La tienda de los horrores – Le divorce

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Si hace apenas unos pocos meses cantábamos alabanzas al tándem James Ivory-Ruth Prawer Jhabvala al referirnos a la magnífica Lo que queda del día, en esta ocasión cargamos contra uno de los más lamentables trabajos del director, esta vez fuera del marco decimonónico que le es propio y por el que ha conseguido cimentar su sólida reputación de cineasta especializado en dramas de época, la insoportable Le divorce, elogio de la frivolidad, drama sobre los pasatiempos de las aristocracias ociosas. Contra lo que suele ser habitual, Ivory adapta la novela (que no hemos leído pero que adivinamos un tostón) de Diane Johnson y nos traslada al París contemporáneo para introducirnos en el drama de dos familias, una francesa y una norteamericana, ambas ricachonas a más no poder, que se ven afectadas por la separación de la pareja formada por Charles-Henri de Persand (Melvil Poupaud), de profesión aristócrata forrado, y Roxeanne Walker (Naomi Watts), escritora de libros infantiles de fama mundial, faltaría más.

La trama arranca con el viaje de Isabel (que no Elizabeth, curiosamente), interpretada por Kate Hudson, la hermana de Roxeanne, a París para ayudarla ahora que se encuentra en los meses finales de su embarazo. Así, mientras, aprende francés y busca un trabajillo con el que además de matar el tiempo pueda alternar con la bohemia parisina, lo que finalmente consigue empleándose como secretaria de la famosa escritora norteamericana afincada en Francia Olivia Pace (Glenn Close). Nada más llegar, se encuentra la tostada del recién decidido divorcio, pero claro, la chica es joven y lozana y pese a todo se enrolla con el tío de Charles-Henri (Thierry Lhermitte), lo que aquí llamaríamos «de profesión tertuliano», provocando la incomodidad a ambas familias, ya que mientras una pareja se está separando, la que se une no cuenta precisamente con la confianza de ninguna de las partes, ni siquiera de ninguno de sus miembros (él, mujeriego declarado, antiguo amante de Olivia entre muchas otras; ella una trepa en toda regla, ansiosa de éxito social y mucho dinero que gastar en bolsos y zapatos). La cosa se complica más cuando la familia de Charles-Henri, de naturaleza arpía, y la de Roxeanne, que viaja desde Estados Unidos (Sam Waterston y Stockard Channing) meten baza en el asunto y organizan una especia de cumbre del G-8 (G de gilipollas) para resolver el entuerto, con el concurso imprescindible de la ex-pareja de la nueva esposa de Charles-Henri (Matthew Modine), un ser desquiciado de sesera hueca, y con el problema de una antigua pintura, posesión de la familia de Roxeanne pero que había sido regalada al matrimonio que formaba con Charles-Henri, que se revela como obra de un gran pintor y que, mientras la familia francesa busca hacerse con la mitad de su valor, la americana pretende vender en una casa de subastas de Londres para llenarse la bolsa y que sus rivales no vean un duro. Mejor dicho, un euro (lo que cambia de valor una letra…).
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Gosford Park: el mejor Robert Altman

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De vez en cuando los cineastas veteranos, aquellos que durante sus largas carreras se han anotado importantes aciertos y algún que otro tropiezo, que ya peinan canas, de los que apenas se espera ya nada aparte de fórmulas repetidas o el rodaje de una misma película año tras año, ocasión tras ocasión, se desmarcan con auténticas joyas que dejan a todo el mundo boquiabierto y convierten la famosa expresión «quien tuvo, retuvo» en algo más que un refrán. Así ha sido el caso de Woody Allen con Match Point, de Sidney Lumet con la reciente Antes de que el diablo sepa que has muerto, o como fue en 2001 con esta maravilla de Robert Altman.

Y Altman, creador irregular donde los haya, vulgar hasta decir basta cuando filmaba vulgaridades, sublime cuando se ponía a hacer cine, nos regaló una obra excelente, a priori sin elementos especialmente sorprendentes, pero con un resultado soberbio. Porque ni narrativa ni estilísticamente ofrece algo que no hayamos visto antes, pero la factura final, el altísimo nivel de las interpretaciones, el cuidado en la puesta en escena y la magnífica labor de dirección hacen de esta película un placer de 137 minutos. Cuando comienza Gosford Park, uno sabe instantáneamente que se está asomando a cine de muchos kilates.

La acción se sitúa en la mansión propiedad de Sir William y Sylvia McCordle en el noviembre de 1932, en la cual va a tener lugar un aristocrático fin de semana de caza al que está invitado los más granado de la alta sociedad de los contornos y algún ilustre invitado extranjero. El marco es incomparable, valga la frase hecha: un paisaje hermosísimo, unos bosques tupidos, un cielo azul casi transparente, larguísimos campos y praderas por los que galopar o enviar a los perros tras un venado, una enorme mansión repleta de lujos, amplias estancias, salones, bibliotecas, salas de baile y de billar, comedores kilométricos y dormitorios lujosos y aptos para escaramuzas nocturas con captura de prisioneros incluida. Continuar leyendo «Gosford Park: el mejor Robert Altman»

Diálogos de celuloide – Los amigos de Peter

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PETER: ¿Cuánto tiempo lleváis casados?

ANDREW: Casi tres años.

PETER: Eso debe ser un récord en Hollywood. ¿No os van a dar una placa o algo así?

ANDREW: A los cinco a mí me regalan un transplante de pelo y a Carol un implante de tetas gratis.

PETER: Así tendrá cuatro…

ANDREW: Una es para su agente…

Peter’s friends. Kenneth Branagh (1992).