Diálogos de celuloide – Ida (Pawel Pawlikowski, 2013)

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WANDA: Así que eres una monja judía.
ANNA: ¿Quién?
W: Eres judía. ¿Nunca te lo dijeron? Tu verdadero nombre es Ida Lebenstein. Eres hija de Haim Lebenstein y Rózy Herc. Naciste en Piaski, cerca de Lomza. ¿Tienes que llevar todo el tiempo este tocado? Eres pelirroja, ¿verdad?
A: (asiente con la cabeza) ¿Tenía un hermano?
W: No, eras  hija única.
A: Iré a Piaski mañana. Quiero visitar sus tumbas.
W: No tienen tumbas. Ni ellos ni ningún otro judío. Nadie sabe dónde están sus cuerpos. Tal vez estén en el bosque, o en el lago. Preguntaré en los alrededores. ¿Qué pasa si vas allí y descubres que no hay Dios? Dios está en todas partes, ya sé.

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W: ¿Tienes pensamientos pecaminosos a veces?
A: Sí.
W: ¿Sobre amor carnal?
A: No.
W: Qué pena. Deberías probar. ¿Qué clase de sacrificio serían si no esos votos que vas a tomar?

Ida. Pawel Pawlikowski (2013).

Rashomon (Akira Kurosawa, 1950) en el Oeste: Cuatro confesiones (The outrage, Martin Ritt, 1964)

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Cuatro confesiones (The outrage, Martin Ritt, 1964) completa el panorama de traslaciones al western de las epopeyas samuráis de Akira Kurosawa, junto a las célebres adaptaciones de John Sturges, Los siete magníficos (The magnificent seven, 1960), y Sergio Leone, Por un puñado de dólares (Per un pugno di dollari, 1964). Si en la primera se traducía Los siete samuráis (Shichinin no samurai, 1954) y en la segunda Yojimbo (1961), Martin Ritt traslada al Oeste Rashomon (1950), la obra maestra que abrió Occidente al cine japonés. El resultado, aunque no alcanza las cotas de la obra original, es un curioso y recomendable western psicológico-fantástico que destaca por su importante reparto: Paul Newman, Claire Bloom, Laurence Harvey, Edward G. Robinson, Howard da Silva, William Shatner o Paul Fix, entre otros.

En una noche de lluvia torrencial, tres personajes van a coincidir en un abandonado apeadero del ferrocarril: un predicador (William Shatner), un vendedor ambulante de remedios milagrosos que no pasa de ser un simple estafador (Edward G. Robinson), y un solitario buscador de oro (Howard da Silva). Los tres pasan el tiempo comentando el juicio celebrado el día anterior en un pueblo cercano contra el célebre bandido mexicano Juan Carrasco (Paul Newman), acusado la muerte de un viajero, un antiguo coronel sudista (Laurence Harvey), y de la violación de su esposa (Claire Bloom). Como sucede en la cinta original, los distintos testimonios de los involucrados, el bandido Carrasco y la esposa ultrajada, no son solamente contradictorios, sino exculpatorios entre sí. Algo de lo más extraño, puesto que se presupone que la mujer violada debería acusar a su violador y al asesino de su esposo, además de que el bandido debería negar la comisión de su crimen, en vez de reconocerla y relatarla con todo lujo de detalles. Testimonios adicionales, el del esposo muerto, conocido (lo mismo que en la obra de Kurosawa) de la mano de un médium, en este caso un hechicero indio que dice haber hablado con el difunto durante su agonía y haber oído de sus labios su versión de los hechos (se siembra la duda en cuanto a qué parte ha oído realmente y qué parte inventa en su estado de trance), y el del minero, que se sincera con sus compañeros nocturnos aunque calló ante el tribunal, ahondan en la disensión y libran de culpa a quienes sus respectivos puntos de vista deberían condenar. Así, lo mismo que en la película de Kurosawa, esos cuatro testimonios no son únicamente opuestos en sentido e intención, sino, a priori, divergentes de los intereses presupuestos a cada personaje, poniendo de manifiesto la imposibilidad de llegar a una verdad indudable. Y, lo mismo que en la cinta japonesa, existe un anticlimático epílogo en que los tres confidentes encuentran un bebé abandonado, hecho que termina de dibujar la auténtica personalidad del trío y de reflejar su posicionamiento ante los distintos puntos de vista narrados sobre los hechos.

Aceptando, por tanto, como punto de partida la fidelidad a la obra de Kurosawa, el verdadero interés de la película de Ritt reside en la traslación de su atmósfera y su época a los cánones y tipos del western, y también en lo que el tema de la cinta, la fragilidad del concepto de verdad y los mecanismos por los que se construyen los puntos de vista particulares, puede influir en ellos hasta matizarlos o desvirtuarlos. Ritt escoge una puesta en escena aproximada a la de Kurosawa, un espeso bosque que linda con un vigoroso río cuyo cauce transita entre los árboles y las paredes rocosas. En este escenario observamos sucesivamente cómo el bandido mexicano, según las diferentes versiones del relato de su asalto, violación y asesinato, pasa de ser un canónico forajido sin escrúpulos a un hombre con cierto código de honor, y de ahí a un ser vulnerable y desgraciado y a una víctima de las circunstancias. Por otro lado, el honorable hombre del Sur, el caballero desplazado por la derrota en la guerra, se destapa en cada narración como la víctima inocente, el esposo vengativo o un ser poseído por el más iracundo resentimiento que cae abatido por el azar. Por último, la inocente esposa ultrajada va mutando en cada cuento para convertirse en la interesada víctima que, en primer lugar, intenta salvarse a toda costa, incluso sacrificando a un marido al que parece no querer tanto, para posteriormente sacar provecho de la situación, y finalmente revelarse como una manipuladora mujer de turbio pasado que pretende librarse de su marido. De este modo, Ritt, como Kurosawa, retrata el poliédrico concepto de verdad, refleja la sinuosa frontera entre realidad y ficción, entre invención y memoria, entre testimonio y fabulación. Continuar leyendo «Rashomon (Akira Kurosawa, 1950) en el Oeste: Cuatro confesiones (The outrage, Martin Ritt, 1964)»

Diálogos de celuloide – Reality bites (Ben Stiller, 1994)

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LELAINA: Sabes, acabo de darme cuenta de cuál es tu problema, Troy: sufres el síndrome panfilosófico (…).

TROY: No estoy destinado a hacer del mundo algo mejor.

LELAINA: Entonces, ¿para qué sirves? (…)

TROY: Mis padres se divorciaron cuando yo tenía cinco años solamente. Después veía a mi padre tres veces al año (…). Me di cuenta de que la vida no tenía sentido. La vida es una lotería en la que te puede tocar vivir una tragedia absurda o escaparte por lo pelos. Así que para mí solo cuentan los detalles como una hamburguesa de medio quilo con queso o el cielo diez minutos antes de que se ponga a llover. O el momento en que una carcajada hace que se te quiebre la voz.

Reality bites (Ben Stiller, 1994).

 

Segundas oportunidades: Calle River 99 (99 River Street, Phil Karlson, 1953)

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Ernie Driscoll (John Payne) estuvo a punto de lograrlo: el día del combate por el campeonato del mundo tiene al vigente campeón contra las cuerdas y roza la gloria del boxeo cuando le hace besar la lona. No obstante, su adversario se recupera y Ernie, en un mal golpe, recibe un daño tremendo en un ojo que obliga a los árbitros a suspender la pelea y a darle por vencido. A las puertas del triunfo, una vez más el cine negro nos cuenta la historia de un derrotado que busca la revancha.

Años después, Ernie contempla nostálgico y rabioso los pases televisivos de su incompleta gesta mientras su resentida esposa Pauline (Peggie Castle) le recrimina descaradamente su fracaso y el consiguiente abandono de la profesión, un paso atrás que a él le ha confinado en un empleo de taxista en la compañía que fundó su antiguo entrenador (Frank Faylen), y a ella como dependienta de una floristería. Pero si algo tiene además el cine negro, es que complica y retuerce la historia de sus protagonistas hasta volverla una ratonera: Pauline, en sus ansias de prosperidad a toda costa, se ha asociado con su amante, Rawlings (Brad Dexter), en el robo de una importante cantidad de diamantes para un mafioso local, un tipo que una vez consumado el atraco, enterado de que ha habido muertes y receloso de encontrarse con una socia que desconocía tener, se niega a continuar con el trato. Paralelamente Ernie, tras el descubrimiento de la infidelidad de su esposa, se ve involucrado en un extraño asunto: su amiga Linda (Evelyn Keyes, la que fuera mujer de John Huston), actriz eterna aspirante a trabajar en Broadway, asegura haber sido asaltada por el productor de su obra y, en un arrebato, haberle golpeado con un atizador hasta matarlo. Ernie termina por encontrarse repartiendo unos cuantos puñetazos y denunciado por agresión ante la policía. Cuando Rawlings entiende que necesita deshacerse de Pauline para conseguir el botín de la venta de los diamantes, encuentra en el violento Ernie el chivo expiatorio que necesita, y elabora una triquiñuela para presentar a Ernie como culpable mientras él ultima su huida en barco desde el puerto de Jersey.

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Como es habitual del cine clásico en general, y del ciclo negro en particular, el director Phil Karlson construye en 1953 esta historia que aglutina todos los elementos del género (la culpa, la redención, la venganza, el destino torcido, la mujer fatal, los ambientes hostiles, boxeadores, policías, ladrones, matones, antros y dinero que cambia de manos) en un prodigio de concisión narrativa (84 minutos de metraje) envuelto en las señas estilísticas propias del film noir (juegos de luces y sombras, claroscuros, atmósferas opresivas, ritmo endiablado, cóctel de erotismo y violencia). Continuar leyendo «Segundas oportunidades: Calle River 99 (99 River Street, Phil Karlson, 1953)»

Cine en fotos – La jauría humana (The chase, Arthur Penn, 1966)

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La jauría humana es la mejor película de la historia y punto. Y Marlon Brando es el mejor actor del mundo, no necesita hacerse el farute para ser el protagonista. Brando es el sheriff de la ciudad, el que reparte justicia entre los negros y los pobres, el que defiendo a los que la ley no protege.

Viste la película a solas con tu madre. Tu padre se va a la cama temprano, se levanta a las cuatro y media de la mañana para trabajar. Tu madre y tú veis la tele por las noches con el sonido muy, muy bajito. A veces no oyes lo que dicen los actores, no hace falta, con sus gestos es suficiente. Estás contento porque este curso tu madre te deja ver más películas. De vaqueros y de guerra, y de Marlon Brando.

La jauría humana es brutal. Tu madre pasó por alto el rombo que pusieron en la tele. Un rombo significa prohibido para menores de catorce años. Dos rombos significa prohibido para menores de dieciocho años. Hay mucha violencia en la película pero sobre todo te impresionó la escena en la que Brando acaba hecho un eccehomo.

 

Pensaste que tu madre  te mandaría a la cama, pero lo pasó por alto. Sintió lo mismo que tú: se quedó sorprendida, paralizada. Deformaste la almohada del sofá de tanto estrujarla. Te mordiste las uñas. Todo pasó muy rápido y muy lento a la vez. Los matones le zurraron a Brando como nunca antes habías visto en el cine. Tu madre bajó el volumen de la tele, los golpes retumbaban en el comedor como si sucedieran allí mismo.

Cuando terminó la escena, estabas llorando. No llores, cariño, dijo tu madre. Es imposible que Marlon Brando se muera, dijo acariciándote las lágrimas que se deslizaban por tus mejillas. El protagonista tiene que seguir vivo hasta el final. Si muriese, la película tendría que acabarse aquí mismo, y eso es imposible, dijo. Te quedaste mirando a tu madre. Tenía razón. Marlon Brando se recuperaría de sus heridas.

La jauría humana (The chase, Arthur Penn, 1966) en Campo rojo (Ángel Gracia, 2015, Editorial Candaya).

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Diálogos de celuloide – Io, Don Giovanni (Carlos Saura, 2009)

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CASANOVA: ¿Por qué por una vez no renunciar a este insulso viaje al infierno y viajar al paraíso?, ¿eh? Una meta salvaría su alma. El justo precio para aquel que hasta el final ha sido esclavo de los placeres terrenales. ¡Dejadle salvar su alma!

LORENZO DA PONTE: No. Don Giovanni asume su responsabilidad. De otro modo sería un hipócrita. Vos mismo lo predicabais: «un instante de vida terrenal vale más que toda la eternidad».

CASANOVA: ¿Yo he dicho eso?…, bueno, no importa. ¿Por qué entregarle al fuego eterno? ¿Tal vez porque me reconocéis en él y queréis condenarme?

DA PONTE: No, Giacomo, soy yo quien me reconozco en Don Giovanni.

CASANOVA: De ser así, su caída sería también la vuestra.

DA PONTE: Solo de una parte de mi vida, esa parte de la que quiero liberarme.

Io, Don Giovanni (Carlos Saura, 2o09).

 

Cine de papel: El artista (Joaquín Carbonell, Voces del Mercado, 2015)

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La España de los 60, Viridiana, el festival de Cannes, el Bajo Aragón, Paco Rabal, las cuencas mineras turolenses, el desarrollismo económico, Fernando Fernán-Gómez, el boom turístico, la España sumergida, la represión franquista, la libertad empieza en los Pirineos, la ruta del tambor y del bombo, Pere Portabella, la rebelión estudiantil, Lucía Bosé y los hermanos Dominguín, los sótanos de la Dirección General de Seguridad, Pasapoga, la censura, Jorge Semprún, el mejor aceite de oliva del mundo (de Teruel, por supuesto), Fernando Rey, Calanda, pensiones de sopa y cocido, los cines de la Gran Vía madrileña, Fraga Iribarne, relaxing cup of café con leche in Plaza Mayor, Luis Buñuel, la tauromaquia, el vodevil y la revista, el landismo, 50 sombras de Antuán, los autocines, Ava Gardner, los grises, los tecnócratas del Opus Dei, los cines de pueblo, Franco, Muñoz Suay, el coche de línea, Silvia Pinal, Zaragoza, Gustavo Alatriste, Chicote, la UNINCI, el partido comunista, Girón de Velasco, la Dirección General de Cinematografía, latas y rollos de película…

El fresco de una España que lucha por nacer y otra que se resiste a morir (el eterno conflicto de este país) mientras Luis Buñuel rueda Viridiana, es la última novela del escritor, periodista, cantautor, poeta, y lo que se tercie, Joaquín Carbonell.

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Un clásico ejemplar: El beso de la muerte (Kiss of death, Henry Hathaway, 1947)

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Es obligado referirse en el comienzo de todo comentario sobre esta efectiva intriga negra dirigida por Henry Hathaway en 1947 a la espectacular interpretación que Richard Widmark hace de Tommy Udo, el psicópata asesino por encargo cuya magistral encarnación le valió una nominación al Óscar en su debut cinematográfico. El perfil interpretativo de Widmark es uno de esos personajes fundacionales que marcan la historia del cine: el asesino desequilibrado, desalmado, sanguinario, la más perfecta traslación al cine negro del criminal sádico, emulada millones de veces en películas de toda procedencia, estilo y calidad. Su histrionismo, su histerismo, su risita nerviosa cuando se ve ante la perspectiva de acabar con una vida o de provocar sufrimiento (solo apreciable en su justa medida si se disfruta la película en VOS) vale mil visionados y alimenta incontables imitaciones, guiños, tics, «inspiraciones» y «homenajes» en las décadas posteriores. Widmark se doctora en el mismo momento de su bautismo.

Pero la película es mucho más que la excelente y sobrecogedora aparición de Widmark-Tommy Udo. Concebida como producto de estudio (en este caso, la 20th Century Fox de Darryl F. Zanuck), la película es el prototipo de producto cinematográfico de los años 40, a medio camino entre el realismo imperante en la segunda mitad de la década (las cámaras salen a la calle, ruedan en aceras, escaparates, plazas y avenidas, penetran en los edificios, se internan en los callejones o pasean por los parques) y la construcción casi artesanal de decorados y argumento en tenso enfrentamiento directo y constante con la oficina del Código de Producción de Joseph Breen, es decir, con la censura. Escrita por un equipo de guionistas de primera clase, nada menos que Ben Hecht y el especialista en diálogos Charles Lederer con escenas adicionales terminadas por Philip Dunne, la película se basa en una historia de Eleazar Lipsky, jurista y escritor de origen judío con gran experiencia en los ambientes judiciales, policiales y políticos de Nueva York, que volcó sus experiencias en la historia de Nick Bianco (Victor Mature), un criminal de circunstancias que, arrepentido pero íntegro, se convierte en un soplón solamente cuando la vida de sus hijas pequeñas se ve amenazada.

Nick, junto a otros dos matones, atraca una joyería exclusiva situada en el piso 24 de un rascacielos. En la huida, herido por la policía, es capturado y, después de negarse ante el fiscal (Brian Donlevy) a delatar a sus compinches, es confinado en el penal de Sing Sing junto a Tommy Udo, un gañán encerrado por delitos violentos. Allí tiene conocimiento del suicidio de su esposa y del desamparo de sus hijas pequeñas, internadas en un orfanato. Es por eso que Nick cambia de idea y se apresta a hacer un trato con el fiscal para la delación de sus camaradas, a fin de obtener una libertad condicional que le permita hacerse cargo de sus hijas junto a Nettie (Coleen Gray), la joven que las cuidaba y de la que se ha enamorado. Nick delata a Pete Rizzo, que por lo visto mantenía una relación con su esposa, para que la policía pueda tirar del hilo y llegar a los demás. Pero sus compañeros de atraco no van a permanecer impasibles, y recurren precisamente a Udo para que acabe con Rizzo (de paso, lanza con gran placer a su madre, inmovilizada en una silla de ruedas, por las escaleras de casa en una secuencia que la censura luchó por suprimir y solo la convicción de Zanuck logró salvar) antes de liquidar a Bianco, que verá en prestar testimonio contra Udo la única manera de proteger a su familia.

El proyecto siempre se vio condicionado por la presión censora. Rechazado el primer guión porque se entendía que presentaba a unas fuerzas del orden incapaces de resolver un crimen sin el concurso de soplones y confidentes, la película navega continuamente entre el hecho criminal y la investigación policial y cierto comedimiento en la presentación del papel policial y judicial, así como un punto complaciente en las implicaciones sentimentales y sexuales de la trama. Así, Bianco solo se enamora de Nettie cuando se esposa se ha suicidado, pese a que Nettie cuidaba a sus hijas desde hacía mucho tiempo; por otro lado, la relación adúltera entre la esposa y Rizzo fue eliminada del montaje final (de estos personajes se habla con frecuencia, pero nunca aparecen), y el suicidio, uno de los peores pecados para el cine clásico, es aludido sin más, y las referencias a él y a la esposa desaparecen milagrosamente de la trama. Por otro lado, el fiscal que interpreta magníficamente Donlevy se erige en una figura comprensiva, paternalista, proclive a dar consejos de índole constructiva y humanista, partidario más de la rehabilitación y de la impartición de justicia que de la venganza violenta o el encono carcelario. Por otro lado, el papel del policía expeditivo y desprovisto de sentimientos, el sargento Cullen (Karl Malden), queda desdibujado, reducido, casi casi obviado. Igualmente, el personaje de Bianco queda mediatizado por el clima vivido en aquella segunda mitad de los 40 en torno a la caza de brujas de Joseph McCarthy, el fenómeno de la delación y la búsqueda por algunos de justas causas para entregarse a ella: Bianco, un tipo que se niega a «cantar» ante el fiscal por lealtad a sus compañeros a pesar de la pena de 20 años de cárcel (y, por tanto, sin ver a sus hijas) que se cierne sobre él, se convierte en delator por una justa causa, es decir, cuando la situación de sus hijas se vuelve precaria y sus antiguos cómplices amenazan su vida y la de los suyos. Continuar leyendo «Un clásico ejemplar: El beso de la muerte (Kiss of death, Henry Hathaway, 1947)»

Diálogos de celuloide – Beautiful girls (Ted Demme, 1996)

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MARTI: ¿Tienes novia?

WILLIE: ¿Por qué lo preguntas?

MARTI: No lo sé, te veo inquieto por algo. Si no me equivoco, has vuelto a la casa de las lágrimas y la tristeza con tu padre el depresivo y tu hermano el colgado, para tomar algún tipo de decisión sobre la vida, o sea, una decisión vital.

WILLIE: Te consideras una personita muy perspicaz, ¿verdad?

(…)

MARTI: Bueno, ¿qué me dices de tu novia?

WILLIE: Sí, sí, hay una novia.

MARTI: Y quiere casarse.

WILLIE: Eso creo.

MARTI: ¿Y tú?

WILLIE: No estoy seguro.

MARTI: ¿Está gorda?

Beautiful girls (Ted Demme, 1996).