Música para una banda sonora vital: West Side story (Robert Wise y Jerome Robbins, 1961)

Marni Nixon dobla a Natalie Wood y Jimmy Bryant a Richard Beymer en este Tonight, clásico de 1956 compuesto por Leonard Bernstein, con letra de Stephen Sondheim, y que se hizo mundialmente popular gracias al musical West Side story y a la versión cinematográfica de Robert Wise y Jerome Robbins.

La tienda de los horrores – Las dos vidas de Audrey Rose

Lo esotérico siempre ha sido muy popular en Hollywood, tanto (y según quién incluso más) que lo erótico o lo pornográfico, por más que en la temática de las películas esas cuestiones siempre hayan sido marginales hasta la ruptura de censuras y códigos represores de la primera mitad del siglo XX. Lo que se pensaba que era un tema arriesgado para el público y quedaba relegado a conocidas sesiones de espiritismo en casa de tal o cual actriz o director y en fiestas más o menos concurridas a las que eran invitados mentalistas, médiums, magos y demás personal a medio camino entre el show-business y la estafa de crédulos, no tardó en saltar a la pantalla cuando la mano de los censores se abrió y dio paso a historias en las que los fantasmas y espíritus dejaban de ser entes amables o incluso cómicos y se convertían en seres malignos y peligrosos en busca de venganza sobre los vivos por sus males pasados. A partir de los cincuenta, durante los sesenta, pero sobre todo a raíz de La semilla del diablo, de Roman Polanski (1968) y, sobre todo, del éxito de taquilla de cintas como El exorcista (1973) de William Friedkin o Carrie (1976) de Brian De Palma, surgió toda una ola de películas, la mayor parte de serie B, que con la emulación como argumento principal intentaron encontrar su hueco entre el público a base de sustos y sangre a puñados relacionados en última instancia con alguna creencia religiosa o capacidad extrasensorial, fenómeno que tenía su propia traslación europea en directores como Jesús Franco o Dario Argento. En Hollywood esta moda poco a poco fue intentando nutrirse de otros elementos que la hicieran novedosa y compleja, y si el propio De Palma ya la pifió al mezclar en La Furia (1978) elementos sobrenaturales con una trama de thriller político, el veterano Robert Wise, clásico entre clásicos (codirector de West Side Story, por ejemplo, y máximo responsable también de cintas como Marcado por el odio, El Yangtsé en llamas, Sonrisas y lágrimas o Star Trek) que contribuyó decisivamente a popularizar rostros como el de Paul Newman o Steve McQueen, la fastidió un año antes inspirándose ya en su época final en la novela del también guionista Frank DeFelitta con Las dos vidas de Audrey Rose, su intento por volver al terror, uno de sus temas favoritos ya tratado en clásicos suyos como El ladrón de cadáveres o La mansión encantada, pero esta vez aderezado con una trama judicial tan innecesaria como ridícula.

Contando con su propia Linda Blair, Susan Swift da vida a Ivy (bueno, y a Audrey), una niña que vive plácidamente con sus papás (John Beck y Marsha Mason) en un cómodo barrio residencial de Nueva York (ambientación similar a la utilizada por Polanski) y que, como niñata bien, es una moza medio cursi medio gilipollas. Tanta placidez montada en el dólar se empieza a torcer cuando la madre detecta que un fulano sospechoso y malencarado (Anthony Hopkins) sigue a su hija por la calle, la espera a la salida del colegio o deambula alrededor de la casa. Lejos de tratarse del conocido perturbado sexual, cuando la pequeña Ivy empieza a sufrir terribles pesadillas en las que parece rememorar acontecimientos dolorosos de una vida ficticia, el desconocido se revela como un profesor inglés residente en Estados Unidos que ha pasado años buscando la reencarnación de su hija Audrey, fallecida en un trágico accidente el mismo día y hora en que nació Ivy. Evidentemente, los padres de Ivy echan de su casa con cajas destempladas al hombre, pero cuando las pesadillas parecen revelar que un ente del averno amenaza la vida de Ivy y que sólo la presencia del extraño parece reconfortarla, no les queda más remedio que escucharle y aceptar lo que tiene que decir. Continuar leyendo «La tienda de los horrores – Las dos vidas de Audrey Rose»

Cine en fotos – Una comida en 1972…

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«No regresé a Los Ángeles hasta 1972, con motivo de la presentación en el festival de El discreto encanto de la burguesía (…). Un día, recibí de George Cukor una invitación a comer, invitación extraordinaria, pues no le conocía. Invitaba también a Serge Silberman y Jean-Claude Carrière, que estaban conmigo, y a mi hijo Rafael, que vive en Los Ángeles. Irían también, nos decía, «varios amigos». Continuar leyendo «Cine en fotos – Una comida en 1972…»

Mis escenas favoritas – West side story

Conocido es que al promotor de esta humilde escalera el musical no le eriza los pelos precisamente. Sabido es también que hay escasas pero importantes excepciones a esta regla sumarísima. West side story, incalculable compendio de la suma de los talentos de los directores Robert Wise y Jerome Robbins, de ese pedazo de genio de la música llamado Leonard Bernstein, del grandísimo guionista Ernest Lehman y de actores y bailarines pluscuamperfectos como Natalie Wood, Rita Moreno (Oscar en 1961) o George Charikis, revisitación de Romeo y Julieta en el West side neoyorquino y con traje y corbata sesentero en lugar de los leotardos típicos de la Verona del Renacimiento, es por derecho propio la primera excepción (o la segunda, que por ahí anda Cantando bajo la lluvia) a la regla de esta escalera de tirar los musicales por su hueco. Esta escena hace mover los pies, provoca una sonrisa, un puntillo de orgullo hispanoamericano y una enorme frustración para quienes, como quien escribe, a la hora de bailar tienen dos pies izquierdos… Muchas son las escenas inolvidables de esta cinta: la pelea de bandas, María… Por más reservas que se tengan hacia los musicales, esto es otra cosa.

Ernest Lehman, gran guionista

Pocas veces puede señalarse la importancia para la Historia del cine de un guionista con apenas una docena de películas escritas. Pero este precisamente es el caso de Ernest Lehman, seis veces nominado al Oscar y recompensado con un galardón honorífico en 2001, cinco años antes de su muerte. Nacido en el seno de una familia acomodada del Este venida a menos como consecuencia de la Gran Depresión de 1929, Lehman, instalado en Nueva York, se dedicó a escribir novelas y pequeñas historias para diversas publicaciones periódicas de la época, llegando a despertar el interés de la Paramount, que le ofreció un primer contrato como guionista gracias al cual vio la luz, entre otras, la comedia romántica Sabrina (1954), de Billy Wilder.

Sin embargo, su fama mundial y su gran reconocimiento como guionista le llega, como a otros muchos, de la mano de Alfred Hitchcock y del guión de Con la muerte en los talones (North by northwest, 1959), en la que la ingeniosa trama y su importancia a la hora de crear modelos de los que el cine ha bebido constantemente durante décadas le colocan entre los guionistas más importantes e influyentes de Hollywood. Hitchcock, cosa rara en él, quedaría muy satisfecho del trabajo de Lehman, y, tras recurrir a él puntualmente en diversas situaciones, finalmente contaría de nuevo con un guión suyo para el rodaje de la que sería su última película, La trama (Family plot, 1976).
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