Música para una banda sonora vital: ¡Jo, qué noche! (After Hours, martin scorsese, 1985)

Howard Shore pone la música a esta obra maestra (con devaluador título español) de Martin Scorsese, la humilde y perturbadora epopeya urbana personal de un insomne informático neoyorquino (Griffin Dunne, aunque el papel estaba pensado para Robert De Niro) que pierde el último metro de la noche al regreso de una cita extraña y fallida. Comienza para él una inquietante, fascinante y peligrosa aventura nocturna repleta de personajes extraños y de excéntricos giros de la fortuna en algunos de los barrios más sórdidos de una Nueva York, una ciudad muy distinta de la de Woody Allen y la de las comedias románticas ochenteras, una jungla de sombras, delirio y trampas del destino que plantea agudamente el problema de la soledad y la incomunicación de los seres humanos en el anonimato de las grandes urbes contemporáneas.

¡Viva Puerto Rico libre!: Tras la huella del delito (Badge 373, Howard W. Koch, 1973)

badge_373_39_2

La irrupción en el cine de los 70 de Harry Callahan, ese policía de métodos muy particulares, violento, indisciplinado, socarrón, poco amigo de la burocracia y de los políticos, dicen que misógino, aseguran que racista, acusado de fascista entre otras lindezas, fue sin embargo más que rentable en las taquillas. Y en el cine, como siempre que la rentabilidad anda de por medio, se produjo un doble fenómeno: por un lado, las secuelas; por otro, las imitaciones. A las distintas continuaciones de la serie durante esa década y bien entrada la siguiente, se unieron actores como John Wayne, Gene Hackman, Paul Newman, Richard Roundtree o Charles Bronson, entre otros, y títulos como McQ, Brannigan, The French connection, Distrito apache: el Bronx, Shaft, o Kinjite para, más allá del desigual resultado final, conformar un subgénero con características propias dentro de la corriente del cine policíaco: convulsión social, barrios marginales, narcotráfico, bandas organizadas, violencia reflejada con crudeza, erotismo en mayor o menor medida, el conflicto racial, el difícil encaje de la población de origen inmigrante y una autoridad sin medios suficientes, incapaz de hacer cumplir la ley y de imponer el orden.

En Tras la huella del delito (Badge 373, Howard W. Koch, 1973), Robert Duvall interpreta a Eddie Ryan, un policía suspendido de empleo y sueldo después de que un narcotraficante puertorriqueño se haya precipitado desde una azotea al intentar detenerle durante un redada. Contratado como camarero en un bar de copas, la misma noche en que su antiguo compañero le hace una visita, éste es asesinado a puñaladas fuera de su distrito. Ryan se lanza a investigar su muerte al margen de la policía y descubre que mantenía una relación adúltera con una prostituta puertorriqueña, también asesinada. Las pesquisas de Ryan le llevan a una oscura organización independentista y a una trama de tráfico de armas que pretende provocar un levantamiento armado en Puerto Rico contra la autoridad estadounidense.

badge373_39

Howard W. Koch, productor veterano y ocasional director de telefilmes y series de televisión que más tarde llegaría a ser presidente de la Academia de Hollywood a finales de la década, dirige un thriller convencional, repleto de tensión y violencia, salpicado de algunos lugares comunes y algo falto de brío y de tensión. Continuar leyendo «¡Viva Puerto Rico libre!: Tras la huella del delito (Badge 373, Howard W. Koch, 1973)»

El ser humano frente a la adversidad: After hours

noche

Si Taxi Driver constituía un alucinante viaje al corazón de la angustia, a una noche desolada, deshumanizada, violenta y salvaje como metáfora del atormentado interior del ser humano alienado y perdido en la inmensidad de una sociedad decadente y opresiva, After hours, traducida estúpidamente en España como Jo, ¡qué noche!, película dirigida por Martin Scorsese en 1985, es una especie de emulación en apariencia (pero sólo en apariencia) amable, también con Nueva York como marco, de ese mismo y desigual enfrentamiento entre el hombre con aspiraciones de bienestar y felicidad y un contexto colectivo que lo reduce a mera estadística, que lo ningunea, coarta, utiliza y pervierte, que le hace perder sus puntos de referencia y su lugar con respecto a sus semejantes.

Griffin Dunne (también productor de la película, que consiguió imponerse como intérprete por delante de Robert De Niro, para quien estaba pensado el papel en lo que, si volvemos a pensar en la anterior película de Scorsese, hubiera constituido un irónico guiño al público y a la propia carrera del director), inolvidable en esta película por su magistral encarnación y caracterización de lo que comúnmente llamaríamos un «pringao», es Paul Hackett, un discreto y anónimo empleado de una multinacional de la informática dedicado a cuestiones de programación. Es un hombre solitario: la enorme oficina, en la que prácticamente no tiene relación con ninguna de las decenas y cientos de personas con las que se cruza diariamente, exceptuando a aquellos a los que tiene que adiestrar en los instrumentos de su trabajo, gente a la que no volverá a ver ni a hablar, es una metáfora de su propia vida. Largas jornadas de trabajo, desplazamientos interminables de punta a punta de la ciudad, horas y horas sin hablar con nadie, concentrado en el cajón en el que trabaja sin dirigirle la palabra a cualquiera de las personas que, no obstante, lo rodean constantemente, triste soledad compartida con una cena rápida y el televisor cada noche al regreso a casa… Una perspectiva de vida que amenaza con prolongarse sine die y para la que parece no encontrar alternativa. El actual y prolongado insomnio que padece no ayuda a mitigar los efectos de la soledad forzosa en la que se encuentra, y las salidas nocturnas a horas intempestivas para cenar o tomar café en alguno de los locales próximos a su casa no le sirven de consuelo ni de remedio. Al menos hasta que, una noche cualquiera, una joven atractiva (Rosanna Arquette, sutilmente perturbadora), se interesa por el libro que está leyendo mientras su café se enfría (de Henry Miller, para más señas), traban conversación, y le da su teléfono. Paul, acostumbrado a encerrarse en sí mismo, a vivir de espaldas a una sociedad que suele darle pescozones cada vez que es capaz de asomar la cabeza fuera de su armadura, se retrae todo lo que puede, pero finalmente marca el número… y su vida cambia. Por lo menos, durante una noche: su llamada de teléfono le abre la puerta a un mundo de extrañas circunstancias encadenadas, una especie de apoteosis del mal fario, de casualidad adversa, de azar tramposo que se ensaña, se recrea en el destino de Paul haciéndole vivir una continua sucesión de fenómenos absurdos, inexplicables, retorcidamente ilógicos, en el peor barrio de Nueva York, un microcosmos nocturno vestido de cuero y poblado por islotes, por territorios humanos a la deriva, una fauna de lo más variopinto que incluye sombríos artistas amantes del sadomasoquismo, camareras desquiciadas, desvalijadores de pisos, porteros de discoteca, almas solitarias que beben sus copas en un rincón oscuro, contorsionistas de la música disco y demás criaturas de la noche que transitan por camuflados locales nocturnos abiertos hasta el amanecer y tan vacíos como la propia vida de quienes se encargan de mantener el neón encendido. Continuar leyendo «El ser humano frente a la adversidad: After hours»