Cine de verano – El fantasma de la ópera, de Rupert Julian

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Clásico de Rupert Julian dirigido en 1925 y protagonizado por el camaleónico Lon Chaney del que ya nos ocupamos en este artículo. Vuelta a rodar un ocho o diez veces más, sigue siendo para quien escribe la mejor versión, afortunadamente nada que ver con la filmada en 2004 producto de ese horrible engendro en forma de musical.

Cine de verano – El acorazado Potemkin, de Sergei M. Eisenstein

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Comenzamos el cine de verano con el que vamos a entretenernos en tanto se inicia la nueva temporada con una de las mejores películas de la Historia del Cine, dirigida por Sergei M. Eisenstein en 1925 y que puede considerarse junto a El nacimiento de una nación de Griffith como una de las piedras angulares de la invención del cine como vehículo de expresión artística y narrativa.

La película cuenta el amotinamiento de la tripulación del acorazado Potemkin de la armada rusa en su base de Odessa, en el Mar Negro, en plena guerra entre la Rusia de los zares y el Japón recién nacido a la modernidad (1905). Las derrotas rusas de Port Arthur y del Mar de China provocarán la primera victoria de un país asiático emergente sobre una potencia europea, el levantamiento de algunas unidades militares sofocado a duras penas por el gobierno y la lenta pero progresiva extensión de un movimiento revolucionario obrero apoyado por buena parte del ejército que eclosionará en la Revolución de octubre de 1917. Para el Japón, la victoria será el primer paso de un modelo militarista de concebir las relaciones internacionales y de solución de los problemas internos que lo llevará primero al bando aliado en la Gran Guerra y después a unirse al Eje en la Segunda Guerra Mundial.

Más allá del contenido ideológico-propagandístico de la película, una auténtica obra maestra precursora de todo el cine que ha venido después. Sin ella nada hubiera sido igual.

Las vacaciones de ‘monsieur 39’

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Esta escalera se toma un descanso. La intención, en principio, es que sea un mero paréntesis estival, pero nunca se sabe… Descanso no quiere decir cierre; solamente una notable disminución de la actividad. El portero tiene orden de pasarse por aquí de vez en cuando para regar las macetas, vaciar el buzón, visitar algún rato a los amigos y darle a la tecla para que el cine no pare: cada semana, hasta septiembre, una película capital de la historia del cine, íntegra y sin cortes publicitarios.

Lo dejamos aquí con una música para una banda sonora vital que no aparece, que sepamos, en ninguna película, de ese fenomenal outsider llamado Txetxo Bengoetxea (especialmente dedicada a Raúl, el amigo creador y mantenedor de ese mágico blog de relatos y cine llamado El alma difusa, que se preguntaba hace poco qué había sido de este hombre tras liderar 21 japonesas), cuyo álbum Libre de 2004 escondía este temazo por duplicado, en castellano y en euskera.

Felices vacaciones, feliz verano, y lo que venga.

Espléndido Paul Newman: Veredicto final

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Sidney Lumet, ese octogenario cineasta forjado en aquella serie de televisión llamada Alfred Hitchcock presenta, que hace un par de años se marcó todavía esa gran película llamada Antes de que el diablo sepa que has muerto, con una frescura, una profundidad y un vigor que ya quisieran para sí muchos jovenzanos, ha desarrollado una larga y prolífica carrera en la que los productos mediocres si no directamente malos, algunos incluso pensados para televisión, alternan con una amplia nómina de clásicos imprescindibles, desde su debut en el largometraje, Doce hombres sin piedad (1957), hasta el trabajo antes comentado, cincuenta años más tarde, pasando por estupendas películas como Punto límite o El prestamista (1964), La colina (1965), Serpico (1973), Asesinato en el Orient Express (1974), Tarde de perros (1975), Network (1976), o Veredicto final (1982), clásico del cine de juicios con un Paul Newman superlativo en el que el talento de Lumet como narrador cinematográfico se conjunta con un extraordinario guión y magnífica puesta en escena marca de la casa del gran David Mamet. En este caso, nos encontramos de nuevo en la típica historia de un abogado con cliente humilde y modesto que se enfrenta a una gran corporación con un amplio equipo de prestigiosos abogados a su servicio, todo eso que John Grisham ha llegado a degradar y banalizar con tanta novela igual que la anterior, pero que en este caso posee una fuerza y garra demoledoras.

Frank Galvin (Newman) es un abogado de avanzada edad que ha tirado su vida por la borda. Intentando mantener su integridad ética y profesional, se enfrentó a su propio bufete al descubrir las oscuras maniobras de éste para asegurarse el resultado de un juicio y, acusado él mismo del delito, expedientado y despedido, tuvo que empezar a ganarse la vida ya maduro en su modesto despacho, ignorado y despreciado por casi todos excepto por su buen amigo Mickey (eficaz, como siempre, Jack Warden). Derrotado, deprimido, su mujer lo abandona pronto. Consumido por la soledad, y buscando en el alcohol los alicientes que le faltan en su vida y en su trabajo, sus días pasan monótonos y grises, cada vez más apartados de su oficio y con cada vez más horas entre compañeros de bar, contando chistes, emborrachándose hasta las tantas, despertando a mediodía con resaca, o jugando cada tarde a la máquina del millón. Cuando Mickey le amenaza con romper su larga amistad, Frank se anima a reengancharse a su trabajo con un caso pendiente, el que los familiares de una joven mantienen contra el hospital que la atendió en su problemático parto, tras el cual perdió el niño y ella quedó para siempre en estado vegetal. Para Frank se trata de un caso en el que plantear un sustancioso acuerdo de cuya indemnización obtendría un tercio en concepto de honorarios; para el arzobispado de Boston, gestor del hospital donde se ha cometido la negligencia, no es más que otro asunto molesto que liquidar pagando unos pocos cientos de miles de dólares. Cuando Frank, tras contemplar el estado de la joven, se niega a aceptar el acuerdo, el arzobispado recurre al ejército de abogados, detectives, investigadores y periodistas de Ed Concannon (espléndido James Mason), que prepara una avasalladora estrategia para impedir cualquier maniobra de Frank y conseguir que el arzobispado salga airoso. Pero Frank, que se siente rejuvenecer gracias a la actividad, a su lucha por un fin que cree justo, también por el aliciente económico pero sobre todo por la oportunidad única de volver a la vida normal, con un futuro que escribir, espoleado también por la relación que ha establecido con una mujer más joven que él (Charlotte Rampling), removerá el caso de arriba abajo frente a todos, compañía de seguros, hospital, arzobispado, prensa e incluso un juez bastante receptivo y simpatizante de las necesidades de las grandes empresas y sus abogados, y luchará, no ya por vencer en el caso y por los derechos de su cliente, sino por su propia vida.
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Música para una banda sonora vital – Carlos Núñez

Este músico gallego, que de jovenzano ya realizaba giras mundiales y llenaba, por ejemplo, estadios de fútbol en Japón en compañía de The Chieftains, participó en la banda sonora de Mar adentro, la película que le valió el Oscar de Hollywood a la mejor película de habla no inglesa a Alejandro Amenábar en 2004. Uno guarda sus particulares reservas con respecto a la película; no así con la música de Carlos Núñez, cuyos discos, principalmente A irmandade das estrelas (en el cual se incluía ya el clásico Negra sombra interpretado por Luz Casal antes de que Amenábar decidiera utilizarlo para la película) y Os amores libres, son auténticas joyas.

Nos quedamos con el tema de la película y de propina ese clasicazo de la música irlandesa que es The raggle taggle gipsy, con Carlos Núñez a la gaita y Mike Scott, de The Waterboys, en la voz (retamos a cualquiera a que intente mantenerse quieto escuchándola).

Con cariño, para nuestros amigos gallegos (y para un irlandés del Ebro).

Apoteosis del emporio Korda: Rembrandt

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En varios de las comentarios de Alfred Hitchcock en libros y entrevistas queda muy claro cuál era el panorama en la cinematografía británica de los años veinte y primeros años treinta del pasado siglo: la mayor parte del pastel se lo repartían los distintos estudios que, como sucursales de las grandes firmas norteamericanas, abrieron instalaciones en Gran Bretaña atraídas por los menores costes de producción, la gran calidad de los intérpretes británicos, y la facilidad del idioma para crear equipos artísticos y técnicos conjuntos. El resto quedaba en manos de la escasa producción autóctona, concentrada casi al cien por cien en la adaptación a la pantalla de obras universales de la literatura inglesa o bien en el rodaje de dramas historicistas que recogieran episodios bélicos o políticos del pasado. Eso, hasta que Hitchcock llegó y parió la cinematografía británica. Pero hasta entonces, la única excepción al dominio que el cine norteamericano ejercía sobre el británico era el tándem formado por los hermanos Korda, quienes, siguiendo esa misma línea tradicional de la incipiente industria británica, se han hecho un hueco en la historia del cine gracias a sus películas históricas (La vida privada de Enrique VIII) y a sus adaptaciones de clásicos de la literatura inglesa, preferentemente relacionados con la época del imperio (Revuelta en la India, El libro de la selva, Las cuatro plumas).

La cúspide de la colaboración entre Zoltan y Alexander Korda es esta magnífica obra de 1936 sobre el famoso pintor neerlandés, protagonizada por el genial actor británico Charles Laughton, con toda seguridad, uno de los más grandes intérpretes de todos los tiempos. Dirigida por Alexander (en uno de sus escasos trabajos tras la cámara) y producida por Zoltan (cuya filmografía como director es mucho más amplia) dentro de la London Film Productions, la película parte del año 1642, cuando Rembrandt, aclamado como el mejor y más famoso pintor de Europa, se halla en un punto de inflexión en su vida y carrera. En ésta se encuentra ya asqueado, cansado de recibir cumplidos, de pintar por dinero, de atender a los gustos de los burgueses ennoblecidos gracias al comercio de la flota holandesa por todo el mundo. Sintiéndose perdido, se rebela contra su acomodada vida y empieza a pintar acorde con su forma de ver el mundo, y no ya tanto por el encargo de una visión determinada a cambio de un puñado de florines. La presentación en sociedad de La ronda de noche hace que sus mecenas resulten escandalizados: visto que el maestro se ha apartado de los colores y temas habituales y ha ideado una pintura oscura, triste, aparentemente absurda por su falta de tema, se revolucionan todavía más cuando el pintor les explica de viva voz el motivo de su pintura, la hipocresía, la falsedad, la repulsa hacia una clase podrida, hedionda. Continuar leyendo «Apoteosis del emporio Korda: Rembrandt»

Mis escenas favoritas – Desafío total

Uno de los momentos más memorables para el público español de Total recall, entretenidísima película dirigida por el holandés Paul Verhoeven en 1990 sobre una historia del afamado autor de ciencia ficción Philip K. Dick, y protagonizada por Arnold Schwarzenegger, Sharon Stone, Michael Ironside, Rachel Ticotin y Ronny Cox, es la aparición del famoso «doble» de Jordi Pujol saliendo de las tripas de Marshall Bell. La de parodias que ha dado de sí…

Recital interpretativo: Lo que queda del día

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Darlington Hall, 1958. El veterano mayordomo señor Stevens (Anthony Hopkins, en uno de los mejores papeles de su filmografía, si no el mejor, un año después de dar vida al psiquiatra Hannibal Lecter en El silencio de los corderos), sigue el consejo del nuevo dueño de la mansión, un americano recién instalado en Inglaterra (Christopher Reeve), y se toma por primera vez en su dilatada carrera unos días de descanso para visitar a la antigua ama de llaves de la casa, la señorita Kenton (magnífica Emma Thompson). El viaje de costa a costa a través de la campiña inglesa en el viejo auto de su antiguo amo le sirve a Stevens para rememorar los días gloriosos de Darlington Hall y, sobre todo, el periodo inminentemente anterior al estallido de la Segunda Guerra Mundial, cuando su cerrado mundo de rígida disciplina e invariable rutina se vio inesperadamente perturbado por los acontecimientos políticos del momento y, por encima de todo, por la irrupción de aquella mujer que le hizo ver que hasta entonces nunca había vivido.

Antes de la guerra, en pleno clima de creciente tensión por el constante pulso que Hitler mantiene con las cancillerías europeas, Lord Darlington (espléndido James Fox en su recreación de hombre iluso, ingenuamente engañado por los juegos de la política y la desfasada creencia en el buen juicio de las clases dirigentes tradicionales y en la diplomacia aristocrática como inmejorable guía para librar al mundo del desastre que se avecinaba) organiza en su mansión una conferencia internacional a la que acuden políticos y aristócratas de varios países para, a través de la discusión y el debate, buscar vías de entendimiento con la Alemania nazi que alejen el fantasma de la guerra, intentando buscar argumentos con los que contrarrestar la propaganda negativa que sobre el Reich se está extendiendo por Inglaterra y el resto del mundo y aceptando como legítimas algunas reivindicaciones alemanas producto del Tratado de Versalles de 1919 a través de las cuales lograr, con una Alemania en pie de igualdad con el resto de potencias mundiales, una paz duradera, definitiva. El número y la categoría de sus ilustres visitantes hace que el servicio deba reforzarse, y Stevens, metódico y calculador profesional, es el encargado de dar el visto bueno a las nuevas incorporaciones. Una, a sugerencia suya, es la de su propio padre, otro veterano mayordomo como él que por razón de su avanzada edad ha perdido su empleo y al que consigue refugiar en tareas secundarias, y otra es la señorita Kenton, una experimentada ama de llaves de referencias excelentes que abandonó su anterior trabajo por motivos personales y que despliega una actividad incansable de manera muy competente.

Este drama costumbrista dirigido por James Ivory, maestro en la recreación de las atmósferas aristocráticas de aire decimonónico (como sucediera en su anterior proyecto, Regreso a Howards End, también con Hopkins y Thompson, posteriormente, con La copa dorada, o también en su gran clásico, Una habitación con vistas), presenta así un cóctel que combina el drama sentimental de corte intimista con la trama política de su contexto espacio-temporal. Continuar leyendo «Recital interpretativo: Lo que queda del día»

La tienda de los horrores – Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal

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Pues sí, uno ha de reconocer que le ponía la mera expectativa de volverse a situar ante una pantalla para ver la silueta del héroe del látigo ajustándose el sombrero y de fondo los incipientes acordes del temazo de John Williams, indudable puerta abierta a una incesante catarata de acción y aventuras arqueológicas repleta de imprecisiones históricas y gran cantidad de absurdos, pero plenamente disfrutable. No en vano, el primer capítulo de esta saga, En busca del arca perdida, es sin lugar a dudas una obra maestra del cine de entretenimiento. A partir de ahí la cosa empezó pronto a decaer, intentando alternar la acción y la aventura con el humor y la autoparodia, pensando quizá más en el negocio que en el propio producto, y el resultado bajó muchos enteros, como ya dejamos claro aquí. La saga empezó a ser algo más cosa de fans que de aficionados al cine, como suele ser habitual en el cine comercialmente sobreexplotado, y lo que había nacido como una seria intención de recuperar los viejos cómics y el clásico cine de aventuras que dio a luz a generaciones enteras de lectores y cinéfilos, derivó finalmente en algo bastante friki. El anuncio de la tantas veces proyectada, aplazada y finalmente siempre descartada cuarta entrega de las peripecias de Indiana Jones resultó, no obstante, un prometedor augurio de que el cine de efectos especiales, monstruitos, superhéroes y demás morralla, pudiera dar paso de nuevo a una película de aventuras con mayúsculas pilotada por Spielberg y George Lucas, de nuevo con el viejo sabor de la emoción y el peligro a flor de piel.

Pues va a ser que no; el gozo en un pozo. Está claro que quienes a edades tempranas disfrutamos con la trilogía original en su momento (En busca del arca perdida es la primera película que quien escribe tiene memoria de haber visto en el cine) nos hemos hecho mayores y que ciertas historias y ciertos modos de contarlas ya no nos hechizan de igual modo; es lo lógico, uno de los resultados del proceso de maduración, por más que el Hollywood más comercial siga tomándonos por niños y defendiendo la inmadurez infinita. Pero es que la película, la cuarta entrega, no hay por dónde cogerla. Supone la degradación, la devaluación y la ridiculización, mucho más allá de una deliberada voluntad de autoparodia, no ya de un personaje y de una trilogía que se había ganado por derecho propio, a pesar de sus fallos – sobre todo de las dos últimas entregas -, un lugar en la Historia del Cine, sino también del recuerdo, de la memoria de millones de seguidores de la saga por todo el mundo. Y es que hay que ser un fanático muy convencido para no echar pestes de esta cuarta entrega.
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Alfred Hitchcock presenta – Sus cameos… (2)

Ya hablamos en su día de la afición de Alfred Hitchcock por aparecer brevemente en la mayor parte de sus películas, nacida primero como una necesidad para cubrir espacio escénico ante la falta de extras, continuada como superstición y, finalmente, convertida en gag para fans incondicionales del mago del suspense, una costumbre que luego han ido adquiriendo muchos otros directores, entre los más recientes M. Night Shyamalan o Alejandro Amenábar.

En aquel momento nos limitamos a hacer un simple listado de sus apariciones. En esta ocasión, podemos ver una recopilación de unas cuantas de ellas (aunque se echa de menos alguna que otra ilustre aparición que se ha omitido). ¿Cuál es, a juicio del lector, el más logrado, el más curioso, el más simpático o el más inquietante? Personalmente, como el más logrado uno se queda con el ingenio demostrado para conseguir colar su cameo en Náufragos o Crimen perfecto; como el más curioso y a la vez el más divertido, el de Cortina rasgada, en el vestíbulo de un hotel, sujetando por las axilas a un bebé que, interpretamos, acaba de depositarle residuos orgánicos en el pantalón… ¿Cuál es vuestro cameo favorito de Alfred Hitchcock?