Diálogos de celuloide: Extraños en un tren (Strangers on a Train, Alfred Hitchcock, 1951)

-¿Disculpe, es usted Guy Haines? Por supuesto. Lo he visto ganar contra Faraday la temporada pasada. Entró en las semifinales, ¿no? Realmente admiro a la gente que hace cosas.

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-Debe ser excitante ser tan importante.
-Un jugador de tenis no es tan importante.
-La gente que hace cosas es importante. Yo nunca hago nada.

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-Estoy un poco nervioso.
-Hay un nuevo remedio para eso. Mozo, whisky y agua sin gas, por favor. Un par. Dobles.
Es el único tipo de dobles que juego.
-Tendrá que tomar los dos.
-Y podría hacerlo.

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-¿Cuándo es la boda?
-¿Qué?
-La boda. Usted y Anne Morton. Salió en los periódicos.
-No debería haber salido. A menos que se haya legalizado la bigamia.
-Tengo una teoría sensacional acerca de eso. Algún día se la contaré. Por ahora, me parece que el divorcio es la solución más simple.

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-Está bien, soy un vago.
-¿Quién ha dicho que lo es?
-Mi padre. Me odia. Con todo el dinero que tiene, pretende que tome el autobús de las 8:05 cada mañana, marque la tarjeta y haga carrera vendiendo pintura o lo que sea. ¿Qué piensa de un personaje así?
-Bueno, pienso que a lo mejor…
-Yo también lo odio. ¡Le aseguro a veces me hace enfadar tanto que quisiera matarlo!

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-¡Quiero hacer algo y todo! Tengo una teoría según la cual habría que intentar todo antes de morir. ¿Has conducido alguna vez a ciegas a doscientos cuarenta por hora?
-No últimamente.
-Yo sí. También volé así en un jet. ¡Qué escalofriante! Casi me voló el cerebro. Voy a hacer una reserva en el primer cohete a la luna.
-¿Qué tratas de demostrar?
-No soy como tú. Tú eres afortunado. Eres listo. Casarse con la hija del patrón, eso sí que es hacer carrera por un atajo.
-Casarse con la hija del senador no tiene nada que ver con todo esto. ¿Es que siempre se debe tener codicia?

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-¿Quieres oír una de mis ideas para un homicidio perfecto? ¿Quieres oír la del enchufe averiado en el baño o la del monóxido de carbono en el garaje?
-Ninguna de las dos. Seré anticuado, pero creía que el homicidio era ilegal.
-¿Qué es una vida o dos? ¡Ciertas personas estarían mejor muertas! Un poco como tu esposa y mi padre, por ejemplo. ¡Esto me recuerda una idea genial que tuve una vez! Acostumbraba ir a dormir tratando de perfeccionarla. Digamos que te gustaría librarte de tu esposa.
-Es una idea morbosa.
-No, simplemente imagínatelo. Digamos que tienes una buena razón.
-No…
-No. Supongamos, tendrías miedo de matarla, ¿sabes por qué? Te descubrirían. ¿Y qué es lo que te delataría? El motivo. Ésta es mi idea.
-Temo que no tengo tiempo para escucharte.
-Además es bien sencillo. Dos camaradas se conocen, accidentalmente como tú y yo. Ninguna conexión entre ellos. Nunca se han visto antes. Cada uno tiene a alguien de quien le gustaría librarse. ¡Deciden intercambiar homicidios!
-¿Intercambiar homicidios?
-Cada uno ejecuta el homicidio del otro. Pero nada los conecta. Ambos asesinaron a un completo desconocido. Tú ejecutas mi homicidio y yo el tuyo.
-Estamos llegando a mi estación.
-Por ejemplo: Tu esposa por mi padre. Líneas cruzadas.
-¿Qué?
-Hablamos el mismo idioma, ¿no?
-Claro. Hablamos el mismo idioma.

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-Espero que te hayas olvidado de tu pequeño plan.
-¿Cuál?
-El de hacer explotar la Casa Blanca.
-¡Estaba sólo bromeando! Además, ¿qué diría el Presidente?
-Qué travieso eres. Siempre me haces reír.

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– Tomemos un bote.
– ¿Un poco de maíz tostado?
– ¡Ahora no!
– ¡No es divertido besarse con la boca llena!

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-No podemos ignorar que un asesinato llegó a nuestra puerta pero preferiría que no lo metas en casa.

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-Temo que habrá muchos reporteros frente a su puerta por la mañana.

-A papá no le molesta un poco de escándalo. ¡Es un senador!

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-Que mi experiencia te sirva de guía, nunca dejes que falsas acusaciones te hagan perder el sueño. A menos que puedan ser comprobadas.

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-Era un ser humano. Y déjame recordarte que hasta el menos digno tiene derecho a la vida y a la felicidad.

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-Bueno, nadie se interpone en vuestro camino ahora. Os podéis casar. ¡Piénsalo, sois libres!
-No se tiene que decir todo lo que se piensa.
-¡Papá, no soy un político!

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-Por supuesto no has tenido problemas con la policía una vez que verificaron tu coartada. Cuando una coartada está llena de whisky, no es muy creíble.

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-¿Después de sentenciar a muerte a un hombre no le resulta difícil cenar?
-Cuando se detiene a un asesino, debe ser enjuiciado. Cuando se le condena, debe ser sentenciado. Cuando es sentenciado a muerte, debe ser ejecutado.
-Muy impersonal, ¿no?
-Así es. Además, no es algo que ocurre todos los días.
-Se detiene a tan pocos asesinos.

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 -Usted parece interesado en el tema del asesinato.
-No más que otros. No más que usted, por ejemplo.

-¿Yo? No estoy interesada en asesinatos.
-¡Todo el mundo está interesado en eso! Todos tienen a alguien de quien les gustaría desembarazarse. No me dirá que no ha querido desembarazarse
de alguien ni una sola vez. ¿De su esposo tal vez?
-¡Santo cielo, no!
-¿Está segura? ¿Ni siquiera una vez la ha hecho enfadar? ¡Ah, qué le dije! Usted va a cometer un asesinato. ¿Cómo lo cometerá? Ése es el aspecto fascinante. ¿Cómo lo cometerá? No me dijo su nombre…
-Señora Cunningham.
-¿Cómo lo realizará?
-Supongo que tendré que conseguir un revólver en algún lado.
-Señora Cunningham. ¿A balazos? ¿Sangre por todas partes?
-¿Qué le parece un poco de veneno?
-Así es mejor, mucho mejor. ¿Señora…?
-Anderson.
-Así es mejor, señora Anderson. Es que la Sra. Cunningham tiene mucha prisa. El veneno podría tardar de 10 a 12 semanas, si el pobre señor Cunningham
muriera de causas naturales…
-¡Leí de un caso una vez! ¡Sería una idea maravillosa! ¡Podría sacarlo con el auto y al llegar a un sitio solitario, lo golpearía en la cabeza con un martillo, lo cubriría de gasolina a él y al auto y les prendería fuego!
-¿Y regresaría a casa caminando? Tengo el mejor método y las mejores herramientas. Simple, silencioso y sencillo. El silencio es lo más importante. Déjeme mostrarle. ¿Puedo tomar prestado su cuello?
-Si no es por mucho tiempo…
-Cuando incline mi cabeza, trate de gritar y verá que no podrá.

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(guion de Raymond Chandler y Czenzi Ormonde a partir de la novela de Patricia Highsmith)

Vidas de película – John Ireland

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El canadiense John Ireland, nacido en Vancouver en 1914, pasa por ser, junto con Errol Flynn, uno de los actores mejor dotados de la historia de Hollywood (y no precisamente en lo que a cualidades dramáticas se refiere…). Sea como fuere, John Ireland atesora una extensísima carrera como actor de cine y televisión, en especial como villano, esbirro y matón en toda clase de producciones de cine negro, western y cintas bélicas.

Sin embargo, y tras sus comienzos como nadador en espectáculos acuáticos, su salto al teatro fue para interpretar nada menos que a William Shakespeare. Su primera película fue la bélica Un paseo bajo el sol (A walk in the sun, Lewis Milestone, 1945), y de inmediato pasó al otro género en el que trabajó asiduamente, el western, nada menos que con Pasión de los fuertes (My darling Clementine, John Ford, 1946). Además de participar en algunos de los hoy olvidados pero más que estimables primeros films noirs del cineasta Anthony Mann, Ireland apareció en las espléndidas Río Rojo (Red River, Howard Hawks, 1948) y El político (All the king’s men, Robert Rossen, 1949), en ambas junto a la que se convertiría en su primera esposa, la actriz Joanne Dru (estuvo casado dos veces más, también con actrices). Junto a ella trabajó en cuatro películas más, sobre todo westerns, antes de su divorcio en 1957. La más memorable de aquellas cintas es El valle de la venganza (Vengeance valley, Richard Thorpe, 1951), junto a Burt Lancaster y Robert Walker.

En la siguiente década, formó parte de otro western basado en el famoso tiroteo de Tombstone, Duelo de titanes (Gunfight at the OK Corral, John Sturges, 1957), y es una de las más estimables presencias de la fenomenal Chicago, años 30 (Party girl, 1958) de Nicholas Ray. A partir de entonces apareció en películas de distinto nivel de calidad, aunque por lo general, cuando se trata de buenas producciones, en papeles cada vez menos importantes. Es el caso de Espartaco (Spartacus, Stanley Kubrick, 1960), 55 días en Pekín (55 days at Peking, Nicholas Ray, 1963), La caída del Imperio Romano (The fall of the Roman Empire, Anthony Mann, 1964), la nueva adaptación de Adiós, muñeca (Farewell my lovely, 1975) que dirigió Dick Richards, o, de manera mucho más curiosa, la célebre cinta erótica de trasfondo nazi Salón Kitty (Salon Kitty, Tinto Brass, 1976).

Desde entonces siguió participando en subproductos de toda clase hasta el año de su muerte, 1992, a causa de una leucemia.

 

Alfred Hitchcock presenta – Extraños en un tren

Recuperamos esta fotografía del Gran Gordo del Suspense arrastrando sus bártulos musicales en su cameo de Extraños en un tren (Strangers on a train, Alfred Hitchcock, 1951), para invitar a nuestros queridos escalones a la sesión inaugural del III Ciclo Libros Filmados, organizado por la Asociación Aragonesa de Escritores en colaboración con FNAC Zaragoza-Plaza de España, y olé.

En esta ocasión, Alfred Hitchcock, Patricia Highsmith y Raymond Chandler se dan la mano para crear la que fue la «película de resurrección» del mago del suspense tras su irregular aterrizaje en Hollywood durante los desiguales años cuarenta, el trampolín que le permitió crear algunas de las más importantes películas de los años cincuenta y de la historia del cine para hacerse con un lugar propio en la industria como productor y propietario de algunas de sus propias películas, así como icono cinematográfico y publicitario mundial a través de su serie de televisión y de las colecciones de novelas y relatos de misterio con su efigie y respaldo mercadotécnico. Incluso en plan ye-yé…

III Ciclo Libros Filmados, organizado por la Asociación Aragonesa de Escritores en colaboración con FNAC Zaragoza-Plaza de España.

1ª sesión, martes 31 de enero de 2012: Extraños en un tren, de Alfred Hitchcock (1951):
– 18:00 h.: proyección
– 19:45 h.: coloquio, con el poeta cinéfilo Miguel Ángel Yusta y Mr. 39

Os esperamos (o no).

Ejemplo de western psicológico: El valle de la venganza

No cabe duda de que el cine de aventuras fue el lugar predilecto de Richard Thorpe en Hollywood. Desde las películas de Tarzán hasta las epopeyas artúricas o las adaptaciones de Walter Scott con Robert Taylor (uno de sus actores recurrentes) como improbable (visto hoy) héroe medieval con calzas, leotardos y armadura, la filmografía de Thorpe, prolongada a lo largo de cuatro décadas, está asimismo salpicada de incursiones en la intriga criminal, el musical, los productos baratos para cantantes de moda (Bobby Darin o Elvis Presley, por ejemplo), o los bodrios nadadores de Esther Williams. También en su cine hay espacio para el western, y la mejor de todas sus películas en el género es El valle de la venganza, una película que, en contra de la simpleza a la que invita el título, esconde muchos matices que hacen del filme un western atípico, más para una fecha como 1951.

Porque casi casi se trata de un western, no fordiano, sino freudiano, cuya raíz de conflicto hay que encontrarla en la relación de subordinación-dominación que padece Lee Strobie (Robert Walker, que bordaba como nadie los personajes de psicópata perturbado, traumatizado, quizá porque no requería de él demasiado esfuerzo para su composición) con respecto a su padre (Ray Collins), un rico potentado ganadero, una situación que se complica por el culto que papá Strobie, la esposa de Lee, Jen (Joanne Dru) y todo el mundo en general sienten por el juicioso, fornido y valeroso Owen (Burt Lancaster), hijo adoptivo de Strobie y hermano por tanto de Lee, en quien el viejo Arch ve al hijo que le gustaría haber tenido en lugar del tarambana que le ha tocado en suerte. El soterrado juego de rencores, odios, envidias y amores difíciles, agravado sin duda por la ausencia temprana de una figura materna para Lee, se complica cuando éste, más amante de la noche entre cartas y mujerzuelas que del duro trabajo en el rancho, deja embarazada a una joven del pueblo. Owen, acostumbrado a sacarle las castañas del fuego a Lee para que su padre no se entere de sus frecuentes aventuras de violencia regada con alcohol, intenta que Lee reconozca su culpa, pero cuando éste, para salvarse, provoca y permite que la paternidad sea atribuida a su hermano adoptivo, no hace gran cosa para abrir los ojos a la gente por temor a la reacción del viejo Arch y, sobre todo, por atención a Jen. Sin embargo, cuando el hermano de la joven (John Ireland), un pistolero sin escrúpulos, se presenta en el pueblo para vengar la afrenta, es el inocente Owen y no el culpable Lee el objeto de su venganza, mientras éste último hace planes para, cuando falte su hermano, preparar la liquidación del negocio familiar y así poder marcharse lejos a quemar el dinero en juergas eternas.

La película resulta interesante como ejercicio de síntesis: en apenas ochenta minutos plantea un drama de hondas raíces psicológicas, establece relaciones entre múltiples personajes a varias bandas, ofrece alguna trama romántica secundaria, ofrece escenas de acción y violencia, y concluye con un final de culpa y redención. Continuar leyendo «Ejemplo de western psicológico: El valle de la venganza»