Mis escenas favoritas: El tercer hombre (The Third Man, Carol Reed, 1949)

La Viena de esta obra mayor de Carol Reed es un lugar de pesadilla en el que incluso habitan fantasmas. O eso cree Holly Martins (Joseph Cotten), que acaba de perder, o eso cree él, a su «amigo» Harry Lime. Una de las apariciones en cuadro más fulgurantes e inolvidables de la historia del cine, justo medida de la grandeza de quien la protagoniza.

Mis escenas favoritas: El Cid (Anthony Mann, 1961)

Uno de los más vibrantes momentos de este fantástico (y fantasioso) «western medieval» inspirado en la legendaria figura de Rodrigo Díaz de Vivar es el combate entre el paladín castellano (el mismísimo Cid, Charlton Heston) y el aragonés por la posesión de la ciudad de Calahorra (aunque en algún momento del guion hay confusiones, absurdas y desconcertantes para el espectador español, y no digamos ya para el iniciado en el medievo peninsular, entre Calahorra y Zamora).

Diálogos de celuloide: El tercer hombre (The Third Man, Carol Reed, 1949)

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HARRY: Deja de portarte como un policía.
HOLLY: ¿Qué esperas que sea, parte de…?
HARRY: ¿Parte? Puedes serlo si no interfieres. Nunca busqué dejarte fuera.
HOLLY: Sí, recuerdo aquella redada en el garito, y cómo te escabulliste.
HARRY: ¡Seguro!
HOLLY: Sí, seguro para ti, no para mí.
HARRY: No debías haber contado nada a la policía. No remuevas más este asunto.
HOLLY: ¿Has visto a alguna de tus víctimas?
HARRY: ¿Sabes? No me resulta agradable hablar de esto. ¿Víctimas? No seas melodramático. Dime: ¿sentirías compasión por uno de esos puntitos negros si se detuviera? Si te ofreciera 20.000 dólares por cada puntito que se parara, ¿me dirías que me guardase mi dinero? ¿O calcularías cuántos puntitos podrías permitirte gastar? Y libre de impuestos, viejo, libre de impuestos.

(guión de Graham Greene a partir de su propia novela)

Triple salto: Trapecio (Trapeze, Carol Reed, 1956)

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Trapecio (Trapeze, Carol Reed, 1956) parece contener en su propio argumento la explicación de por qué constituye una película fallida. Pese a su reparto, a contar con un director prestigioso, y a escoger como escenario un circo instalado en el París más bohemio, de callejones y cafés, de artistas callejeros y de mercados al aire libre, la película naufraga, cae a la red como un trapecista que no logra conectar en pleno vuelo con los brazos de su compañero.

Producida por United Artists y escrita a partir de una novela de Max Catto, el guión se asienta sobre una doble premisa. En primer término, el encuentro entre una vieja gloria del trapecismo ya retirada, Mike Ribble (Burt Lancaster, premiado en el Festival de Berlín por su interpretación), y un joven aspirante a máxima estrella, Tino (Tony Curtis), que desea completar su número aprendiendo la acrobacia más difícil, el triple salto mortal, de Ribble, uno de los pocos que llegaron a dominar la técnica lo suficiente como para incorporarlo a sus representaciones. La base de la trama se completa con el triángulo amoroso que Mike y Tino forman con Lola (Gina Lollobrigida), una equilibrista cuyo único empeño es alcanzar el estrellato y la celebridad, aunque para ello tenga que utilizar su belleza y sus encantos como mecanismo para el ascenso. Todo ello, en el marco de un circo que ensaya su próximo espectáculo parisino (malabaristas, payasos, domadores, músicos, hombres-bala…), que ha de servir de trampolín para que los agentes americanos oferten contratos de cara a las giras americanas, al circuito de Nueva York, Chicago o Los Ángeles.

Con un envidiable trío protagonista, un Lancaster que visiblemente se divierte retomando su antiguo oficio, un Curtis que demuestra que puede ser mucho más que una cara bonita y convertirse en actor de carácter, y una Lollobrigida que supera su característico acartonamiento y ofrece algunos momentos de brío interpretativo, plenos de emoción y gestualidad más o menos natural y espontánea, acompañados por espléndidos secundarios como Thomas Gomez (el propietario del circo) o Katy Jurado (domadora de caballos enamorada de Ribble), el problema del film es que no termina de conjungar adecuadamente sus distintos elementos, ni juntos ni por separado. El conjunto se ve lastrado por falta de incisión, de profundidad, de intensidad dramática, y se resiente de la inexistente química entre la chica y sus supuestos amantes.

En cuanto a la acción, la dirección de Reed carece de la fuerza y de la imaginación necesarios para explotar todas las posibilidades visuales de las acrobacias aéreas de los trapecistas: parece que el cineasta británico se ha limitado a escoger ángulos de cámara convencionales, aunque técnicamente meritorios (el plano cenital, el plano inferior, y el plano a la altura de los trapecistas), y a suplir los enfoques más arriesgados con los juegos de transparencias (lamentablemente encajados en las tomas generales) y con el obligado recurso a los especialistas que sustituyen a los actores, y a los que es necesario retratar a larga distancia o de espaldas para impedir la revelación al público del cambio de intérprete Continuar leyendo «Triple salto: Trapecio (Trapeze, Carol Reed, 1956)»