Diálogos de celuloide: Algunos hombres buenos (A Few Good Men, Rob Reiner, 1992)

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-¡Tú no puedes encajar la verdad! Vivimos en un mundo que tiene muros y esos muros están vigilados por hombres armados. Yo tengo una responsabilidad mayor de la que tú jamás podrás imaginar. Lloras por Santiago y maldices. Tienes ese lujo. Pero la muerte de Santiago salvó vidas y mi existencia, aunque grotesca e incomprensible para ti, salva vidas. En zonas de tu interior de las que no charlas con los amiguetes, tú me quieres en ese muro, me necesitas en ese muro. Nosotros usamos palabras como honor, lealtad, que son la columna vertebral de una vida dedicada a defender algo y no tengo ni el tiempo ni las mínimas ganas de explicarme ante un hombre que se acuesta con la manta de la libertad que yo le proporciono y después cuestiona el modo en que lo hago.

(guion de Aaron Sorkin)

15 comentarios sobre “Diálogos de celuloide: Algunos hombres buenos (A Few Good Men, Rob Reiner, 1992)

  1. Menudo careto el de NIcholson. Si le ponemos a ambos lados de la cara una puerta rota ya tenemos de nuevo al Jack Torrance de “El resplandor”. ¡Qué tío! Se ha estado diciendo que tenía Alzhéimer, pero por lo visto, no es así. Según el viejo Jack no hace películas porque no le dan buenos guiones. Si tiene que esperar a que eso ocurra va bien apañao.

    Ay, los “muros”. Los hay ideológicos y físicos. A los que nos gusta la Historia sabemos que desde tiempos inmemoriales todas las civilizaciones construyeron muros. A veces por el miedo al invasor, otras, para que los de dentro estuvieran más controlados. Lo sé, porque hice la mili y cuando hacía guardia dentro de una garita vigilábamos más lo de dentro que lo de fuera. Los militares nos tenían controlados para que no nos durmiéramos haciendo guardia o haciendo algo que saliera de las normas militares. Allí afuera no pasaba nada. No había nadie. En el horizonte de la vieja Castilla no podía haber ningún tipo de amenaza. Ni tan siquiera la silueta de cierto hidalgo caballero acompañado por una sombra más pequeña y gorda. Pero hoy, amigo mío, ya no es suficiente los muros ideológicos. Estos malditos tiempos que nos ha tocado vivir necesita más, más, más. Donald Trump está obsesionado con el The Wall, pero no el de Pink Floy, sino el más castizo, el más bizarro. No hay que criticarlo solo a él. Él tiene los medios para hacerlo. Así de sencillo. Si todos los faraones, emperadores, reyes, dictadores y presidentes de democracias de tercera del planeta tuvieran una sobrada infraestructura para levantar muros volveríamos de inmediato al medievo. El president Torra amurallando todo el terruño con sus torres-torra, sus soldados y arqueros y esa mierda de “¡Ah, de la casa!” para el que llega, pelín tarde, una vez cerradas sus puertas a la hora europea de irse a cenar a las siete de la tarde.

    -¡Ah, de la casa!

    -¡Quienes sois, forastero! – pregunta el vigía de la fría noche.

    -¡Es una buena pregunta, mi señor! ¡Ando buscándome a mí mismo en este mundo!

    -¿Venís de Waterloo?

    -¡No, mi señor!

    -¿Os gusta el pa amb tomàquet?

    -¡No lo sé, mi señor!

    -¡Marchaos, maldito, si no queréis que os eche a los perros!

    Eso de “usar las palabras con honor” manda güevos, tío. La amistad, las conversaciones, el comunicarse de verdad. No sé si creo ya en todo eso. Nos pasamos la vida dando explicaciones. Insensato el que tiene la ilusión de explicarse. Dice Robert Musil: “Si hay que explicarlo todo, el ser humano jamás cambiará nada”, y, “Poco valioso es lo que necesita ser aprobado” Nietzsche. Ya ves cómo andamos con los presupuestos, las declaraciones de amor, las gilipolleces expuestas en las redes sociales, o la última conversación con el compañero de trabajo.

    -¿Oyó usted?
    -No. Aún no he oído nada. ¿Ha dicho algo?
    -Nada que valga la pena oírse.
    -Tal vez por eso no oí nada.
    -Por eso no he dicho nada.

    Abrazos mil

    1. Sí, yo había oído lo de la enfermedad, pero también que andaba en tratos, comprando guiones y planeando remakes de películas extranjeras como formar de proporcionarse papeles dignos.

      Todos llevamos algo medieval dentro. Ahora se estila más porque estamos retornando a la Edad Oscura, esa que desde que cayó el Imperio romano y hasta que se pusieron de moda los leotardos, rigió en Europa casi medio milenio. Triste panorama el que nos amenaza. Ni la amistad ni la conversación ni la comunicación están de moda. Está de moda el agilipollamiento colectivo.

      Abrazos

  2. He ahí, una vez más, la muestra que con cuatro letras bien escritas un intérprete profesional como el gran Jack se merienda sin pestañear al papanatas figurín de turno.

    Quizás sea esa la razón de que ahora ya no se escriban escenas así, para que las estrellas no queden en el más absoluto ridículo: no lo había pensado, mira.

    Claro que tampoco hay audiencia capaz de atender un parlamento superior a cuatro segundos, tiempo máximo que un interlocutor espera antes de interrumpir, mimetizándose con los intelectuales televisivos, esos que son capaces de intervenir dando sabias definiciones de cualquier materia que se les ponga por delante.

    Tertulianos, creo que les llaman.

    Fíjate, además, en que el gran actor no desprecia la oportunidad a pesar de que su personaje esté diseñado para atraer pocas simpatías (siempre habrá alguno que se alinee totalmente) mientras la estrellita de turno se complace a ofrecer un heroico individuo políticamente correcto, no vaya a ser que su popularidad se resienta. Tampoco ahora tenemos muchos malos que resulten atractivos pese a su maldad, aunque bien es cierto que la costumbre es que al final pringuen de una u otra forma, faltaría más.

    Si tenemos en cuenta la pasta que Jack habrá acumulado y parece ser que bien administrado, maldita la gana de ponerse a trabajar con un director analfabeto basándose en un guión paupérrimo de ideas y calidad. Otros no tienen tantos miramientos y nos están dejando momentos de ¿cine? que dan grima y vergüenza ajena.

    Un abrazo.

    ¡Ah! Y dile a Paco que para pasar esas murallas, lo mejor es llegar a ellas cocidito de ratafía y llevar un par de botas de vino bien llenas del elixir mágico, para invitar…..

    1. Mira que tiendo a pensar que Sorkin está muy sobrevalorado: en esta película, sin ir más lejos, recurre a un cóctel de lugares comunes y propaganda verbal marca de la casa, aunque tiene aciertos parciales interesantes (solía escribir ciego de coca; queda la duda de qué se le debe al estupefaciente y qué no…).

      Cada vez valoro más el silencio, en la pantalla y fuera de ella. Huyo sistemáticamente del ruido: tal vez una música, unos efectos de sonido, un buen diálogo en una buena conversación… Eso me vale, pero la cacharrería en el cine me impulsa hacia el extremo contrario. La paz, la calma. La tranquilidad tiene mala prensa.

      Ese problema de concentración existe, desde luego, y lo que es peor, no solo en la apreciación del arte en general y el cine en particular. Tomarse tiempo, observar, escuchar, absorber… No se lleva. Correr, correr, correr, a todo correr, al siguiente objetivo vital marcado en las redes sociales. Lamentable futuro nos aguarda, no ya muy lejano.

      Los grandes actores siempre prefirieron escenas largas, incluso planos secuencia, para lucirse al tiempo que estructuran, amueblan y crean al personaje, más hacia lo «teatral», aunque luego el montaje y las repeticiones manden. Normalmente, el que es bueno siempre considera un regalo esa posibilidad. Los cortes y el plano/contraplano han hecho un daño irremediable a un buen montón de películas. La última, en mi opinión, Todos lo saben, la de Farhadi.

      Jack… Pues bueno, también ha hecho sus mierdas. A mí me parece tan lógico que haya enfermado como que se haya hartado. De Paco… Díselo tú, que estás más cerca 🙂

      Abrazos

      1. A mi juicio, el viejo Jack es bueno, muy bueno, pero en lo suyo. Si lo sacas de contexto se desmadra, como le ha pasado en muchas de sus películas. Es un actor para un cierto tipo de papel, y en eso nadie le hace sombra. En sus primeros papeles está contenido y la cosa va bien, no sé, por ejemplo, “Mi vida es mi vida”. Luego le vino una avalancha de papeles donde no le hacía falta interpretar. Los directores le decían: “Jack, piensa que alguien está a punto de putearte”, y va Jack y se lo cree y pone esa cara en papeles tan redondos como Chinatown, El resplandor, Alguien voló sobre el nido del cuco, Mejor imposible, Las brujas de Eastwick, el Joker de Batman (histriónico a matar), etc., es el mismo personaje que va saltando de película en película. Cuando lo vemos en filmes románticos no se lo puede creer ni él: Se acabó el pastel, Cuando menos lo esperas… Es como poner a James Cagney, Lee Marvin y Jack Palance juntos en el mismo capítulo de una de esas series de mierda de la Disney Channel.

        Y sí, se ha perdido el secreto, amigo mío. No me gusta llamar al cine mudo “mudo”, porque no lo era. Allí se hablaba, hombre. Lo que pasa es que no se había inventado el sonoro. Los actores movían la boca y nos ponían los diálogos en aquellas pizarras tan bonitas con ribetes muy monos. Entonces, lo que tenía que hablar eran las imágenes. El cine, sobre todo, son imágenes. Y se podían entender muy bien aquellas historias tan complejas, no sé, “Avaricia”, por ejemplo. Hoy, ni los profesores de las escuelas de cine han visto cine silente. De ahí, que hoy todo se tiene que decir gritando a base de cháchara y verborrea. Cuando se inventó el sonoro, vinieron los grandes guionistas con diálogos que ahora se publican en libros a modo de aforismos por su riqueza. ¿Cómo hablan hoy los personajillos en el cine? Con tópicos extraídos de los anuncios navideños televisivos. Redundantes, estúpidos, llenos de latiguillos. Lo que está de moda ahora es decir: “¿En serio?”. Fíjate bien, amigo mío, y ya verás cómo te ríes. O repetir lo mismo que dice el otro. Por ejemplo:

        -Hay que encontrar una gasolinera.

        -Vale. Tenemos que encontrar una gasolinera.

        Y así, todo el rato, mientras te llenas la panza de palomitas recalentadas con un alto contenido en sal.

        Más abrazos miles

      2. Jajajaja. Cierto.

        Jack se ha vuelto un poco histrión; es lo que le piden, y es lo que ha hecho también en sus apariciones públicas. Personaje de sí mismo. A propósito de Schmidt, por ejemplo.

        Hay guiones que son piezas literarias magníficas. Wilder, Mankiewicz, Huston, Ford… Todos metían el cazo en los guiones, aunque generalmente no fueran acreditados por razones sindicales. Gente muy grande. Ninguno de ellos fue a una puñetera escuela de rodar o de escribir películas. Nunca fueron al taller de un tipo o una tipa que da clases porque una vez escribió dos capítulos de una serie que nadie vio o una película que fue directamente al cajón del productor. Vida, calle, experiencia… Esto ya no existe más que en el entorno de sociedad competitiva y bombardeada por la publicidad y las redes que tenemos. ¿Cómo se va a escribir algo decente así?

        Abrazos

  3. A estos que mencionas, amigo Alfredo, tienen miga. Al viejo Huston siempre le recriminaron porque sus guiones se ajustaban demasiado a las novelas en las que se basaban sus películas. No le añadía nada de su propia cosecha. Incluso, en más de una ocasión, se puso en los títulos de crédito como guionista sin haber intervenido en él. Pero se le puede perdonar. Huston en mucho Huston. Incluso Buñuel puso en los títulos de crédito de las películas Nazarín y Tristana en nombre de Benito Pérez Galdón con letras muy pequeñas. Hay quienes aseguran que don Luis sentía algo de envidia por Galdós. Pero también se le puede perdonar. Buñuel es mucho Buñuel. El caso de Ford siempre me ha conmovido. Hacia el final de su carrera era ya consciente de su propio desarraigo y de su condición de exiliado dentro del cine americano. Es posible que se diese también cuenta de que la naturaleza de su obra, qué digo, su gran obra, seguiría siendo tan firme e inmutable como la del Monument Valley; pero eso no le impidió comprender que todo lo que le rodeaba estaba derrumbándose y desapareciendo. Me conmueve ese tono entrañable y familiar que hace que un baile tenga más importancia que una batalla o un duelo. En fin. Mencionas a Joseph L. Mankiewicz. Palabras mayores, sí señor. Lo que tuvo que pasar este hombre con los malditos magnates de la industria. De sus maravillosas producciones hemos salido ganando nosotros, los espectadores, el poder disfrutar de una serie de películas que permanecen en la Historia del Cine como obras de indudable valor, con una perennidad realmente envidiable. Viendo los años de ausencia, no resta más que sentir que un director de la talla de Mankiewicz tuvo que abandonar por los insistentes discursos efectistas y oportunistas de los susodichos magnates, que no supieron reconocer la valía de sus trabajos: imágenes en blanco y negro enriquecedoras, guiones que admiraban en cada una de sus líneas las obras imprescindibles de un Cervantes o un Shakespeare. Está lo suficientemente claro que la formación cultural parecía mantenerse al margen de los ideales de la industria. Y el viejo zorro de Billy. Cada uno tiene a su guionista favorito. Para mí, el guionista más grande de la Historia del Cine es Billy Wilder. Y todo el mundo a callar.

    Perdón por este sermón, amigo mío. ¡Es que no me gustan la palomitas, coño!”.

    Abrazos miles

    1. ¡Leñe! Si los sermones fueran así iría a misa todos los domingos…

      Todos, salvo Mankiewicz, que se lo guisaba y se lo comía, colaboraban con otros, pero la estructura de coescritura en pareja era cosa de Wilder. Siempre con uno o con otro, pero nunca solo, y casi nunca sin rodar nada que no estuviera al menos coescrito por él. Y a pesar de eso, coincido, es el más grande dentro de los (muchos) grandes. Su capacidad para decirlo todo en una frase entrecortada, unas palabras, unos gestos, unas miradas, no tiene igual. Contando con Lemmon y Matthau eso es «fácil», pero lo lograba en casi todo lo que hacía. Bueno, no siempre: ahí está El héroe solitario… Nadie es perfecto.

      Abrazos

  4. El viejo zorro necesitaba de un compañero para teclear en la máquina de escribir porque el pobre era austriaco y no dominaba muy bien el inglés. Y, sobre todo, para los diálogos que es donde hay que saber del idioma (más que un demonio). Ya sabes todo lo que se ha escrito sobre la relación de Billy y Raymond a la hora de elaborar ese prodigio de guion que es “Perdición”. Creo que un día te enseñé en mi casa mi ejemplar. Lo tengo junto al guion de “El apartamento”. Con estos dos guiones no hace falta hacer cursos de guion, ni universidades, ni librillos que te dicen cómo escribirlos y toda esa mandanga. ¿Para qué? Por cierto, de la elaboración del guion de Perdición, hoy se podría realizar una película sobre el tema, o una novela, o un relato, o una obra teatral, o radiofónica, o un cómic, o un videojuego, o una serie, qué sé yo. Lo único que sé es que de estos tipos geniales se puede aprovechar todo. Y eso que en aquellos tiempos las cosas no se hacían con la intención de venderse como “material extra” o el maldito “making off” de los cojones o “versión extendida” de los putos deuvedés. Todo aquel mundo mágico lleno de historias deliciosas ha desaparecido. Hoy, cuando tengo ganas de partirme el culo, cojo cualquier peliculilla y me voy directamente a los comentarios que hacen de la película los actores, las tipas del maquillaje, el productor imberbe, el ayudante del productor imberbe, la mujer del tipo informático que ha realizado los efectos especiales, el perro que sale en la peli, etc. ¿Por dónde iba? ¿Por qué te estoy contando todo esto? Ah, sí, de los directores que son grandes escritores y guionistas que precisan de otro, aunque sea para crear atmósfera. Creo que, en la historia del cine, la pareja de guionista es esencial. ¿Ernest Lehman y Clifford Odets, por ejemplo? Un director solitario elaborando su proyecto solitario, tecleando solitario en su solitaria casa solitariamente solitario no llega a convencerme del todo. Un guion no es una novela. Aquí podríamos mencionar las grandes películas de la Historia del Cine y nos sorprendería que en la mayoría de ellas hay una pareja de guionistas. Incluso el viejo Woody Allen y Marshall Brickman. Sus últimas películas, creo, habrían sido mejores si hubiese estada a su lado Brickman. ¿Tú no lo crees? Y si la pareja de guionistas se lleva a matar, mejor que mejor. Billy fumando como un carretero, caminando de un lado a otro de la pestilente habitación con un bastón y gorra de béisbol. Llamadas telefónicas constantes de mujerzuelas que quieren hablar con el viejo zorro de Billy y el viejo borracho amargado y genial Raymond Chandler, casado con una vieja de vagina seca, está hasta los cojones de Billy. Es que me emociono, tío. De toda esta mierda tan divertida salió “Perdición”.

    Te prometo que ahora me voy de verdad.

    Más abrazos miles

    1. Grandes tipos aquellos, sí… Creo que favorece a la tarea el hecho de que, a fin de cuentas, se está creando un documento de trabajo, esto es, no definitivo. Eso proporciona un colchón, digamos anímico. Le quita trascendencia, lo que se pone en el papel no necesariamente va a llegar así a la pantalla. Si llega. Eso da mucha libertad para pensar y volcar sobre el papel. O daba, porque, si te soy sincero, la mayor parte de las veces no entiendo qué carajo hay tras los guiones de ahora. Mejor dicho, encuentro que tras los guiones de ahora suele no haber otra cosa que vacío. Me fijo en directores supuestamente buenos, provocadores, polémicos. Lanthimos y Gaspar Noé, por ejemplo. Comparo sus historias con, qué sé yo, Primera plana o Simón del desierto, y me digo: «¡cuánto hemos perdido!»

      No te vayas, hombre.

      Abrazos

  5. Cuando la estrenaron a principios de los 90 un servidor se adentraba en la adolescencia, y realmente fue una película que se transformó en una referencia, tanto que llegué a verla varias veces y fue una de las que forjó en algún punto mi gusto por los filmes del sub género “de juicios”. Pasados los años y vuelta a ver, me fui dando cuenta de que Tom Cruise y Jack Nicholson sobreactuaban de lo lindo, tanto como para transformarse en el clímax de la película en actuaciones algo complicadas de ver sin sentir un poquito de verguenza ajena, aunque esta es una característica de gran parte del cine norteamericano desde siempre, tanto que incluso han llegado a premiar actuaciones realmente lindando con el patetismo, como la Blanche DuBois de Vivien Leigh, que más allá de todo no logra arruinar todo lo bueno que tiene Un tranvía llamado deseo. Más allá de todo, debo reconcer que Rob Reiner es un tipo que me cae muy bien, no solo porque ha hecho películas muy buenas como Cuando Harry conoció a Sally, This is Spinal Tap o La princesa prometida, por su labor de actor en El lobo de Wall Street que es muy graciosa, y sobretodo por acojer en su productora a esa maravillosa sitcom que es Seinfeld jjeje.

    Hollywood (y creo que el espectador en general) prefiere a los intérpretes “sobreactuados”, o inlcuso si esos actores alguna vez por casualidad bajan el tono de sus interpretaciones, “la cátedra” sigue prefiriendo sus actuaciones “intensas”. Tipos como DeNiro, Pacino, Hoffman, Nicholson forjaron sus carreras de esa manera, y la industria del cine los ha preferido a ellos por sobre otros actores mucho más interesantes, por lo menos desde mi punto de vista y para nombrar alguno de la misma época, como Gene Hackman o Harvey Keitel.

    Algún día habría que ver -entre otras cosas- hasta qué punto el método Stanislavski le hizo bien al mundo del cine, tanto que grandes actores como Laurence Olivier, le sugiriera a Dustin Hoffman que simplemente intentara actuar en Maratón de la muerte, cuando Hoffman le contaba de sus obsesiones y sacrificios físicos para intentar hacer más realista a su personaje.

    Más allá de las costuras grandes que se le ven a Cuestión de honor (así se conoció acá en Uruguay), es una película por la que sigo sintiendo cierto cariño a pesar de todo (quizás por esa cosa de que hay gustos que te quedan marcados desde chico), aunque no puedo dejar de reconocer y estar de acuerdo en que Sorkin probablemente esté sobrevalorado, incluso en un guión que parece adaptarse más al teatro que al cine.

    1. Bueno, como película «de juicios» es más bien flojita, no es representativa del género. El gran problema de la película, para mí, del guion de Sorkin (como casi siempre) es su abuso de los clichés y de los lugares comunes. Ahí veo donde la sobreactuación que apuntas se destapa. Con un texto flojo, o malo, el actor siente probablemente la necesidad de intentar hacer creíble lo que por sí mismo no lo es. Habría que analizar a esos actores y esas interpretaciones que mencionas por separado, porque cada una tiene sus matices y sus circunstancias, no veo acertado hacer bolsa común o criticar o defender un método concreto por sí mismo. A veces resulta ajustado y bien ejecutado, y a veces no.

      Entrando en más detalle, el personaje de Cruise es lamentable; un rebelde «de diseño», un falso rebelde, en realidad, cuyo único papel en la película es servir de vehículo a un mensaje propagandístico de mucho contenido político. La desorientación ideológica posterior a la caída del muro de Berlín provocó exabruptos y mejunges como este.

  6. Es cierto que no es atinado meter en una bolsa a todos, quizás esa «tirria» me venga por ver a algunos de los representantes más conspicuos del Actor’s Studio y el prestigio que tiene entre los actores norteamericanos, no recuerdo en qué película era pero al mencionar a ese lugar, uno de los intérpretes decía algo así como que era la mejor escuela de actuación del mundo. Muy interesante lo último que mencionás en cuanto al trasfondo ideológico que puede haber. Lo que sí me gustaría destacar es que a pesar del trazo grueso que usa, Sorkin acierta cuando tratar de pintar al mundo de los militares con esa característica intransigencia, impunidad y soberbia exacerbadas que muchas veces domina al mundo de los militares, al cual en algún momento de mi vida me tocó pertenecer.

    1. Bueno, no hay escuelas buenas ni malas, sino intérpretes buenos y malos. Me da igual de dónde procedan si proporcionan un buen trabajo y un disfrute.

      En cuanto al trasfondo… Bueno, me parece algo más que trasfondo. Es más bien el vehículo predominante en la película. Todo es ideología, desde el minuto uno a los créditos finales. En cualquier caso, como cine antimilitarista, también elegiría otras muestras menos complacientes y volcadas en el cliché.

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