La tienda de los horrores – El sabor de la sandía

Si hay una película que demuestre el tan acostumbrado divorcio entre crítica y público, es esta producción taiwanesa de 2005, para quien escribe, uno de los despropósitos más extravagantes y ridículos jamás filmados, pese a lo cual obtuvo, entre otros, los siguientes premios: Oso de Plata en Berlín a la mejor contribución artística y Premio Fipresci, Premio Especial del Jurado, Premio de la Crítica y Premio al mejor actor en el Festival de Sitges. Casi nada, y sin embargo, nos reafirmamos en el calificativo anterior a la vista del catálogo de absurdeces, vaga y pretendidamente provocativas, y de momentos repugnantes, gratuitos y/o estúpidos, que contienen sus ciento doce minutos de metraje.

Valga como ejemplo la escena que sigue a la larga introducción de varios minutos en la que sólo vemos un largo pasillo filmado como si de una cámara de vigilancia colgada en una esquina se tratara y en la que aguardamos pacientemente a que dos mujeres se crucen y desaparezcan cada una por un extremo del pasillo… Pues bien, a continuación, véase el cartel, un chico y una chica orientales practican el sexo con una sandía de por medio. El joven, en plan taladro, va a travesando la carne de la sandía en cuestión hasta que, primero, llega a la carne de la muchacha y, más tarde, la embadurna del agua y de las pepitas que contiene tan sabrosa y refrescante fruta. Escenas así, de sexo casi explícito, en la que planos de penes y vaginas se combinan con momentos de coitos y prácticas sexuales varias, van mezclándose en la narración junto a inesperados, coloristas y divertidamente absurdos números musicales estilo años 50 que aparecen sin venir a cuento y que, supuestamente, evocan momentos de la trama, y con las evoluciones de la pareja protagonista, un actor porno y una joven solitaria que se hacen mutua compañía en un Taiwán sometido a una inclemente ola de calor. Ella intenta paliar los calores robando agua de las fuentes y los aseos públicos; él sube a las azoteas de los edificios para bañarse en los depósitos de agua de las últimas lluvias. Mientras el gobierno hace publicidad de los métodos que debe seguir la población para mitigar el calor (entre los cuales está la ingestión del zumo de sandía, óptimo para librarse de la sed y a la vez ahorrar agua), los dos jóvenes se curan de su soledad, entre coreografías marcianas y folleteo insustancial y bastante antierótico por desagradable. Continuar leyendo «La tienda de los horrores – El sabor de la sandía»

El día más largo: momento crucial de nuestro presente

Los largos sollozos del otoño hieren mi corazon con monotona languidez (Paul Verlaine).

Estos versos sirvieron de mensaje cifrado a los aliados para advertir a la Resistencia europea de que se avecinaba el momento que llevaban un lustro esperando, del principio del fin de la Segunda Guerra Mundial, de la sangría que llevaba devastando Europa desde 1914 e incluso antes. Casi novecientos años después de que Guillermo el Conquistador cruzara el Canal de la Mancha con sus normandos y robara Inglaterra a los sajones, y apenas cuatro años después de que Hitler fracasara en esa misma invasión como habían fracasado antes Felipe II o Napoleón Bonaparte, tuvo lugar la operación militar más formidable de toda la Historia de la Humanidad: el traslado, esta vez haciendo el camino a la inversa, de más de tres millones de soldados y cientos de millones de toneladas de material en unas cuatro mil embarcaciones de todo tipo y con el apoyo de más de once mil aviones de combate, cientos de submarinos e incontables combatientes anónimos tras las líneas alemanas de la costa. El desembarco de Normandía, la operación Overlord, cuyo posible fracaso había sido ya asumido por escrito por los oficiales que la diseñaron (encabezados por Eisenhower, Montgomery o Patton, entre otros) en unas cartas ya firmadas que jamás vieron la luz hasta décadas más tarde, constituye un hecho de los más trascendentales de nuestra historia moderna. Primero, por la ubicación, ya que entre otros lugares para efectuar la operación entraban las costas españolas, con el fin de desalojar ya de paso a Franco (pero, curiosamente, fue Stalin quien se opuso por razones estratégicas y de urgencia, salvándole así el culo al dictador anticomunista), y además, porque los hechos que propició pusieron las bases de las modificaciones en el mapa de Europa que siguieron produciéndose durante décadas hasta convertirlo en el que conocemos hoy.

En 1962, el productor-estrella Darryl F. Zanuck, una de las piedras angulares del cine clásico americano, casi una leyenda, decidió llevar a la pantalla el novelón de Cornelius Ryan, adaptado por el propio autor, con una tripleta a los mandos de la dirección (Ken Annakin, Andrew Marton y Bernhard Wicki), para recrear de manera monumental y con un reparto de lujo hasta el mínimo detalle del desarrollo de la invasión de Europa el 6 de junio de 1944, el principio del fin del poder de los nazis en el continente. Con los épicos acordes de la pomposa música de ecos militares de Maurice Jarre (debidamente respaldada por los primeros instantes de la Quinta Sinfonía de Beethoven, tres puntos y una raya que en código trelegráfico identifican el signo de la victoria) y una maravillosa fotografía en blanco y negro ganadora del Premio de la Academia, la película recoge los largos prolegómenos de la invasión y las primeras horas de las tropas aliadas combatiendo en las playas de Normandía. Película de factura colectiva, adolece por tanto de una enorme falta de personalidad y se acoge al poder de lo narrado, apela continuamente a la épica y busca constantemente la trascendencia de frases de guión y encuadres superlativos, como forma de contrarrestar la frialdad y la distancia de una historia demasiado grande incluso para tres horas de metraje y que no puede ser contada de otra forma.

Con todas las carencias apuntadas en orden a su carácter impersonal, la película no carece de grandes momentos y de imágenes imperecederas. Continuar leyendo «El día más largo: momento crucial de nuestro presente»

El escalón nº 34

La vida te lleva por caminos raros, dice la canción. Buena declaración de principios, continuidades y finales para definir lo que ha significado para quien escribe esta experiencia bloguera subiendo y bajando esta escalera, visitando a amigos muy queridos y aprendiendo millones de cosas gracias a ellos durante casi tres años, hoy que, llegando al número 34 desde que un servidor fue disparado, expulsado, lanzado del vientre materno (en sentido literal), estamos a poquito más de cinco escalones de llegar a la meta.

Gracias infinitas a todos los que estáis ahí. Por estar dentro.

Cine en fotos – Fahrenheit 451: el fuego se apaga con champagne

La fotografía muestra al gran cineasta francés François Truffaut y a la actriz Julie Christie en un relajado (y también muy francés) descanso del rodaje de Fahrenheit 451, la adaptación que en 1966 filmó este genio de la nouvelle vague de la novela de Ray Bradbury. Aprovechamos la instantánea para invitar a nuestros queridos escalones a otra sesión de buen cine.

Libros Filmados: Fahrenheit 451 (François Truffaut, 1966). Organizado por la Asociación Aragonesa de Escritores y FNAC Zaragoza-Plaza de España.

Martes 23 de febrero. FNAC Zaragoza-Plaza de España.
18:00 h.: Proyección
20:00 h.: Coloquio (con Miguel Ángel Yusta y un servidor)

Blog de la Asociación Aragonesa de Escritores

Música para una banda sonora vital – El último emperador

En 1987, la improbable pareja musical formada por el japonés Ryuichi Sakamoto y el británico David Byrne, junto al chino Cong Su, pusieron música a la monumental y larguísima epopeya en la que Bernardo Bertolucci narraba la historia de Pu Yi, El último emperador de China.

Uno de los mayores logros de la cinta, ganadora de nueve premios Oscar, incluido el de mejor banda sonora, es su tema principal, imposible de eludir ya para el imaginario colectivo cada vez que se evoca la historia reciente del «gigante dormido».

Mis escenas favoritas – El bueno, el feo y el malo

Sirva esta gamberrada para invitaros a una nueva edición de Tardes de Blog, esta vez con la participación de un servidor.

Será el sábado 20 de febrero a las 19:30 horas en la Librería Pequeño Teatro de los Libros, c/ Silvestre Pérez, 21, en el barrio de Las Fuentes (Zaragoza City). Allí charraremos de películas, escogeremos algunos de los mejores (y peores) momentos de la Historia del Cine y dejaremos espacio para las anécdotas y los chascarrillos. Os esperamos (o no).

Ensayo sobre la felicidad: Horizontes perdidos

Este título con reminiscencias saramaguianas (valga el palabro) bien podría ser la síntesis de esta película de Frank Capra de 1937, una de las más recordadas de entre su filmografía sin que haya navidades de por medio y también una de las que mejor evidencia una de las características más notables del realizador, la superioridad de su estilo y de su capacidad de narrar, de una muy notable calidad y complejidad técnica y artística, por encima de la fuerza y la perfección de los argumentos, los guiones y de los mensajes e ideas utilizados, generalmente esquemáticos, simples y facilones. La película, filmada en el clima prebélico de la carrera armamentística y diplomáticamente intimidatoria de Alemania e Italia que derivó en la Segunda Guerra Mundial, puede considerarse efectivamente, además de un alegato en favor de los valores más humanistas de paz y entendimiento entre los pueblos, como un tratamiento de los pros y los contras de la hipotética llegada de ese estado idílico que todos identificamos con la idea de felicidad, y que bien puede devenir en auténtica pesadilla cuando comprendemos que lo absoluto no existe más allá de las matemáticas.

Un famoso y prestigioso diplomático británico (Ronald Colman) es enviado a China para salvaguardar la integridad personal de los ciudadanos europeos amenazados por una revuelta. Tras lograr organizar la evacuación, él mismo, junto a su hermano y un puñado de pasajeros, huye en el último momento de territorio chino en el último avión fletado por su gobierno. Sin embargo, a causa de una traición, el avión cae en picado sobre el Himalaya y se estrella, aunque, milagrosamente, sus pasajeros son rescatados con vida por los habitantes de Shangri-La, un lugar protegido por las montañas en el que la nieve y el hielo han pasado de largo y donde todos sus habitantes viven plácidamente, felices y sin envejecer, sin que existan conceptos como la maldad, la envidia, la codicia, el crimen o la mentira, y satisfaciendo todos sus caprichos materiales gracias a las incalculables riquezas que poseen. Esta utopía convertida en realidad de manera inesperada motiva distintas reacciones que van desde la euforia a la mayor de las desconfianzas entre los occidentales, y no tardarán en comprobar que las jaulas de oro, aunque vayan recubiertas de tan preciado metal, no por ello dejan de ser una prisión. Continuar leyendo «Ensayo sobre la felicidad: Horizontes perdidos»

Diálogos de celuloide – ¿Qué ocurrió entre mi padre y tu madre?

¿Tres horas para almorzar?

Sr. Ambruster… Aquí no nos vamos corriendo a la cafetería a comernos un bocadillo con un refresco. Aquí vamos piano, piano. Cocinamos nuestra pasta, luegos le echamos queso, bebemos vino y amamos.

Entonces, ¿qué hacen por las noches?

Volvemos a casa a ver a nuestras esposas.

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Debe de estar cansado, ha hecho un viaje muy largo. Mientras esté aquí quizá quiera tomar un baño de lodo.

No, gracias, ya lo tomé en el tren.

¿En el tren?

Me lo bebí. Lo llaman café espresso.

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¿Baños de lodo?

Famosos en el mundo entero, curan el reumatismo, la artritis, neuritis, flebitis, dolencias urinarias, hiperacidez, impotencia…

¿De veras? Vaya… Quizá me fueran bien para mi…eeh… acidez.

No tema, después de los baños tendrá usted la acidez de un chico de 20 años.

Avanti!. Billy Wilder (1972).

Crímenes en plena Guerra Fría: Gorky Park

Renko (William Hurt) es un oficial de la policía de Moscú con no demasiada buena reputación. Como hijo de un general de prestigio, se esperaba de él que fuera un modelo de conducta comunista y que sirviera a los intereses del partido y del país. Sin embargo, su carácter difícil, su poca adaptabilidad a la disciplina y a las «recomendaciones» de sus superiores y su desencanto con el país en el que vive hacen que permanezca en su comisaría resolviendo casos criminales de poca trascendencia en comparación con las grandes cuestiones políticas y militares del régimen. Con todo, gracias a su olfato como investigador y a su alto porcentaje de casos resueltos se ha convertido en una pieza respetable dentro del organigrama policial de la ciudad, lo cual le permite gestionar sus asuntos con cierta autonomía. Al menos hasta que una mañana aparecen tres cuerpos horriblemente mutilados y desfigurados en el famoso parque Gorky. A la dificultad de las labores de identificación de unos cuerpos que carecen de documentación y a los que se ha librado de aquellos rasgos que la permitirían o acelerarían, hay que añadir la desconcertante aparición de algunos restos de productos químicos y de polvo de oro, y también las súbitas y repentinas dificultades burocráticas que se derivan de la presencia de altos jerarcas del KGB, con los que Renko mantuvo rencillas pasadas, durante la inspección ocular que realizan los policías del lugar donde se encuentran los cuerpos. Renko comienza a percibir que hay algo importante, relacionado con aspectos políticos incluso internacionales, tras la brutal muerte de tres individuos que él sospecha extranjeros, occidentales para más inri, y que altos mandos de la policía y el servicio secreto soviéticos pretenden ocultar. En su investigación cuenta, sin embargo, con el respaldo del oficial superior (Ian Bannen), gracias al cual conoce a un americano (Lee Marvin) que le puede abrir las puertas del ambiente en el que parecían moverse los asesinados, en el que destaca la presencia de una joven estudiante amiga de ellos (Joanna Pacula).

El director de cine y televisión Michael Apted (Gorilas en la niebla, Acción judicial, Nell, Al cruzar el límite o El mundo nunca es suficiente) adaptó en 1983 la novela de Martin Cruz Smith, un best-seller con una mezcla de intriga, amor y espionaje en plena Guerra Fría, para ofrecernos la que, probablemente, es la mejor película de una carrera por otra parte no muy destacable. La película, quizá algo pasada de minutaje (poco más de dos horas) se abre con el acertado planteamiento del enigma policial y un adecuado manejo de los tiempos narrativos y del suspense, tanto en la presentación de los hechos como en la caracterización de personajes y el establecimiento de situaciones. Aunque en algunos aspectos de la trama los avances investigadores estén un tanto cogidos por los pelos (la recreación facial de los asesinados en moldes escultóricos a partir de los escasos restos en buen estado), los distintos elementos que van añadiéndose para tejer la enrevesada red de confusiones, equívocos, engaños y corruptelas en la que Renko va internándose, permiten disfrutar de una intriga interesante y, para el espectador occidental de los ochenta, habituado a imaginar lo que ocurría tras el telón de acero pero casi siempre sin verlo, incluso «exótica». Continuar leyendo «Crímenes en plena Guerra Fría: Gorky Park»

La tienda de los horrores – La última legión

Un truño de dimensiones sobrehumanas difícilmente explicable y asimilable. Si esta misma semana nos ocupábamos de reseñar la, con todos sus defectos, quizá mejor adaptación de todo el compendio que constituyen las distintas tradiciones de los diferentes ciclos de la leyenda artúrica a la pantalla, nos ocupamos hoy de destripar el mayor despropósito que jamás se haya hecho al respecto (y eso que últimamente se han filmado algunos más con el mismo motivo y punto de referencia: Roma), esta La última legión, sublime bodrio basado en el best-seller (ya se sabe, libro superventas escrito por un tipo que por lo general no sabe escribir de otra cosa) de Valerio Manfredi del mismo título dirigido por Doug Lefler, cuya «extensa» filmografía se agota en Dragonheart 2 (ni siquiera la primera parte), de siete años antes.

Una vez más, se intenta aprovechar la época oscura entre la desaparición del dominio romano en Inglaterra y la llegada del régimen feudal para situar historias a medio camino entre el fenómeno histórico y la leyenda, y una vez más al autor se le va la flapa e intenta conectar esos episodios legendarios con hechos comprobados científicamente y opuestos en motivaciones, desarrollo y conclusión a la trama que nos cuenta en aras de esa casa de putas llamada entretenimiento, en la que, al parecer, vale todo. En esta ocasión, Manfredi, Lefler, De Laurentiis (el productor de esta fatalidad) y compañía identifican nada menos que a Rómulo Augústulo, último soberano del Imperio Romano de Occidente (476), depuesto siendo un crío por Odoacro (Peter Mullan), rey de los hérulos, un pueblo ostrogodo que ocupó Italia, con nada menos que Uther Pendragón, padre del legendario Artús o Arturo, cómete un huevo duro… Eso conlleva irse del tarro por completo echándole un morro de proporciones siderales y convertir a Merlín (Ben Kingsley), por ejemplo, en Ambrosinus, el consejero y preceptor de la familia del niño, y a Excalibur, la legendaria espada de Arturo, en un arma forjada siglos atrás para ¡¡¡Julio César!!! Pues hala, más leña al fuego: cuando Odoacro toma posesión de Italia, el emperador es recluido en la isla de Capri (fenómeno cierto históricamente), pero es Aurelius (Colin Firth), junto a un puñado de sus legionarios y ¡¡¡una joven guerrera india!!! (Aishwarya Rai, cuya necesidad en la historia aparentemente se limita a ser, además de la coartada romanticoide de turno en una película absolutamente estúpida, el hecho de colar en el elenco una presencia exótica) enviada por el emperador romano de Oriente a echar un cable a los buenos (aunque suponga traicionar para ello a sus superiores). Continuar leyendo «La tienda de los horrores – La última legión»