El Padrino, 50º aniversario, en La Torre de Babel de Aragón Radio

Nueva entrega de la sección de cine en el programa La Torre de Babel, de Aragón Radio, la radio pública de Aragón, en este caso dedicada a celebrar el 50º aniversario del estreno de una de las mayores grandes obras maestras que ha dado el arte cinematográfico en toda su historia: génesis del proyecto, búsqueda de un director, elaboración del reparto, dificultades de rodaje, repercusión y anecdotarios varios.

Mis escenas favoritas: El Padrino (The Godfather, Francis F. Coppola, 1972)

Acaban de cumplirse cincuenta años de su estreno y sigue fresca como una lechuga. Obra maestra que encadena una tras otra secuencias magníficas de claves y tonos muy distintos, como en este caso, de la violencia muda y solemne a la cotidianidad de cocinar para un grupo de esbirros con la famosa receta que Clemenza (Richard Castellano) explica a Michael Corleone (Al Pacino). Dieta mediterránea.

Nicholas Ray: el amigo americano

El cine es Nicholas Ray.

Jean-Luc Godard

 

Toda mi vida está integrada en la aventura del cine, en esa aventura que no está limitada por el tiempo ni por el espacio, sino tan sólo por nuestra imaginación.

Nicholas Ray

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El plano final de El amigo americano (Der amerikanische Freund, Wim Wenders, 1977) muestra a un anciano decrépito y acabado, tocado con parche, que, desencantado, escéptico y cansado se aleja de espaldas a cámara por una carretera desierta, con la mirada perdida entre los amenazantes rascacielos que se levantan al fondo de la imagen y la lengua de mar que se abre a su derecha. Se trata de Derwatt, un pintor que ha dejado creer al mundo que lleva años muerto; durante ese tiempo ha seguido pintando cuadros, en realidad imitaciones de su propio estilo, que Tom Ripley (Dennis Hopper), el legendario personaje de Patricia Highsmith, subasta en Hamburgo haciéndolos pasar por originales inéditos pintados antes de su muerte. En una película que es casi un homenaje cinematográfico deliberado (son otros cinco los directores que actúan interpretando distintos personajes: Jean Eustache, Daniel Schmid, Peter Lilienthal, Sandy Whitelaw y el gran Samuel Fuller, todos ellos dando vida a gangsters), Derwatt es un personaje creado a la medida de un genio del cine que por entonces el mundo había olvidado y tenía por desaparecido, Nicholas Ray. Privado mucho tiempo atrás de los medios que le permitieron erigirse en el mayor cineasta-autor americano del periodo clásico, en sus últimos años, frustrado, desorientado y enfermo, llegó a hacer espectáculo de su decadencia como intérprete de personajes derrotados en un puñado de películas y también con discontinuos estertores de su labor como director que no llegaron a ver la luz.

Nick Ray, de nombre de pila Raymond Nicholas Kienzle, otro de los muchos y muy ilustres cineastas americanos de origen alemán, nació en Galesville, Wisconsin, en 1911. Arquitecto de formación, es durante una estancia en Nueva York cuando en un grupo de teatro aficionado conoce a su primer valedor, Elia Kazan. Será su billete para el cine: cuando Kazan debute en Hollywood como director (Lazos humanos, A Tree Grows in Brooklyn, 1945), Ray será su ayudante.

Su ópera prima como director es un film noir, Los amantes de la noche (They Live by Night, 1948), en el que Farley Granger y Cathy O’Donnell luchan contra un destino marcado y fatal. Sigue cerca de esas coordenadas su segunda película, el melodrama criminal Un secreto de mujer (A Woman’s Secret, 1949), pero ese mismo año entra en contacto con Humphrey Bogart, quien le encarga como productor la realización de dos películas hechas a su medida, el excepcional drama judicial con tintes negros Llamad a cualquier puerta (Knock on Any Door, 1949) y la mítica En un lugar solitario (In a Lonely Place, 1949), en la que Bogart da vida a un guionista acusado de asesinato. Ray comienza a conformar así lo que será una de sus principales marcas de identidad, el desprecio por las convenciones dramáticas tradicionales y su apuesta por la dirección de actores a menudo llevada al límite, más preocupada por encontrar miradas, gestos y actitudes que transmitan información, emoción y sensibilidad. También empieza a labrarse cierta reputación de hombre inflexible y difícil que más tarde le traerá consecuencias.

En sus siguientes trabajos, Nicholas Ray termina de perfilar otra de sus señas características, su excelente sentido del ritmo. Con la irregular Nacida para el mal (Born to Be Bad, 1950), con Joan Fontaine y Robert Ryan respectivamente como la maquinadora mujer fatal y la ingenua víctima de sus manejos, sigue profundizando en el cine negro, una de cuyas cimas es la magnífica La casa en la sombra (On Dangerous Ground, 1950), de nuevo con Ryan como el violento policía protagonista. Al año siguiente rueda su primera película bélica, la tibia Infierno en las nubes (Flying Leathernecks), lucha de rivalidad personal entre dos oficiales de la aviación americana (John Wayne y Robert Ryan) en los inicios de la campaña del Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial. Con Hombres indomables –también titulada Hombres errantes– (The Lusty Men, 1952), historia ambientada en el mundo de los rodeos protagonizada por Robert Mitchum, recupera la línea ascendente, y en 1954 su primer western se convertirá en su obra maestra más representativa, la película en la que confluyen sus obsesiones personales (la soledad, la violencia y la búsqueda del sentido de la vida) y su estilo cinematográfico: Johnny Guitar. Western atípico tanto por su atmósfera decadente y opresiva deudora del cine negro como por sus protagonistas (Joan Crawford y Mercedes McCambridge), dos mujeres enfrentadas, personajes activos y violentos en torno a las que giran caracteres masculinos pasivos (Sterling Hayden, Scott Brady), se trata en buena parte de un ensayo sobre la “caza de brujas” y el mccarthysmo. Continuar leyendo «Nicholas Ray: el amigo americano»

Diálogos de celuloide: ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú (Dr. Strangelove, or How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb, Stanley Kubrick, 1964)

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GENERAL JACK RIPPER: ¡Mandrake!
CAPITÁN MANDRAKE: ¿Sí, Jack?
GENERAL JACK RIPPER: ¿Alguna vez vio a un comunista beber un vaso de agua?
CAPITÁN MANDRAKE: Bueno, reconozco que no puedo decir que lo haya visto, Jack.
GENERAL JACK RIPPER: Vodka. Eso es lo que beben, ¿verdad? Nunca agua.
CAPITÁN MANDRAKE: Bueno, creo que eso es lo que beben, Jack. Sí.
GENERAL JACK RIPPER: Un comunista no beberá agua bajo ninguna circunstancia, y no le falta razón.
CAPITÁN MANDRAKE: Ah, sí. No acabo  de comprender a qué se refiere, Jack.
GENERAL JACK RIPPER: Al agua. A eso me refiero: al agua. Mandrake, el agua es la fuente de toda la vida. El 70% de la superficie de la tierra es agua. ¿Se da cuenta de que el 70% de usted es agua?
CAPITÁN MANDRAKE: ¡Oh, Dios!
GENERAL JACK RIPPER: Y como seres humanos, usted y yo necesitamos agua fresca y pura para surtir nuestros preciados fluidos corporales.
CAPITÁN MANDRAKE: Sí.
GENERAL JACK RIPPER: ¿Empieza a comprenderlo?
CAPITÁN MANDRAKE: ¡Sí!
GENERAL JACK RIPPER: Mandrake, ¿nunca se ha preguntado por qué sólo bebo agua destilada o agua de lluvia, y solo alcohol de grano puro?
CAPITÁN MANDRAKE: Bueno, sí me lo pregunté, Jack. Sí.
GENERAL JACK RIPPER: ¿Nunca oyó hablar de la fluorización? ¿La fluorización del agua?
CAPITÁN MANDRAKE: Sí, oí hablar de ella, Jack. Sí.
GENERAL JACK RIPPER: ¿Sabe qué es?
CAPITÁN MANDRAKE: No, no sé lo que es. No.
GENERAL JACK RIPPER: ¿Se da cuenta de que la fluorización es la más monstruosa y peligrosa conspiración comunista a la que nos hemos enfrentado?
(guion de Stanley Kubrick, Terry Southern y Peter George, a partir de la novela de este último)

Música para una banda sonora vital: ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú (Dr. Strangelove, or How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb, Stanley Kubrick, 1964)

Este clásico lleno de nostalgia interpretado por Vera Lynn, We’ll meet again, muy famoso en Gran Bretaña en tiempos de la Segunda Guerra Mundial, alcanza un inesperado sentido irónico al acompañar a las imágenes de destrucción atómica con que concluye esta comedia de Stanley Kubrick. Un filme brillante que con el tiempo, lejos de perder vigencia, vuelve una y otra vez a medida que asistimos al patético espectáculo de la irresponsabilidad de los dirigentes políticos, nacionales e internacionales.

Johnny Guitar, el western más romántico del cine y la literatura (Reino de Cordelia, 2018)

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En los últimos años vivimos una recuperación de la literatura del Oeste, durante décadas confinada en las novelas baratas de quiosco y tras los míticos nombres de Zane Grey o de los españoles José Mallorquí, Marcial Lafuente Estefanía o Silver Kane (Francisco González Ledesma). En Norteamérica, como es lógico, la literatura del Oeste, con nombres como Oakley Hall, Dorothy M. Johnson, Elmore Leonard, James Warner Bellah o Charles Portis, entre muchos otros, es desde siempre mayor de edad, obtiene amplio reconocimiento entre los lectores e incluso ha sido candidata a todos los premios habidos y por haber, Pulitzer incluido. La obra de estos y otros escritores está llegando tardíamente a España, y Reino de Cordelia cubre ahora buena parte de ese déficit con su primorosa edición de Johnny Guitar, la obra de Roy Chanslor adaptada al cine por Nicholas Ray en 1954, película de la que hablamos aquí no hace mucho.

Publicada en gran formato de tapa dura, hermosamente ilustrada por Carmen García Iglesias y con una breve pero interesante introducción de Antonio Lafarque que contextualiza el trayecto entre novela y película, esta edición de la obra de Chanslor supone un festín para el aficionado al western, pero también, en general, para todo cinéfilo interesado en conocer y explocar los recovecos de los mecanismos de adaptación de un éxito popular de la literatura a lo más parecido al «cine de autor» que existió en Hollywood en los años cincuenta. La introducción aborda este aspecto desde una múltiple perspectiva; la de las relaciones de la carrera literaria de Chanslor con la escritura de películas, la del interés de una ya madura y veterana Joan Crawford por conseguir poner en pie proyectos que le permitieran mantener su protagonismo en pantalla, la de un director, Nicholas Ray, que, insatisfecho con los primeros borradores del guión, nada entre las dos aguas de las aspiraciones de la actriz y la de sus propios intereses como cineasta para tratar de llevar (con éxito) la historia a su terreno, el del gran cine de los desesperados, pese a partir del modesto presupuesto de un estudio de segundo nivel como Republic. La conformación del reparto, la explicación de algunos de los más llamativos cambios argumentales entre novela y película (algunos de ellos sorprendentes, como las vinculaciones del personaje de Vienna con la capital de Austria), la particular textura fotográfica de Harry Stradling y la inolvidable partitura compuesta por Victor Young, acompañada en su versión con letra por la voz de Peggy Lee, son otros de los asuntos que la introducción expone con amenidad y rigor, y que dejan en buena situación para abordar la historia de Johnny y Vienna, puede que los héroes más románticos del western.

Tal vez no se trate de una gran novela, o incluso  puede que no podamos hablar siquiera de una gran novela del Oeste, pero se destapa como un singular documento literario, impagable para el estudio y la observación de las relaciones entre cine y literatura. De lectura cómoda y ágil (algo más de trescientas cincuenta páginas que se beben en un suspiro), el punto más interesante de la lectura reside en la constante comparación entre el tratamiento de personajes y situaciones de la novela y del guión definitivo de Ray, así como en la valoración de qué dan y qué quitan aquellos personajes (la pistolera Elsa, el pusilánime Mr. Small) y aquellas premisas y escenas presentes en el libro y ausentes de la película, o al contrario (en la novela Johnny y Vienna acaban de conocerse; en la película arrastran un turbulento pasado compartido; en la novela Johnny vive atormentado por un drama follestinesco que le cambió la vida y del que es responsable otra mujer; el cambio de edad del personaje de Vienna para poder ser interpretado por Crawford; las variantes en el desenlace…), y cómo estos aspectos cumplen su función en su respectivo soporte, sin que resulten intercambiables. A través de la lectura de la novela podemos atisbar asimismo la construcción de la película, comprender las distintas decisiones de conservación, reformulación y descarte tomadas por guionistas y director, asistir al proceso de reelaboración de un material que, de partida, encajaba con las querencias narrativas de Nicholas Ray, pero que debía ser tratado con mayor profundidad para llegar a convertirse en una cinta señera en la personalísima obra cinematográfica de un director tan reconocible. Continuar leyendo «Johnny Guitar, el western más romántico del cine y la literatura (Reino de Cordelia, 2018)»

Un western inagotable: Johnny Guitar (Nicholas Ray, 1954)

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Realizada con un presupuesto de serie B, Johnny Guitar es por derecho propio uno de los westerns más importantes de la historia, además de un título que se impregna del viciado espíritu de su tiempo. Mal recibida por algunos críticos en la era de color de rosa del melodrama y el musical de la administración Eisenhower, la película de Nicholas Ray es mucho más que una cinta del Oeste con ecos dramáticos y de cine noir. Entre su fotografía desvaída y sus diálogos escupidos como puñales (algunos tan célebres como aquel «miénteme, dime que me has esperado durante todos estos años…»), bajo su capa sentimental de pasiones resucitadas y venenosos odios surgidos de amores y deseos insatisfechos, late un subtexto que habla de la historia pasada y presente de América en forma de advertencia violenta. El punto de partida, el reencuentro de dos antiguos amantes, Vienna (Joan Crawford) y Johnny (Sterling Hayden), sirve de pretexto a un argumento que va mucho más allá del malditismo sentimental.

De entrada, la película huye de maniqueísmos. No establece, como en la gran mayoría de los westerns de serie B (y no pocos de serie A), una línea divisoria entre buenos y malos; al contrario, de ninguno de ellos puede decirse que su conducta se ajuste o se haya ajustado con anterioridad a ningún precepto moral. Se trata de supervivientes o de aprovechados, egoístas por mera subsistencia o por codicia de riquezas o de poder y dominio sobre los otros. Vienna dirige un salón de juego, Johnny arrastra un pasado de violencia y sangre, Dancin’ Kid (Scott Brady) dirige a un grupo de malhechores que asalta bancos y diligencias, McIvers (Ward Bond) es el rico que se salta la ley cuando le conviene, Emma (Mercedes McCambridge) es una resentida que agita el odio allí donde no encuentra amor y sumisión… El guion de Ray, Philip Yordan y Ben Maddow aplica a las relaciones entre los personajes -a los que cabe añadir al fanfarrón Bart (Ernest Borgnine) y al joven Turkey (Ben Cooper), en las filas de Kid, y a Eddie (Paul Fix) y Old Tom (John Carradine) entre los empleados de Emma- una atmósfera trágica y enrarecida propia del noir y un tejido sentimental entrecruzado (el pasado de Vienna y Johnny, el deseo de Kid por Vienna, el deseo de Emma por Kid, los celos de Emma hacia Vienna…) próximo al melodrama. Lo destacable en este punto es que el personaje que da nombre a la película ceda el protagonismo a dos mujeres en un western, dos mujeres que se baten en duelo (literalmente) no solo a causa de su enfrentamiento sentimental, sino porque encarnan dos ideas distintas de cuál debe ser el desarrollo humano y económico de su pequeña porción de Arizona: Vienna aguarda a que el ferrocarril llegue por fin a sus tierras, y de que de su salón de juego y bebida nazca una ciudad; Emma, sin embargo, teme a la gente del Este que invadirá el territorio, que su mundo deje de ser el de las grandes praderas, los ranchos, el ganado y los colonos dueños de las tierras. Continuar leyendo «Un western inagotable: Johnny Guitar (Nicholas Ray, 1954)»

Electroletras: charlando de El Padrino (The Godfather, Francis F. Coppola, 1972)

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Charlamos sobre la primera entrega de la obra maestra de Francis Ford Coppola en Electroletras, el estupendo programa de TEA FM.

Electroletras

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Altman encuentra a Chandler: Un largo adiós (1973)

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Quien tiene un amigo no siempre tiene un tesoro. Al menos si te llamas Philip Marlowe y eres un detective acabado, que dormita vestido las noches de verano y que sale de su ático cutre a las tres de la madrugada para comprarle comida al gato. La visita, una de tantas en principio, que Terry Lennox (Jim Bouton) le hace a su amigo Marlowe (Elliott Gould, uno de los actores más importantes del cine americano de los setenta) va a complicarle la vida a base de bien. Terry, que acaba de pelearse otra vez con su mujer, aunque en esta ocasión todo parece haberse salido de madre (al menos la marca de arañazos que luce en su mejilla así lo indica), prefiere poner tierra de por medio al otro lado de la frontera, en Tijuana. Marlowe, insomne, acepta hacer de taxista por una noche, pero a la vuelta todo se embrolla: la policía se muestra muy interesada en ese viaje, ya que la mujer de Lennox, Sylvia, ha aparecido brutalmente asesinada (de hecho, ha muerto a palos). Detenido para forzarle a contar lo que sabe de las relaciones de su amigo con su esposa, es puesto en libertad cuando la policía tiene conocimiento de que Lennox, único sospechoso del crimen, se ha suicidado en un remoto pueblo mexicano. Marlowe no se lo cree, pero no tiene por dónde empezar a investigar. La puerta se le abrirá inesperadamente al indagar sobre otro caso, el de la esposa (Nina Van Pallandt) de un escritor (Sterling Hayden) que lo contrata para que lo encuentre, ya que hace una semana que falta de su casa –en realidad se esconde, sin que ella lo sepa, en una clínica regentada por un extravagante doctor que lo chantajea (Henry Gibson)-. Sus ausencias son habituales porque su matrimonio no va bien, está bloqueado como escritor y se ha entregado a la bebida, pero en esta ocasión también hay algo distinto en esa desaparición que hace que su mujer se alarme. Por último, el toque maestro: Augustine (el actor y también director Mark Rydell), un mafioso local siempre rodeado de esbirros (entre ellos, sin acreditar, un bigotudo Arnold Schwarzenegger), encarga a Marlowe, por la fuerza, el hallazgo de 355.000 dólares que Lennox, en realidad un correo suyo, le ha birlado.

En esta Un largo adiós (The long goodbye, 1973), aproximación de Robert Altman al universo de Raymond Chandler, no falta, por tanto, ninguno de los ingredientes canónicos del cine negro clásico, a excepción quizá del tratamiento del blanco y negro, sustituido aquí por technicolor en sistema Panavision de aires setenteros empleado muy eficazmente por Vilmos Zsigmond. Lo demás, volcado al guión por nada menos que Leigh Brackett a partir de la novela de Chandler, esta todo ahí: un enigma alambicado con múltiples líneas de investigación entrecruzadas, paralelas o como camuflaje para despistar; una chica sofisticada y seductora que no se sabe si es sincera al ayudar al detective o sólo busca confundirle y utilizarle; un mafioso con intereses pecuniarios que parece tener mucho que decir en todos los asuntos que investiga Marlowe; policías cegados por la desidia, la burocracia o la ambición personal; chantajes; matones que van desde lo bestial a lo ridículo; noches de seguimientos, esperas y persecuciones; maletas llenas de dinero; lujosas casas junto al mar; diálogos, secos y cortantes, o elaborados e ingeniosos, según el caso, que en Marlowe se convierten en todo un recital de ironías, sarcasmos, juegos de palabras y bromas de doble filo; giros inesperados (en sentido literal algunos, como el episodio de la botella de coca-cola en el apartamento de Marlowe); mucho jazz (el clásico The long goodbye, entre otros, interpretado por Johnny Mercer, o la partitura compuesta para la película por John Williams); humor en pequeñas dosis; y, como añadido más que estimable, los toques cinéfilos, tanto en diálogos puntuales como en referencias explícitas (el guardia de seguridad que imita a antiguas estrellas; las secuencias “homenaje”, como esa en la que un personaje se suicida introduciéndose en el mar o los últimos planos, trasplantados del final de El tercer hombre de Carol Reed).

Altman dirige con fenomenal pulso, alejado de los largos planos-secuencia y sus confusos conglomerados corales, una historia que se ciñe a la evolución clásica, pero en la que no puede evitar introducir píldoras personales, algunas con tintes surrealistas Continuar leyendo «Altman encuentra a Chandler: Un largo adiós (1973)»

Mis escenas favoritas – La jungla de asfalto

«¡Qué portento de criatura!», dice Louis Calhern de su «sobrina» Marilyn Monroe… Y qué portento esta película de John Huston, clásico del ciclo dorado del cine negro americano del año 1950 basado en una obra del prolífico W.R. Burnett, un perfecto mecanismo de relojería, una imprescindible obra maestra de personajes al límite, de destinos amargos y amores truncados.

Película que será proyectada en la 2ª sesión de 2013 del IV Ciclo Libros Filmados, organizado por la Asociación Aragonesa de Escritores y Fnac Zaragoza – Plaza de España.

Como siempre, se os espera (o no).

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