Mis escenas favoritas: Robin de los bosques (The Adventures of Robin Hood, Michael Curtiz y William Keighley, 1938)

La relación entre Errol Flynn y Basil Rathbone no pudo empezar peor. En el rodaje de El capitán Blood (Captain Blood, Michael Curtiz, 1935), al regodeo de Rathbone por cobrar más que el protagonista de la película le siguió un comentario bastante zafio de Flynn acerca de las preferencias sexuales del primero. Contra todo pronóstico, el antagonismo inicial devino en estrecha amistad, que se afianzó durante el rodaje de esta película, uno de los más gloriosos clásicos de aventuras del cine de Hollywood. Se da, no obstante, la circunstancia de que Rathbone, espadachín experto, siempre tenía que verse superado por el galán protagonista, aunque sus leotardos y su peinado lo asemejaran al príncipe de las galletas.

Esta secuencia es uno de los mejores duelos a espada filmados en el periodo clásico, a toda velocidad, como si las armas y los años no pesaran. Fastuoso colorido gracias a la fotografía de Tony Gaudio y Sol Polito, y vibrante y grandiosa partitura de Erich Wolfgang Korngold.

Elemental, querido Holmes.

Texto publicado originalmente en Imán, revista de la Asociación Aragonesa de Escritores, en junio de 2016.

Rostros y rastros de Sherlock Holmes en la pantalla

Sherlock_Holmes_cabecera“Mi nombre es Sherlock Holmes y mi negocio es saber las cosas que otras personas no saben”. Toda una declaración de principios o carta de presentación que define (aunque no del todo) al personaje literario más popular del arte cinematográfico. Y es que, junto a una figura histórica, Napoleón Bonaparte (cuyo busto es clave en una de las más recordadas aventuras holmesianas), y otra, el Jesús bíblico, que combina la doble naturaleza de su desconocida realidad histórica y su posterior construcción literaria, política, mítica y religiosa, el detective consultor creado por Arthur Conan Doyle –se dice que tomando como modelo al doctor Joseph Bell, precursor de la medicina forense y entusiasta defensor de la aplicación del método analítico y deductivo al ejercicio de su profesión, de quien Conan Doyle fue alumno en la Universidad de Edimburgo en 1877– completa el podio de los personajes que más títulos cinematográficos y televisivos han protagonizado en la historia del audiovisual, pero es el único de los tres con dimensión exclusivamente literaria.

separador_25El cine ha sido al mismo tiempo fiel e infiel a Conan Doyle a la hora de trasladar el universo holmesiano a la pantalla. Infiel, por ejemplo, en cuanto al retrato de la figura del doctor Watson, al que se representa habitualmente como poco diligente, despistado, torpe, ingenuo y en exceso amante de las faldas, de la buena comida y de la mejor bebida, cualidades que no parecen propias, y así queda demostrado en la obra de Conan Doyle, de un hombre que ha cursado una carrera meritoria, que se ha especializado en cirugía y ha sobrevivido como oficial del ejército a complicados escenarios militares como Afganistán, lugar de algunas de las más dolorosas y sangrientas derrotas del imperialismo británico. Un hombre muy culto, que ha leído a los clásicos, sensible a las artes, en especial a la música, que lleva un pormenorizado registro de los casos de su compañero y mantiene al día álbumes de recortes con las principales noticias que contienen los diarios. Un hombre que se ha casado y enviudado tres veces, que participa activamente y cada vez de manera más decisiva en las investigaciones de su colega, y que trata a Holmes con la misma ironía con que su amigo se refiere a él en todo momento. Tampoco el cine se ha mostrado especialmente afortunado al aceptar en demasiadas ocasiones esa reconocible estética de Holmes, ese vestuario tan característico que en ningún caso nace de la pluma de Conan Doyle: su cubrecabezas y su capa de Inverness provienen de una de las ediciones de El misterio del valle del Boscombe en la que el ilustrador Sidney Paget convirtió en gorra de cazador lo que el autor describía como una gorra de paño; respecto a su famosa pipa se le atribuyen dos modelos, una meerschaum o espuma de mar que no existió hasta bien entrado el siglo XX y una calabash utilizada por el actor William Gillette (junto con la lupa y el violín) en las versiones teatrales a partir de 1899, cuando lo cierto es que el Holmes de Conan Doyle posee al menos tres pipas para fumar su tabaco malo y seco, una de brezo, una de arcilla y otra de madera de cerezo.

En lo que el cine sí se ha esmerado ha sido en la elección de intérpretes que pudieran encarnar a un héroe tan atípico como Holmes, atractivo, contradictorio, cautivador e irritantemente egomaníaco. Un adicto al tabaco de la peor calidad (célebre su enciclopédico opúsculo literario que cataloga y distingue entre los diferentes tipos de ceniza existentes en función del cigarro o cigarrillo del que provienen) y a la droga en la que busca salvarse del aburrimiento de la monotonía. Un virtuoso del violín, con preferencia por los compositores germanos e italianos, un melómano que conoce los recovecos más oscuros de la historia de la música lo mismo que se especializa en el dominio de una antigua y enigmática modalidad de lucha japonesa, un arte marcial olvidado denominado bartitsu. Un ser que expone abiertamente una atrevida ignorancia sobre conocimientos generales al alcance de cualquiera pero capaz de alardear de erudición de la manera más pedante cuando lo posee el aguijón de la deducción, que se tumba indolente durante semanas o se embarca en una investigación sin comer ni dormir en varios días. Un individuo cerebral que relega al mínimo la importancia de los sentimientos pero que es dueño de una vida interior inabarcable, con un elevadísimo sentido de la moral, no siempre coincidente con el imperante, gracias al que puede aplicar su particular concepto de la justicia si encuentra que la ley, utilizada con propiedad, choca moralmente con él (si, por ejemplo, una mujer asesina al causante de su dolor o si un ladrón roba a otro ladrón que arrastra un delito mucho más censurable, como alguien que ha asesinado previamente para robar). Y, no obstante, un hombre que falla, que puede salir derrotado, en lucha continua contra sus límites, que llega tarde, que piensa despacio o al menos no siempre con la rapidez necesaria, y que también puede ser víctima del amor. Un héroe que sabe ser humilde, ponerse del lado de los más desfavorecidos, ganarse la confianza de la gente porque no ejerce los métodos autoritarios y amenazantes de la policía, que en el criminal ve el mal pero también un producto social, la pobreza y la carestía que gobierna la vida de la mayor parte de la población bajo la alfombra del falso esplendor victoriano, que da una oportunidad al arrepentimiento y a la redención de los delincuentes menores pero que no duda en resultar implacable conforme a su privada idea de justicia, incluso de manera letal si es preciso, cuando no hay opción para la recuperación de la senda de la rectitud. En resumen, un héroe profundamente humano, alejado de cualquier tipo de poder superior. Continuar leyendo «Elemental, querido Holmes.»

Cine de papel: Michael Curtiz, Errol Flynn y Olivia de Havilland, la aventura hecha cine

robin de los bosques la carga de la brigada ligera

1. Robín de los bosques (The adventures of Robin Hood, William Keighley y Michael Curtiz, 1938). Dice la cara posterior del programa de mano: … si «Robín de los Bosques» viviera en nuestros días, usaría arcos y flechas construidos por «Hermes», S.L. Marca Registrada. Fabricación de artículos para deporte, atletismo y gimnasia. Productor nacional Núm. 4286. Sección de Ebanistería y carpintería. Cº Cabaldós, 35, Zaragoza. Tel. 21.54.

2. La carga de la brigada ligera (The charge of the light brigade, Michael Curtiz, 1936). Dice la cara posterior del programa de mano: PROXIMAMENTE EN EL CINE DORADO. Estreno de la impresionante superproducción Warner Bros. LA CARGA DE LA BRIGADA LIGERA. ERROL FLYNN – OLIVIA DE HAVILLAND. DIRECCIÓN MICHAEL CURTIZ. Un poema de amor que hizo variar la ruta de un Imperio. Empresa Quintana S.A.-Representante E. Marín. Artes Gráficas Zaragozanas.

El hombre que vino a cenar: hay visitas que matan

Abrimos temporada y lo hacemos por todo lo alto, con esta excelente comedia filmada por William Keighley en 1942. Keighley es hoy un director prácticamente olvidado, pero en su día, y a pesar de una corta filmografía de apenas una docena de títulos, llegó a ser un importante cineasta dentro de Hollywood, especialmente en lo tocante al cine negro, con títulos como Contra el imperio del crimen (1935), Muero cada amanecer (1939), ambas con James Cagney, o La calle sin nombre (1948), con Richard Widmark, pero también en relación con el cine de aventuras: suyas son películas como El príncipe y el mendigo (1937), El señor de Ballantrae (1953) y el trabajo por el que, a la vez, más se le recuerda y más se le olvida, la codirección de Robin de los bosques (1938) junto a Michael Curtiz, todas ellas con Errol Flynn como protagonista.

El hombre que vino a cenar está basada en una exitosa obra de teatro de George S. Kaufman y cuenta la loca historia protagonizada por Sheridan Whiteside (Monty Woolley), célebre escritor, dramaturgo y crítico teatral y literario neoyorquino, que viaja junto a su secretaria, Maggie (Bette Davis) hasta Ohio para pronunciar una conferencia para una asociación cultural local promovida por algunas damas y caballeros de la alta burguesía y la buena sociedad. Whiteside es un tipo hosco, huraño y un puntito soberbio, preocupado únicamente por leer su texto, cobrar y largarse de allí lo antes posible, sobre todo, tan cerca de la Navidad y con el frío que sacude el medio-oeste. Considera que su genio está muy por encima de la necesidad de hacer «bolos» por provincias, y desde luego no tiene en mucha estima al auditorio que va a encontrarse. Sus predicciones parecen confirmarse cuando es recibido en la estación por los Stanley, la pareja patrocinadora del evento. Sin embargo, todo cambia cuando, al llegar a casa de los Stanley para la cena, Whiteside resbala en el hielo de las escaleras del portal y se rompe la pierna (en una caída quizá más apta para que se rompiera otra cosa).

Obviamente, la conferencia se suspende, pero además Whiteside queda confinado en casa de los Stanley durante el tiempo que dura su recuperación y rehabilitación. Lejos de tratarse de un invitado tranquilo y agradecido, y más lejos todavía del obligado reposo que debe guardar para su dolencia, Whiteside se convierte en un tirano que desde el primer momento mediatiza, dirige y controla todo lo que ocurre dentro de la casa, incluso imponiéndose a sus propietarios ante los empleados del servicio. La vida de los Stanley da un giro, hasta el punto de sentirse extraños en su propia casa, cuando, bajo las directrices de Whiteside, que toma la casa como base de operaciones para el desempeño de sus abundantes tareas burocráticas y personales, todo va sumiéndose en el caos, crecen los malos ententidos y los equívocos, y ya nada parece ser lo que es. No faltan los personajes que, aprovechando la cercanía de una celebridad, insisten en que lea borradores de obras de teatro y novelas para intentar así ser «descubiertos» por el gran crítico, aunque él hace bien poco aprecio de ellas. Whiteside está más preocupado por conseguir que la vida a su alrededor se concentre únicamente en lo que a él le interesa: él mismo y su trabajo. Continuar leyendo «El hombre que vino a cenar: hay visitas que matan»