Diálogos de celuloide: Un día de furia (Falling Down, Joel Schumacher, 1993)

“He dejado atrás el momento de la duda. ¿Sabes cuándo es eso? Es el momento de un viaje en que es más largo volver al punto de partida que continuar hasta el final. Igual que… ¿recuerdas cuando aquellos astronautas tuvieron problemas? Iban hacia la Luna y algo salió mal, no sé, alguien metió la pata y tuvieron que hacerles volver a la Tierra, pero habían pasado el punto sin retorno. Tuvieron que dar toda la vuelta a la Luna para volver, y estuvieron sin establecer contacto durante horas. Todo el mundo esperó con ansia a ver si aparecía por el otro lado un puñado de muertos metidos en una lata. Y así estoy yo. Estoy en la otra cara de la Luna, incomunicado. Y todo el mundo tendrá que esperar hasta que aparezca».

(guion de Ebbe Roe Smith)

Alfred Hitchcock presenta: Falso culpable (The wrong man, 1956)

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En la segunda mitad de los años cincuenta, Alfred Hitchcock ha creado un imperio comercial de ingresos millonarios en torno a sus filmes de suspense y a su imagen como maestro de la intriga y el miedo: es dueño -cosa rarísima entonces y ahora- del negativo de algunas de sus películas, sale a una producción por año (a veces incluso más), posee participaciones mayoritarias en los ingresos de su distribución, es marca de una popularísima y exitosa serie de televisión, se editan colecciones de novelas y relatos de misterio con su efigie, y hasta existe un juego de mesa inspirado en sus atmósferas misteriosas en el que aparece su oronda silueta como reclamo. Hitchcock quiere decir suspense, misterio, terror, pero también, y sobre todo, dinero.

Pero al mismo tiempo el Gran Gordo no se aleja de la realidad, y precisamente adapta para una de sus producciones de 1956 (junto a su segunda versión de El hombre que sabía demasiado y a los capítulos de su famosa serie televisiva) un hecho real, convertido en obra teatral por Maxwell Anderson, que le da pie para tratar una de sus viejas obsesiones (convertida en anécdota de infancia más o menos apócrifa, el día en que su padre lo envió a la comisaría del barrio con una nota para el agente de guardia en que pedía que lo encerraran durante un rato en una celda como medida disciplinaria ante alguna fechoría o desobediencia): el temor a la policía. Esto es un punto de partida, claro está, porque a través de él Hitchcock se aproxima a otras dos constantes de su carrera: una habitual, el inocente perseguido por un delito no cometido (o por un comportamiento indebido para la moral imperante), y otra creciente y cada vez más importante, la irrupción de la locura en un contexto cotidiano. La historia de Manny Balestrero (Henry Fonda, en su glorioso retorno al cine en la segunda mitad de la década tras un lustro de decadencia, refugiado en las tablas de Broadway) es un compendio de todo ello; ambos extremos, la culpabilidad de un inocente y la caída en la locura fueron asimismo explorados por Hitchcock en uno de los capítulos de su serie de televisión, titulado Venganza y también protagonizado por Vera Miles.

Balestrero toca el contrabajo en la orquesta de jazz de un populoso club nocturno, pero el azar quiere que algunos testigos lo identifiquen como el atracador de algunos comercios y oficinas al que la policía busca desde hace tiempo (entre ellos, el detonante del caso, la oficina de seguros donde su mujer tiene contratada una póliza sobre la que desean pedir un adelanto). Como Balestrero tiene un punto flaco, las apuestas hípicas y algunas deudas acumuladas, y los testimonios parecen indudables, es detenido y encausado. Defendido por un abogado voluntarioso pero sin experiencia en procesos criminales (Anthony Quayle) y con todo en contra, la esposa de Balestrero (Vera Miles) va sintiendo poco a poco el peso de la fatalidad, acusa el golpe anímicamente, y cae lentamente en un desánimo que se convierte en depresión y, no tardando, en trastorno precisado de tratamiento. La súbita solución de los problemas legales de Balestrero no suponen la automática cura de los problemas de su esposa, que permanece hundida en el pozo de la locura por tiempo indeterminado. Continuar leyendo «Alfred Hitchcock presenta: Falso culpable (The wrong man, 1956)»

Mis escenas favoritas – El rey del juego

Magistral secuencia de El rey del juego (The Cincinnati Kid, Norman Jewison, 1965), con todos los prolegómenos y la preparación de la espectacular partida final, con su tensión creciente en tono sereno y pausado que contiene y desarrolla las bases de la inminente intriga resolutoria de la trama. El reparto es magnífico: Steve McQueen, Edward G. Robinson, Karl Malden, Tuesday Weld, Ann-Margret, Joan Blondell, Ripo Torn, Jack Weston, Cab Calloway y Jeff Corey, entre muchos otros. Una obra maestra.

Las reglas de poker descubierto o poker de Montana consisten en jugar poker de 5 cartas. La primera se reparte tapada, decidiendo el jugador si la destapa o no, repartiendo tapada o no, según su decisión, la carta siguiente. Solo puede haber una tapada, no hay descartes, y las apuestas se hacen de la misma manera que en el poker clásico.

¿Te dejas engañar por un farol?

Cine y poker: cinco (o siete) cartas para vivir el suspense

1. El escenario. El gran salón de un casino de Las Vegas, Reno, Texas, Atlantic City o Montenegro. Quizá una página web donde jugar al poker on line. O mejor una estancia tenuemente iluminada: el reservado de un bar, una trastienda, un vagón de tren, un cuarto de alquiler, el rincón más apartado del saloon, o quizá la discreta habitación de un hotel, en una planta no muy alta, cercana a la escalera de incendios y siempre con vistas a la parte de atrás. El tapete verde parece ser la única fuente de luz, atrae todas las miradas, todos los objetos convergen en él, los naipes brillan como diamantes, las fichas de colores, verdes, amarillas, rojas, blancas, azules, refulgen como gemas preciosas. A su alrededor, delimitando la zona de juego, cansadas botellas medio llenas y turbios vasos medio vacíos, paquetes de cigarrillos prensados, saquitos de tabaco de liar, papel de fumar arrugado, cerillas gastadas, encendedores agónicos, ceniceros insaciables, relojes de bolsillo detenidos, algún que otro pañuelo sudado, puede que un arma expectante, quizá ya humeante. Objetos de culto como tributo al azar, a su Dios, al poker, en forma de billetes verdes de distintos valores pero todos de igual tamaño que, como hormigas trabajadoras aprovisionándose para el invierno, mantienen invariable su ruta desde los informes montones del círculo exterior hacia el mismo centro de la mesa, hasta el lugar donde se levanta el templo de las mil apuestas, la ofrenda a la Diosa fortuna y a su mensajera de dos caras, la suerte escondida en el altar de los sacrificios de un único ladrillo de cincuenta y dos cartas: la partida de poker.

2. El tiempo. La loca carrera de cincuenta años hacia el Oeste, al abrazo del Pacífico a través del desierto. Los felices y violentos años veinte; los deprimidos y depresivos años treinta. Los negros años cuarenta, ya perdida la inocencia del mundo. La enloquecida actualidad devorada por la prisa y el culto a lo inmediato, a lo perecedero, a la muerte instantánea. El poker, la partida, el juego, frontera para el antes y el después de una existencia a refundar, inicio de la incierta aventura de una nueva vida. El futuro, el porvenir que abre o clausura una combinación de cinco (o siete) cartas.

3. El guión. Los jugadores discuten si juegan al poker de cinco o siete cartas, si al poker del Oeste de la frontera o al poker texas holdem. Una joven figura del poker sueña con destronar al rey del juego. Un timador despluma a un gángster para hacerle morder el anzuelo. Un pistolero se entretiene con sus compinches antes de matar o morir. Un grupo de rufianes pasan el tiempo mientras esperan el momento del atraco. Cuatro tipos amañan una partida con el fin de desplumar al quinto. Un ladrón de guante blanco da clases a los jóvenes para que hagan trampas sin que les pillen. Un agente con licencia para matar intenta dejar sin blanca al monstruo que financia el terrorismo internacional. Unos chicos se pasan de listos y terminan debiéndole una fortuna al jefe del hampa londinense. Un chico financia sus estudios de derecho gracias a las cartas. Un jugador listillo pretende hacer reír en un Oeste que no tiene ninguna gracia. Un inocente acusado de hacer trampas acaba linchado. Un joven de talento busca reconciliarse con su padre en una partida. Una dama entre vaqueros se juega la vida y toma el pelo a los hombres más ricos del territorio. Un escritor que oficia de croupier quiere robar el casino en que trabaja. Para un ex convicto que intenta rehacer su vida, el poker es el primer paso hacia el abismo de la droga. Partidas suicidas para tentar al rey del poker de Los Ángeles. La biografía del legendario jugador Stu Ungar. Un magnífico bribón fabrica naipes marcados. Una mujer tan dura, valiente y cruel como los hombres. Doce apóstoles del poker. La aventura de cartas de un escritor de novelas. Una eminente doctora seducida por un timador. La apuesta es un burdel. Un hombre juega y ama en una Casablanca convertida en La Habana… Continuar leyendo «Cine y poker: cinco (o siete) cartas para vivir el suspense»

Cine en serie – El rey del juego (The Cincinatti Kid)

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POKER DE FOTOGRAMAS (I)

Retomamos el ritmo habitual tras el merecido periodo vacacional con una nueva entrega de Cine en serie compuesta de doce capítulos y dedicada en esta ocasión a abordar las relaciones entre el cine y el juego, y más concretamente, al apasionante, turbio y sugestivo mundo del poker, juego de cartas que tantos y tan vibrantes momentos ha vivido gracias a la pantalla grande. No sólo es adecuado pensar que sin la influencia del cine probablemente no estaríamos hablando de uno de los juegos de naipes más conocidos y practicados del mundo, sino que también podemos afirmar que el poker, por su facilidad para ser tomado como metáfora de la propia existencia humana, por su aire épico tan cercano al western clásico como al mejor cine negro, ha protagonizado alguno de los momentos más recordados del cine con mayúsculas. En ello pretende incidir la sección que hoy comienza.

Abrimos fuego, o mejor dicho, repartimos juego, con este clásico de 1965 dirigido por Norman Jewison (¡Qué vienen los rusos!, En el calor de la noche, El caso de Thomas Crown, El violinista en el tejado, Jesucristo Superstar, Hechizo de luna, Huracán Carter…), con toda seguridad su mejor película y probablemente también la mejor película sobre poker. Kid (un eficaz Steve McQueen) es un joven entusiasta, capaz, dinámico y algo inconscientemente seguro de sí mismo, tan aficionado a las cartas como a otros placeres mundanos, incluso contraproducentes para su principal hobby, que acude a una partida de poker que se celebra en Nueva Orleans para enfrentarse al mejor jugador del momento, “El Rey” Lancey Howard (espléndido, magistral Edward G. Robinson en su recreación del jugador profesional veterano, orgulloso y un tanto soberbio, en un personaje escrito inicialmente para Spencer Tracy), con la esperanza de arrebatarle el prestigio de ser reconocido como el número uno. Alrededor de ellos van a darse cita toda una serie de personajes de lo más variopinto, comenzando por la propia novia de Kid, Christian, (Tuesday Weld), una chica ingenua y sencilla que pretende disfrutar de una vida serena y apacible junto a su amor y que por ello intenta por todos los medios que abandone el mundo de noche y humo, de copas y tensión, que poco a poco lo está separando de ella. En lo que parece el último capítulo antes de su victoria definitiva, tiene que luchar por Kid frente a Melba Nail (magnífica Ann-Margret), prototipo de mujer fatal más propia del cine negro que de los lances de cartas, partidaria de hacer trampas en la mesa y en sus relaciones con las personas, que intenta utilizar al chico una vez más para satisfacer su crueldad con Shooter, su esposo y también el mejor amigo de Kid (Karl Malden, soberbio en su composición de hombre bienintencionado, cándido y pusilánime). Junto a ellos, la fantástica Lady Manitas (Joan Blondell, que se lleva la película de calle con su inolvidable interpretación), el pérfido Slade (estupendo Rip Torn), y la trouppe de acólitos (Jeff Corey, Jack Weston o el soulman Cab Calloway) que desean sacar un buen puñado de dólares del gran duelo o, simplemente, asistir a una lucha sin cuartel entre el veterano y el joven aspirante al título que seguro será memorable y que en el futuro podrán contar a quien quiera escucharles.
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