Películas sobre la historia de España en La Torre de Babel de Aragón Radio

En la pasada sección sobre el tratamiento que han tenido distintas figuras y épocas de la monarquía británica en el cine se suscitó la cuestión de lo poco y mal tratada que, en general, está en las películas la historia de España. En esta nueva entrega repasamos títulos del cine español y de cinematografías foráneas que se han centrado, como tema principal o como trasfondo narrativo, en episodios concretos de esta historia desde sus inicios hasta la Guerra Civil.

Este muerto está muy vivo – Con las horas contadas (D.O.A., Rudolph Maté, 1950)

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Esta película de Rudolph Maté, brillante director de fotografía reconvertido en director de películas, supone la sublimación de una de las premisas indispensables del cine negro: el destino amenazador que oprime a los protagonistas, la fatalidad ineludible que les conduce a un desenlace trágico, violento, mortal… Basada en una cinta alemana previa, escrita por Billy Wilder y dirigida por Robert Siodmak, en la que el protagonista iba en busca de su propio asesino, Con las horas contadas (D.O.A., 1950) sitúa a Frank Bigelow (Edmond O’Brien) en el trance de investigar su asesinato. Es decir, el protagonista es un inminente cadáver que, antes de que se consume lo inevitable, pretende esclarecer la autoría y las causas de su muerte para que la policía pueda actuar. El título original del filme, Dead on arrival, traducido algo así como «ingresado cadáver» o «muerto al llegar» (que es como se conoce en España el remake ochentero protagonizado por Dennis Quaid), advierte ya suficientemente del punto sobre el que gira la trama.

Circunscrita a los cánones del cine negro, corriente de la que constituye uno de los más estimables exponentes de comienzos de la década de los 50, la intriga sirve para poner de relieve el cuestionamiento de determinados aspectos morales y sociales, reflejados con notable atrevimiento para la época (sobre todo, pero no solo, de índole verbal) y las exigencias censoras, como son cierta relajación en las costumbres de la América urbana, y el exceso de libertinaje. Así, nos encontramos a Frank, lo que en España vendría a ser un notario, que ejerce su profesión en una pequeña ciudad de California. Deseoso de pasar un fin de semana de asueto, arregla una breve estancia en San Francisco para ocuparse en salir de noche, emborracharse, gozar de la música y de las mujeres. Para ello, por lo visto, no es obstáculo la relación que mantiene con su secretaria, Paula (Pamela Britton), que a regañadientes consiente en que vaya (atención al explícito machismo de las conversaciones de ambos, la «facilidad» con que ella acepta los «argumentos» de él para permitirse la escapada, así como la manera en que ella, posteriormente, descarga previamente a Frank de las culpas por aquello que pueda hacer durante su viaje…). Tal vez debido a esta conculcación del primer mandamiento de la vida en pareja en el Hollywood del Código Hays, Bigelow se encuentra en San Francisco con lo que no buscaba: la muerte. Y eso que al principio todo parecía ir sobre ruedas. El hotel donde se hospeda aloja una convención de negocios, empleados de ambos sexos que en las noches se corren unas enormes juergas en las habitaciones y los pasillos del edificio, o deambulan por los locales nocturnos de la ciudad hasta el amanecer. Un grupo convence a Frank para que se una a ellos, pero en el club «The fisherman» («El pescador»), mientras intenta beneficiarse a una moza apetitosa (justo en ese momento, ahí se ve el toque moral de la censura), alguien manipula su bebida. A la mañana siguiente, ya es tarde. Aunque los escrúpulos morales de Frank le impidieron finalmente acudir a la adúltera cita, se siente mal. Los médicos a los que acude le confirman el desastre: envenenamiento por iridio. Conmocionado, logra rehacerse sabedor de que le quedan solamente unas horas de vida, y decide invertir ese tiempo en averiguar lo ocurrido para comunicárselo a las autoridades antes de que sea tarde. Empezando por el club, comienza desenmarañar una tela de araña que guarda relación con una misteriosa llamada que recibió en su oficina cuando ya se había marchado de viaje, y con una escritura que validó meses atrás, en la que una partida de iridio cambiaba sospechosamente de manos…

Maté traslada magníficamente a imágenes el guion de Russell Rouse y Clarence Greene, y construye la película sobre un gran flashback en el que Frank relata lo sucedido a la policía de San Francisco. El interés del director, no obstante, no reside tanto en la presentación de la intrincada y laboriosa investigación de Frank y en el uso del suspense (cosa lógica, teniendo en cuenta que lo primero que hace el filme es anunciar el final), con todos los resortes dramáticos a ello asociados, sino en la evolución del personaje ante la angustiosa situación que le ha tocado vivir (o más bien morir), y en las implicaciones que esto arrastra (en particular, como ejemplo de un suspense no ligado al hecho criminal, la reacción de Paula cuando sepa qué le sucede a Frank). Continuar leyendo «Este muerto está muy vivo – Con las horas contadas (D.O.A., Rudolph Maté, 1950)»

Vidas de película – Nina Foch

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Nacida en Leiden (Países Bajos, 1924), Nina Consuelo Fock, hija de un neerlandés director de orquesta -Dirk Fock- y de madre estadounidense, saltó al cine como Nina Foch en los años cuarenta con Canción inolvidable (A song to remember, 1944), biopic sobre Chopin con Cornel Wilde, Paul Muni, Merle Oberon y George Macready dirigido por Charles Vidor, y Cerco de odio (The dark past, 1948), cinta negra de serie B del antiguo director de fotografía Rudolph Maté con los prometedores William Holden y Lee J. Cobb.

Contratada primero por la Universal y después en Columbia, su mejor época fueron los años cincuenta, en los que encadenó intervenciones en Un americano en París (An American in Paris, Vincente Minnelli, 1951), Un fresco en apuros (You’re never too young, Norman Taurog, 1955), con el dúo Dean Martin-Jerry Lewis, Los diez mandamientos (The ten commandments, Cecil B. DeMille, 1956), Espartaco (Spartacus, Stanley Kubrick, 1960), y sus dos apariciones más sonadas, como la reina María Antonieta en Scaramouche (George Sidney, 1952), y en su única nominación al Óscar por La torre de los ambiciosos (Executive suite, Robert Wise, 1954).

Casada en tres ocasiones, falleció en 2008.

El fenómeno «emulación»: Cosas que hacer en Denver cuando estás muerto

El apoteósico desembarco de Quentin Tarantino en los años noventa gracias a su muy particular recuperación del cine negro con Reservoir dogs (1992), Pulp fiction (1994) y el guión de Amor a quemarropa (True romance, Tony Scott, 1993), y a su innegable talento para contar visualmente historias, si bien no demasiado originales, sí contadas desde un reciclaje muy personal, generó y sigue generando una legión de seguidores, imitadores y emuladores que, tanto por los temas escogidos como por la forma de presentarlos en la pantalla parecen seguir la estela del director de Tennessee, bastante venido a menos desde entonces, dicho sea de paso, hasta convertirse prácticamente hoy en una caricatura de sí mismo. Durante los años noventa especialmente la cantidad de películas de temática criminal que tratan intrigas más o menos rocambolescas protagonizadas por personajes grotescos (interpretados por actores populares y alguna que otra vieja gloria) con gran minuciosidad visual y en compañía de temas clásicos de la música popular, sin olvidar la ración obligada de lenguaje malsonante y violencia verbal y física (fórmula tampoco inventada por Tarantino pero sí muy bien rentabilizada) alcanzó cotas de repercusión crítica y popular impensables en la década anterior (la del cine de aventuras, de romance o de acción en su peor versión comercial). Una de esas réplicas del ‘fenómeno Tarantino’ es la irregular Cosas que hacer en Denver cuando estás muerto, dirigida por Gary Fleder en 1995.

Fleder, que no pasará a la historia por su filmografía, especializada en mediocridades criminales y en olvidables trabajos para televisión, se anota aquí su mejor punto gracias a, como se ha dicho, seguir la moda noventera de la imitación de los productos de éxito de Tarantino y también a su búsqueda de referentes en el cine negro clásico, en este caso filmes como Con las horas contadas (D.O.A., Rudolph Maté, 1950) -mejor olvidarse del remake de 1988 protagonizado por Dennis Quaid y Meg Ryan- o El reloj asesino (The big clock, John Farrow, 1948), si bien introduciendo sustanciales y novedosas variaciones en la historia de un individuo que, ante la perspectiva de una muerte inminente, intenta librarse de ella para después resignarse y cerrar sus asuntos en la Tierra antes de que le llegue la hora fatal. La película se sitúa en Denver, Colorado, una de esas impersonales ciudades norteamericanas erigidas en medio de ninguna parte gracias a su papel histórico como punto de referencia en las rutas del Oeste y que constituye una amalgama sin gusto ni gracia de edificios de cristal y cemento, asfalto, barrios residenciales, comercios, altos edificios de negocios y cientos de kilómetros de desierto alrededor. Jack Warden es Joe Heff, un hampón ya jubilado que se sienta en una populosa cafetería-heladería de Denver a contar historias de los viejos tiempos a quien está dispuesto a escuchar, siempre con un taco cada tres palabras y siempre haciendo hincapié en la violencia, el sexo y los cristianos pasaportados tan ricamente. Su presencia es en cierto modo el hilo que conecta el pasado con el presente, y también con la cierta manera en que ese presente se pueda interpretar y recordar en el futuro. Su voz en off, su aparición alrededor o cerca de los personajes principales que pululan de vez en cuando por el bar, como parte del decorado o como acompañamiento de la banda sonora de su inmediata desgracia es a la vez testimonio y agente narrador de una historia negra que en su comienzo, como casi todas, resulta trivial, pero cuyas intrincadas complicaciones acabarán siendo decisivas para todos. Así, en cierto momento en el que por la puerta del bar entra Jimmy «El Santo» (Andy Garcia) en busca de su acostumbrado batido, Joe Heff empieza a contar su historia.

Christopher Walken es «El Hombre del Plan», el mafioso de origen italiano que maneja el cotarro criminal en la ciudad, y que desde un accidente de coche que le costó la vida a su mujer está tetrapléjico en una silla de ruedas, rodeado de sus matones, en una mansión de lujo, atentido por una enfermera incompetente pero muy muy calentorra. De su matrimonio le queda un hijo bastante bobo y perturbado, Bernard (Michael Nicolosi), que hace algún tiempo -sin duda cuando comprobó el grado de imbecilidad y depravación al que podía llegar- fue abandonado por su novia del instituto, de la que sigue enamorado. Mientras tanto, se entretiene asaltando a niñas de escuela durante el recreo, lo que le lleva al calabozo cada dos por tres, teniendo que ir su padre al rescate. Cuando «El Hombre del Plan» tiene noticia de que la ex novia de Bernard vuelve a Denver con su prometido para presentarlo a la familia y organizar su boda, aprovechando que Jimmy «El Santo» le debe algún favor del pasado, el gangster decide pedirle con las debidamente convincentes amenazas y coacciones que «haga algo» para que el joven se dé la vuelta y Bernard pueda tener una nueva oportunidad con la muchacha. Jimmy, apodado «El Santo» por su apariencia comedida y elegante y por su temperamento conciliador, tranquilo y apacible que no le impide, no obstante, vivir y salir adelante en el clima de corrupción de los bajos fondos de la ciudad, no tiene más remedio que acceder, y reúne a un equipo de antiguos socios, el depresivo Piezas (Christopher Lloyd), que trabaja de proyeccionista en un cine porno y cuyas manos sufren una enfermedad degenerativa que le corroe los dedos, Franchise (William Forsythe), hombre pausado y leal que intenta abandonar el mundo del crimen y llevar la prosperidad a su familia, Viento Fácil (Bill Nunn), competente «hombre para todo» bien conectado con las bandas de traficantes negros de la ciudad, y Bill «El Crítico» (Treat Williams), una especie de psicópata demente, violento y alucinado, febril y permanentemente enchufado a la testosterona, que pone la fuerza bruta en el grupo. Todos juntos diseñan un plan para interceptar al joven en la carretera y obligarle a dar la vuelta. Sin embargo, algo sale mal, muy mal, y El Hombre del Plan, que no puede permitirse ni la deslealtad ni la incompetencia, especialmente si hace daño a su hijo Bernard o si supone un incumplimiento de la palabra dada, contrata a un asesino infalible, Mr. Shhh (Steve Buscemi), para liquidar al grupo en venganza por una misión fallida.

El principal problema de la película está en el protagonista, Jimmy «El Santo». Resulta difícil de creer que un tipo subsista en el submundo del hampa sin haberse manchado las manos de sangre y conservando una bondad y una solidez de valores y principios impropia del ambiente en que se mueve y de los tipos con los que trata. Su drama personal consiste en liberarse del clima criminal en el que vive, marcharse de Denver, especialmente tras enamorarse de Dagney (Gabrielle Anwar) y proteger y sacar de la mala vida a una joven prostituta toxicómana, Lucinda (Fairuza Balk), que está enamoriscada de él. El personaje, así dibujado, encaja difícilmente en la figura del tipo que se mueve en los asuntos turbios del crimen local, y su perfil de protagonista positivo encuentra en el espectador el problema de su identificación con las cosas que se cuentan de su pasado, de su vida y hazañas, sin que el punto de inflexión, el momento de cambio personal, si es que lo hubo, el antes y el después, quede suficientemente explicado en ese pasado, y pobremente justificado en el presente. Continuar leyendo «El fenómeno «emulación»: Cosas que hacer en Denver cuando estás muerto»

La tienda de los horrores – Las aventuras de Marco Polo

¿Quién dijo que en la época clásica del cine, en el dorado Hollywood, no había truños? La prueba está en esta película de aventuras dirigida por Archie L. Mayo en 1938, que puede que en su momento cumpliera su función, esto es, la de proporcionar entretenimiento ligero, sencillo y plano a un público americano tan preocupado por la Gran Depresión como temeroso del conflicto bélico inminente que hacía tiempo que estaba llamando a las puertas, en la contemplación de las peripecias de un héroe, blanco por supuesto, en un entorno exótico, inspiradas en los viajes del comerciante veneciano Marco Polo y su célebre Libro de las Maravillas.

Y es una verdadera lástima, porque la película lo tenía todo para ganar la batalla del paso del tiempo: un director experimentado y todoterreno, Archie L. Mayo (Svengali, El bosque petrificado, El diablo y yo, Una noche en Casablanca…); un estupendo guionista, Robert E. Sherwood; un equipo fotográfico de primera (Archie Stout y Rudolph Maté); un músico competente y contrastado (Hugo Friedhofer); un reparto encabezado por una estrella en su plenitud (Gary Cooper), uno de los malos oficiales (Basil Rathbone), un tótem de la primera mitad del siglo XX (H.B. Warner), y una bella emergente (Sigrid Gurie); incluso cuenta con los primeros papeles de dos intérpretes posteriormente consagrados: Lana Turner y Richard Farnsworth; hasta, para rizar el rizo, algunas de las secuencias de acción y lucha las dirigió sin acreditar nada menos que John Ford. Pero nada, de la potencialmente interesante epopeya viajera de unos comerciantes europeos que abrieron los horizontes económicos hasta Catay, Cipango y el Imperio Mogol, la cosa se queda en mero trapicheo romanticoide de baja estofa.

Algo de eso se vaticina cuando la película da comienzo en Venecia, con Marco hecho todo un ligón de góndola en góndola seduciendo bellas virginales o ya casadas, disfrutando de su acomodada vida en el seno de una familia rica en plan jovenzano irresponsable preocupado únicamente de «folgar», y no de labrarse un futuro y una posición distintos a los que puedan corresponderle por herencia. Sin embargo, como candidato idóneo para viajar a China (en una forma muy apresurada y superficial de presentar las motivaciones que movieron a comerciantes de la República Serenísima a personarse tan lejanamente), su vida da un giro cuando se pone en marcha nada menos que a través de territorios controlados por el Islam (en pleno siglo XIV, con los turcos asomándose al Mediterráneo y Venecia replegándose cada vez más a su actual entorno) en busca del camino a Extremo Oriente. Lo malo es que, lejos de narrar ninguna peripecia viajera, Mayo y Sherwood, con prisa por situar el drama romántico que será el eje de la historia, liquidan los miles de kilómetros entre un destino y otro en una serie de encadenados que recogen a Marco y sus acompañantes en distintos entornos relacionados con su viaje (vadeando ríos, desembarcando de naves, cruzando desiertos, ascendiendo montañas…) hasta darse de bruces en apenas dos minutos con las murallas de la capital china, en el interior de la cual da verdaderamente comienzo la película.

Director y guionistas de nuevo optan por la vía rápida cuando omiten al público cualquier noción relacionada con el choque cultural, la diferencia de estilos de vida, ideologías, religiones o modos sociales entre los recién llegados y los chinos; es más, Marco Polo da por azar con la primera casa que encuentra, la de un importante personaje con el que empieza a comunicarse como si tal cosa, ambos en un perfecto inglés de Oxford, y que le llevará, fíjate tú qué casualidad, directamente a Palacio. Este encuentro da pie para el folclorismo más infame y palurdo en el retrato de todos los tópicos relacionados con la China milenaria. Particularmente hay una risible secuencia en la que Marco Polo descubre de manera bastante cretina todos los inventos célebres que supuestamente nos han venido desde allí; como buen chino, su interlocutor tiene esparcidos por allí desde un saquito de pólvora hasta un plato de spaghetti. De este modo impresentable, Mayo y Sherwood liquidan las partes «molestas» de la historia, esto es, el viaje repleto de aventuras y encuentros con seres variopintos de decenas de culturas diferentes y el análisis o la presentación minuciosa de la cultura china y toda noción de lo que significa la palabra Descubrimiento para los primeros ojos occidentales que contemplan un mundo nuevo, para concentrarse en un romance entre Marco Polo y la hija del emperador. Continuar leyendo «La tienda de los horrores – Las aventuras de Marco Polo»