Vietnam sin Vietnam: La presa (Southern Comfort, Walter Hill, 1981)

 

Los cajunes son un grupo étnico, así reconocido por el Gobierno de los Estados Unidos desde 1980, que desciende de los acadianos, también llamados cadianos o, en su lengua materna, el francés, cadiens, habitantes de la región de Acadia, en lo que hoy es la frontera entre los Estados Unidos y Canadá, conocida también como Nueva Francia. Este pueblo está conformado por los descendientes de aquellos colonos franceses que, expulsados de sus tierras tras la victoria británica en la Guerra de los Siete Años (para contextualizar, donde se sitúa la acción de la novela El último mohicano de James Fenimore Cooper, llevada al cine en varias ocasiones), fueron confinados en el sur del estado de Luisiana, posesión francesa (y ocasionalmente española) hasta su venta por Napoleón a los Estados Unidos en 1803 (aquella Luisiana excedía con mucho el territorio del actual estado: se extendía desde Montana y Wyoming en el noroeste al golfo de México), especialmente en el entorno de las ciudades de Lafayette y Lake Charles, y se mezclaron durante décadas con españoles, inmigrantes alemanes y franceses autóctonos de origen criollo.

A aquella parte de Luisiana, con el fin de realizar unas maniobras, se desplaza en un momento indeterminado de 1973 la Guardia Nacional, cuerpo militar estadounidense, considerado como fuerza de reserva, compuesto de voluntarios civiles que reciben formación castrense y se estructura de manera similar al ejército regular, que cuenta con casi medio millón de efectivos distribuidos en los distintos cuerpos pertenecientes a cada uno de los estados que componen el país y que también es utilizado de manera esporádica en situaciones de crisis, emergencia o amenaza interna para la seguridad nacional. Entre el dominguero de excursión de fin de semana y las demostraciones de hombría y testosterona jugando a soldaditos, los yupies de ciudad que forman un pelotón pasan unos días en la naturaleza agreste simulando ser combatientes veteranos, haciendo marchas, pruebas de tiro, asaltos y defensas simulados, con una recompensa final en forma de comida abundante, cerveza a espuertas y chicas de alterne, evento en esta ocasión organizado por Spencer (Keith Carradine). Sin embargo, la inconsciencia, los aires de superioridad sobre los que consideran unos paletos de campo y, en suma, la mente irresponsable de unos adultos con cerebro adolescente, conspiran juntos para causar un incidente entre el grupo y unos lugareños cuando Stuckey (Lewis Smith) dispara contra ellos su ametralladora alimentada con balas de fogueo, por bromear, por reírse de los pueblerinos, y estos responden con fuego real. El desencuentro y las chanzas derivan en tragedia, y el enfrentamiento de machos alfa en persecución y aniquilación mutua. La guerra de juguete se ha convertido de golpe en reto de supervivencia, y la violencia fingida en terror real. Como escenario, los manglares y las más profundas y peligrosas zonas pantanosas de Luisiana. El grupo de soldaditos, poseído por el pánico y perdido en un terreno desconocido y hostil que sus adversarios dominan, a duras penas logra mantener la cohesión, la cordura, la templanza necesarios para hacer frente a la situación, y los rencores y las rivalidades estallan y se enconan. Una vez privados del titular del mando (Peter Coyote), solo cuentan para salir del paso con un puñado de balas auténticas que siempre lleva encima Reece (Fred Ward) por aquello de sentirse más hombre que el resto, un pésimo instinto de orientación que no les sirve más que para dar vueltas en círculo o meterse en los lugares más arriesgados y las observaciones, entre sardónicas y de sentido común, de una incorporación de última hora de Hardin (Powers Boothe), un texano que prefiere alistarse en la milicia de sus vecinos que en la propia de su estado.

Muy influenciada en su planteamiento por Defensa (Deliverance, John Boorman, 1971), incluso en la cita literal (el breve pasaje en el que los soldados, confundidos por un mapa que ya no refleja la realidad alterada por unas recientes inundaciones, «confiscan» unas canoas para ahorrarse trayecto a pie y enfilar hacia su punto de reunión con el resto de la tropa, transitan por un río de aguas turbias), la película, que cuenta con la música de Ry Cooder, es una extraña pero efectiva combinación de thriller psicológico a la manera hawksiana y de aventura bélica de acción, con un grupo enfrentado a una doble amenaza, la de los cajunes ofendidos, una sociedad al margen de la sociedad organizada del estado y del Gobierno, de un país que, en suma, les resulta ajeno (ni siquiera se dignan a hablar en inglés, como el personaje que interpreta Brion Jones), en persecución y labores de exterminio del enemigo tradicional que ha tomado cuerpo en esa pandilla de invasores urbanitas, y la de la pérdida de la necesaria serenidad y de las habilidades supuestamente adquiridas durante su entrenamiento en la primera ocasión en la que tienen que ponerlo en práctica en la realidad, lo que conlleva al enfrentamiento interno y el consiguiente agravamiento del problema. Incapaces, incompetentes y, en algún caso, incluso rozando la demencia (la parte más floja del guion, necesaria para que progrese la acción pero demasiado metida con calzador), de repente reducidos a la dimensión más patética de sí mismos, los miembros del grupo se arrastran entre el fango y las arenas movedizas huyendo de la muerte, o tal vez corriendo a otra forma de ella. El guion de Walter Hill sintetiza así tres conflictos en un solo argumento: la dinámica campo/ciudad, con sus tópicos, sus cargas de prejuicios y su imposible entendimiento mutuo; la oposición Norte/Sur, que en los Estados Unidos colea desde la Guerra de Secesión, con su particular repunte en los años cincuenta y sesenta, que nunca ha llegado a desaparecer del todo y a la que se alude de manera irónica en el título original del filme; y por fin, la guerra de Vietnam al llevar la historia a 1973, cuando esta daba sus últimos coletazos, y en paralelismo al pasado de colonización francesa de ambos territorios, Indochina y Luisiana, y que fue, precisamente, el cierre en falso de la presencia francesa en Vietnam lo que motivó su sustitución como potencia colonizadora por los Estados Unidos.

Walter Hill se maneja con soltura en el tratamiento de un argumento a priori de corto recorrido. No solo usa con acierto, agilidad y dinamismo unas localizaciones de, en principio, aprovechamiento limitado, precisamente, por su propia configuración (lluvia, humedad, pantanos, maleza impenetrable…). También se sale de lo previsible en los instantes de acción, que podrían ceñirse a lo meramente bélico, y por tanto, resultar monótonas y repetitivas, pero que explotan adecuadamente los matices psicológicos del planteamiento en lo que respecta al grupo (la demencia de Bowden, el racismo de Reece, la bisoñez en el mando de Casper, los conatos de deserción de Spencer y Hardin, las continuas demostraciones de hombría de todos contra todos…) para crear una variopinta serie de situaciones (combates abiertos, emboscadas, trampas, peleas a cuchillo, uso de explosivos…) que, aunque no siempre desprovistas de lugares comunes o de encajes algo forzados, ni tampoco de un empleo sensacionalista de la violencia y de sus resultados, impulsan el desarrollo de la historia hasta su eclosión final, primero en el pueblo cajún, y, por último, en el desenlace, en cierto modo abrupto y alucinógeno, de la pesadilla vivida por estos soldados de fin de semana. La película hace así una reflexión crítica demoledora (presunción, superioridad moral, racismo, incompetencia, soberbia, pésima planificación, mala formación, insuficiencia de medios, inmadurez en el mando y en la tropa) acerca del militarismo norteamericano en el momento histórico de su mayor puesta en cuestión, como resultado (siempre es así) de la más imponente, y vergonzosa, de sus derrotas.