
Porque esta película de Michael Crichton de 1978, tercera vez que se ponía tras la cámara para adaptar nuevamente una novela propia, pese a las enormes expectativas, termina siendo nada más (y nada menos) que eso: un mero divertimento de época repleto de imperfecciones y cabos sueltos, pero que entretiene y a ratos interesa.
Crichton es, sin duda, todo un personaje: novelista de éxito, director de cine de cierto renombre y también creador y director ocasional de celebrados proyectos de televisión, tres facetas que incluso en algún momento concreto llegaron a coincidir en el tiempo y que lo sitúan como fenómeno creativo difícilmente igualable. Entre sus obras literarias, cinematográficas o televisivas, por lo general, pero no siempre, de calidad media-baja, encontramos, a título de ejemplo, La amenaza de Andrómeda (con película del mismo nombre), El gran robo del tren (novela en la que se basa ésta), Devoradores de cadáveres (llevada al cine como El guerrero número 13), Congo (con película del mismo nombre), Esfera (ídem), Parque Jurásico (ídem de ídem), El mundo perdido (otra más), Acoso, Twister, Sol naciente, la serie Urgencias… o esa joya de la ciencia ficción titulada Almas de metal. Pero, aun con notables diferencias de calidad, sus derroches de imaginación, su volumen de producción y los distintos ámbitos de la misma lo colocan en el olimpo de autores prolíficos justo a la derecha de Stephen King.
Imbuida todavía por los ecos que del famoso asalto al tren de Glasgow quedaban en la prensa inglesa (que durante mucho tiempo siguió las peripeciasla de los ladrones fugados por medio mundo y daba cumplida noticia de sus avatares), la historia nos traslada a la Inglaterra de 1855, en plena guerra de Crimea (aquel absurdo conflicto que enfrentó a Inglaterra, Francia y otros países con la Rusia de los zares), cuando un ladrón y aventurero que se oculta tras la identidad de un supuesto lord (Sean Connery) se propone robar el tren que transporta los lingotes de oro que salen de Londres hacia la costa para ser enviados a Rusia y pagar a las tropas. Ayudado por una joven, amante y cómplice (una erotizada Lesley-Ann Down), y por un cerrajero experto (siempre eficiente Donald Sutherland), diseña un complejo plan para sustraer y copiar las cuatro llaves que abren la caja fuerte del tren y poder asaltar éste en marcha. Continuar leyendo «El primer gran asalto al tren: divertimento de época» →