Mis escenas favoritas: Alguien voló sobre el nido del cuco (One Flew Over the Cuckoo’s Nest, Milos Forman, 1975)

El verdadero arte es aquel que va mucho más allá de lo aparente. Esta obra maestra de Milos Forman, adaptación de la novela de Ken Kesey, producida por Michael Douglas y distribuida por United Artists, reduce el estado de cosas de su tiempo (y, en buena parte, del nuestro) a las dimensiones de un hospital psiquiátrico, utilizando el contraste entre el espíritu libre y anárquico del interno McMurphy (Jack Nicholson, en una interpretación soberbia) y las rígidas normas de disciplina del centro, defendidas a ultranza por la fría, metódica y severa enfermera Ratched (Louise Fletcher), como pretexto y metáfora para hablar de la resaca contracultural y revolucionaria en los Estados Unidos de mediados de los setenta, de los límites de la democracia y de las huellas dejadas en su política por la recientemente abortada administración Nixon. Y entre las secuencias que mejor ilustran la cuestión de fondo, esta de la votación, que ejemplifica oportunamente los límites efectivos de un concepto, el de libertad, que nunca es absoluto… salvo en nuestra imaginación.

Música para una banda sonora vital: En los límites de la realidad (Twilight zone: the movie, John Landis, Steven Spielberg, Joe Dante y George Miller, 1983)

Tanto al principio como al final de la adaptación cinematográfica que John Landis, Steven Spielberg, Joe Dante y George Miller hicieron de la célebre serie televisiva, de género fantástico, concebida por Rod Serling, La dimensión desconocida (The twilight zone, 1959-1964), titulada en España En los límites de la realidad (Twilight zone: the movie, 1983), y precediendo a su famosa sintonía (Jerry Goldsmith es también el autor de la música de la película), irrumpe este clásico de la Credence Clearwater Revival, The midnight special (1969). La película, dividida en cuatro episodios, es recordada, sobre todo, por el primero y el último de ellos.

Cine en fotos – El resplandor

Aprovechamos una fotografía de un descanso durante el rodaje de El resplandor (The shining, Stanley Kubrick, 1980) -y decimos lo de descanso no porque pararan para comerse el bocata, sino porque fue uno de los escasos momentos de rodaje en los que el bueno de Kubrick no se dedicó en cuerpo y alma a torturar a la pobre Shelley Duval…- para invitar a nuestros queridos escalones a la última sesión por este año del II Ciclo Libros Filmados, organizado por la Asociación Aragonesa de Escritores en colaboración con Fnac Zaragoza-Plaza de España. En esta ocasión se proyectará, of course, El resplandor, de Stanley Kubrick.

II Ciclo Libros Filmados, organizado por la Asociación Aragonesa de Escritores en colaboración con Fnac Zaragoza-Plaza de España:

– 6ª sesión, martes 8 de noviembre de 2011: El resplandor (1980)
– 18:00 horas: proyección
– 20:30 horas: coloquio con Marcos Callau, que se estrena en estas lides, y un servidor

Como siempre, se os espera (o no), esta vez para pasar miedo juntos…

El final de un mito: El último pistolero

john-wayne

El último pistolero. No haría falta decir mucho más, con permiso de Clint Eastwood. Curiosamente, y sin que tenga nada que ver en esta película, hay mucho de Eastwood en ella, o mejor dicho, mucho de ella, y también del resto de la filmografía de Don Siegel, en buena parte del cine de Eastwood. No en vano, Sin perdón, el último de sus westerns hasta la fecha (y parece que definitivamente) iba dedicado a Don y a Sergio (por Leone). Y es que si unimos por un lado Solo ante el peligro de Fred Zinnemann y por otro Sin perdón de Clint Eastwood, le damos unos toques de Sam Peckinpah pasados por el coladero habitual de Quentin Tarantino, y le ponemos unas gotitas de telefilm de sobremesa salpicado de viejas glorias del cine casi olvidadas, removemos, y lo dejamos reposar durante noventa y nueve minutos, como resultado tenemos esta película de Don Siegel filmada en 1976, la última película del último pistolero, insistimos, con permiso de Eastwood: John Wayne. El adiós de un mito, el hasta luego del western.

John Bernard Books no es sólo el último personaje de Wayne: es John Wayne en sus últimos años. Es un personaje de leyenda, un pistolero que forjó su fama a golpe de revólver, siempre al mejor postor pero siempre con una intachable moral a la hora de escoger patrón, nunca un bandido, nunca un ladrón, un hombre que acababa con todos aquellos forajidos a los que la ley no atrapaba o a los que los cazadores de recompensas no podían enfrentarse. Ahora es anciano, los días de tiroteos en el centro de la calle y de cabalgadas por Monument Valley han pasado. Sólo le quedan sus armas, su caballo y la ropa que le cabe en un bolso de viaje. Y un cojín en el que apoyarse cuando la silla de montar muerde sus doloridos huesos (qué impresión, que imagen más sencilla, cruel y devastadora de mostrar la decadencia: John Wayne teniendo que ayudarse de un cojín para montar a caballo). Y recuerdos. Y remordimientos. Y el lugar donde nació, casi disuelto en la bruma de la memoria. Y ese lugar donde nació es el que ha escogido para terminar sus días, como un cementerio de elefantes. Porque John Bernard Books está enfermo, moribundo, tiene ya anotada la fecha de caducidad. El cáncer no es como una bala, no mata tan rápido… pero no falla (al menos a principios de siglo XX). El cáncer es un traidor, siempre mata por la espalda. Su culata está llena de muescas por las vidas a las que ha puesto fin, y John Bernard Books es su última víctima. Pero para John Bernard Books la lista no está completa. Antes de que el cáncer se lo lleve aún tiene una última misión, tres bandidos a los que cazar y quitar de enmedio como último legado, como postrero servicio a sus semejantes, como advertencia para quienes, ya ansiosos de modernidad, sienten la tentación de pasar página de aquellos viejos días de gloria escritos a fuego de Colt o a impacto de Winchester: el oeste puede poblarse de automóviles, de teléfonos, de farolas de gas, las ciudades de madera pueden ser ahora pobladas urbes de ladrillo, con paseos, jardines y tranvías, los salones pueden ser sustituidos por lujosos cafés, los pieles rojas pueden haber quedado confinados en una trastienda, pero sigue siendo el oeste y los problemas se resuelven como se ha hecho siempre, como manda su ley. Una ley que dice que un pistolero muere de frente y con el revólver en la mano, no postrado en una cama mientras su cuerpo se pudre lentamente. Por eso John Bernard Books ha vuelto: a matar y a morir, pero a morir de pie.
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Mis escenas favoritas – El resplandor

Un poco truculenta para ser disfrutada, no obstante esta escena de El resplandor, adaptación sui generis por Stanley Kubrick de la exitosa novela de Stephen King, merece la pena solamente por ver la interpretación de Jack Nicholson en su afán de cortarle el flequillo a golpe de hacha a la pavisosa de Shelley Duvall, actriz traumatizada hasta tal punto por tan accidentado rodaje que casi dejó el cine por completo y se dedicó en adelante a los cuentos infantiles.

Con toda su crudeza es, no obstante, una escena que con el paso del tiempo ha llegado a ser un icono cinematográfico de primera clase.