La tienda de los horrores – El Gran Halcón

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Así, a rosca, debió de ponerse el sombrero Bruce Willis el día que se le ocurrió participar en tamaña memez como la que hoy nos ocupa, una presunta comedia de ingeniosos robos de guante blanco que cuenta las peripecias de Eddie Hawkins (Willis), un, a pesar del aspecto de camionero de Milwaukee del actor, sofisticado chorizo que acaba de cumplir diez años de prisión y sólo desea reinsertarse en la sociedad. Sin embargo, la irrupción de un estrafalario y excéntrico millonario, Mayflower (ay dios, James Coburn) y las amenazas de acabar con la vida de Tommy (Danny Aiello), su amigo y cómplice, si Hawkins no realiza un último trabajo, le convencen de dar un nuevo golpe para cuya consecución tendrá que enfrentarse a una serie de esbirros caracterizados más bien como si fueran personajes de cómic y no de cine, como por ejemplo ese chófer de gadgets afilados y mortales.

De este modo, ya en 1991 tenemos la típica peliculita de secretos vaticanos relacionados con la obra de Leonardo Da Vinci, algunas de cuyas obras, libros incluidos, se supone que Hawk debe robar, una senda que pseudoescritores de baratillo (léase, Dan Brown) y directores más de baratillo aún (inexplicable cómo un merlúcido como Ron Howard puede filmar la excelente El desafío: Frost contra Nixon siendo autor de infamias realmente insoportables, tales como El Código Da Vinci o la inminente Ángeles y demonios, que promete ser todavía más ridícula y espantosa; debió ayudarle un primo suyo).
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Mis escenas favoritas – Luces de la ciudad

Contrarrestemos el horrendo sabor de boca que nos dejó la terrorífica escena de ayer con algo para reír. Y si de garantizar risas se trata, nada mejor que volver a uno de los clásicos de Charles Chaplin, reiteradamente incluido en cualquier lista de las mejores películas del mundo mundial que se precie, en concreto Luces de la ciudad, de 1931, aquella película lacrimógena que le costó una rotunda y cuantiosa derrota judicial a Chaplin por agenciarse en los créditos la autoría nada menos que de La Violetera.

Los grandes cómicos son capaces de convertir algo tan serio y sangriento como el llamado deporte del boxeo en un auténtico choteo de la violencia como pasatiempo. Por eso Chaplin es tan grande; por eso no habrá nadie como él.

Mis escenas favoritas – El resplandor

Un poco truculenta para ser disfrutada, no obstante esta escena de El resplandor, adaptación sui generis por Stanley Kubrick de la exitosa novela de Stephen King, merece la pena solamente por ver la interpretación de Jack Nicholson en su afán de cortarle el flequillo a golpe de hacha a la pavisosa de Shelley Duvall, actriz traumatizada hasta tal punto por tan accidentado rodaje que casi dejó el cine por completo y se dedicó en adelante a los cuentos infantiles.

Con toda su crudeza es, no obstante, una escena que con el paso del tiempo ha llegado a ser un icono cinematográfico de primera clase.

El escalón número 33…

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El propietario y jefe de mantenimiento de esta escalera cumple hoy 33 inviernos aunque nadie lo diría por el magnífico estado de conservación de sus cicatrices y tornillos. Creo que el evento es hoy, aunque mi querida amiga nómada Marta se anticipara veinticuatro horas en su preciosa y entusiasta felicitación de ayer que no tengo palabras para agradecer como merece (especialmente por ligar mi llegada al mundo con el cine de Alfred Hitchcock, toda una debilidad para quien escribe), al igual que me sucede con quienes adornaron tan bonito detalle con su rauda y sentida felicitación por anticipado: Inma «La Mima», Alba, Luisa, Fernando, Sonia, Marisa, Rosa, Chesús, Lucía, Sam, Carmen… Y digo que creo que el evento es hoy porque es posible, bastante razonable incluso, que el golpe recibido en el momento de mi «estrellato» me haya hecho perder la noción de tiempo y espacio y que la bola de cristal de Marta tenga razón: puede que en realidad naciera un 23-F (porque la cosa fue cuestión de minutos en torno a la medianoche), y también puede que mi aterrizaje tuviera lugar en Asturias y no en Zaragoza… Quizá la duda diera pie al verdadero Sir Alfred para una de sus oscuras historias de suspense y misterios de un pasado remoto y nebuloso. En cualquier caso, este Frankie se considera un tipo con suerte por contar con tantos y tan buenos amigos en los blogs y fuera de ellos. Dedicamos los vídeos de hoy a todos estos buenos amigos de uno y otro lado, agradecidos y emocionados.

Como marca la antigua y larga tradición en esta escalera iniciada el año pasado, los aniversarios se celebran con música. Por eso al principio ofrecemos un fragmento juglaresco del drama Enrique VI y proseguimos con esa hermosura de composición que es Primavera, de Ludovico Einaudi. Para cerrar, el grandioso colofón al concierto que tuvo lugar en el Royal Albert Hall de Londres en 1997 en favor de las víctimas de la erupción volcánica que sepultó casi en su totalidad la caribeña isla de Montserrat, y en el que intervienen músicos como Paul McCartney, Mark Knopfler, Eric Clapton, Elton John, Sting, Phil Collins y muchos otros.

Música para una banda sonora vital – El marido de la peluquera

No es la banda sonora de la estupenda película de Patrice Leconte (1990), sino el sentido homenaje que el canario Pedro Guerra realizó a la mágica historia de amor que el director francés cuenta en esta sensible, intimista y conmovedora película protagonizada por Anna Galiena y Jean Rochefort, y que incluyó en su magnífico disco debut grabado en directo Golosinas. Durante el visionado de esta película pequeña pero tan grande, resulta tan difícil no someterse al encanto de esta historia y de la canción como no sentir unas ganas enormes de echarse un bailoteo absurdo la próxima vez que se pise una peluquería…

Mis escenas favoritas – El cuervo

Hace unos días tuve la suerte de asistir a la presentación en Zaragoza del libro Cuentos completos de Edgar Allan Poe y en la conversación posterior con las escritoras y amigas blogueras Marta Navarro y Patricia Esteban salió a colación esta escena de El cuervo (The raven), dirigida en 1963 por Roger Corman y libremente basada en el famoso poema del autor norteamericano.

La película corresponde a una serie de filmes inspirados en las narraciones de Poe que contaba con la presencia imprescindible en casi cada producción de figuras como Vincent Price, Peter Lorre o Lon Chaney Jr. En este caso, además de los dos primeros, aparecía también Boris Karloff y un jovencísimo Jack Nicholson. La escena final, el combate entre Karloff y Price es un pequeño tesoro de magia, fantasía y humor y cuenta con unos memorables y simpáticos, para 1963, efectos especiales.

Cine para pensar – El rey pasmado

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Que Dios me perdone, pero ese hombre no cree en Dios.

Qué dice, padre Almeida…

Ese hombre sólo cree en la Santa Madre Iglesia Católica Apostólica y Romana, dentro de la cual espera medrar, y sobre todo, mandar.

Para haber vivido tanto tiempo entre salvajes, su paternidad manifiesta un profundo conocimiento de los hombres civilizados.

Es que los salvajes no creerán en nuestro Dios, pero sí creen de verdad en los suyos.

Este diálogo publicado en esta misma escalera hace algo más de un año no se refiere a José María Escrivá de Balaguer, fundador de una secta católica denominada Opius Dei que años después compró su santidad al Vaticano con cuantiosos emolumentos y oscuros y subterráneos servicios prestados, polémica figura a la que se ensalza y critica por igual (aunque las críticas vengan sostenidas con un rigor y unos hechos difícilmente rebatibles con otra cosa que no sea la fe, que, como ya se sabe, es a medida de uno mismo, o el fanatismo, que es a medida de otros) y al que una mente preclara del Ayuntamiento de la «siempre heroica» e «inmortal» (aunque con hechos como éste lleva camino de perder la «t» de su histórico apelativo) ciudad de Zaragoza ha decidido ponerle una calle en pleno centro urbano en sustitución de su actual nombre tributario de un general golpista y en aplicación de la Ley de Memoria Histórica: utilizando la paradoja evangélica, una vez más se sale de la sartén para caer en las brasas; se pasa de nombrar a una calle como un partidario, discreto y de segunda fila, de Franco, a sustituirlo, con grandes dosis de maquillaje mercadotécnico y con un estrafalario argumentario pseudopolítico aparentemente democrático de la Señorita Pepis, por el de uno de sus más firmes apoyos y sostenes durante cuarenta años de larga y criminal dictadura. Lo cual está dicho y escrito por él mismo, por si acaso alguien cae en la tentación (lo cual es pecado, recuerdo) de discutirlo o de intentar matizar una verdad histórica indiscutible o de rehabilitar con deformaciones interesadas a semejante personaje al que la Iglesia ha elevado a los altares sin que la necesidad de inventarle un milagro sobrenatural haya sido obstáculo para ello en pleno siglo XXI. El favor con favor se paga.

Y decimos que el diálogo no va sobre este individuo, pero bien podría ser. La conversación tiene lugar en el breve descanso de una Consulta de Teólogos convocada por el Conde Duque de Olivares (espléndido como nunca Javier Gurruchaga), valido del rey Felipe IV de Castilla y III de Aragón, que tiene como objeto dilucidar si el augusto soberano tiene derecho a ver a su esposa desnuda, «por muy francesa que sea», y si tal antojo responde a la sospechosa presencia del Maligno en la Villa y Corte, tal como parecen augurar las inusuales señales en el cielo vistas en las pasadas noches. El padre Almeida (el actor portugués Joaquin de Almeida), un jesuita recién llegado de Brasil, habla con el Gran Inquisidor (el gran Fernando Fernán Gómez) sobre el capellán de la Corte, Villaescusa (superlativo Juan Diego), hombre intolerante, autoritario y que no vacila en la utilización de métodos criminales para la imposición de la recta fe. Continuar leyendo «Cine para pensar – El rey pasmado»

Cine en serie – Pather Panchali

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EL AUTÉNTICO CINE INDIO (II)

Tras tres años de rodaje y enormes dificultades para reunir el capital preciso para financiarla, en 1955 vio la luz por fin La canción del sendero (Pather Panchali), la primera parte de la llamada trilogía de Apu, que daría fama y reconocimiento mundiales a su director, el empleado de publicidad Satyajit Ray, gracias a su combinación de lirismo visual, emotividad y cine social.

Apu (Subir Bannerjee) es un joven bengalí que vive junto a sus padres (Kanu y Karina Bennerjee), su hermana Durga (Uma Das Gupta) y su anciana tía (Chunibala Devi) en un remoto pueblo de una perdida zona rural. En casa son demasiados y el cabeza de familia apenas gana lo suficiente para mantenerlos a todos. En un marco tan duro, no es de extrañar que se sucedan los pequeños dramas y que desemboquen en inevitables tragedias que amenazan con separar a la familia. La joven Durga roba unas frutas para dar de comer a la anciana y, cuando una vecina acusa a Durga de haberle robado un valioso collar, la madre, conocedora de los pequeños hurtos alimenticios de Durga, la reconoce como culpable y la expulsa de la familia. Apu, que se pone de lado de su hermana, tiene que hacer de puente entre el respeto debido a las decisiones de sus mayores y al honor familiar, y también al amor que siente por su hermana.

La película incide continuamente en la desgraciada situación socioeconómica de la familia de Apu y, por extensión, de la mayor parte de la población india de los años cincuenta (incluso de hoy). La falta de recursos va poco a poco minando los lógicos y necesarios vínculos paternofiliales, e incluso los dos hermanos sucumben a la situación y se enemistan temporalmente, aunque la muerte de la tía les une de nuevo. La marcha del padre a la ciudad y la llegada de algún dinero no contribuye a paliar las dificultades: Durga muere a causa de una pulmonía y el padre, que ha regresado cargado de regalos para la familia, se encuentra con que en pocas semanas ha perdido a su tía y a su hija. Continuar leyendo «Cine en serie – Pather Panchali»

La tienda de los horrores – Resistencia

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Agradecemos encarecidamente al excelente periodista (y, a pesar de eso, mejor persona) Jorge Romance, veterano de la blogosfera de primera hornada y propietario de algunos de los rincones digitales más clásicos y reconocidos de la red aragonesa (Aragón, país de blogs) como por ejemplo éste, el habernos puesto sobre la pista de esta joya (para esta tienda, se comprende), sobre la cual hemos clavado incisivos y caninos dispuestos a despedazarla sin piedad tal y como merece siguiendo la típica receta hollywoodiense de destrozar todo lo que pilla.

Este artículo bien podría titularse «cómo convertir un hecho histórico real, crudo y dramático, en una castaña pilonga en ocho sencillos y cómodos pasos»:

1) Se busca una hecho histórico camuflado en el tiempo, casi olvidado, pero que contenga pinceladas de drama existencial, de lucha por la supervivencia y por la libertad frente a un enemigo implacable y casi invencible, que tenga sus dosis de violencia y acción, de amor, de camaradería, con paisajes bellísimos, en fin, un montón de cosas que todas juntas den pie a la épica. Como Curro Jiménez ya está pillado, Paramount, la autora de la fechoría, sigue su habitual práctica de rebuscar en las montoneras de las librerías de todo a cien hasta que encuentra lo que buscaba, el libro de Nechama Tec, inspirado en un hecho real, que cuenta la odisea de tres hermanos bielorrusos que en 1941 escapan de la muerte segura que acompaña la invasión nazi y que, luchando en un principio por salvar la vida, llegan a erigirse en vengadores del exterminio judío de la zona y a ser refugio y protección de muchos fugitivos que se unen a ellos en su lucha por la libertad, si es que los bielorrusos sabían lo que era eso (de hecho salieron de la sartén para caer en las brasas). Es el producto idóneo para que un guionista de Hollywood que jamás ha estado en Bielorrusia, que cree que los nazis son un grupo de moteros de Illinois y que piensa que 1941 es una peli de Spielberg, coja un hecho real y lo manipule hasta que no lo conozca ni la madre que lo parió.

2) Se contrata a un director lo suficientemente apasionado de la épica grandilocuente y de cartón piedra que tanto gusta en Hollywood, alguien acostumbrado a despilfarrar grandes presupuestos y a rodar mediocridades con ellos, llenas de explosiones, uniformes, pompa y fanfarria, en la que no haya una sola línea de texto que tenga el más mínimo estilo propio o, ya si nos ponemos, sentido, alguien que consiga banalizarlo todo hasta convertirlo en un pozal de almíbar que dé grima. Continuar leyendo «La tienda de los horrores – Resistencia»