Palabra de Fellini

«Este modo inconsciente, involuntario, de hacer garabatos, de tomar apuntes caricaturescos, de hacer muñequitos que me observan desde una esquina de la hoja, de esbozar obsesivamente anatomías femeninas hipersexuadas, rostros decrépitos de cardenales, candelabros, tetas, y más tetas, y culos, y galimatías, jeroglíficos, páginas consteladas de números de teléfono, direcciones, versos delirantes, cálculos numéricos, el horario de alguna cita; en fin, esta pacotilla gráfica, desenfrenada, inagotable, que haría los placeres de un psiquiatra, es quizá una especie de rastro, un hilo conductor en cuyo extremo me encuentro yo, con las luces encendidas, en el plató, el primer día de rodaje. Aparte de estas aventuradas y desenvueltas interpretaciones que pretenden dar un sentido a la cuestión, creo poder decir que siempre he garabateado, desde niño, en cualquier pedazo de papel que tuviera a mano. Es una suerte de acto reflejo, de gesto automático, una manía que arrastro desde siempre y con algo de embarazo confieso que hubo un momento en que pensé que mi vida sería la de un pintor».

«Es como una manía, siempre he dibujado garabatos. Ya de pequeño me pasaba horas manchando con lápices, ceras y colores todas las superficies blancas que me salían al paso: folios de papel, paredes, servilletas, manteles de restaurante. Incluso el permiso de conducir, que tengo aquí en el bolsillo, está lleno de dibujitos».

«Mi lugar ideal, como he dicho ya tantas veces, es el estudio 5 de Cinecittà vacío. Siento una emoción absoluta, escalofriante, extática, ante el estudio vacío: un espacio que llenar, un mundo que crear».

«Creo que el psicoanálisis debería ser materia de estudio en el colegio, una ciencia que debería enseñarse antes que las demás porque, en mi opinión, de las muchas aventuras de la vida, la que más vale la pena afrontar es aquella que te lleva de viaje a tus dimensiones interiores, la que te permite explorar la parte desconocida de ti mismo. Pese a todos los riesgos que comporta, ¿qué otra aventura puede ser tan fascinante, maravillosa y heroica?»

«En su origen, el cine era una atracción de feria, un espectáculo de plaza de pueblo, y así es más o menos como yo lo entiendo; como algo a medio camino entre una excursión con los amigos, un número de circo y un viaje hacia un destino inexplorado».

«Para el cine, todo es una naturaleza muerta interminable, uno puede apropiarse incluso de los sentimientos ajenos. Es un delirio, un acceso embriagador de poder, algo semidivino, es esa sensación que hermana a los aventureros, los invasores, los depredadores y los saboteadores, y que crea unas relaciones de lo más exigentes».

«En el cine, la luz es ideología, sentimiento, color, tono, profundidad, atmósfera, cuento. […] La luz obra milagros, añade, borra, reduce, enriquece, difumina, subraya, alude, convierte la fantasía y el sueño en algo verosímil y aceptable, y, al contrario, puede sugerir transparencias, vibraciones, transformar en espejismo la realidad más gris y cotidiana».

«ME GUSTA
las estaciones, Matisse, los aeropuertos, el risotto, los robles, Rossini, las rosas, los hermanos Marx, los tigres, esperar a alguien deseando que no se presente (aunque sea una mujer preciosa), Totò, no haber estado, Piero della Francesca, todas las cosas bonitas de las mujeres bonitas, Homero, Joan Blondell, septiembre, el helado de turrón, las cerezas, el Brunello di Montalcino, las culonas en bicicleta, los trenes, llevarme la fiambrera en el tren, Ariosto, los cockers y los perros en general, el olor de la tierra mojada, el aroma del heno, del laurel cortado, los cipreses, el mar en invierno, las personas que hablan poco, James Bond, el onestep, los locales vacíos, los restaurantes desiertos, la miseria, las iglesias vacías, el silencio, Ostia, Torvajanica, el sonido de las campanas, encontrarme un domingo por la tarde solo en Urbino, la albahaca, Bolonia, Venecia, Italia entera, Chandler, las porteras, Simenon, Dickens, Kafka, Londres, las castañas asadas, el metro, tomar el autobús, las camas altas, Viena (aunque nunca he estado), despertarme, dormirme, las papelerías, los lápices Faber número 2, el número que va antes de la película, el chocolate amargo, los secretos, el amanecer, la noche, los espíritus, Greta Gonda también me gustaba mucho, las soubrettes, pero también las bailarinas.

NO ME GUSTA
los guateques, las fiestas, los callos, las entrevistas, las mesas redondas, que me pidan autógrafos, las babosas, viajar, hacer cola, la montaña, las barcas, la radio encendida, la música en los restaurantes, la música en general (sufrirla), los hilos musicales, los chistes, los hinchas del fútbol, el ballet, los pesebres, el gorgonzola, las entregas de premios, las ostras, oír hablar de Brecht, Brecht, las comidas oficiales, los brindis, los discursos, ser invitado, que me pidan mi opinión, Humphrey Bogart, los concursos de preguntas, Magritte, que me inviten a exposiciones de pintura y a estrenos teatrales, los mecanoscritos, el té, la camomila, la manzanilla, el caviar, los preestrenos de lo que sea, el teatro de la Maddalena, la citas, los hombres de verdad, las películas de los jóvenes, la teatralidad, el temperamento, las preguntas, Pirandello, la crêpe Suzette, los paisajes bonitos, las suscripciones, el cine político, el cine psicológico, el cine histórico, las ventanas sin postigos, el Compromiso y el Desinterés, el kétchup».

(textos e imagen extraídos del Catálogo de la exposición Fellini. Sueño y diseño, celebrada en el Círculo de Bellas Artes de Madrid entre el 10 de octubre de 2017 y el 28 de enero de 2018).

El caos de Akira Kurosawa

Las películas no son planas. Son esferas multifacéticas.

 

Con un buen guión puedes hacer una película buena o una película mala. Con un mal guión sólo tendrás películas malas.

 

Ran es una serie de acontecimientos humanos observados desde el cielo.

 

Akira Kurosawa

Tras el estreno en 1970 de la primera película en color de Akira Kurosawa, Dodeskaden, en Japón nadie quiere saber nada más de él ni de su cine. Se le considera una antigüedad arqueológica, un pintoresco resto de otro tiempo alejado de la modernidad, incompatible con ella. Dolido y desesperado ante el rechazo generalizado de todo un país a su cineasta más importante e influyente, se hunde en una profunda depresión e intenta poner fin a su vida con toda la solemnidad y el ceremonial de los que, como el cine ha mostrado tantas veces, sólo un japonés es capaz. Kurosawa siempre llevó la muerte muy a flor de piel; su admirado hermano Heigo, quien le insuflara su amor por el cine, el mismo que le obligó a recorrer las ruinas del terremoto de 1923 para mirar de frente los cadáveres y educarlo en la superación de sus miedos, terminó suicidándose. Sin embargo, Kurosawa estaba habituado al rechazo o cuando menos a ser considerado un personaje controvertido, y quizá hay que explicar su intento de suicidio en el marco de una crisis existencial provocada por la ancianidad y la cercanía de la muerte. Su reputación de luces y sombras va ligada a dos características muy marcadas de su personalidad como cineasta: por un lado, su obsesiva forma de trabajar con los actores y su carácter autoritario y perfeccionista hasta la extenuación, rasgos que le valieron el apelativo de El Emperador, y por otro, su acentuado eclecticismo entre oriente y occidente, la voluntad artística de sintetizar historias, estéticas, ambientes y valores puramente japoneses con la tradición literaria occidental, en particular la obra de autores como Shakespeare, Dostoievski, Gorki o Simenon. Esta doble naturaleza está presente en Kurosawa desde su propio nacimiento y salpica toda su obra.

Nacido en Tokio en 1910, en pleno estertor de la dinastía Meiji, en el seno de una familia acomodada de origen samurai influida por la modernidad (su padre, Isamu, severísimo e intransigente, solía limpiar, afilar y pulir entre maldiciones su katana; su hermano Heigo trabajaba en las salas de cine mudo como narrador para el público), su primera afición fue la pintura, en particular la obra de Van Gogh, cuya estética inspira buena parte de las composiciones de sus filmes en color. Estudiante de Bellas Artes, en 1936 accede por oposición a un empleo como guionista y ayudante de dirección en los estudios Toho, donde debutará como director durante la Segunda Guerra Mundial.

Tras unos inicios lastrados por el cine de encargo y la falta de libertad creativa fruto de la censura, no tarda mucho en mostrar lo que puede dar de sí gracias a dos películas, El perro rabioso (Nora inu, 1949), su encuentro con dos de sus baluartes interpretativos, Toshiro Mifune y Takashi Shimura, historia contada en clave de thriller negro salpicado de tradiciones y convenciones japonesas de un policía al que roban su pistola y que se sumerge en los bajos fondos de Tokio para recuperarla, y su gran obra maestra Rashomon (1950), la película que da a conocer al resto del mundo la existencia de un cine japonés diferente a las sempiternas cintas históricas de samuráis. Premiada con el León de Oro en Venecia, contiene todas las notas fundamentales del cine de Kurosawa: profundidad filosófica, crisis existencial, gran calidad estética deudora tanto de sus gustos pictóricos como de la puesta en escena Nô y Kabuki del teatro japonés, y un estilo que combina a partes iguales sencillez y solemnidad, elementos de una gran belleza plástica con cuestiones psicológicas, sociales, sentimentales e incluso políticas, normalmente de corte nacionalista. Su dominio de la técnica cinematográfica, especialmente del ritmo narrativo, del montaje y del uso del color y del blanco y negro, además de su gran conocimiento del teatro y de la capacidad expresiva de los actores hacen que su cine sea el más asequible para el espectador occidental y sirva de inspiración y modelo tanto para directores japoneses (Mizoguchi, Inagaki, Imamura) como occidentales (Scorsese, Coppola, Spielberg, Lucas). Rashomon, convertida por Hollywood en el western Cuatro confesiones (The Outrage, Martin Ritt, 1964), Los siete samuráis (Sichinin no samurai, 1954), adaptada por John Sturges en Los siete magníficos (The Magnificent Seven, 1960) o Yojimbo (1961), origen de Por un puñado de dólares (Per un pugno di dolari, Sergio Leone, 1964), suponen el cierre de un círculo. Kurosawa se nutre de todo un caudal narrativo occidental para construir historias épicas o cercanas a la realidad japonesa contemporánea en películas que a su vez son fuente y punto de referencia para la renovación de las formas de narrar caducas y encasilladas del cine europeo y norteamericano.

La carrera de Kurosawa durante los cincuenta y los sesenta es una sucesión de obras maestras: Vivir (Ikiru, 1952), impagable reflexión sobre la vida y la muerte, Trono de sangre (Kumonosu jo, 1957), celebrada aproximación a Shakespeare que está considerada la mejor versión cinematográfica de Macbeth, incluso por encima de la de Orson Welles, La fortaleza escondida (Kakushi toride no San-Akunin, 1958), inspiración para George Lucas de buena parte del argumento de la saga de La guerra de las galaxias (Star Wars, 1977), Sanjuro (Tsubaki Sanjuro, 1962), El infierno del odio (Tengoku to jinogu, 1963), Barbarroja (Akahige, 1965)… Pero con la llegada de los setenta, en Japón se le considera agotado. Arruinado como productor por el fracaso de sus cintas en el país, Dodeskaden no le permite levantar el vuelo y se ve forzado a emigrar en busca de financiación. Continuar leyendo «El caos de Akira Kurosawa»