es adecuado pensar que sin la influencia del cine probablemente no estaríamos hablando de uno de los juegos de naipes más conocidos y practicados del mundo, sino que también podemos afirmar que el poker, por su facilidad para ser tomado como metáfora de la propia existencia humana, por su aire épico tan cercano al western clásico como al mejor cine negro, ha protagonizado alguno de los momentos más recordados del cine con mayúsculas. En ello pretende incidir la sección que hoy comienza.

Abrimos fuego, o mejor dicho, repartimos juego, con este clásico de 1965 dirigido por Norman Jewison (¡Qué vienen los rusos!, En el calor de la noche, El caso de Thomas Crown, El violinista en el tejado, Jesucristo Superstar, Hechizo de luna, Huracán Carter…), con toda seguridad su mejor película y probablemente también la mejor película sobre poker. Kid (un eficaz Steve McQueen) es un joven entusiasta, capaz, dinámico y algo inconscientemente seguro de sí mismo, tan aficionado a las cartas como a otros placeres mundanos, incluso contraproducentes para su principal hobby, que acude a una partida de poker que se celebra en Nueva Orleans para enfrentarse al mejor jugador del momento, “El Rey” Lancey Howard (espléndido, magistral Edward G. Robinson en su recreación del jugador profesional veterano, orgulloso y un tanto soberbio, en un personaje escrito inicialmente para Spencer Tracy), con la esperanza de arrebatarle el prestigio de ser reconocido como el número uno. Alrededor de ellos van a darse cita toda una serie de personajes de lo más variopinto, comenzando por la propia novia de Kid, Christian, (Tuesday Weld), una chica ingenua y sencilla que pretende disfrutar de una vida serena y apacible junto a su amor y que por ello intenta por todos los medios que abandone el mundo de noche y humo, de copas y tensión, que poco a poco lo está separando de ella. En lo que parece el último capítulo antes de su victoria definitiva, tiene que luchar por Kid frente a Melba Nail (magnífica Ann-Margret), prototipo de mujer fatal más propia del cine negro que de los lances de cartas, partidaria de hacer trampas en la mesa y en sus relaciones con las personas, que intenta utilizar al chico una vez más para satisfacer su crueldad con Shooter, su esposo y también el mejor amigo de Kid (Karl Malden, soberbio en su composición de hombre bienintencionado, cándido y pusilánime). Junto a ellos, la fantástica Lady Manitas (Joan Blondell, que se lleva la película de calle con su inolvidable interpretación), el pérfido Slade (estupendo Rip Torn), y la trouppe de acólitos (Jeff Corey, Jack Weston o el soulman Cab Calloway) que desean sacar un buen puñado de dólares del gran duelo o, simplemente, asistir a una lucha sin cuartel entre el veterano y el joven aspirante al título que seguro será memorable y que en el futuro podrán contar a quien quiera escucharles.
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