Música para una banda sonora vital: El ojo de la aguja (Eye of the Needle, Richard Marquand, 1981)

Basada en una novela de Ken Follett, La isla de las tormentas, esta obra de Richard Marquand cuenta una historia decisiva de espionaje durante la Segunda Guerra Mundial: Henry Faber (Donald Sutherland), un espía alemán que lleva tanto tiempo infiltrado en Inglaterra que puede pasar por británico, descubre la maniobra de despiste de los aliados en su intento de que los nazis confundan el lugar donde va a tener el desembarco para la invasión de Europa en 1944. Poseedor de las pruebas materiales de que la operación se desarrollará en Normandía y no en Calais, es requerido personalmente por Hitler (el punto más débil de la historia, sin duda) para la entrega de las fotografías, por lo que debe viajar de incógnito a Alemania. Preparado todo para robar un barco y dirigirse hacia el punto donde será recogido por un submarino, el mal tiempo le hace naufragar e ir a parar a una isla remota habitada tan solo por un joven matrimonio con su hijo pequeño y un farero entrado en edad y con excesiva querencia por los espirituosos. A esta apasionante historia de persecución y caza del espía y de las imprevisibles consecuencias que para la historia de Europa y para una sencilla familia inglesa puede tener la llegada de Faber a la isla le pone música nada menos que Miklós Rózsa, en la que fue la penúltima de sus partituras en su larga carrera para el cine.

Una película puente: Los señores del acero (Flesh + Blood, Paul Verhoeven, 1985)

acero_39

Tras la excelente acogida crítica y la gran repercusión a nivel de premios de varias películas de Paul Verhoeven en los Estados Unidos –Delicias turcas (Turks fruit, 1973), nominada al Óscar a la mejor película de habla no inglesa; Eric, oficial de la reina (Soldaat van Oranje, 1977), nominada al Globo de Oro a la mejor película de habla no inglesa; y El cuarto hombre (De vierde man, 1983), premiada en Toronto-, era cuestión de tiempo que el director neerlandés diera el salto a Hollywood. Iniciados los contactos con Francis F. Coppola y Steven Spielberg, Verhoeven iba a aceptar el encargo de dirigir nada menos que El retorno del Jedi, la tercera parte de la trilogía original (y única digna) de Star Wars, de la que finalmente se encargó Richard Marquand. Abortada esta posibilidad, la desaparecida Orion Pictures ofreció a Verhoeven la opción de dirigir una película en Europa coproducida por Hollywood. El resultado, Los señores del acero (Flesh & blood, 1985), es un compendio de antiguas ideas y proyectos de Verhoeven, un conglomerado que aunaba el previo interés del director, de los tiempos en que trabajaba en televisión (de hecho la película estuvo en principio pensada como serie televisiva), por llevar a la pantalla la crudeza de la Europa medieval, un guion sin terminar llamado Los mercenarios, y un argumento inspirado en el histórico asedio de la ciudad de Münster, comunidad anabaptista capitaneada por Jan van Leiden que desafió a la autoridad Imperial en los primeros tiempos de la Reforma Protestante. Verhoeven situó su historia algo antes en el tiempo (1501) y la deslocalizó geográficamente para atender los requerimientos de los coproductores norteamericanos, con los que sostuvo durísimas negociaciones de tensión sólo comparable al continuo enfrentamiento que mantuvo con los coproductores españoles del filme. Finalmente, las altas dosis de violencia y sexo contenidas en el guion fueron aceptadas por Orion a cambio de sustituir los apellidos holandeses de los personajes por anglosajones, y por no especificar el escenario concreto de la acción. Así, los nombres italianos y anglosajones coinciden con una guerra indeterminada en un lugar que podría ser Italia y para el que se utilizaron localizaciones españolas, en las provincias de Cuenca y Ávila, y un reparto multinacional.

El reparto fue la segunda batalla de Verhoeven con los productores del filme. Peleado con Rutger Hauer, con el que se enfrentó a lo largo de todo el rodaje, el interés de los productores de mantener la dupla actor-director que tantos éxitos se había apuntado en los años precedentes obligó a que Martin, el jefe de los mercenarios casi convertido en santo, fuera interpretado por el actor holandés. Su inicial compañera en el reparto, la sensual Rebecca De Mornay, salió del proyecto cuando los productores se negaron a que Tom Cruise, su novio de entonces, interpretara a su prometido en la película, Steven, papel que recayó finalmente en el inexpresivo y guaperas Tom Burlinson. La participación española, con la que Verhoeven siempre estuvo a disgusto (trató especialmente mal a todo el equipo técnico y artístico español), consistió en Simón Andreu (Miel, uno de los mercenarios), Fernando Hilbeck (el villano Arnolfini, padre de Steven) y Marina Saura (hija del pintor Antonio Saura), una de las prostitutas que acompaña a las tropas, además de la dirección artística de Félix Murcia y el vestuario de Yvonne Blake.

acero_2_39

El pensamiento de los productores norteamericanos, holandeses y españoles consistía básicamente en que Verhoeven levantara una película barata que pareciera una superproducción (y más cuando la sección española, que prometió un centenar de caballos para las secuencias de batalla, entregó apenas una docena). Con siete millones de dólares, Verhoeven tuvo que diseñar una película que recogiera estéticamente el convulso periodo fronterizo entre la Edad Media y la Edad Moderna protagonizado por hombres tan crueles como piadosos: la barbarie, el fanatismo y las referencias clásicas, las guerras de religión y la peste, las relaciones de poder y la permanencia del feudalismo. El referente, una vez más, como en buena parte del cine histórico, fue la pintura: Brueghel el Viejo y Rembrandt para la puesta en escena y la iluminación del director de fotografía Jan de Bont, y Durero para el vestuario, una combinación de suntuosidad y suciedad como síntesis de las luces y sombras del salto de la edad oscura al Renacimiento, y en el que pudiera resaltar adecuadamente la sangre. En este contexto, un grupo de mercenarios al servicio de las tropas (católicas) de Arnolfini (Fernando Hilbeck), capitaneados por Martin (Rutger Hauer), le ayudan a conquistar una ciudad amurallada (en realidad, Ávila) en el marco de un conflicto guerrero-religioso en la Europa Occidental bajo la promesa de disponer de veinticuatro horas para saquear las casas de los ciudadanos ricos. Lograda la victoria, el ambicioso Arnolfini les traiciona, Continuar leyendo «Una película puente: Los señores del acero (Flesh + Blood, Paul Verhoeven, 1985)»

La isla de las tormentas de Ken Follet

ken-follet.jpg

585050.jpg

Quien escribe reconoce su incapacidad para apreciar la narrativa de Ken Follet, excesivamente folletinesca y culebronera. No obstante, como toda regla, tiene sus excepciones, y para un servidor éstas son las novelas de suspense que el autor galés ambienta en la Segunda Guerra Mundial, entretenidas, bien recreadas y con un toque distintivo que excede la racanería habitual en cuanto a profundidad de los bestsellers. Especialmente destaca La isla de las tormentas, convertida en la gran pantalla en El ojo de la aguja por el cineasta británico Richard Marquand justo antes de ponerse a las órdenes de George Lucas y Lucasfilm para dirigir El retorno del Jedi.

La película nos cuenta la historia de Lucy, David y Henry. Lucy y David (Kate Nelligan y Chris Cazenove) se casan el día antes de que él tenga que incorporarse a la escuadrilla de «Spitfires» que va a defender a la Royal Air Force contra la Luftwaffe en lo que luego se denominaría La Batalla de Inglaterra. El vértigo del amor, unas copas de champán de más, y el coupé demasiado veloz por unas carreteras demasiado estrechas, tienen un desenlace fatal. Por otro lado, Henry Faber (Donald Sutherland) es un hombre maduro que a causa de una vieja herida de guerra no tiene posibilidad de alistarse y servir a Gran Bretaña en su lucha contra Hitler cuando el país se halla en plena psicosis colectiva ante la más que posible invasión nazi de las islas. Soltero, sin familia, su vida ordinaria transcurre entre la estación de ferrocarril, en la cual organiza transportes militares hacia los frentes y puertos británicos, la pensión donde habita, y las visitas al pub de la localidad en compañía de los parroquianos habituales y de Philip, un joven que idolatra a Faber, al que han encargado el puesto de cartero del pueblo y que desea cumplir la mayoría de edad para alistarse y combatir a los alemanes. Continuar leyendo «La isla de las tormentas de Ken Follet»