Cine en fotos: Stanley Kubrick

«Tal vez la razón por la que a la gente le resultan más difíciles de aceptar los finales tristes en las películas que en las obras de teatro o en las novelas sea que una buena película te atrapa tanto que un final triste te resulta casi insoportable. Pero depende de la historia, porque hay formas en que el director puede engañar al público, haciéndole esperar un final feliz, y hay formas muy sutiles de hacer que el público sea consciente del hecho de que el personaje está irremediablemente condenado y de que ese final feliz no va a suceder.

Una película criminal es casi como una corrida de toros: tiene un ritual y un patrón que establece que el criminal no va a sobrevivir, de modo que, si bien puedes suspender tu conciencia de esto por un tiempo, situándote muy lejos, tu mente siempre es sabedora de esta pequeña circunstancia y te prepara para el hecho de que no va a tener éxito. Ese tipo de final es más fácil de aceptar.

Una cosa que siempre me ha inquietado un poco es que el final introduce a menudo una nota falsa. Esto se aplica especialmente si se trata de una historia que no insiste en un solo punto, como por ejemplo si la bomba de tiempo explotará en la maleta. Cuando se trata de personajes y de un sentido de la vida, la mayoría de los finales que parecen ser finales son falsos, y posiblemente eso sea lo que perturba a la audiencia: pueden sentir la gratuidad del final triste.

Si terminas una historia con alguien que logra un objetivo, siempre queda algo incompleto porque parece el comienzo de una nueva historia. Lo que más me gusta de John Ford son los finales decepcionantes. A fuerza de pasar de una decepción a otra, uno acaba pensando que está viendo la vida misma y le resulta más fácil de aceptar».

(Stanley Kubrick en The Observer Weekend Review, domingo, 4 de diciembre de 1980, página 21)

10 comentarios sobre “Cine en fotos: Stanley Kubrick

  1. Tengo una extraña relación con Alan J. Pakula porque es tan irregular que me deja perplejo. Yo me quedo con “Klute”, “El último testigo”, y “Todos los hombres del presidente”. Porque, por ejemplo, “Llega un jinete libre y salvaje”, “La decisión de Sophie”, “El informe Pelícano” o, qué pena de su despedida con el superbodrio “La sombra del diablo”, descolocan. Klute (me encanta) es a primera vista un melodrama sobre una prostituta y un policía convertido en detective. Pero Pakula supo utilizar la banda sonora, los edificios y decorados, así como el recurso narrativo de las grabaciones en cinta, para recrear la atmósfera de toda una ciudad que observa y escucha a sus solitarios habitantes. El detective vigila a la prostituta y su labor se ve impregnada por una decadente mezcla de erotismo y espionaje. Por si fuera poco, el malo de Klute resulta ser el aparente representante de la honradez y la decencia. El propio orden carece de bases firmes y la escalofriante sensación de estar siendo observado constituye una premonición de la desintegración. El interés de Pakula por el tema del voyerismo se vio continuado en la película que tan estupendamente analizas: «El último testigo» y en «Todos los hombres del presidente». La primera sigue siendo la mejor de todas las películas inspiradas en el asesinato de Kennedy, mucho mejor que “Acción ejecutiva”, que abordaba el tema directamente. Aunque el periodista protagonista termina asesinado, y su muerte se ve explicada como otra de un asesino solitario por las fuerzas conspirativas, El último testigo logra mostrar un tipo específico de fascismo americano. Y, a pesar del triunfo en la vida real de los periodistas que descubrieron el Watergate, Bernstein y Woodward, “Todos los hombres del presidente” seguía planteando la duda de si una pareja de periodistas podía ser capaces de erradicar todo el mal del sistema. En retrospectiva, “Todos los hombres del presidente” resulta menos convincente de lo que parece: sigue aferrándose a héroes anticuados y para no desagradar a las fuerzas del establishment no tiene más remedio que alabar repetidamente su buen funcionamiento a pesar de todos los fallos.

    El buen cine de los 70 podría cerrarse con Gene Hackman interpretando al hombre alienado, el de Harry Caul, en “La conversación” una película sobre las técnicas de vigilancia, pero no es sobre el espionaje, la conspiración o el asesinato, ya que esos elementos sirven únicamente como trampolín para sumergirse en los verdaderos temas de esta excelente película: la alienación, la incomunicación, la soledad y el sentido de responsabilidad; es decir, ideas abstractas frecuentemente abordadas por el cine de arte y ensayo.

    «No me importa de qué estén hablando… lo único que quiero es una buena grabación», dice Harry.

    Abrazos mil.

    1. Vaya he tenido problemas a la hora de publicar este comentario en el otro post. ¡Qué lío! Y encima salgo como anónimo. No sé si adivinas quién soy, pero ojo, que no vengo esta noche.

      Más abrazos miles.

    2. Efectivamente, parece que Pakula era un cineasta de un único registro, aquel que no solo se le daba bien, sino que le hacía ser sobresaliente dentro de una moda, la del cine político, subsección conspiraciones, que tan prolífica resultó dentro y fuera de Hollywood. Cuando se salía de ahí… porra. Aunque, una vez más, puede ser que la capacidad del cine para absorber cual esponja el Zeitgeist en el momento de la filmación, haya hecho también lo suyo por sus películas.

      Abrazos

  2. Stanley Kubrick parece no interesarse demasiado por los personajes como tales, considerándolos simples marionetas en el mecanismo creado por ellos mismos, pero que escapa a su control. Todas sus grandes películas abordan de manera convincente el tema del fracaso. Las instituciones tradicionales – el hogar, la familia, el liderazgo y la confianza – no tienen nada que hacer en el universo de Kubrick. Sus pocos personajes decentes, como el de Grogam en “Barry Lyndon”, desaparecen rápidamente para permitir que los grandes protagonistas experimenten una regresión que los convierte en semejantes a los simios de 2001. Kubrick traza paralelismos deliberados entre los monos y el gamberro Alex en “La naranja mecánica”; en “El resplandor” Jack Torrance empuña un hacha en lugar de un hueso y es mostrado como un psicópata debido a la herencia de la especie. Cuando Torrance muere y queda congelado (como los astronautas de 2001) vuelve a resucitar en el pasado. La intemporalidad del mal es un concepto que parece ya intrínseco a Kubrick y a su obra. Tras destruir el mundo en “¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú”, Kubrick recurrió al espacio exterior para su “2001: una odisea del espacio”, y llevar allí su ingenio y su ironía. A pesar de las proezas técnicas se trata de un filme frío; sus personajes humanos resultan banales en comparación con la sofisticación y la belleza ascética de la tecnología. Sus muertes se reflejan simplemente en un ordenador que dice: «FUNCIONES VITALES TERMINADAS», mientras que la propia muerte del ordenador adquiere un carácter más humanizado.
    Se suele decir que hay directores capaces de crear películas inolvidables. Directores que dan sentido a una corriente cinematográfica. Directores que marcan toda una época. Y luego está Stanley Kubrick.

    Abrazos mil.

    1. Ahora, no sé por qué, entre la «intelligentzia», está de moda meterse con Kubrick, devaluar su trabajo, atacar sus películas, reducir su capacidad creativa. Yo siempre me pregunto, a la vista de las carteleras actuales, cómo hay gente que se mete con Kubrick y luego aplaude lo que aplaude.

      Creo que el asunto radica en que los protagonistas de Kubrick son un poco como él: solitarios empedernidos, autosuficientes en mundos propios y complejos que se dedican a enriquecer continuamente, pero obligados a convivir e interaccionar con los demás. Probablemente, Kubrick sería feliz en la eterna preparación de un proyecto irrealizable que le permitiera vivir conforme a sus parámetros, sin necesidad de filmar y estrenar nunca, un estado infinito de preproducción que le permitiera conectar y profundizar en todas esas ideas suyas que, más o menos veladamente, saltan de película a película.

      Kubrick tiene un poderío visual que no sé si alguien ha sido capaz de igualar después.

      Abrazos

  3. Y luego está esa fotografía de dos tipos muy amantes del cine en la exposición sobre Kubrick en Barcelona. No lo olvides. A veces la miro y se parecen a esos monos de Kubrick.

    Más abrazos.

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