CineCuentos: Star words

La ciudadana Leia (ha dejado de ser princesa tras la proclamación de la República de los Estados Unidos Intergalácticos) ha puesto un puchero a cocer y está rebozando croquetas para la cena. Entre humos y vapores, lleva un delantal con una estampa de Darth Vader haciendo surf en camiseta y bermudas con un Ewok sobre los hombros que le cubre el reluciente mono blanco, y una redecilla que le sujeta las dos ensaimadas de su peinado en plan Dama de Elche. Rodeada de utensilios de cocina, está relajada pero concentrada al mismo tiempo en dar forma a la pasta de croquetas y bañarla en el huevo de gallinas de la denominación de origen de Tatooine convenientemente batido para la ocasión.

LEIA [cantando despreocupada]: Siempre que vuelves a casaaaaa, me pillas en la cocinaaaa, embadurnada de harinaaaaa, con las manos en la masaaaa…. [se oye un portazo] ¿Eres tú, churri?

SOLO [desde el pasillo, algo contrariado]: ¡Sí, gordi, soy yo! [Se oye un golpe, un objeto contundente que cae en el suelo y hace un ruido enorme] ¡Mierda!

LEIA: ¿Qué pasa, churri? ¿Qué ha sido eso? No traerás otra vez a cenar a R2-D2 sin avisar… Pues no sé qué va a beber, porque hoy en el súper no tenían el aceite de motor de Naboo que tanto le gusta.

SOLO [entra en la cocina cariacontecido; su cabello es ya escaso y tirando a gris, y está muy desordenado, viste una camisa de cuadros y unos vaqueros de peto con zapatillas de deporte, unas gafas de pasta cuelgan de una cadenita alrededor del cuello; deja sobre la mesa llena de chismes de cocina una caja de puros rebosante de billetes y se frota las manos con un trapo lleno de grasa que ha sacado del bolsillo de atrás]: Hola, gordi.

Desanimado, pone la cara para que Leia le estampe un beso de abuela y le manche el moflete de harina.

LEIA: Pues menuda cara traes [lo recorre con la mirada de arriba abajo]; mírate, menuda facha llevas… ¡Siempre te pones así cuando va a venir mi hermano a cenar!

SOLO: No lo he hecho adrede, cari, es que se ha vuelto a estropear el Halcón Milenario y llevo cuatro horas en el hangar metiéndole mano…

LEIA [para sí]: Pues ya podías gastar cuatro horas en meterme mano a mí, que desde lo de la Luna de Endor estoy a dos velas… [Para Solo] ¿Otra vez el Halcón? Ya te dije que vendieras ese pedazo de chatarra cuando lo de la Estrella de la Muerte y que te compraras un carguero espacial en el concesionario de los Jedi, tienen vehículos de ocasión a buen precio y con la ITV pasada. Mi hermano nos habría echado una mano con el préstamo.

SOLO [malhumorado]: ¡Tu hermano, tu hermano, siempre sale a relucir tu hermano…! Continuar leyendo «CineCuentos: Star words»

Un western tardío: Ladrones de trenes

Burt Kennedy es uno de esos directores calificados reiteradamente como ‘artesanos’. Su carrera profesional, iniciada en la televisión durante los años sesenta y terminada en el mismo medio a principios de los noventa, parece avalar una afirmación por lo demás insensata en la mayor parte de los casos en los que se aplica. Especializado en ofrecer versiones minimizadas, breves y desprovistas de épica de un Oeste «a la John Ford», la filmografía de Kennedy prácticamente está consagrada al género del western, exceptuando el notable film noir La trampa del dinero (1965), que reúne a Glenn Ford y Rita Hayworth junto a Joseph Cotten. De los más variados tonos, temas y formas, los westerns de Kennedy resultan básicamente entretenimientos ligeros, películas consagradas a la aventura, los tiroteos y las persecuciones a caballo, cintas con personajes arquetípicos pero no exentos de solidez y personalidad, con oscuras manchas del pasado o recovecos psicológicos que introducen matices y derivaciones en las tramas, al igual que poseedores en parte de un sentido del humor que acompaña siempre en los guiones a las secuencias de acción y violencia propias del género, algunas espectaculares. Con todo, Kennedy posee en su haber películas de bajo presupuesto pero inolvidables referencias dentro del género, como Los desbravadores (1965), fallida mezcla de western y comedia, la innecesaria secuela El regreso de los siete magníficos (1966), obviamente sin repetir los mismos siete, el clásico Ataque al carro blindado (1967), con John Wayne y un Kirk Douglas con un impresionante despliegue atlético, el mito del western erótico de serie B Hannie Caulder (1971), con Raquel Welch, y sus duplas con Robert Mitchum (Un hombre impone la ley y Pistolero, ambas de 1969) y James Garner (También un sheriff necesita ayuda, de 1968, y Látigo, subtitulada del mismo modo que la anterior, de 1971). En esa misma línea de acción, aventura, erotismo, humor y violencia se encuentra el último western de Kennedy, quizá un plus sobre su obra anterior, Ladrones de trenes (1973), titulada de manera absurda en algunos países de Latinoamérica como Los chacales del Oeste (no se ve un chacal ni a mil kilómetros a la redonda…).

La película, una postrera muestra del género en un tiempo en que el cine americano se hallaba en plena transformación (que no llegaría a nada, o más bien al cine americano mayoritario hoy, o sea, nada), supone las boqueadas del western clásico tal como se conoció en los cincuenta y primeros sesenta, cuando, a excepción de Ford, Hawks, Hathaway y Mann, su decadencia de temas y de repercusión entre crítica y público iba en picado. Así, a la manera clásica pero con un inicio deudor de los modos empleados por Sergio Leone, por ejemplo, en Hasta que llegó su hora (1969), Kennedy compone una historia que ya nace obsoleta y decadente, pero que resulta entretenida y divertida.

Un tren llega a una desolada estación del desierto; allí espera un pequeño grupo de hombres capitaneados por Grady (un Rod Taylor algo pasado de kilos y ya con la marca de la edad en el rostro) y Jesse (Ben Johnson, antiguo campeón de rodeos, toda una institución en el western), y entre los que se encuentra Ben Young (el meloso cantante Bobby Vinton) o el esbirro Calhoun (Christopher George, que ya fuera antagonista de Wayne en El Dorado, de Howard Hawks, 1967). Del tren se apea Lane (un John Wayne veteranísimo y ya próximo al final de su carrera) acompañado de la atractiva y joven Mrs. Lowe (Ann-Margret), que posee el secreto del lugar donde su difunto esposo enterró el botín de medio milón de dólares que consiguió tras asaltar un tren. Wayne y los suyos no van tras el botín, sino tras la recompensa que ofrece el ferrocarril por su recuperación, cincuenta mil dólares, pero a las ambiciones personales del grupo, tanto en lo referente a la totalidad del dinero como respecto a la apetitosa anatomía de la viuda hay que sumar la persecución por parte de los antiguos camaradas de Mr. Lowe, acompañados por un buen puñado de pistoleros, que siguen sus pasos tras el dinero, y la aparición de un solitario personaje (Ricardo Montalbán), trajeado y fumador de puros, que observa los acontecimientos desde la distancia.

La película ofrece un breve metraje (92 minutos) repleto de sucesos, en su primera mitad ligados más bien a las relaciones establecidas dentro del grupo en torno a la suculenta dama y a las expectativas de botín, adornados con las habituales peleas y rivalidades masculinas, el enfrentamiento de los veteranos del grupo con las nuevas incorporaciones, Continuar leyendo «Un western tardío: Ladrones de trenes»

Nace una estrella: Intermezzo, de Gustaf Molander

Aunque Intermezzo (1936) no fuera ni mucho menos su primera película, sí es cierto que fue uno de los títulos decisivos para posibilitar el desembarco en Hollywood de la gran Ingrid Bergman. De hecho, su primer título americano es un remake de esta película dirigido por Gregory Ratoff y protagonizado por ella misma junto, esta vez, al malogrado Leslie Howard. Muy similares ambos filmes, sin embargo es la película sueca la que conserva más encanto y muestra con mayor naturalidad, sencillez y fuerza dramática los avatares internos de unos personajes sacudidos y atrapados por unos sentimientos prohibidos, a su vez exacerbados y amplificados gracias al mutuo amor y a la especial sensibilidad que ambos, violinista él, pianista ella, sienten por la música.

La historia nos es presentada de inicio con un aire casi cómico: dos músicos regresan en barco a Suecia tras una larga gira; mientras uno de ellos ya ansía volver de nuevo a los escenarios con un nuevo espectáculo, el otro, un veterano pianista, sólo piensa en regresar al hogar y vivir plácidamente en el campo impartiendo sus clases de piano a su joven alumna, Anita (Ingrid Bergman). Anita, a su vez, da clases a la hija del famoso violinista Holger Brandt (Gösta Ekman), para quien su carrera como músico lo representa todo y le quita el tiempo que no puede dedicar a su esposa Margit (Inga Tidblad), a su hijo adolescente o a su hija pequeña, precisamente la niña a la que Anita ayuda con sus clases.

El tono ligero, suave, casi lírico por el que deambula la película en su prólogo hasta que se establece la semilla del drama, invita a pensar en una comedia melodramática, en una trama nostálgica de un romanticismo musical punteada de aspectos costumbristas e irónicos. Anita es admitida en la familia como una más gracias a los empeños de su alumna, incluso en las fiestas que los Brandt ofrecen a sus ilustres amigos y conocidos. En una de ellas, Anita se sienta al piano, y en ese momento sitúa Molander el detonante del romanticismo desaforado que va a regir los destinos de los protagonistas: Holger, que hace unos instantes ha prometido tocar el violín acompañado de su hija al piano, se deja embargar hechizado por el arte de Anita, por su delicadeza y sensibilidad al pulsar las teclas, y es así precisamente, como no podría ser de otra manera en un personaje al que se retrata con una total devoción por su profesión y por la música, donde, como la punzada de un aguijón, estalla el epicentro del terremoto de emociones que va a sacudir a la familia. Así retrata Molander el cambio de personalidad de Brandt: el violinista desplaza a su hija, que simboliza el amor y la importancia de la familia, por su profesora, el objeto prohibido, y la niña se aburre sentada en las rodillas de su madre mientras Holger cae preso de un interminable éxtasis musical en compañía de Anita al piano. Continuar leyendo «Nace una estrella: Intermezzo, de Gustaf Molander»

La tienda de los horrores – La corrupción de Chris Miller

El caso de Juan Antonio Bardem es para mirarlo. Convertido por derecho propio en uno de los cuatro miembros del «Club de la B» del cine español (junto con Buñuel, Berlanga y Borau), autor de algunas de las más recordadas y mejores películas españolas de todos los tiempos (Esa pareja feliz, Cómicos, Muerte de un ciclista, Calle Mayor), es imposible separar su decadencia como realizador de su compromiso y su militancia ideológica con la izquierda comunista. Tras sus mejores obras, empeñado en hacer cine en España alejado de las coordenadas catetas y folclóricas del cine populista de la dictadura y sin traicionar a sus ideas, poco a poco el único hueco que le fue quedando fue el de las coproducciones con estrellas internacionales en decadencia, productos alimenticios inmersos en los clichés de los distintos géneros más ligados a las modas comerciales de cada época. Este camino abierto ya en los sesenta, tuvo su eclosión en 1973 con dos películas de terror, La campana del infierno y esta La corrupción de Chris Miller, subproducto a incluir dentro del subgénero de cine de terror gótico-psicológico con tintes eróticos. Con un guión que es un espanto, cayendo en cada uno de los tópicos del género, sólo algunos ecos de la pericia de Bardem como narrador consiguen hacer superar a la película la barrera del horror en fotogramas y poder ser considerada una curiosidad.

La trama no hay por donde cogerla. Chris Miller (Marisol, mito de una época aquí ya crecidito) es una joven traumatizada que vive esperando ansiosamente la llegada de una carta de su desaparecido padre, al que cree todavía vivo en alguna parte. Lo que sabemos de ella, deducido de lo que se puede leer entre líneas en el diálogo y de lo que se ve en algunos perturbadores flashes del pasado ofrecidos en momentos de gran tensión psicológica, es que vivió desde niña con sus padrastros, que él la violó, y que actualmente ella (nada menos que Jean Seberg, que se las trae…), al mismo tiempo que intenta volverla loca (no se sabe muy bien por qué o para qué) es además su amante nocturna, en una apelación al morbo lésbico-incestuoso propia de la época pero que más forzada e inexplicada no puede ser. La cuestión es que este tira y afloja mental en el marco de una gótica mansión de, adivinamos y más adelante confirmamos, el norte de España (por más que todos los personajes principales tengan nombres extranjeros, lo cual choca mucho con los tricornios de la Guardia Civil, las localizaciones urbanas y los vehículos que se ven más adelante en la trama) estalla con la llegada de un forastero, Barney (Barry Stokes), un muchacho con los pelos propios de los setenta y pantalones paqueteros que arrastra una personalidad cruel y violenta desde el notable prólogo de la película, una orgía de sangre y destrucción criminal que promete más de lo que la película está dispuesta a dar. El muchachote, nada más llegar, le bate la clara a la madrastra, que hace a todo, y a partir de ahí nace un juego de tensión y odio en el que, pretendidamente, la violencia, la guerra psicológica y la atracción sexual, real o fingida, planea constantemente y amenaza la vida de los personajes. Continuar leyendo «La tienda de los horrores – La corrupción de Chris Miller»

Cine en fotos – A sangre fría

Aprovechamsos este curioso código de barras lleno de sombreros para invitar a nuestros queridos escalones a la quinta sesión de 2011 del Ciclo Libros Filmados, organizado por la Asociación Aragonesa de Escritores y Fnac Zaragoza-Plaza de España, que tendrá lugar el próximo 27 de septiembre, martes, a las 18:00 h, en el Fórum de Fnac Zaragoza-Plaza de España.

En esta ocasión, se proyectará la película de Richard Brooks A sangre fría (1967), protagonizada por Robert Blake y Scott Wilson, y basada en la célebre novela de no-ficción del mismo título escrita por Truman Capote. Para abrir boca:

II Ciclo Libros Filmados. Organizado por la Asociación Aragonesa de Escritores y Fnac Zaragoza-Plaza de España. 5ª sesión, martes, 27 de septiembre: A sangre fría (Richard Brooks, 1967).

– 18:00 h: introducción

– 18:15: proyección

– 20:30: coloquio con Fernando Gracia Guía y un servidor de vuecencias

Cine negro algo descafeinado: Soborno

Lo más destacable de The bribe (Soborno), dirigida en 1949 por el discreto Robert Z. Leonard, cineasta hoy prácticamente olvidado que desarrolló su carrera durante los años treinta (momento de su mayor éxito gracias a El gran Ziegfeld) y cuarenta, es su reparto, compuesto en sus principales papeles por Robert Taylor, Ava Gardner, Charles Laughton, Vincent Price y John Hodiak. Más allá de eso, la película se limita a recopilar todos y cada uno de los habituales clichés en la construcción de películas del cine negro ofreciendo, como «novedad», la localización de la trama en un país centroamericano ficticio que no cuesta identificar como Panamá y su Canal.

Robert Taylor interpreta a Rigby, un agente federal norteamericano de reconocida competencia, enviado a Centroamérica para destapar y capturar con ayuda de las autoridades locales a un grupo de conbrabandistas y traficantes que hace botín gracias a los excedentes de material de guerra producidos por la industria norteamericana. Las únicas pistas conducen a una pareja de estadounidenses, Tug y Elizabeth Hintten (John Hodiak y Ava Gardner), cantante de cabaret ella, borracho profesional él. Ello da pie no sólo a la introducción de un puñado de números de cante y baile, sino también al lógico encandilamiento del policía recién llegado por la apetitosa cupletera, a la que considera, hasta cierto punto erróneamente, prisionera de un matrimonio infeliz en un país del que no puede marcharse. En su llegada a Centroamérica, Rigby descubre también a otros pintorescos personajes, como Bealer (Charles Laughton), tipo sudoroso e inquietante con un permanente y angustioso dolor de pies, o su compañero de viaje en el avión, Carwood, un fanático de la pesca que viaja a la zona para embarcarse y esquilmar los fondos marinos, además de un buen grupo de individuos locales retratados bajo la habitual perspectiva hollywoodiense en lo que a los hispanos se refiere: tipos serviles, débiles, folclóricos, meros subalternos de los blancos y radiantes personajes principales, un aspecto más de la decoración, que salpican de palabras en español (especialmente «sí, señor», al modo del «sí, bwana» de las películas de Tarzán) su perfecto uso del inglés.

Obviamente, la trama criminal se mezcla con el romance de Rigby y la bella Liz, el cual supondrá un elemento de peligro extra relacionado con el título de la cinta. El soborno, la oferta monetaria que recibe el agente por desatenderse de los trapicheos de los malos, incrementada posteriormente con la promesa de la gratuita compañía para siempre de la bella, se convierte en chantaje cuando es la vida de la chica lo que se convierte en objeto de cambio. Continuar leyendo «Cine negro algo descafeinado: Soborno»

Música para una banda sonora vital – Desayuno en Plutón

La estupenda Desayuno en Plutón, dirigida con sensibilidad, dramatismo y fino humor por Neil Jordan en 2005, se abre con el célebre éxito de The Rubettes titulado Sugar baby love. Un temazo en su día, independientemente de las pintas de los miembros del grupo en el vídeo siguiente, que acompaña las primeras imágenes de un soberbio Cillian Murphy en un papel de lentejuelas.

En fin, que bap, subari, bap subari, bari, bap, subari, y el correspondiente du-du-a.

Un western que lo tiene todo: El último atardecer

Tras cuatro años largos escalonados, parece mentira que nunca nos hayamos detenido en la rica y estimable filmografía de Robert Aldrich, que abarca casi cuatro décadas y que incluye títulos tan memorables como Veracruz (1954), El beso mortal (1955), ¿Qué fue de Baby Jane? (1962), Doce del patíbulo (1967) o La venganza de Ulzana (1972). Aldrich, un director capaz de mezclar en la misma coctelera la acción, la violencia y la introspección psicológica de imprevisibles consecuencias, realizó en 1961 con guión de Dalton Trumbo (recién recuperado para la causa de la escritura de guiones con su propio nombre tras la caza de brujas por Stanley Kubrick el año anterior en Espartaco) un western crepuscular en el que se vierten abundantes, complejos y perturbadores elementos y perspectivas para configurar un imprescindible título de un género que en los sesenta ya empezaba a mostrar síntomas alarmantes de agotamiento en sus coordenadas tradicionales. En él destacan, a priori, dos grandes bazas: la extraordinaria labor de dirección de Aldrich, tanto en los espectaculares exteriores como, sobre todo, en las distancias cortas, a cubierto o al aire libre, y, por encima de todo, el espléndido guión de Trumbo, que va soltando con cuentagotas la información que permite al espectador ponerse en situación, y que refleja acertadamente el mapa de recovecos emocionales, a menudo contradictorios, de los personajes y de sus posturas ante los inesperados giros en los que se ven envueltos.

La premisa parece sencilla y tópica: Brendan O’Malley (Kirk Douglas), un antiguo pistolero acusado de varios asesinatos que siente tras él el aliento de un agente de la ley que le persigue, llega a un rancho de México en el que pide hospedarse por una noche. Allí lo recibe la esposa del dueño, Belle (Dorothy Malone), acompañada de Missy, su hija adolescente (Carol Lynley, y del personal del rancho, la mayor parte mexicanos retratados según el estereotipo folclórico habitual. Este cruce de destinos no tiene nada de casual, ya que pronto descubrimos que Belle y el pistolero son viejos conocidos y que arrastran cuentas pendientes que O’Malley, con su aparición, pretende saldar. El retorno del marido (fantástico, como siempre, Joseph Cotten), un borracho, antiguo oficial confederado durante la guerra civil con la conciencia no muy limpia, obliga a posponer la resolución de su drama, que cambia de rumbo cuando el vengativo sheriff Dana Stribling (Rock Hudson), que lleva tiempo tras las huellas de O’Malley y no precisamente por su abnegación en el cumplimiento del deber sino por cuentas personales que poco a poco se van desgranando en la trama, se une a ellos en el rancho. Interesado en Belle desde que la descubre, Stribling accede a retomar su antiguo oficio de capataz de ganado para guiar las vacas de Belle y su marido hasta Texas, donde esperan venderlas y liquidar el rancho, y donde O’Malley se ha ofrecido a acompañarles como vaquero con el fin de recuperar a Belle al final del viaje. Todos cuentan con que, tras cruzar Río Grande y entrar en la jurisdicción del sheriff, el enfrentamiento entre O’Malley y Stribling es inevitable, pero lo que nadie espera es que Missy se enamore del pistolero hasta el punto de desear huir con él y vivir para siempre juntos en México.

Lo más llamativo de la película es la magnífica construcción de su guión y de sus escenas, y en particular el goteo constante con el que se informa al espectador de cuestiones decisivas del argumento, herederas del pasado de los personajes, que van a tener hondas repercusiones en el desenlace del drama. Este aspecto confiere vital importancia tanto a los diálogos como al comportamiento gestual de cada personaje, sus rostros, sus modales y sus reacciones ante determinadas palabras y acciones de sus compañeros de viaje; durante buena parte del metraje son poseedores de datos que el espectador desconoce y que en el transcurso de los minutos puede ir encajando adecuadamente para descubrir nuevas dimensiones en la historia que contempla. La maestría de Trumbo en la caracterización de cada personaje y la solidez con que sabe dotar cada una de sus historias hacen que la trama se presente como una red de circunstancias abocadas, a causa de los designios del azar, a un destino ineludible, en buena parte rechazado por todos, pero única conclusión posible, inevitable. Continuar leyendo «Un western que lo tiene todo: El último atardecer»

Diario Aragonés – El árbol de la vida

Título original: The tree of life
Año: 2011
Nacionalidad: Estados Unidos
Dirección: Terrence Malick
Guión: Terrence Malick
Música: Alexandre Desplat
Fotografía: Emmanuel Lubezki
Reparto: Brad Pitt, Sean Penn, Hunter McCracken, Jessica Chastain, Fiona Shaw, Crystal Mantecon, Pell James, Joanna Going
Duración: 138 minutos
Estreno en España: 16 de septiembre de 2011

Sinopsis: La infancia de Jack durante los años cincuenta, rememorada hoy por un Jack adulto, desorientado y consumido por los sentimientos de soledad y pérdida, forma parte del complejo y fascinante puzzle de la vida y el universo.

Comentario: La última película del carísimo de ver Terrence Malick, vencedora de la pasada edición del Festival de Cannes, amenaza con convertirse en uno de los títulos más controvertidos de la temporada de estrenos recién iniciada. Eso, si el público se hace partícipe y acude a verla, cosa nada fácil vistas las nulas intenciones de Malick de ceñirse a las convenciones o de someterse a las modas cinematográficas más populares o rentables para la taquilla pese a contar como cabeza de reparto con una estrella como Brad Pitt y con el siempre estupendo Sean Penn como secundario de lujo.

Contrastado cineasta de películas paridas con cuentagotas (solamente cinco producciones en casi cuarenta años: Malas tierras, 1973; Días del cielo, 1978; La delgada línea roja, 1998; El nuevo mundo, 2005) pero inmensamente bellas y narrativamente poco convencionales, aunque profundas, reflexivas, inteligentes y temáticamente inabarcables, aborda en El árbol de la vida, a partir de la historia de un niño llamado Jack, que crece en un entorno aparentemente idílico que aúna las promesas del sueño americano con el sobrecogedor espectáculo de la naturaleza, cuestiones complejas como el origen del universo, el nacimiento de la vida, el ciclo existencial y el sentido de nuestra presencia en el mundo. Esta aproximación se realiza a través de la observación (más que de la narración) de distintas vivencias de la familia de Jack durante su niñez, así como de los efectos que su recuerdo y especialmente el de su hermano fallecido a los diecinueve años han tenido en su vida, ya como adulto. Unas imágenes que van acompañadas, en algunos momentos sin evitar caer en el ensimismamiento, tanto de largas tomas con composiciones cromáticas que emulan los procesos químicos que formaron el universo, las estrellas, los planetas y las primeras criaturas vivas de la Tierra, como de estampas naturalistas que se detienen en la minuciosa contemplación de parajes de una belleza desarmante o bien recrean el nacimiento de las primeras bestias prehistóricas. Este es quizá el mayor argumento que poseen a su favor quienes acusan a Malick de saltarse la línea que separa la reflexión intelectual del ridículo más espantoso al introducir en su película los dinosaurios recreados por ordenador.

La película, por tanto, posee una doble vertiente de tonos y formas. En primer lugar, la historia de Jack y su familia, en la que su madre (Jessica Chastain) es la encarnación de la bondad, el cariño y el amor, mientras que su padre (Brad Pitt) personifica la severidad y la disciplina que considera valores supremos e imprescindibles para la correcta educación y preparación de sus hijos, para su conocimiento y aprendizaje de cara al enfrentamiento con su futuro, unos esquemas vitales que ha asumido a partir de su admiración y adoración por algunos de los más importantes compositores clásicos. Igualmente, entra dentro de este aspecto la aparición del Jack adulto (Sean Penn), ahogado y consumido en un estado de soledad y pérdida, prisionero de su necesidad de buscar respuestas para encontrar sosiego y redención a su sentimiento de culpa derivado de haber sobrevivido a su hermano. [continuar leyendo]

Un bélico curioso: La batalla del Mar del Japón

Dentro del género bélico, que no es especial santo de nuestra devoción a excepción del puñado de clásicos que van más allá de la propaganda política e ideológica y de las apologías de muerte y destrucción, La batalla del Mar del Japón, dirigida por Seiji Maruyama en 1969, constituye una rareza digna de ser vista, al menos por su carácter extraordinario y por su curioso estilo entre cine historicista, drama de espionaje, hagiografía militar y unas secuencias de acción más próximas a Godzilla de lo que hubieran deseado sus promotores. Asimismo, resulta interesante, en un género copado prácticamente por la Segunda Guerra Mundial y la guerra de Vietnam, el objeto de su aproximación, la guerra ruso-japonesa de 1904-1905, un conflicto decisivo para el devenir internacional del siglo XX cuyas consecuencias, en una doble vertiente, facilitaron por un lado la crisis integral del régimen zarista en Rusia y el advenimiento de la revolución comunista, así como la escalada militarista del país asiático hasta su colapso tras Hiroshima y Nagasaki en 1945. Con el fenómeno del imperialismo y el colonialismo de la segunda mitad del siglo XIX con Europa lanzada a la conquista del mundo, Rusia, tras alcanzar el Pacífico, pretendió extender su área de influencia hasta Corea y la costa de China, produciéndose un choque con las renovadas ansias imperiales japonesas, que tras varios siglos de aislamiento interior y guerras civiles, volvían a la carrera conquistadora con un ejército modernizado al estilo de cualquier potencia europea apenas cincuenta años después de que el Comodoro estadounidense Matthew Perry forzara los puertos japoneses y obligara al país, por entonces todavía enclaustrado en la era feudal de los shogunes y samurais y viviendo prácticamente en una economía de subsistencia, a abrirse al exterior.

Cinco décadas después, Japón se convirtió en el primer país asiático en derrotar militarmente a una potencia colonial europea en una guerra abierta. A este conflicto se dedican los 128 minutos de la película, que, lejos de detenerse únicamente en la famosa batalla del Estrecho de Tsushima, engloba el conjunto de la guerra, manipulando de manera un tanto propagandística aquellos episodios que pudieran provocar la vergüenza japonesa (por ejemplo, el ataque a Port Arthur sin declaración de guerra previa, exactamente en la misma línea de lo sucedido con Pearl Harbor en 1941) pero, en general, conservando un respeto y un sentimiento de honorabilidad por el adversario que ya quisieran la gran mayoría de las producciones bélicas o historicistas anglosajonas. La película, por tanto, repasa por capítulos las distintas fases de la guerra, reservando para el clímax final la batalla naval decisiva entre la flota japonesa, que había vencido a la rusa con base en Port Arthur y Vladivostok, y la flota del Báltico, que cruzó medio mundo (incluso parte de ella circunnavegó África ante la negativa de los británicos, aliados de Japón y dominadores de Suez, de permitirles utilizar el Canal), y si por una parte recoge con tratamiento casi divulgativo los distintos aspectos castrenses y bélicos del asunto, la narración de los acontecimientos violentos está salpicada de insertos en los que se explican las maniobras diplomáticas y de inteligencia de los agentes japoneses en Europa por hacerse con los servicios de los espías bolcheviques y de los enemigos del zar que en aquellas fechas ya conspiraban en su exilio suizo, alemán o sueco. Igualmente, la película dedica particular atención, especialmente al final, a glorificar la figura del Almirante Togo, interpretado por el tantas veces protagonista de míticos filmes de Akira Kurosawa, Toshiro Mifune, y lo resalta casi más como caballero y honroso vencedor, que despierta la admiración de los derrotados, que como heroico estratega valedor de una victoria a vida o muerte.

La película, que sufre de cierta lentitud en sus primeros minutos, adquiere ritmo, velocidad e interés a medida que se van sucediendo los distintos encuentros militares Continuar leyendo «Un bélico curioso: La batalla del Mar del Japón»