Mis escenas favoritas: Entrevista (Intervista, Federico Fellini, 1987)

Mágico momento de esta tragicomedia sobre el cine dirigida por Federico Fellini en conmemoración íntima y personal del quincuagésimo aniversario de los estudios Cinecittá. Marcello Mastroianni y Anita Ekberg por partida doble, y el cine como máquina del tiempo que conserva incólume lo que el tiempo, eterno guardián, siempre altera y desgasta. La magia del cine casi en modo tangible, la materia de la que se hacen los sueños al alcance de la mano. La nostalgia y la melancolía en estado sólido.

Juicio final: Pura formalidad (Una pura formalità, Giuseppe Tornatore, 1994)

Una noche tormentosa, un hombre angustiado que a duras penas atraviesa un páramo, y un disparo. Un desconocido que se identifica como Onoff (Gérard Depardieu), famoso escritor que lleva años sin publicar, es arrestado por la policía y trasladado al ruinoso edificio de la comisaría, lleno de goteras, para un largo interrogatorio que se prolongará toda la noche, mientras sigue jarreando como si nunca más fuera a amanecer. A pesar de que el inspector (Roman Polanski) encargado del caso se confiesa un gran admirador de su obra, el ambiente es tenso y hostil, y las complicaciones se acrecientan al no portar el detenido identificación alguna (el célebre Onoff es conocido porque rehúye continuamente la atención de los focos y no se deja ver públicamente) y manifestar amplias lagunas de memoria, reales o fingidas, en el momento de responder las preguntas más comprometidas para sus intereses. Las preceptivas cortesías y cautelas iniciales, el primer intercambio de impresiones que debe descartar cualquier sombra de sospecha sobre el detenido, la pura formalidad contenida en el título, dan lugar a un duro juego del ratón y el gato durante el que el escurridizo Onoff mezcla su biografía, las tramas, los personajes y los sucedidos de algunas de sus novelas y la selectiva distorsión de la verdad, sembrando dudas o negándolas a su gusto sobre algunas de las cuestiones sobre las que es interrogado para desconcierto del policía, correcto en las formas pero extraordinariamente penetrante e inquisitivo, poco dado a dejarse engañar y aparente poseedor de varios ases bajo la manga, de informaciones insospechadas, de revelaciones obtenidas a través de recónditos medios. De igual manera, las indagaciones del inspector parecen versar no solo sobre los acontecimientos del día (horarios, movimientos, compañías, etc.), es decir, no van encaminadas a acreditar o desmontar posibles coartadas o a la búsqueda del móvil criminal; también, y sobre todo, parecen abrir una investigación integral sobre la vida de Onoff, el estado de su matrimonio, las posibles infidelidades de la pareja, su carrera literaria, su psicología, los acontecimientos cruciales a lo largo de su vida, sus amores, amistades y sus relaciones famliares, así como otros instantes relevantes de la vida del escritor que, en apariencia, van mucho más allá del hecho criminal y que pueden obedecer tanto a algún enigmático y retorcido proceso de deducción policial como a la condición de apasionado admirador literario. Poco a poco, el interrogatorio sobre el principal acusado del asesinato detonante de la detención da paso a algo que cobra la forma de una causa general sobre Onoff, un juicio determinante sobre su paso por el mundo, y lo que ha empezado siendo una pura formalidad, una mera cuestión de trámite, termina por adquirir un significado inesperado…

No es de extrañar que el cineasta Roman Polanski aceptara el papel del inspector (un policía sin nombre) en esta película de Giuseppe Tornatore. Porque el universo que recrea el director italiano, la puesta en escena (un edificio antiguo que se mantiene en precario, dependencias lúgubres y sucias, mobiliario viejo y desgastado, goteras por doquier, frío, corrientes y toda clase de incomodidades), está directamente emparentada con esas atmósferas cerradas y absorbentes, si no asfixiantes, que el director francopolaco gusta de utilizar en buena parte de su filmografía. Lo desapacible del entorno impregna el carácter de los protagonistas y, como consecuencia de ello, el tono dramático en que se desarrolla la acción durante la mayor parte de las casi dos horas de metraje, una desairada conversación de ida y vuelta en la que nada es lo que aparenta. La historia se sustenta en las interpretaciones del dúo protagonista, un Depardieu estupendo y un Polanski colosal, que se mueve a plena satisfacción en un escenario y con un material que podría ser propio y que ofrece una de las mejores interpretaciones de su paralela carrera como actor. Continuar leyendo «Juicio final: Pura formalidad (Una pura formalità, Giuseppe Tornatore, 1994)»

Música para una banda sonora vital – El talento de Mr. Ripley

El talento de Mr. Ripley, la voluntariosa pero algo fallona película de Anthony Minghella, posee una ambientación de escenarios y una atmósfera realmente brillantes, aunque algo tópicas, en su recreación de la Italia de finales de los cincuenta. En ello cobra gran importancia la música, tanto la partitura original de Gabriel Yared como las distintas melodías y canciones de autor incorporadas a la banda sonora. Mayor valor incluso tiene la presencia del jazz, que además posee una importante carga narrativa simbólica, dado que en ella recae buena parte del retrato de la personalidad psicopática de Ripley (Matt Damon, para una buena amiga de quien escribe, el eterno comedor de anchoas), quien utiliza a Chet Baker o Dizzie Gillespie, entre otros, para acercarse a Dickie (Jude Law; nótese la proximidad con el significado coloquial de la palabra «dick» en inglés) y, poco a poco, ir mimetizándose con él hasta arrebatarle su personalidad y su vida.

De entre las muchas y excelentes músicas que suenan brevemente en la cinta, destaca, como siempre, My funny Valentine, de Chet Baker. Una joya.