Diálogos de celuloide: Trumbo (Jay Roach, 2015)

-Papá, ¿eres comunista?
-Lo soy.
-¿Eso es ilegal?
-No lo es.
-La señora del sombrero grande dijo que eres un radical peligroso. ¿Lo eres?
-¿Radical? Tal vez… ¿Peligroso? Solo para los que me tiran refrescos a la cara… Amo a nuestro país y tenemos un buen gobierno. Pero lo bueno puede mejorar ¿no crees?
-¿Mamá es una comunista?
-No.
-¿Y yo?
-Vamos a hacerte la prueba oficial. Mamá te hace tu comida preferida…
-Sándwich de jamón y queso.
-Sándwich de jamón y queso. Y en el colegio ves a alguien que no tiene comida. ¿Qué haces?
-Compartir.
-¿Compartir…? ¿No le dices que se busque un trabajo?
-No.
.Ah, ya… Les ofreces un préstamo al 6%, muy lista…
-¡Papá!
-Ah, entonces los ignoras.
-No.
-Vaya, vaya… Pequeña roja…

Trumbo (Jay Roach, 2015). Guion de John McNamara.

Cine de papel: Historias de Nueva York (Enric González, 2006)

«La publicidad del Empire State siempre recuerda las célebres escenas de King Kong encaramado en la cúspide y las casi cien películas en las que, de una forma u otra, el edificio constituye un elemento central. Pero lo más divertido que han visto los neoyorquinos en el Empire State no sale en los folletos, pese a ser relativamente reciente.

Ocurrió en 1983, al cumplirse medio siglo de King Kong. Un californiano llamado Robert Keith Vicino, especializado en la fabricación de grandes artefactos hinchables, ofreció a los administradores del rascacielos un King Kong de plástico de 40 metros de altura: iba a costarle 100.000 dólares construirlo, pero los ponía de su bolsillo a cambio de salir en televisión. A los del Empire State, dijo, sólo les correspondía instalarlo en el tramo más alto. Genial. El gigantesco muñeco iba a permanecer 10 días instalado en la cúspide, tiempo suficiente para que la imagen diera la vuelta al mundo y reavivara la leyenda del edificio.

El 7 de abril, fecha inaugural del golpe publicitario, King Kong colgaba fláccido: se le habían rasgado los sobacos y no había forma de hincharlo. Se mecía con el viento, eso sí, y en cada vaivén rompía unas cuantas ventanas. Los principales propietarios del Empire State, Harry y Leona Helmsey (él, magnate hotelero; ella, ex camarera, inminente viuda multimillonaria y persona de célebre perfidia), habían alquilado unas avionetas para dar más realismo a la recreación y no era cosa de dejarlas en tierra, así que varios aeroplanos estuvieron un rato girando en torno a la punta del rascacielos, de la que colgaba un bulto oscuro que se balanceaba de forma penosa. Reparar las brechas de King Kong llevó ocho días y 650.000 dólares, mucho más de lo que costó la película. Por fin, el 14 de abril, la bestia se hinchó y por un momento dio el pego. Hasta que el viento volvió a rasgarla. La fiera de plástico recuperó la condición de guiñapo, y en tal condición fue descolgada y olvidada».

Música para una banda sonora vital: Atrapado por su pasado (Carlito’s way, Brian de Palma, 1993)

Además de un buen montón de clásicos discotequeros de los setenta y algún que otro fragmento de piezas clásicas, en Atrapado por su pasado (Carlito’s way, Brian de Palma, 1993) destaca la partitura compuesta por Patrick Doyle, que incluye este Remember me, elegíaco tema central ligado a la figura de Carlito Brigante (Al Pacino), el protagonista. Uno de los mejores títulos de su director.

Mis escenas favoritas: Los profesionales (The professionals, Richard Brooks, 1966)

Este maravilloso western de Richard Brooks es fuente inagotable de diálogos y secuencias memorables. Una película donde volver una y otra vez en compañía de la enérgica partitura de Maurice Jarre, de la presencia carismática de tipos fenomenales como Lee Marvin, Burt Lancaster, Robert Ryan, Woody Strode o Jack Palance, además de la belleza indómita y salvaje de Claudia Cardinale. Diálogos secos, escuetos, cortantes, que expresan mucho más de lo que dicen. Que entre líneas dicen todo lo que los personajes nunca se dirían.

Falsas apariencias (del libro 39estaciones, Eclipsados, 2011)

Falsas apariencias

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Al público no hay que dárselo todo masticado como si fuera tonto. A diferencia de otros directores que dicen que dos y dos son cuatro, Lubitsch dice dos y dos… y eso es todo. El público saca sus propias conclusiones.

Billy Wilder

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Quizá fuera el sargento J.J. Sefton el personaje masculino preferido por Billy Wilder de entre todos los que creó para el Séptimo Arte, con permiso, por supuesto, de C.C. Baxter, aunque bien pueden ser considerados parientes no precisamente lejanos, sin que las siglas tengan que ver en ello: los dos comparten una amoralidad superficial bajo la que ocultan una personalidad muy distinta. De eso precisamente trata el cine de Billy Wilder, de las apariencias y de la hipocresía. En sus películas todo el mundo finge o desea ser otra cosa, se disfraza, a veces en sentido literal, ya sea para hacer el mal, ya para protegerse de un mundo cínico y hostil. Por ello, Sefton, Baxter, el Walter Neff y la Phyllis Dietrichson de Perdición (Double indemnity, 1944), el Don Birnam de Días sin huella (The lost weekend, 1945), el trío protagonista de Sabrina (1954), la bella Ariane (1957), el Nestor Patou de Irma la dulce (Irma la douce, 1963), la prostituta Polly de Bésame, tonto (Kiss me, stupid, 1964), la extraña pareja de Aquí un amigo (Buddy, Buddy, 1981), incluso el Sherlock Holmes de Robert Stephens y en general todos los personajes relevantes escritos por Billy Wilder junto a Charles Brackett, Raymond Chandler, I.A.L. Diamond o cualquier otro colaborador no son sino caras distintas de un mismo personaje extraído directamente de la vida y de la natural tendencia de los seres humanos a aparentar, por capricho, vicio o necesidad, lo que no son. Quizá la única excepción sea Charles Tatum en El gran carnaval (Ace in the hole, 1951): engaña y manipula a cuantos se encuentran a su alrededor, pero no oculta su naturaleza vil, mezquina, ambiciosa, cruel y despreciable. Quizá por ello, aunque sea considerada hoy como la más brillante y ácida (por vigente) reflexión acerca del periodismo sensacionalista y de la irracionalidad de las masas sedientas de carnaza volcadas hoy en la televisión, la cinta no triunfó en su tiempo. El público reconocía –y se reconocía en- el egoísmo y la ruindad de Kirk Douglas; lo que no entendía era que no lo camuflara, que no simulara ser alguien respetable, digno y decente como en teoría son los “caballeros de la prensa”. Wilder y su circunstancial coguionista del momento, Edwin Blum, fueron muy conscientes del problema al diseñar al sargento Sefton, principal puntal de su siguiente película, Stalag 17 (1953), horriblemente titulada en España Traidor en el infierno, y evitaron caer en el mismo error.

Sefton –interpretado por William Holden, premiado con un Óscar por su interpretación, imprevisible éxito de un actor rescatado años atrás por Wilder para dar vida al advenedizo Joe Gillis de esa obra maestra sobre apariencias e hipocresías llamada El crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard, 1950) cuando estaba a punto de tirar la toalla en su propósito de dedicarse a la actuación- es uno de los aviadores americanos retenidos en un campo de prisioneros alemán durante el último año de la Segunda Guerra Mundial. Aunque la película en sí –como ocurre con otra cinta de Wilder ambientada en el conflicto igualmente construida sobre simulaciones, Cinco tumbas a El Cairo (Five graves to Cairo, 1943), que dibuja con cuatro decenios de antelación una parte importante de los esquemas de Indiana Jones- parece avanzar los elementos de lo que más tarde serán La gran evasión (The great escape, John Sturges, 1962) y la teleserie Los héroes de Hogan (Hogan’s heroes, 1965), Sefton es más bien la fuente de inspiración directa de otro personaje de Holden, Shears, el americano internado en el campo de trabajo japonés de El puente sobre el río Kwai (The brige on the river Kwai, David Lean, 1957), cínico, egoísta, desencantado, ajeno a toda noción de patriotismo, sin vocación alguna de héroe y muy lejos de cumplir la menor de sus obligaciones como soldado exceptuando la única que le interesa: sobrevivir en las mejores condiciones posibles hasta que llegue el fin de la guerra. En consecuencia, Sefton se ha buscado la vida para labrarse una posición relativamente cómoda dentro del campo, comercia tanto con los guardianes alemanes como con sus compañeros prisioneros, hace de corredor de apuestas, organiza partidas de cartas, incluso destila licor de mondas de patata para organizar un bar y consigue un catalejo con el que poder cobrar por cada mirada a las duchas del barracón del campo femenino. Sefton bien podría constituirse en ejemplo de cómo el capitalismo es capaz de abrirse paso en cualquier situación sin necesidad de mutar sus valores. La moneda de cambio en la que cobra sus servicios a sus compañeros prisioneros, los cigarrillos, es el precio que paga a los alemanes por los productos que le consiguen, huevos, chocolate, cigarros puros e incluso alguna que otra visita al barracón de las prisioneras rusas. Sus preciadas ganancias, los múltiples cartones de cigarrillos que posee, varias botellas de vino, algunas joyas, varios pares de medias de seda, incluso relojes y cámaras fotográficas entre muchas otras cosas, las guarda en un arcón al que sólo tienen acceso él o su asistente, Cookie (Gil Stratton), la voz en off que relata la historia contada a modo de flashback. Continuar leyendo «Falsas apariencias (del libro 39estaciones, Eclipsados, 2011)»

Mis escenas favoritas: El sur (Víctor Erice, 1983)

El mes de las comuniones, también en el cine… Magnífica película de Víctor Erice, aunque inacabada por aquello de los problemas de financiación y los desencuentros artísticos. Con todo, obra mayor del cine español.

Más, dentro de dos días…

Gozosa anarquía: El conflicto de los Marx (Animal crackers, Victor Heerman, 1930)

La segunda película de los hermanos Marx define ya a la perfección la pureza de su estilo: libertad absoluta, anarquía total. Contratados por la Paramount tras sus éxitos en Broadway, alternando sus actuaciones en las tablas neoyorquinas con la filmación de secuencias en Astoria, sucursal en la Costa Este del estudio de Adolph Zukor, fue durante estos años cuando los famosos hermanos encontraron y perfilaron su registro cinematográfico, la comedia situacional. Huyendo de los argumentos construidos sobre la convención del principio, nudo y desenlace, sus películas durante este periodo poseen una línea dramática mínima que se sustenta en un planteamiento básico, introducir a los hermanos en un entorno determinado (un hotel, la universidad, la alta sociedad, etc.) y dejarlos interactuar a su aire con los personajes secundarios, estos sí definidos de manera convencional, para que terminen por volverlos locos y lograr así el efecto humorístico deseado. Esta fórmula, que alcanzó su mejor momento en este título antes de eclosionar en esa obra maestra que es Sopa de ganso (Duck soup, Leo McCarey, 1933), última de sus películas para la Paramount debido a absurdas desavenencias que los hermanos lamentarían posteriormente no haber resuelto, se diluyó con su paso a la MGM de Louis B. Mayer e Irving Thalberg (gracias a la amistad íntima de Chico Marx con este último) y la reelaboración de sus películas como comedias de personajes, débiles tramas amorosas de melosa pareja protagonista en las que los Marx ofician de celestinos y benefactores de los babosetes enamorados, pese a lo cual su serie de títulos para la Metro contiene algunos de sus momentos más memorables.

De ellos atesora un buen puñado esta película de 1930: canciones (Hello, I must be going!), personajes (el capitán Spaulding que interpreta Groucho, la inolvidable señora Rittenhouse de Margaret Dumont), diálogos («es usted la mujer más bella que he visto en mi vida… lo cual no dice mucho en mi favor»), situaciones (la narración que hace el capitán de sus viajes por África, la desternillante partida de cartas, la carta que el capitán dicta a su secretario, al que da vida Zeppo Marx, el descubrimiento por Chico y Harpo de la verdadera identidad del afamado crítico de arte Roscoe Chandler: Abby ‘el pescadero’…) y caos, mucho caos (que Harpo, por ejemplo, termine calzando los tacones de su compañera de juego, o que la baraja no parezca contener otra cosa que ases de pic). Curiosamente, cuando se pretende que la película transcurra por cauces narrativos más contenidos y canónicos (todo lo que rodea el misterio del robo del cuadro) es cuando decae, y necesita que los hermanos se suelten la melena para que la historia recobre el tono y remonte en el consabido y esperado final armonioso. Y es que el absurdo y el humor surrealista, fuera de la comedia tradicional de gags y diálogos, son el mejor terreno para un humor que en sí mismo constituye una revolución irreverente.

Porque la comicidad de los Marx, más que en las ironías, las carcajadas y las payasadas, descansa en la subversión. Una subversión, además, que escapa a todo control convencional, a toda noción de lo conveniente o de lo políticamente correcto, al encasillamiento de cualquier valor «cultural». Continuar leyendo «Gozosa anarquía: El conflicto de los Marx (Animal crackers, Victor Heerman, 1930)»

Música para una banda sonora vital: Mulholland Drive (David Lynch, 2001)

Sobrecogedora interpretación a capela de una versión en español de Crying, clásico de Roy Orbison y John Melson de 1961, titulada Llorando, a cargo de la californiana Rebekah del Rio para una de las impactantes y perturbadoras secuencias oníricas de Mulholland Drive (2001), la genial y fascinante (y confusa) película de David Lynch. Sobran más palabras.