Diálogos de celuloide: ¡Agáchate, maldito! (Giù la testa, Sergio Leone, 1971)

La revolución, la revolución… Hazme el favor de no hablarme nunca más de revoluciones. Yo sé muy bien lo que es eso y cómo empieza. Llega un tío que sabe leer libros y va donde están los que no saben leer libros, que son los pobres, y les dice: Ha llegado el momento de cambiar todo. ¡Narices! Sé muy bien lo que digo, que me he criado en medio de revoluciones. Los que leen libros les dicen a los que no saben leer libros, que son los pobres: Aquí hay que hacer un cambio. Y los pobres diablos van y hacen el cambio. Luego los más vivos de los que leen libros se sientan alrededor de una mesa y hablan, hablan y hablan y comen, hablan y comen… y mientras ¿qué fue de los pobres diablos? ¡Todos muertos! Esa es tu revolución. Por favor, no me hables más de revoluciones… ¡Puerca mentira! ¿Sabes qué pasa luego? Nada.

(guion de Sergio Donati, Luciano Vincenzoni y Sergio Leone)

Diálogos de celuloide – Los profesionales

professionales

DOLWORTH: Nada menos que cien mil dólares por una esposa. Debe de ser toda una mujer.

FARDAN: Será una mujer de esas que convierten a algunos niños en hombres y a algunos hombres en niños.

DOLWORTH: Si es así vale lo que piden.

——————–

EHRENGARD: ¿Y qué hacían unos norteamericanos en una revolución mexicana?

DOLWORTH: Tal vez sólo haya una revolución. Desde siempre. La de los buenos contra los malos. La pregunta es: ¿quiénes son los buenos?

——————–

DOLWORTH: Nada es para siempre, excepto la muerte (…).

JESÚS RAZA: Todos ellos murieron por un ideal.

DOLWORTH: ¿La revolución? Cuando el tiroteo termina los muertos se entierran y los políticos entran en acción. El resultado es siempre igual. Una causa perdida.

JESÚS RAZA: (…) La revolución es como la más bella historia de amor. Al principio, ella es una diosa, una causa pura, pero todos los amores tienen un terrible enemigo.

DOLWORTH: El tiempo.

JESÚS RAZA: Tú la ves tal como es. La revolución no es una diosa sino una mujerzuela; nunca ha sido pura ni virtuosa ni perfecta. Así que huimos y encontramos otro amor, otra causa, pero sólo son asuntos mezquinos. Lujuria pero no amor, pasión pero sin compasión. Y sin un amor, sin una causa, no somos nada. Nos quedamos porque tenemos fe. Nos marchamos porque nos desengañamos. Volvemos porque nos sentimos perdidos. Morimos porque es inevitable.

The professionals. Richard Brooks (1966).

Cine en serie – Como agua para chocolate

CINE PARA CHUPARSE LOS DEDOS (VII)

Alfonso Arau, actor mexicano que fue uno de los más habituales rostros del tópico sobre los hispanos en el cine ‘gringo’ (véase, por ejemplo, en Grupo Salvaje de Sam Peckinpah, Los tres amigos, de John Landis, o Tras el corazón verde de Robert Zemeckis) revitalizó en 1992 el cine de aquel país gracias a su versión cinematográfica de la exitosa novela de su esposa por entonces, Laura Esquivel, que se hizo cargo además del guión de esta historia que oscila entre lo cómico, lo dramático y lo surrealista, que combina amor y gastronomía y que fue favorablemente acogida por festivales, crítica y público de todo el mundo.

La trama, centrada en una historia de amor improbable en la zona fronteriza entre México y Estados Unidos en pleno efluvio revolucionario de las primeras décadas de siglo XX, cuenta la historia de Tita (Lumi Cavazos), la joven hija de una viuda terrateniente de la zona, que según tradición familiar, se ve condenada a permanecer soltera para cuidar de su madre cuando ésta no pueda valerse por sí misma. Eso impide el amor de Tita con Pedro (Marco Leonardi, aquel adolescente amante del cine que retrató Giuseppe Tornatore en Cinema Paradiso), el cual, como única solución para estar cerca de su amada, no tiene mejor idea que casarse con su hermana mayor, un matrimonio desgraciado para ambos y que todos reconocen como artificioso.
Continuar leyendo «Cine en serie – Como agua para chocolate»